miércoles, 23 de abril de 2025

Jaimito, un capullo “de libro"


Hola:

Me llamo Jaime, pero los que me conocen me llaman Jaimito “El mentiroso”…

Tras las pruebas médicas que me realizaron las dos tesinandas que, por cierto, obtuvieron premio extraordinario por sus TFM'S sobre "Miembros viriles desaforados" (ellas lo llamaban "macrofalosomía genital", un trastorno que creo que al rey Fernando VII le impedía mantener relaciones sexuales normales y, según he leído, también lo padecían Napoleón Bonaparte, Rasputín y el rey Carol II de Rumania)... Pues, como os iba diciendo, tras aquel triste día de San Valentín, el día de los más de diez orgasmos seguidos, me propuse buscar el amor de verdad y, con mi cerebro científico y organizador, planeé una fecha tope para conseguirlo: El día de San Jorge (Jordi, para los amigos)... ¿Por qué elegí esa fecha...? Pues, es claro: La tradición habla de regalar un libro y una rosa a la persona amada y pensé que sería una bonita oportunidad para, con esa excusa, hallar el amor verdadero y duradero (Ya sabéis que, a pesar del tamaño de mi cacharro, soy un romántico...). Pero, aunque algunos me envidien por motivos obvios, al mirarme a la bragueta, creo que tengo un poquito de gafe y la jugada me salió rana... Veréis...

Yo vivo en una primera planta y tengo una vecina que vive en el segundo interior, de forma que la ventana de su cuarto tiene una visión excelente del espejo del armario de mi dormitorio. Cuando me asomo a tomar el fresco, casualmente, siempre veo a Carmen (así se llama) mirando hacia abajo y siempre me deleita con una sonrisa intensa y carnal, como fiera que ha puesto los ojos en presa sabrosa... La verdad es que la chica está muy bien y me desasosiega tanto su mirada, que no me queda más remedio que desahogarme unas cuantas veces, mientras me dura su recuerdo. Supongo que a todos vosotros os pasará lo mismo que a mí...

Una tarde me encontré a Carmen en el portal, al regresar a casa desde la universidad. Ella estaba hablando por teléfono y al verme meter la llave en la cerradura, colgó inmediatamente la llamada.

Yo la saludé y ella no me contestó, sólo se quedó mirándome alternativamente a los ojos y a la entrepierna y, aunque no soy muy experimentado, tampoco soy idiota e interpreté enseguida que ella me estaba avisando sutilmente de que debía de llevar la bragueta abierta. La sonreí un poco ruborizado y, girándome discretamente, trate de subir la cremallera, pero, resulta que no la tenía bajada, por lo que, me volví a mirar a la chica con cara de interrogación... Ella sonrió pícaramente, y se me abalanzó sin darme opción de proteger mi dignidad... Mientras me besaba como una loca, metiéndome la lengua hasta el último de mis empastes, me echó la mano a la bragueta y, ahora sí que se desabrochó... Imaginaos cómo se me puso el instrumento... Si ya en estado normal es desmesurado, ante aquella acción duplicó su tamaño. No os cuento la cara que puso ella al evaluar el tamaño real de mi apéndice reproductivo; solo, deciros que me miró con esa cara que solo ellas saben poner, cuando te ven desnudo y con la boca abierta de animal en celo, lees en sus ojos un “reviéntame con eso, cabrón”… Pero hete aquí, que de repente, la vecindonga del tercero exterior abrió la puerta de la calle y me miró al ver la escenita se quedó petrificada, con cara de pánico...

La chica se separó de mí violentamente hacia atrás y allí me quedé yo, delante de la Karen del visillo, empalmado como un verraco, con la bragueta bajada y un volumen interior tan espeluznante que, al verlo, va, la muy pedorra y se desmaya, rebotándole la cabeza dos veces en el suelo...

Carmen, muy asustada, salió disparada hacia su casa (nunca imaginé que pudiera subir las escaleras tan rápido, con aquellas piernecillas cortas y aquel tafanario espectacular que tenía...).

Yo no salía de mi estupefacción por lo que acababa de acaecer... Sólo le daba vueltas en mi cabeza a la idea de que la pobre mujer quizás se habría matado del golpetazo contra el suelo... Y sin dudarlo un instante, cogí, me agaché, le puse el oído en el pecho para ver si se escuchaba su corazón y, al ver que le latía, me serené un poco y hasta me puse a pensar en lo duras que tenía las tetas la buena señora y entonces ocurrió lo peor: ¡Apareció su marido! (imaginad la escena) y me pilló, con su mujer inconsciente en el suelo, visiblemente empalmado, con la bragueta abierta, tumbado sobre ella, mojándole la camisa a la altura del pezón, con la baba que aún tenía en mi barbilla por los besos de la otra... ¡Bueno...! Me dio hostias hasta en la foto del carnet de conducir y lo peor: Terminó su desahogo propinándome una patada donde ya os podéis imaginar... (Esta fue la primera vez en que agradecí a la madre naturaleza la desmesura de mi miembro; porque, al ser tan grande mi pene y mi glande (grande y glande riman... jijijiji...), hicieron de amortiguador y protegieron entrambos a mis cataplines, que podrían haber fenecido en la batalla...

Afortunadamente, los vecinos llamaron a la policía cuando escucharon los gritos, y fue ya en la comisaría donde finalmente se pudo aclarar todo lo sucedido...

A la mujer, se la llevó el SUMA 112 y no hacía más que decir a los médicos que había visto cómo salía un “Alien” de mi cuerpo, por mi vientre... ¡En fin...! Creo que con el tratamiento está mejorando...

Yo tardé cinco semanas en recuperarme del palizón que me propinó aquel energúmeno. Para sobrellevar la convalecencia, y para lavar también su conciencia, Carmen me regaló un libro muy bonito con un título romántico y poético donde los haya: "Métela hondo y hasta el fondo" (Creo que el autor es un monje budista, basándose en la enseñanza del Kãma-sūtra-mãdre...).

 

La verdad es que la chica, cada vez que bajaba a verme, me hacía todas las cosas tal y como si fuera yo mismo... Yo creía que era un milagro el haber encontrado a alguien que conociera con tanta precisión mis gustos y preferencias eróticas (hubo días de gastar un paquete de tissús de 100 hojas, para adecentarnos y no chorrear el suelo al ir a la ducha) y, de ese modo, empezó a nacer en mí un amor romántico, a pesar de que algunos de sus hábitos dejaban bastante que desear, en lo higiénico... Pero, yo la perdonaba porque, en el fragor de la contienda, un cuesco casi huele a ambrosía...

Ella se empeñaba en querer hacer lo que me hizo, en su día, aquella pobre chica a la que ensarté y me quedé enganchado, hasta que me la arrancaron en el hospital... Yo le conté el suceso para prevenirla y aproveché para preguntarle qué ¿Cómo podía conocer con tanta precisión mis preferencias en el juego pajotero...?

¡Oído y atención a la respuesta...!

Me espetó: <<Porque llevo más de un año matándome a pajas, mirando desde mi ventana, en tu espejo, cómo te las haces tú...>>

Aunque me reí en el momento, fue un poco doloroso notar que su admiración por mí y su aspiración personal se basaban de nuevo en las bajas pasiones y no en el amor noble y puro al que yo aspiraba... ¡Qué le vamos a hacer...!

Los pocos ratos, en que me quedaba solo, los dedicaba a leer el libro; pero, como solía estar agotado, me quedaba dormido y avanzaba muy despacio en aquella penetración en el seno de la literatura, vetada para mí, por mi estado de agotamiento permanente...

Llegando San Jorge, ya bajaba yo a la calle y, la víspera, me fui a comprar una rosa roja y un libro para mi lasciva amiga. En mi anacrónico romanticismo, pensé que podría llamarle la atención un libro de poesía y busqué un clásico para la ocasión... Me dije... ¡Ya lo tengo! Le voy a comprar "Poemario Antológico de José Espronceda" (cuando lea "Con cien cañones por banda..." seguro que quiere casarse conmigo...).

Llegó el día señalado y yo, muy ufano, con mi rosa roja del Mercadona y mi Poemario, subí a entregárselos a Carmen con intención de invitarla a comer... Llamo al timbre, abre la puerta y aparece en paños menores, no... ¡ínfimos! y entorna la puerta tras de sí, como queriendo evitar que se viera quién había dentro... Pero, empinándome, alcancé a divisar que había un maromo, con su triste pene inhiesto, mal oculto tras su mano, que nos miraba perplejo...

Guardé silencio, me di media vuelta y entré en mi casa... Al cerrar la puerta, me senté en la cama y recapacité en lo acababa de ocurrirme y me di cuenta de que no le había entregado ni el libro, ni el puto capullo de rosa que le había comprado... Y pensé que estaba como el de la canción de Joaquín Krahe (Ya sabéis: “Y yo con mi capullo hice el gilipollas, madre”…), aunque terminé diciéndome resignado: ¡Jaimito! ¡Eres un capullo “de libro”...!

Pues, amigos lectores, de nuevo me quedé sin saborear las mieles del amor verdadero, aunque ,eso sí, Carmen, cuando estaba conmigo, siempre tenía las bragas "para sembrar arroz"... Sí, amigos, sí... Como la puta Albufera... ¡Siempre, empapadas!

Y es que, aunque el sexo no me falta (y, si me falta, me apaño)... ¡No sirvo para el amor!

Y los cabrones de los amigos siguen diciéndome que miento... Y yo, resignado, les digo: Sí, sí... ¡Soy Jaimito, “El Mentiroso"! Jajajaja…

 

To be continued!

 

El Perurena


El beso robado.

 


Traté de controlarme, pero no pude. Tenerte al frente mío en esa área aislada sin que nadie se acercase fue un ataque mortal a mi compostura. Te arrinconé en la esquina, evitando que te movieras, aunque no era necesario, tu asombro te paralizó; enmudeciste. Tu mirada me preguntaba qué estaba sucediendo, qué estaba haciendo. Te acaricié ambos hombros sin decir una sola palabra. Sólo te admiraba y en mi embriaguez, intoxicado por tu belleza, me di cuenta de lo que había hecho. Te abracé con fuerza mientras ocultaba mi rostro en tu cuello, sintiendo tus sedosos cabellos acariciarme. Ya había dado el paso, no había vuelta atrás. Acercando mi boca a tu oído, rozando mis labios por tu piel, respirando profundamente sobre tu ser te susurré las palabras que llevaban ahogándome desde hacía un año “te deseo con todas mis fuerzas”.

Respiré sobre tu cuello, aun abrazándote, inhalando aún tu aroma, sintiendo tu calor, sintiendo la presión de tu pecho sobre el mío. Trataste de moverte, pero más fue por instinto que por rechazo y sentí la humedad en tu rostro, sentí tus lagrimas rodando suavemente por tus mejillas. Con mis ojos cerrados, sin borrar la imagen de tu dulce cara, dejé que mis labios tomaran esas gotas de sabor salado que provenían de tus preciosos ojos. Lentamente las iba saboreando una a una y mientras lo hacía sentía como tu respiración se hacía más profunda y entrecortada, sentía los latidos de tu corazón aumentando de velocidad haciendo eco de mis propios latidos y fue entonces cuando volví a decirte “te deseo, te deseo con todas mis fuerzas”.

No te permití reaccionar. Presioné mis labios sobre los tuyos, aprovechando tu estado de asombro e incredibilidad. Sentí tus manos apretar mi espalda mientras tu boca comenzaba a contestar mi atrevimiento, rindiendo tus labios a los míos, entregándome un largo beso el cual ya yo te había robado.

Un año ha pasado desde que comenzamos a trabajar en el mismo piso de la planta, un año de intercambiar sólo miradas, las cuales inconscientemente decían, sin aún nosotros saberlo, lo mucho que nos deseábamos. Ahora entiendo porque nos evitábamos, porque no intercambiábamos palabras en esos pasillos; ni tan siquiera un frío saludo se cruzaba entre nosotros. Ambos tratábamos silenciosamente de defendernos de nuestros ardientes deseos, recordándonos que ambos estamos casados y ambos tenemos hijos.

No deseaba apartarme de ti, quería seguir bebiendo la pasión que emanaba de tu boca, pero al escuchar que alguien se acercaba, retiré tristemente mis labios de los tuyos y sin apartar mi mirada de tus dulces ojos, te sonreí y miraste al suelo mientras sonreías también. Me di media vuelta y regresé a mi oficina sin borrar tu imagen de mi mente, aun saboreando la humedad de tus labios. Abrí la gaveta de mi escritorio y tome el libro de poemas La Flor del Mal de Charles Baudelaire, libro que seguramente fue el que me inspiro para tal atrevido acto.  Tomé un sobre de correos internos y coloqué el libro dentro, junto a una simple nota: 'Un obsequio'. Me emocioné cuando, más tarde, pasaste cerca de mi escritorio y mirándome, sonreíste levemente antes de mover tus labios disimuladamente formando una sola palabra, “gracias.” Note que tenías el libro en tu mano. Sonreí también.

Ahora, en la oscuridad de mi recamara, con mi esposa durmiendo a mi lado, los niños en sus cuartos, el recuerdo de ese beso sigue fresco en mi memoria, deseando tenerte nuevamente entre mis brazos mientras te arrebato otro apasionado beso. Te buscaré en las esquinas, en los solitarios pasillos de la planta, en los solitarios pasillos de la planta, en los lugares donde al menos pueda rozar tu piel y sentir el toque de tu cuerpo. La semilla del deseo que por un año había estado germinando en lo más profundo de nuestros cuerpos finalmente ha roto el último nivel de restricción que tenía para finalmente ver la luz de la pasión y emprender el camino hacia el clímax de dos inevitables amantes.


Efraín Nadal De Choudens




El libro de la vida.

 




Si no lees en un girasol la respuesta que buscas...

Si una piedra no te grita los sonidos que contiene...

Si las hojas de la hierba no te corean el canto de la vida...

Si una leve brizna no te trae una nueva canción...

Si el sol entrando por tu ventana no ilumina tu espíritu...

Si una gota de agua no te revela sus secretos...

Si un cristal de hielo calla sus voces...

Si llueve en silencios...

Si los rayos del sol no te producen ningún sonido...

Si no entiendes la danza de los cisnes....

Si nada de esto ves y nada de esto comprendes...

No has leído el libro de la vida.




Hollman Barrero

El Sembrador

Colombia Copyright



WolfWE. Helena I. Toma y daca.

Fertility Insititute of San Diego, La Jolla
San Diego, Califormia.
EE. UU.


¿Qué habrá retrasado a Aldus? Él nunca viene tarde a una cita.

Esos y muchos otros pensamientos invadían la mente de la mujer que esperaba de pie en el salón de espera. Ella era alta, de cabello negro, alta y su figura era imponente. Vestía pantalón y saco de vestir, con una blusa blanca que discretamente ocultaba su busto y que destacaba el porta identificadores que llevaba colgado en el cuello con un collar. Pero lo que más se notaba de ella no era su piel color canela, ni su largo cabello negro, ni sus labios carnosos. Porque a pesar de usar traje, o debido a ello, se notaba que era musculosa y estaba notablemente tonificada.

Ya la mente de la mujer iba a volver a rotar las mismas preguntas cuando por el corredor un enorme hombre se acercó con un paso firme y seguro. Él vestía informal, con una camiseta, un pantalón de mezclilla y tenis sin medias, usaba una gorra de béisbol para cubrir su cabello y mantenía la vista baja para no ser observado. Pero lo que volvía de cabeza a algunos que lo observaban es que a pesar de ser tan alto no era mal parecido y su musculatura estaba balanceada con su altura.

Ella esperó a que él se acercara, cuando ambos estuvieron al alcance él bajó la cabeza y ambos se besaron en la mejilla, eso lo tranquilizó. En silencio ella lo tomó de la mano y con una seña a la recepcionista ambos desaparecieron de la sala de espera e ingresaron a uno de las oficinas de atención médica que convenientemente estaba vacía.

—Buenas. Llegas tarde, Aldus— reclamó la mujer mientras tomaba asiento frente a él en el puesto de atención médica.

—Buenos días, Helena. Mira, lo siento. Tenía que encontrar a alguien que cuidara a Nela. Por dicha Berly se va a quedar un rato por la ciudad, así que se ofreció. Tenía que llevarla a su apartamento antes de venir acá, tráfico.

—Fuiste tú el que me llamaste a mi— reclamó la mujer con autoridad. —Deberías ser más consciente, mi tiempo es muy limitado. 

—Te recuerdo que fuiste tú la que sugirió la clínica. El campo de tiro está más cerca.

Helena bufó de enojo, esperó a que se sentara y comentó.

—Ya estamos aquí. Dime, ¿qué es tan urgente que me llamaste con tan poca anticipación? ¿Y qué no podíamos tratar por teléfono?

—Amatista regresó dos días antes de la fecha del intercambio de custodia.

Ella guardó silencio, extrajo su teléfono, con sus dedos buscó información en él y suspiró.

—Amatista Fernanda Leiton y Rodríguez de la Piedra. La menor de todas las Hermanas de la Piedra. Según la Agencia ha estado en conversaciones con varios carteles a lo largo y ancho de California en el último par de meses. Es algo descuidada, pero por la forma en que conversa es difícil sacarle evidencia, pero es muy fácil de rastrear. Te recomendaría que te alejaras de ella lo antes posible, pero si estás aquí es porque ella ocupa algo y por ende tú ocupas algo.

—¡Si!— reclamó Aldus entre dientes. —Anoche ella y Berly se conocieron.

     —Supongo que “La Armenia” le pegó una bofetada en cuanto la conoció.

—¿Cómo lo supiste?

—Ya te dije, Amatista deja muchas pistas. En las redes sociales aparece super enojada y subió fotos del moretón en el cachete. ¿Ya la puso en la lista de muerte de la familia?

—La amenazó con ponerla…

—¿Y no te da miedo dejar a tu hija con un blanco de las Hermanas de la Piedra?

—No— exclamó Aldus algo nervioso. —Ningún golpe se puede dar sin la aprobación de la Señora Esmeralda.

—Si, Mamá Piedra debe dar la orden. Entonces, ¿me vas a pedir protección para Berly?

—¡No!

—¿Entonces qué hago yo aquí?

—Amatista ocupa regresar a México, ¡ya!

—¡Oh, cielos!— exclamó la mujer mientras se dejaba caer en la silla. —¿Al menos te comentó que estupidez hizo ahora?

—Me dijo que “retocó” unos libros y qué tiene el “mandado” en unas llaves encriptadas. 

—¡Criptomonedas!— exclamó Helena, se llevó la mano a la cabeza y negó lentamente. Ella sabía el significado de lo que había dicho Aldus, sabía lo que pasaría después. Pero en ese momento Aldus reclamó nervioso.

—Helena, ¡eres de Seguridad Nacional! Tiene que haber algo que puedas hacer.

—En lo personal no puedo hacer nada— reclamó la mujer mientras revisaba su teléfono. —Si todo el rastro de las personas con la que se reunió es cierto, ella se hizo de enemigo a la mitad de los carteles de Costa Oeste en menos de un trimestre. O se cree muy lista o es muy estúpida para no darse cuenta.

—¡Ambos! ¿Qué es lo que recomiendas?

—¡Qué la dejes morir! Eso es lo que se merece. Esa es mi recomendación.

—¡No puedo hacer eso! Si ella se muere, La Señora Esmeralda me va a arrancar los huevos para dárselos de comer a sus perros, antes de matarme.

—¡Ok! Déjame pensar.

Ella se puso a revisar su teléfono mientras Aldus bajaba la cabeza y la ponía entre sus manos, se veía muy nervioso. De pronto, ella abrió los ojos y reparó en un detalle.

—Aldus, ¿estás trabajando para la CLAA, verdad?

—Si, ¿por qué?

—Eso quiere decir que tienes que ir a México, ¿en dos semanas?

—¡Si! Tengo que asistir a un evento en la capital estatal, me lo confirman en tres días. Además, debo asistir a las grabaciones para el próximo trimestre. Voy a permanecer dos semanas ahí.

—Ok, adelanta tu viaje y llévate a Amatista contigo. Ellos buscan a una mujer, no a un grupo. Hay varias casas seguras en las inmediaciones, te enviaré la información al correo. Usa la ruta terrestre para pasar la frontera. Voy a hablar con el supervisor, creo que te podemos dar tres días de gracia para salir del país, sin preguntas y sin problemas.

—¿Tres días? Eso no me da tiempo para encontrar a alguien que cuide a mi hija.

—Invita a “La Armenia”, que ella cuide a Nela y se van todos juntos a México. Entre más sean, mejor.

—Nela va a alegrarse mucho cuando sepa que va a volver a ver a la abuela. ¿Pero, no se si Berly va a aceptar?

—Ella es actriz, está de “vacaciones”, lo que significa que no tiene proyectos ni empleo hasta que le den luz verde a la siguiente temporada de la serie en que trabaja, si es que se la dan. Te garantizo que irá contigo, con gusto. Solo mantengan el perfil bajo hasta que lleguen a destino.

—Muchas gracias, Helena. No sabes cuanto te agradezco lo que estás haciendo. Me salvaste.

Cuando Aldus se levantó para darle la mano pero Helena negó con la mano. Por esto, él suspiró y volvió a tomar asiento.

—¿Vas a pedir algo a cambio?

—Por supuesto, Aldus. Yo no hago favores gratis, menos de este calibre. Está bien que seas mi informante estrella, pero esto que me pides es mucho. ¡Tienes que darme algo a cambio!

Para sorpresa de Aldus, la mujer registró la gaveta del escritorio donde se encontraba, tomó un frasco y lo puso frente a él.

—¿Y el frasco es para?

—Verás… —reclamó Helena con pena. —Mónica se fue de vacaciones con su familia, varias de sus hermanas y primas le mostraron sus hijos. Parece que todas dieron a luz al mismo tiempo. ¿Sabes qué sucede cuando una mujer con pareja está en contacto con muchos niños? ¿Y es como Mónica?

—¡Un momento! Monique te convenció de tener hijos. Esa no la veía venir.

—Deja de reír, idiota.

Helena no pudo ocultar su malhumor cuando Aldus estalló en carcajadas al enterarse de la situación. Ella bufó en silencio, esperó a que él se calmara y que con una sonrisa mordaz comentara.

—Sabes que para tener bebes se ocupa del varón, ¿verdad?

—¡Si, lo sé!— reclamó Helena entre dientes.

Helena se puso roja de la cólera al ver que él continuaba riendo. Pero antes de que estallara en gritos, Aldus puso su mano al frente y aceptó con la cabeza.

—Está bien, Helena. Tenemos cuanto, ¿dos, tres años de conocernos? Desde que me volví tu topo me has salvado de muchas a mi y a mi hija. Esto no paga lo mucho que te debemos.

Helena se calmó, observó como Aldus tomó el frasco y lo sujetó entre sus enormes manos. Por eso ella bajó la cabeza y respondió con humildad.

—No conocemos muchos “varones”, Aldus; eres uno de los pocos que no le importa lo que Mónica y yo compartimos. Así que si lo haces, da por seguro que te lo agradeceremos mucho.

—Muy bien, entonces saliendo del cuarto voy al mostrador, entro al cuarto, hago lo mío y entregó el frasco. ¿Alguna otra cosa más?

—Avísame cuando salgas del país. ¡Y por cierto…


Aldus escuchó su teléfono sonar varias veces. Cuando lo sacó para confirmar, no pudo creer lo que veía. Había frente a él al menos una docena de fotos y un video donde Helena y Mónica hacían el amor apasionadamente, solas o en compañía, sus cuerpos se fundian en un apasionado y sensual areebato de pasion, cada vez mas candente. Visiblemente sorprendido y sonrojado, este reclamó.

—¿Helena, por qué me envías esto? ¡Sabes qué es sexting! No hay necesidad.

—Mónica es “estricta” con respecto a estas cosas, ella cree que el aprendizaje está en todas las fases, desde la gestación hasta la vejez. Así que fue muy clara, si vas a hacerlo tenemos que estar presentes de alguna forma.

—Mónica siempre ha estado como quiere, es una belleza que quita el aliento. Pero tú eres muy hermosa Helena, incluyendo los músculos. ¡Nos vemos!

La mujer se sonrojó con su despedida. Él guardó su teléfono, se levantó del asiento, le dio la mano como despedida y salió por la puerta. Al hacerlo, Helena ocultó su cara con las manos y comenzó a gritar de vergüenza por lo que había hecho y le había dicho.




El reloj de oro.

                            

Al dirigirme a la parada del autobús cercana para ir al trabajo, pasaba todas las mañanas por delante de la puerta. Era una tienda de relojero pequeña y un poco sombría. A veces, sobre todo temprano los viernes, me paré ante el exiguo escaparate. Me relajaba un rato mirando relojes, muchos de ellos modelos bastante avejentados, emparejados a su vez con otros de diseño más moderno. Los más antiguos resaltaban especialmente por sus llamativos lustres dorados. 


Un día me detuve y observé que entre el variopinto muestrario destacaba un estuche abierto donde se exponía un llamativo reloj de pulsera que se publicitaba como de oro, a un precio ridículo para su supuesto valor: apenas unos cuantos euros. Me eché a reír y di en pensar que se trataba claramente de un fraude, o de una broma pesada, o bien de un reclamo para atraerse la atención de paseantes y curiosos para lucrarse con la venta del resto de la exposición.

Avancé unos pasos… De pronto, interrumpí la marcha y volví sobre mis pies, decidido a entrar en la tienda y preguntar sobre el reloj que atrajo mi curiosidad.

Al empujar la cancela, sonó una campanilla que alertó de mi presencia. Al momento, apareció un hombrecillo bajito, delgaducho, de incipiente calvicie; de ojillos huidizos, de mirada torva y desconfiada.

—Usted dirá… —pronunció de manera adusta, displicente el gesto.

—¡Hola! —exclamé contrariado, con destemple—. Mire, estoy interesado en ese reloj de oro de la vitrina —añadí sin apartar la vista, señalando con el dedo por encima de mi hombro izquierdo—. Me llama la atención que, siendo de tanta valía, cueste aparentemente tan poco —recalqué con sorna—. A lo mejor no es…

—¿De oro? —se apresuró en contestar—. Es auténtico, compacto; de una pieza.

—¿Y cómo se explica que a ese precio todavía no se haya vendido?

Sonrió, no sin sarcasmo. A continuación, expresó lo siguiente:

—Como comprenderá, son muchas las personas que se han interesado por él, pero todas decidieron no comprarlo. Tras enterarse de su poder, se retractaron.

—¿Poder? ¿Qué poder?

—Bueno, llamémosle “capacidades” especiales.

—¿Cuáles?

—¿Usted lo compraría? —preguntó cortante, sin titubeos.

—Si está dispuesto a explicarme todos los enigmas que rodean el caso, puede que sí. Por lo visto, se está creando todo un halo de misterio en torno… Quizás no supe aclarar lo que pretendía y resulta que, indirectamente, provoqué esta confusión. Disculpe mi torpeza.

—No, no tiene nada que reprocharse; su actitud ha sido la correcta —puntuó—. El asunto es controvertido de por sí… No sé la razón por la que insisto en venderlo, dado que nadie está dispuesto a adquirirlo, a pesar de su mínimo coste… Está en lo cierto. A lo mejor es una imposición del destino.

—¿Y eso qué quiere decir?

—La gente, cuando escucha que el reloj marca el día exacto de la muerte de quien lo porta en su muñeca, se niega a formalizar la compra —manifestó con parsimonia—. Sale huyendo del local —concluyó.

—¿La muerte?  Extraño, ¿no? —aventuré confuso.

—No tan extraño como, en principio, pueda parecer. Pensemos en que todo esté predeterminado; por supuesto, incluido el final de esta vida. Las vibraciones se muestran; la energía es traducible. Singular, mas no improbable. Se juzga en base a coordenadas y parámetros asumidos… La existencia es un libro abierto cuyas siglas no sabemos interpretar. que no sabemos Bueno, ¿se queda con el reloj, ahora que revelé el secreto?

Reflexioné unos instantes, dudando; finalmente asentí con un movimiento de cabeza.

—¿Está seguro?

—Sí.

—Por favor, permita que sea yo el que se lo coloque y abroche.

Transcurrió mucho tiempo... Enfrenté más miedos que obstáculos reales, y terminé superándolos. La renovación era continua, como corresponde a las horas que pasan. Me obligué a tomar una perspectiva diferente; la confrontación de los pensamientos como forma de readaptación a los ciclos impulsados por las experiencias.

En mi caso, no se trató de una muerte física: sino la completa transformación del ser. Volver a la conciencia de un origen en el que la propia naturaleza se muestra en todo su esplendor.

Hoy comprendo que, aquel día, más que una decisión consciente, mi arrojo fue un acto de voluntad.

 

José Luis Benítez Sánchez.

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