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martes, 23 de abril de 2019

Un viaje en el tiempo.


El reloj me indicaba que faltaban tan sólo tres horas para la hora final. El tiempo transcurría más rápido que de costumbre; más rápido que mis propios pensamientos. Esto solía ocurrir cuando el tiempo era apremiante para mí. Sabiendo que no es posible detener el tiempo (aunque en este momento quisiera hacerlo) ¡Quizás si sea posible dilatarlo! Pensaba en voz alta mientras conducía mi auto llevando a mi esposa a su trabajo. ¿Tendría esto alguna relación con la teoría de la relatividad de Albert Einstein? ¿Cómo podría dilatar el tiempo? Quizás si lograra aprovechar al máximo y de manera óptima cada línea del reloj...cada instante inscrito en el círculo del tiempo... Si lograra tan solo hacer de cada segundo...“un gran segundo”; De cada minuto... “un gran minuto”; de cada hora...”una gran hora”. Quizás allí esté el secreto de la elongación de la curva del tiempo.

En tanto divagaba en todo esto caí en cuenta que: Mientras pienso en el tiempo, el tiempo transcurre; más bien debo transcurrir con el tiempo.

En el instante justo...preciso y oportuno en que me detengo en un semáforo escucho el sonido que me dice que he recibido un mensaje de voz en mi móvil (el cual me deja inmóvil); mensaje con una clara e intimidante advertencia y confirmación del tiempo que yo mismo ya le había calculado.
            
—¡Tiene tres horas!—...A partir de este momento el tiempo empieza a dar marcha atrás para usted. ¡Ya está advertido! ¡Ni un minuto más! Si en este tiempo usted no ha traído “el encargo” que le hemos encomendado...¡Dese por perdido!... Dese por perdido... Dese por perdido... Dese por perdido...quedaron resonando esas palabras en mi cabeza.
            
Entonces es cuando algo ocurre: len...ta...men...te... el semáforo va cambiando su color; empiezo a ver todo y todos a mi alrededor moverse como en cámara lenta...sus voces se hacen roncas y lentas...todo empieza a ocurrir más despacio; como si realmente entrara en otra dimensión del tiempo mientras al frente del volante de mi auto soy el único que pareciese estar moviéndose en tiempo real.
            
De pronto y en medio de todo esto...como destellos de luz veo flotar dentro del espacio del auto algunas palabras...todas de extrema e inusual coherencia y encanto lo cual me deslumbra; rápidamente decido registrarlas en alguna parte; nuevamente llego a otro semáforo; ¡Bendito semáforo!... busco desesperadamente un lápiz y un papel; no los encuentro. Tengo nuevamente el instante justo...preciso y oportuno para escribirlas; o mejor: para transcribirlas. Entonces recuerdo que mi celular tiene una aplicación de grabadora de voz, el cual empiezo a utilizar en medio de la mirada extrañada y silenciosa de mi mujer (aunque bien con su mirada me lo dijo todo). Luego te explico amor— Le dije mientras el semáforo cambiaba su color.
            
En cuanto dejé a mi esposa continué mi marcha hacia mi oficina. El reloj me señalaba que tan solo disponía de veinte minutos para el plazo final establecido; lo cual me decidí a aprovechar al máximo; ordené ideas palabras...frases...mientras transcribía...escribía y completaba otras tantas. Hasta que... ¡Por fin!... ¡Justo a tiempo!... ¡El relato está terminado!



Hollman Barrero


5 comentarios:

  1. Muy buen final. La verdad es que somos esclavos del tiempo, la hora, los minutos, los segundos, y nos estresamos, yo creo que en la ciudad más, porque en los pueblos noto a la gente que no tiene esas prisas y parece que el tiempo no va con ellos. Quizás deberiamos aprender de ellos.
    Un abrazo

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  2. Muy original tu relato, que afortunadamente llegó a tiempo para poder ser publicado. Es cierto, que a veces el día debería tener 48 horas, porque no podemos hacer todo lo que queremos con apenas 24. La mayoría nos pasamos el día corriendo, como el Conejo del cuento de Alicia en el pais de las Maravillas,’para llegar a ninguna parte. Además el tiempo es relativo, a veces un minuto en una situación que nos es desagradable o angustiosa, puede parecernos sesenta eternos segundos......
    Felicidades por tu texto.
    Un abrazo

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  3. Disculpa! Con las prisas, jajajaja, se me ha olvidado decir quien te ha hecho el comentario hace un minuto...
    Soy Rocío Ruiz, la autora de Céfiro y Se fue marchitando. (es que no consigo publicar con mi nombre y tengo que ponerlo como anónimo)
    Un abrazo

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  4. Un relato con bastante tensión y con un final sorpresivo e "impactante". Bueno, me alegra que en esa conflagración de espacio tiempo haya podido completar la tarea. Felicidades!

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  5. Me sorprendió el final. Me gusta el relato. Un abrazo grande.
    Lolotónico
    Manuel Barranco Roda

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