Lunes, temprano, yendo a la oficina, el metro se para en Puerta del Sol. Pasan cinco minutos, pero aquello no se mueve: Hay avería… Las puertas abiertas del vagón dejan que entre la gente sin control. Ya no cabemos más…
Una mujer de sutil belleza se ve abocada a empotrarse contra mí… Me mira para disculparse y se ruboriza al descubrir que mi mano derecha ha quedado atrapada justo a la altura de su entrepierna. Los dos somos conscientes de ello, pero la presión es tal que no puedo sacar el brazo ni para retirarlo un poco del cuerpo de aquella mujer… Yo la miro con mucha vergüenza y ella sonríe comprensiva. Sigue entrando gente. Aquello va a reventar… Sus senos se aplastan ahora contra mi pecho, su perfume, recién puesto, invade mis fosas nasales y dispara mi instinto sexual de forma irreprimible… En ese instante, noto que la mano de aquella mujer estaba percibiendo claramente el pálpito irreprimible de mi miembro. Yo no podía detener aquellos latidos que iban provocando una erección brutal… Veo que a ella le ocurre lo mismo: está excitada, como yo.
Siento que mueve su mano unos centímetros y al hacerlo acaricia tímidamente mi sexo, levanta su mirada y me sonríe, entre resignada y pícara… Yo la correspondí, debajo de su falda, como dice la canción de Sabina… Nos duramos 30 segundos escasos… Noté perfectamente el estremecimiento de su vulva en mi mano y una humedad deliciosa que se escapaba entre mis dedos y empapaba sus bragas. En ese instante yo no pude contenerme más y volqué mi virilidad con tal fuerza que parecía que nunca antes lo hubiera hecho…
Por fin, el tren echó a andar. Llegamos a la estación siguiente, se abrió la puerta y, al ir bajando gente, pudimos respirar… Ella levantó la mirada y abriendo aquellos labios carnosos, besó los míos y me susurró “Soy María ¿y tú…?”. “Yo soy tu esclavo”, le contesté. Ella sonrió de nuevo, se apeó y se giró para mirarme, pero se quedó boquiabierta cuando bajó la mirada hacia mi bragueta empapada...
Entonces, se rió con ganas y dándose la vuelta desapareció para siempre… Yo, muerto de vergüenza, me quité la americana y la usé para tapar aquel desaguisado tan rico, que nunca había contado, hasta hoy, porque quién lo habría de creer…
Escrito por
El Perurena
Bueno, a veces el metro está tan lleno, que los cuerpos se chafan sin querer y a veces queriendo en tu caso para satisfacción de los dos, aunque ya sabes que muchas solo es para satisfacción de uno. La imaginación es lo importante.
ResponderEliminarUn saludo
Así es, Carmen.
EliminarEstos apretujones han sido fuente de muchos chistes de mejor o peor gusto...
Gracias por tu comentario.
Corto pero intenso, tanto el relato como lo vivido en el metro . Felicidades por lo bien que lo has expresado. Bienvenido a la Revista, donde espero que nos sorprendas más veces con tus escritos.
ResponderEliminarUn saludo
Rocío Ruiz
Gracias, Rocío por tu nota de bienvenida.
EliminarEl próximo relato será algo más largo pero no menos sorprendente...
Saludos.
Que intensa experiencia en tan corto tiempo y en tan poco espacio tanto allí en el metro como aquí en la Revista. Experiencia que me atrevería a pensar que realmente es mas común de lo que parece.
ResponderEliminarUn saludo
El metro siempre es un sitio de encuentros y desencuentros, donde la casualidad puede dar origen a muchas situaciones inusuales. Una divertida historia con un final sorpresa. Muy bueno.
ResponderEliminarSi te ha gustado esta narración, te invito a leer la próxima... Te sorprenderá.
EliminarGracias por tu comentario.
Saludos.
Qué cosas tiene la vida. Qué flojos somos hacía el sexo contrario. Una situación divertida y causal. ¿Cómo he acabado yo aquí? Un relato dinámico, bien escrito. Un abrazo grande,
ResponderEliminarLolotónico
Manuel Barranco Roda
Gracias Lolo por tu comentario.
ResponderEliminarLa atracción por el sexo, contrario o no, es algo tan espontáneo, como inevitable... Disfrutémos de ello cuando la ocasión se nos brinde en igualdad y respeto.
Un abrazo.