El reloj me indicaba que faltaban
tan sólo tres horas para la hora final. El tiempo transcurría más rápido que de
costumbre; más rápido que mis propios pensamientos. Esto solía ocurrir cuando
el tiempo era apremiante para mí. Sabiendo que no es posible detener el tiempo
(aunque en este momento quisiera hacerlo) ¡Quizás si sea posible dilatarlo!
Pensaba en voz alta mientras conducía mi auto llevando a mi esposa a su trabajo.
¿Tendría esto alguna relación con la teoría de la relatividad de Albert Einstein?
¿Cómo podría dilatar el tiempo? Quizás si lograra aprovechar al máximo y de
manera óptima cada línea del reloj...cada instante inscrito en el círculo del
tiempo... Si lograra tan solo hacer de cada segundo...“un gran segundo”; De
cada minuto... “un gran minuto”; de cada hora...”una gran hora”. Quizás allí
esté el secreto de la elongación de la curva del tiempo.
En
tanto divagaba en todo esto caí en cuenta que: Mientras pienso en el tiempo, el
tiempo transcurre; más bien debo transcurrir con el tiempo.
En el instante justo...preciso y
oportuno en que me detengo en un semáforo escucho el sonido que me dice que he
recibido un mensaje de voz en mi móvil (el cual me deja inmóvil); mensaje con
una clara e intimidante advertencia y confirmación del tiempo que yo mismo ya
le había calculado.
—¡Tiene tres horas!—...A partir de
este momento el tiempo empieza a dar marcha atrás para usted. ¡Ya está
advertido! ¡Ni un minuto más! Si en este tiempo usted no ha traído “el encargo”
que le hemos encomendado...¡Dese por perdido!... Dese por perdido... Dese por
perdido... Dese por perdido...quedaron resonando esas palabras en mi cabeza.
Entonces es cuando algo ocurre: len...ta...men...te...
el semáforo va cambiando su color; empiezo a ver todo y todos a mi alrededor
moverse como en cámara lenta...sus voces se hacen roncas y lentas...todo
empieza a ocurrir más despacio; como si realmente entrara en otra dimensión del
tiempo mientras al frente del volante de mi auto soy el único que pareciese
estar moviéndose en tiempo real.
De pronto y en medio de todo
esto...como destellos de luz veo flotar dentro del espacio del auto algunas
palabras...todas de extrema e inusual coherencia y encanto lo cual me
deslumbra; rápidamente decido registrarlas en alguna parte; nuevamente llego a
otro semáforo; ¡Bendito semáforo!... busco desesperadamente un lápiz y un papel;
no los encuentro. Tengo nuevamente el instante justo...preciso y oportuno para
escribirlas; o mejor: para transcribirlas. Entonces recuerdo que mi celular
tiene una aplicación de grabadora de voz, el cual empiezo a utilizar en medio
de la mirada extrañada y silenciosa de mi mujer (aunque bien con su mirada me
lo dijo todo). —Luego te explico amor— Le dije mientras el semáforo cambiaba su
color.
En cuanto dejé a mi esposa continué
mi marcha hacia mi oficina. El reloj me señalaba que tan solo disponía de
veinte minutos para el plazo final establecido; lo cual me decidí a aprovechar
al máximo; ordené ideas palabras...frases...mientras transcribía...escribía y
completaba otras tantas. Hasta que... ¡Por fin!... ¡Justo a tiempo!... ¡El
relato está terminado!
Hollman Barrero
Muy buen final. La verdad es que somos esclavos del tiempo, la hora, los minutos, los segundos, y nos estresamos, yo creo que en la ciudad más, porque en los pueblos noto a la gente que no tiene esas prisas y parece que el tiempo no va con ellos. Quizás deberiamos aprender de ellos.
ResponderEliminarUn abrazo
Muy original tu relato, que afortunadamente llegó a tiempo para poder ser publicado. Es cierto, que a veces el día debería tener 48 horas, porque no podemos hacer todo lo que queremos con apenas 24. La mayoría nos pasamos el día corriendo, como el Conejo del cuento de Alicia en el pais de las Maravillas,’para llegar a ninguna parte. Además el tiempo es relativo, a veces un minuto en una situación que nos es desagradable o angustiosa, puede parecernos sesenta eternos segundos......
ResponderEliminarFelicidades por tu texto.
Un abrazo
Disculpa! Con las prisas, jajajaja, se me ha olvidado decir quien te ha hecho el comentario hace un minuto...
ResponderEliminarSoy Rocío Ruiz, la autora de Céfiro y Se fue marchitando. (es que no consigo publicar con mi nombre y tengo que ponerlo como anónimo)
Un abrazo
Un relato con bastante tensión y con un final sorpresivo e "impactante". Bueno, me alegra que en esa conflagración de espacio tiempo haya podido completar la tarea. Felicidades!
ResponderEliminarMe sorprendió el final. Me gusta el relato. Un abrazo grande.
ResponderEliminarLolotónico
Manuel Barranco Roda