Estos días estoy tratando de poner mis
pensamientos en orden. Después de una persistente soltería, jalonada de
aventuras y amoríos, creo que, al fin, he encontrado a alguien especial.
Tenemos muchas cosas en común y salvo un par de detalles sin importancia, somos
la pareja perfecta. Libres e inteligentes. De gustos, lecturas y objetivos
comunes, y aunque ella me trata tan sólo amistosamente, adivino en sus gestos y
comentarios una ternura muy particular y un cariño sincero. Todo empezó frente
a un escaparate en las jornadas previas a la Navidad.
Todas las calles
deberían tener escaparates, les dan vida. Son como los ojos que cantó Machado –
“son ojos porque te ven” –, te ven y te atraen como los de una mujer hermosa.
El caso es que aquel escaparate navideño era muy atractivo. Todos los objetos
expuestos – se trataba de una perfumería selecta – parecían sacados del cuento
de “Alicia en el País de las Maravillas”: los jaboncitos multicolores parecían
sabrosas frutas que gritaban, “¡cómeme!”; las colonias, semejaban elixires de
amor; las sales de baño, diminutas taselas de mosaicos de un jardín encantado.
Las pinturas de labios y las cajitas de maquillaje aparecían dispuestas sobre
una paleta decorativa simulando estar a la espera de la mano del artista; los
desodorantes desfilaban en perfecta formación imitando a un ejército de
brillantes uniformes y los enjuagues bucales se mezclaban armónicamente según
fueran de menta, de fresa o de limón, formando un imposible Arco Iris. Todo,
bajo el espíritu navideño de las bolitas de cristal, el muérdago y un paisaje
nevado sobre una foto de palmeras y dunas.
La atrayente seducción
de la vidriera me obligó a entrar. Un suave aroma a niño recién bañado inundó
mis pituitarias. Cerré los ojos y volé a lejanos pretéritos. Una dulce voz me
regresó a la realidad.
-
¿Desea alguna cosa?, ¿puedo ayudarle?
Me giré buscando el eco de su frase y
quedé maravillado. Era preciosa, su sonrisa dibujaba dos perfectos hoyuelos, no
demasiado grandes, allí por donde la comisura de sus labios tiene sus
arrabales. Alta, bien formada; melena castaña, rizada seguramente con uno de
los numerosos productos que, para tal uso, nutrían las estanterías. Sus manos
reposaban largas y firmes sobre el mostrador. Me azoré como un niño. Podría
haberle dado una lista de deseos y un manual de ayudas que precisar de ella,
pero me azoré y sólo atiné a decir: - No sé, todavía.
Y esa era la verdad, todavía no sabía quién
era ella; de dónde venía, cuales eran sus gustos, sus manías, su comida favorita,
su autor preferido, el día de su cumpleaños, sus sueños… nada, todavía nada.
Ella me miró, como quien mira a un loco.
-
¿Está Ud. bien?, preguntó un poco asustada.
-
Sí, sí, perdone, trataba de recordar que me falta.
Salí de la tienda cargado de cosas que ya
tenía. Me llevé unos cuantos de aquellos soldaditos de sobaco, unos jabones que
no sabía donde poner, leche corporal para todo el año y tres botellas de mi
colonia favorita, que junto a las dos que tenía en casa me aprovisionaban para
una larga temporada. Pero no pude evitarlo cuando me dijo que aquella colonia
le encantaba. Lo dijo después de acercarse a mi cuello para percibir la
fragancia que usaba. Confieso que sentí una sensación placentera cuando su
nariz olfateó cerca de mi rostro; tan cerca, que me hubiera sido fácil besarla.
Con el pretexto de las compras navideñas,
me convertí asiduo cliente. Con mis visitas creció nuestro mutuo conocimiento y
llegué a saber el día de su cumpleaños, su película favorita y que le gustaba
con locura el chocolate. Sin embargo, mi mayor emoción fue cuando al listarme
el nombre de sus poetas preferidos citó el mío y lo acompañó con uno de mis
versos. Sonreí. En un gesto de vanidad no reprimida, me señalé con el índice.
Ella abrió de par en par aquellos bellos ojos por los que miran los míos.
- ¿No será Ud.?
Nunca una respuesta fue tan ufana. A la
mañana siguiente le regalé media docena de mis libros. Por las dedicatorias que
me pidió supe su nombre: Esmeralda.
El nombre le hacia justicia. Le conté que
en lo más profundo del desierto oriental de Egipto, no
muy lejos del Mar Rojo,
se encuentran unas minas que fueron explotadas posiblemente hace 3.500 años. En
dichas minas se extraía una piedra preciosa de color verde, la cual fue
bautizada con el nombre de esmeralda. La mismísima reina Cleopatra llegó a
poseer esas minas, pues sentía una especial fascinación por estas gemas.
Esmeralda, muy probablemente, sabía ya la
historia, pero pareció emocionarse al escuchar cómo yo la relataba y, al concluir,
me obsequió con un casto beso en la mejilla que a mí me supo a gloria.
Los días pasaron
acercando un poco más la celebración de la Navidad. Y en Nochebuena tomé una
decisión que llevaba días meditando: lanzarme al ruedo sin muleta. Llegué
frente a su escaparate, silbando el estribillo del villancico que los altavoces
de la calle regalaban a los paseantes.
Me esperé pacientemente a que se vaciara
del numeroso público que hacía las últimas compras y entré en la tienda. Ella
sonrió al verme, estaba particularmente bella:
-
Feliz Navidad – me dijo.
-
Feliz Navidad – contesté emocionado.
Acabó de atender a la última clienta y me
hizo un gesto con la mano para que esperara. Gesto inútil, pues la hubiese
esperado toda la noche si hubiese hecho falta.
-
Creí que no se iban nunca. ¿Quiere comprar algún regalo de
última hora?
-
No, no, hoy he de comentarte algo muy particular – repuse.
-
Bien, en sólo diez minutos cierro la tienda.
Paseamos callados por el vecino parque.
-
¿Y eso tan importante de lo que quería hablarme? –dijo.
Saqué fuerzas de flaquezas y le conté mis
sueños, mis objetivos inmediatos y futuros… y le pedí que los compartiera
conmigo.
Ella
me miró sorprendida. Por un momento dudé si iba a besarme o a huir, finalmente
me acarició el rostro, con mucha ternura y susurró.
-Eres una persona especial – dijo,
tuteándome por vez primera. - Muy especial y te quiero, te admiro… pero no te
amo, no puedo amarte.
Traté de preguntarle; pero ella adivinó
cual será la cuestión.
-
No hay nadie; no obstante, espero que pueda haberlo algún
día.
Me besó en la mejilla y se alejó sin
mirar atrás, acelerando el paso como si quisiera crear un espacio eterno entre
los dos. La nieve empezaba a caer, hermosa pero fría. Los ecos de un coro
infantil me recordaron la noche en que estábamos. Un halo de tristeza se metió
en mis huesos, como las aguas del naufragio en un velero con el mástil roto.
Regresé a casa, abatido e inmerso en mis pensamientos
y sin poder comprender. Era perfecta: mis mismos gustos, apasionados ambos por
las mismas lecturas, los mismos espectáculos… por los mismos sueños. No podía
entenderlo, coincidíamos en todo, excepto en un par de detalles sin importancia…
A
no ser que ella considere esencial el hecho de que todavía no haya cumplido los
treinta y yo pase de los ochenta. Los poetas, ella misma me lo dijo, no tienen
edad.
FIN
Jordi
Siracusa, Navidad 2012
Genial como siempre, amigo Jordi. Ya sabía yo que no podías dejarnos con esa amargura en un relato navideño, faltaba la retranca para poner el broche. Me ha gustado mucho. Enhorabuena. Bon Nadal.
ResponderEliminarMuy bonito Jordi. FELIZ NAVIDAD!!!!
ResponderEliminarUn relato que ya nada más empeazar va tirando de ti ofreciéndote su mano para que le sigas con interés, lástima que la diferencia de edad fuese tan grande, porque en la mayoría de las cosas había cierto acercamiento.
ResponderEliminarLa soltura y agilidad del cálamo que lo plasma en el papel, llevado por la sensibilidad del autor, deja bien claro que sabe nadar y guardar la ropa.
Mencionan que el amor de edad no entiende
y si salta la chispa, lo que toca,
incluso aunque esté húmedo lo prende;
¡es capaz de encender hasta una roca...!
Si... Esos detalles sin importancia que terminan por definirlo todo. Gracias Jordi, está muy bueno. Pero recuerde que algún día el amor podrá conquistarlo todo. Lol!
ResponderEliminarA veces, los aromas de la Navidad, nos traen el amor imposible... Que con empeño, puede convertirse en probable.
ResponderEliminarSi hubiera tenido otro final creo que no hubiera sido tan perfecto, porque el rechazo amoroso es otro más de los múltiples sentimientos que nos regalas en el relato. Por eso, porque no falta ninguno, me emociona mucho.
ResponderEliminarEsas "pequeñas" cuestiones cronológicas caramba. Felicitaciones por el relato.
ResponderEliminarQué debería decirte que realmente no sepas ya. Es cierto que la edad no importa, sólo es la excusa que necesitan algunos. No hay que ser iguales, sino complementarios. TQ
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