Toc, toc… ¿Se puede?
Toc, toc… ¿Se puede?
Buenas tardes a todos;
Os aseguro que, para mí, como escritora, no hay mayor miedo al que me pueda enfrentar que al de llenar un folio en blanco. Quizás porque para los que amamos este mundo, es tan importante sentirnos leídos, que el no escribir algo que sea digno de vosotros, no hace otra cosa que producirme angustia, ansiedad y desasosiego.
Desde el 2019 no había vuelto a escribir hasta hoy 9 de septiembre donde una vez más he decidido abrirme en canal, sin ataduras ni cortapisas y siendo completamente yo.
Estoy llorando, sí; no podéis ver las lágrimas, pero creerme que es así. Ha transcurrido tanto tiempo, me han sucedido tantas cosas —buenas, y no tan buenas —, que no sé si habrán hecho que madurase y en mi forma de escribir se pueda apreciar, os lo juro que no lo sé. Me gustaría que me lo dijeseis, aunque libre estáis de hacerlo o no.
Pero no puedo engañarme y aun menos engañaros, y aunque hasta ahora no he encontrado “tiempo” para escribir, no puedo vivir sin hacerlo. Solamente escribiendo soy feliz, solamente creando historias me siento plena.
No voy a negar que el motivo, aparte de mi amor incondicional a la literatura, que va más allá del amor terrenal, ha sido el hecho de ver que en el blog de “La Revista de Todos” https://larevistadetodos.blogspot.com/, las visitas, han sido continúas. Y todos los que me conocéis ya sabéis lo importante que es para mí. Ya que es mi hija, la vuestra y la de Todos, porque por eso la bauticé con ese nombre “ La Revista de Todos”.
Y aunque me estoy planteando seriamente el asumir de nuevo la dirección, creo, que todavía he de esperar un poco para hacerlo con esa profesionalidad que siempre me ha acompañado.
Durante bastante meses he observado como las visitas a las entregas de “El regreso de Giselle/ Giselle it´s coming”, están aumentando sin yo darles publicidad, lo que permitirme pues que traduzca en que os sigue interesando la apasionada historia de Giselle, mi otro yo, mi alter ego; ese personaje real o ficticio que yo cree y que a la fecha sigue viviendo en mí y lo que hace que me sea complicado centrarme en mi nueva novela “No me leas, siénteme”, de la que me consta que muchos de vosotros habéis leído. Es por ese motivo, que vosotros y más que nadie os merecéis leer el origen, el nacimiento de Giselle Bayma en “Escorts, una semana en París”.
Esa historia que comencé a escribir en entregas solamente para darle un punto de erotismo a la revista y que sin saber cómo ni porqué se fue convirtiendo en el icono de la revista.
Quiero anunciaros que el próximo 6 de septiembre publicaré el primer capítulo de la novela y así cada viernes; para asegurarme tener una cita con vosotros y hacer que tengáis un fin de semana especial, distinto…
Ahora muchos no entenderéis el porqué, pero a partir de este viernes, me daréis la razón. Giselle ha sido, es y será mi mejor versión. Y aunque sé también que saldrán muchos “haters” a levantarme los pies del suelo, a difamarme y a insultarme de una manera gratuita; deciros que esta vez no vais a lograr ese objetivo que antaño, mentes cuadrículadas lograron.
No llevo ni diez minutos escribiendo y me acabo de dar cuenta que yo he madurado, pero hay algo que no ha cambiado en mí, el tener la facilidad en escribir lo que siento.
Me voy a despedir ya, no olvidéis que el próximo 6 de septiembre tenemos una cita.
Desde el respeto, y siempre desde la humildad espero que la historia de Giselle os haga ver la vida, como ella y muchas personas que ya han leído su vida, desde un prisma totalmente libre de prejuicios, lo hacen. Solo así, se puede entender y sentir su vida…
Os quiere
Eva Mª Maisanava Trobo
Pd: Si anunciaros que al ser una historia de la cual ya me pertenece íntegramente sus derechos, la publicación las haré en mi blog personal https://evamariamaisanava.blogspot.com/, desde ya, vuestra casa…
Por fin ya era viernes, ya quedaban escasas horas para dejar atrás esta vorágine de sentimientos y comenzar mi nueva vida, lejos de todo aquello que pudiera recordarme a Felipe.
Aunque ver como mi vientre crecía hacía imposible que por más que lo desease con todas mis fuerzas pudiese olvidarme de él.
Recogí mi escaso equipaje, saldé la cuenta del hotel y me dispuse a coger el autobús para ir a Madrid, en ese instante un lugareño se ofreció a llevarme a la ciudad pensando que no tenía posibles.
No acostumbro a cometer locuras de esa índole tan temeraria y sobre todo porque nunca he tenido necesidad de hacerlas. Siempre he tenido a un chofer a mi disposición para que me acercase a cualquier lugar.
—¡Cómo extraño en estos instantes a Roque! ¿Habrían averiguado mis padres que fue mi cómplice para organizar mi marcha?—.
Me cuesta creer que mi padre no haya hecho de las suyas para obligar a Roque a contarle la verdad; aunque si fuera un ápice inteligente sabría que lo único que hice es ir hacia donde el corazón me dictaba que debía de ir.
Matías, el señor que me llevó a Madrid, resultó ser el padre de Margarita. —¡El mundo es tan grande y a la vez tan pequeño—.
Por fortuna él no me conocía. Se le veía un hombre bastante confiado y noble, hasta tal punto que durante el trayecto me contó lo preocupado que estaba por su hija. Al parecer por más que Felipe intentaba olvidarme, no lo conseguía. Aunque conociéndole, sé de sobra que con lo responsable que él era, nunca dejaría desatendida a Margarita ni al hijo de ésta, pese a que él fuera un completo desgraciado.
Es injusto que siendo el amor un sentimiento tan grandioso, sea a la par tan imposible de alcanzar en ocasiones y máxime cuando hay factores ajenos a nuestro control. Aunque el verdadero amor está por encima de tener a la persona amada a tu lado. El amor: es abrir la jaula a un pajarillo y dejar que este vuele y se pose en su largo viaje de rama en rama, hasta que por sí solo, después de un agitado viaje regrese al nido donde sabe que le harán sentir como en ningún lugar visitado antes.
El padre de Margarita me llevó en su coche hasta la estación del Norte.
Llevaba mucho tiempo sin caminar por la Gran Vía y aunque el jaleo de la capital nunca me había gustado, ahora estaba disfrutando de un agradable paseo y deleitándome la vista con numerosos escaparates de negocios que llevaban años tras años abiertos.
Al llegar al hotel, me dirigí directamente a recepción y una vez allí —como bien me dijo el padrino—me acompañaron hasta mi habitación. Coloqué el escaso equipaje que llevaba conmigo, me di una ducha y descansé hasta la hora en la que había quedado con mi padrino para cenar. El diario que me regalo mi tata Aurora y en donde escribía casi a diario estaba quedándose sin hojas. Me habían sucedido durante todo este tiempo tantas cosas que apenas me quedaban diez escasas páginas para rellenarlo por completo. —¡Tantas vivencias tenía todavía por contar!—. No sé exactamente el tiempo que mi padrino se quedaría en la capital, pero seguramente que estaríamos todo el fin de semana y ya hasta el lunes no partiríamos rumbo a su casa, a un país donde exiliarnos. El ambiente en España era cada vez más insostenible, eran numerosos los rumores sobre una posible segunda guerra civil y que los días para el comienzo de ésta, estaban contados.
Pese al amor incondicional que como española sentía hacía mi patria, me veía obligada a partir y a emigrar, asegurándome así de que mi hijo naciese lejos de cualquier ambiente bélico.
A la hora de la cena, mi padrino llamo por teléfono a mi habitación. Bajé para reunirme con él, en el restaurante donde él ya se había encargado de reservar mesa.
—¡Dios mío, hace unos años eras una niña y ahora eres una auténtica mujer! ¿Cómo estás, princesa? El embarazo, sin duda, te sienta de maravilla. ¡Hace tanto tiempo que no te veía!— decía, mientras que me abrazaba efusivamente.
—Exactamente desde mi comunión. Ya han transcurrido muchos años y sin embargo los años no hacen mella en usted, padrino. ¡Está tan atractivo como siempre!
—¡Serás tunanta! Vaya que si han pasado Dulcinea. Ya empiezo a padecer los síntomas inevitables de la artrosis, hija. Pero... ¡Cuéntame! ¿Qué tal estás?
—¡Bien!, aunque sé que me va a regañar cuando lo sepa. He de confesarle que no he ido al especialista. Todo sucedió tan rápido desde que dejé el internado para regresar a Laussane, que con mi partida y todo lo vivido me he olvidado de algo tan vital e importante.
—¡Diantres, Dulcinea! ¡Has de ir de inmediato! En cuanto lleguemos a casa, te acompañaré al ginecólogo para asegurarme de que estás bien y que tú embarazo finalizará con un estupendo alumbramiento. Eres joven, fuerte, sana y seguro que mi ahijado será un bebé maravilloso. Sin duda será tan fuerte y luchadora como lo es su madre.
—¿Ahijado?¿Ya da por hecho que será el padrino?
—¡Hija... yo...!—
—¡Claro que sí, padrino! Lo será. ¡Quién mejor que usted! De mis padres no tengo noticia alguna, y aunque ahora se preocupasen, es tarde.
Además, ya sabe que por el bien de mi hijo, tendrá mejor porvenir siendo usted su padrino.
—Entonces así será, Dulcinea. Pero sentémonos. Vengo cansado de la reunión y he de ponerte al corriente de los tiempos de hostilidad que se avecinan en la capital y en el resto de España—.
Ver a mi padrino me dio esa momentánea paz que tanto necesitaba. Me comentó que la situación en España iba a cambiar drásticamente y que había visos de que diera comienzo una guerra civil casi de inmediato.
El próximo lunes sin falta partiríamos rumbo a su casa, dejando atrás todo tipo de recuerdos y empezando así una nueva vida. La de una madre coraje que haría lo imposible para que su hijo fuese por encima de todo: feliz.
Pasar los días en pleno encierro —salvo para salir a comer—, me mantenían en un completo estado de melancolía.
Necesitaba irme a Madrid cuanto antes, estar aquí solo me aportaba malos recuerdos.
En estos instantes y más que nunca desearía volver a mi infancia, ésa que en ocasiones rechazamos con absurdas pataletas y con ansias de tener una edad más adulta para dejar de estar bajo el yugo de los padres y hacer lo que en verdad deseamos. Y ahora que me veo envuelta en una situación non grata, desearía volver a esa infancia, en la que solo tenía la obligación de estudiar y poco más.
Añoraba a mi madre y me dolía no tener noticias suyas, no saber lo que sintió al leer la carta que la dejé antes de partir me consumía por dentro.
En su foro interno sé que hubiera salido en mi busca, y sin embargo ése al que tengo que llamar padre de seguro se lo impediría.
—¡Qué duro era ser mujer en aquella época en la que solo se esperaba de una el que fueses buena esposa, mejor madre y sobre todo saber mantener la boca cerrada!—.
Tener una mentalidad abierta en una época en la que todo el mundo que te rodea la tiene cerrada, es complicado.
Siento que he nacido en una época en la que no encuentro un lugar donde poder ser yo, sin tener que ser hipócrita y disimular.
Menos mal que este diario hace que en estos momentos pueda volcar todo lo que llevo en mi interior.
—¡Hasta consigue hacer las veces de psicólogo!—.
La rabia que me da es que por muchas hojas que rellene en este diario, jamás podrán ver la luz.
A nadie le interesaría conocer la vida de una futura marquesa, aunque lo único que difiera de una persona sin título sea quizás la economía, pero en contrapartida está el tener que estar pendiente siempre del que dirán y no poder ser como desearía.
En este preciso instante desearía ser esa sirvienta que gozó de la misma forma que yo lo hice en los brazos de Felipe. Ella, sin estudios, sin posición social, había conseguido tener lo que yo jamás tendría por mucho dinero y propiedades que tuviera en mi haber. Ella, había conseguido formar mi mayor anhelo, mi mayor sueño: una familia.
—¿Por qué el gran porcentaje de las personas piensan que tener estabilidad económica es sinónimo de ser feliz?—.
No voy a negar que ayuda y bastante. Pero no aporta la felicidad. Es más... con los años te das cuenta de que la felicidad como tal no existe, sino que son escasos momentos en los que te sientes feliz. Pero una felicidad completa es una utopía. Y siendo escritora y teniendo tanta sensibilidad, me atrevo a decir, que ser feliz es más complicado que sentirse incomprendida y en ocasiones hasta desdichada.
Ahora que estoy asomada a la ventana, resguardándome del día lluvioso, observo a varios niños saltando felizmente sobre los charcos sin importarles si se manchan o no; eso jamás lo pude hacer. Mi institutriz, mi adorada Aurora, nunca me hubiese permitido hacer nada que fuera impropio de una muchacha de mi condición social.
Añoro mi infancia, pero he de mirar hacia adelante. Escucho como llaman a la puerta, es el dueño del hotel. Me imagino que viene a traerme la tan esperada carta de mi padrino con noticias nuevas.
La conversación con Felipe me bajó de las nubes en la que en mi fantástico mundo había creado. Quizás el error de ser escritora es que siempre piensas que todo es posible —como lo es con mis personajes—, que con tan solo escribiendo unas cuantas letras son suficientes para hacerles felices o unos completos desgraciados.
Pero yo no era un personaje al que un escritor hace de su vida lo que quiere; yo era la dueña y señora de mi vida, la única responsable de que todo me fuera bien o mal.
Decidí poner tierra de por medio, no quería regresar a Laussane con la cabeza gacha. Aunque sé que tarde o temprano tendría que asumir mi destino, pero antes quería ordenar mis ideas e intentar que mis sentimientos hacia Felipe no me traicionasen haciendo que diese algún paso en falso.
Ya en la pensión decidí ponerme en contacto con mi padrino. En estos instantes él era la única persona en la que podría encontrar apoyo, cariño y sobre todo comprensión.
Dejar atrás mi casa en La Granja no era fácil. Pero por el bien de mi hijo y su futuro, era lo mejor.
Tal vez con el tiempo el amor llamaría de nuevo a mis puertas, pero de momento mi única prioridad era la vida que llevaba en mi interior.
Tenía todavía suficiente dinero para vivir cómodamente en la pensión, con la precaución de que ningún lugareño me viese.
Cogí mi diario —mi compañero de viajes, mi amigo fiel— y arranqué unas cuantas hojas para escribir en ellas una misiva a mi padrino, para ponerle al corriente de todo. La pondría al día siguiente en correos.
Estimado padrino;
No son gratas las letras que va a tener que leer, pues mis esperanzas de ser feliz se han resquebrajado.
Felipe, el hombre del que le hablé, el padre de mi hijo; durante mi ausencia cometió el tremendo error de dejarse llevar por el mundano placer dejando a una parroquiana en cinta.
Y desde luego que no tengo el valor de romper esa relación, y más cuando sé que hay una vida que está por venir y no es justo que esa personita crezca alejada de su padre.
—¡Lo sé, padrino!—, pensará que por qué mi hijo sí. Todo es tan complicado... Yo económicamente marcho bien y el dinero tapa y borra de un plumazo cualquier desdén; sin embargo, esa muchacha no es más que la sirvienta de los Duques de Alba y no tiene más que su escaso jornal que entrega en su casa.
Es por ese motivo que le escribo, para pedirle que me deje vivir una temporada con usted. Sé que no tendré suficiente vida para agradecerle lo que está haciendo por mí, pero mis padres, que son los que deberían apoyarme, no lo hacen.
Han transcurrido tres días tan solo desde que regrese a mi patria, pero pese al ambiente republicano que se vive en España, no deja de ser el país donde nací y en donde tengo los mejores recuerdos de mi infancia; ni en Laussane, ni en su casa —y ha de perdonarme— encontraré la tranquilidad espiritual que aquí siento.
Pero desde que me quedé en cinta, dejó de importarme mis sentimientos. Todo lo que hago y lo que me mueve es el amor incondicional que se despertó en mí, hacia mi hijo, desde el día que supe que se estaba formando dentro de mí. Solo por y para él sacaré fuerzas de donde no las tengo.
No quiero entretenerlo más padrino. Cuando le sea posible, conteste a estas cuantas letras, de ésta, su ahijada que tanto respeto y cariño le tiene.
Las lágrimas todavía resbalaban de una manera incontrolable por mis mejillas, el dolor ya estaba hecho.
Si tenía que odiar a alguien por sentir esta horrible desazón era única y exclusivamente a mi padre; él fue quien levanto el burdo bulo sobre mi muerte. Roque no era más que el transmisor, pero jamás el culpable.
De golpe y porrazo pasé de tener la esperanza de volver a verle y ser feliz, y ahora nada de lo anteriormente sentido tenía razón de ser.
Cuando me quedé en estado había madurado a golpes y ahora ya tenía claro que mi corazón estaría de por vida viviendo en el más absoluto hastío.
Tenía dudas de si hablar con él o dejar que él viviera sin saber la verdad; pero Roque, su padre, de no hacerlo yo, lo haría él mismo.
No podía decirse que me había sido infiel, porque no era conocedor de la verdad, ahora bien... si decía algo, aquella muchacha sufriría por amor.
—¿Qué es lo más correcto en el amor?, ¿ser egoísta o sentir como tuyo propio el dolor ajeno?—.
Decidí ser egoísta, más que por mí, por mi hijo. Era justo que él tuviera un padre, que viviera conmigo o no, eso, a estas alturas era una utopía. Pero no podía perdonarme que él creciese con la ausencia de un padre.
Observé por la ventana que la muchacha se alejaba de él. Felipe se dirigía a las caballerizas.
Aproveché ese instante para bajar con la firme intención de hablar con él, pero no pude reunir el valor suficiente.
Se quito la camisa de cuadros que llevaba y pude ver su torso desnudo. A la fecha no he conocido a nadie que le sienten tan bien los tejanos como le sentaban a él. Su cuerpo musculado no había cambiado en este tiempo.
Agazapada, detrás de la puerta de entrada a las caballerizas, pude observarle. A la par que sentía como el corazón me latía cada vez más rápidamente. Nunca me perdoné haberle observado —me parecía de cotillas—. Pero el amor te hace actuar como nunca hubieses pensado.
Se desvistió delante de mí sin saber que estaba presente y sentí como me ruborizaba. Hacía tanto tiempo que no le veía, que por un instante no sabía discernir de si estaba en un sueño o lo que mis retinas apreciaban no era sino una latente realidad.
Hacía calor, cogió la manguera y se refrescó con ella todo el cuerpo. Aquella visión consiguió excitarme de tal manera que por descuido me apoyé demasiado en la puerta en la que estaba oculta y el sonido que esta hizo captó su atención.
Se giró y pude verle completamente desnudo. No sabría afirmar quien de los dos sintió más vergüenza, si él o yo.
—¡Dulcinea! ¿Tú? ¿Viva?—, espetó con voz queda en un tono no muy agradable.
—¡Sí, Felipe!, soy yo.
—Pero... ¡No puede ser! —Cogió su ropa y se vistió.
Empezó a caminar de un lado hacia el otro, totalmente desconcertado y nervioso, diciendo: —Estás sufriendo una alucinación, el desayuno no te ha sentado bien, Felipe—. Se repetía una y otra vez queriéndose convencerse de que estaba en lo cierto.
—¡Felipe, calma!—. Soy yo. Mi padre se inventó el rumor de mi muerte para separarnos. Si quieres habla con tu padre y él te lo confirmará.
Ya empezaba a notársele más relajado.
Todavía no se me notaba el embarazo, pero si había en mí un resplandor, una belleza serena que me acompañaba desde entonces.
Mantuvimos la mejor conversación que se puede mantener entre dos adultos que se aman, mirándose a los ojos y en silencio, nuestros labios se unieron en un profundo beso que fue sin duda el mejor diálogo que pudimos sostener.
Esos besos que en un principio fueron castos, dieron paso a una pasión desbordada. Parecía como si el tiempo no hubiera pasado. El amor, no entiende de distancia ni tiempo, si en verdad es amor.
Sentir el roce de su piel, sus labios recorriéndome cada centímetro de mi cuerpo desnudo fue una sensación que desde aquel día en el establo de mi casa en Laussane no había experimentado y tampoco tenía intención de hacerlo sino era con él.
De repente, se apartó de mi lado y me dijo:
—¡Voy a ser padre, Dulcinea!
—¿Cómo sabes que estoy embarazada?
—¡¿Embarazada, tú, Dulcinea?!
No sabía si llorar, si arrebatarme la vida o maldecir mis instintos primarios por haberme dejado llevar y sentirme ahora como una auténtica cretina.
Nos sentamos y comenzó a hablar:
—Has de comprender. Yo no sabía que estabas viva. El día que me llegó la noticia, al caer la noche sentí que me moría, es más me fui a la tasca del pueblo y como un vulgar cosaco comencé a beber queriéndome quitar la vida. No pensaba, no sentía, no comprendía... No entendía mi vida sin ti. En ese instante apareció Margarita y llevándome de regreso a la hacienda, ya que no estaba en condiciones para conducir puesto que ni me tenía en pie. Pasó lo que, a la fecha, hoy me arrepiento. Cerré los ojos y me dejé llevar. Pronuncié tu nombre cuando la hice mía, la acaricié y la besé como si fueses tú y fruto de ese inoportuno y maldito devaneo imperdonable por mi parte, la dejé en cinta.
Es la hija de Doroteo, el capataz de los duques de Alba. Es una gran muchacha. Trabajadora, inocente, pero...
—¡¿Qué?!, no te calles. ¡Sigue!
—¡Que no la amo, Dulcinea! ¿Eso es lo que querías escuchar? ¡Si!, soy un maldito hombre que se dejó llevar por la entrepierna sin pensar en las jodidas consecuencias.
—¡Basta Felipe! Ya está todo dicho. Tú prosigue con tu vida al lado de Margarita. Tu hijo, será con el tiempo el futuro marqués de Sagasta, quizás algún día te busque y será el quien te pregunte por qué decidiste quedarte con ella y no a mi lado.
—¡Pero… Dulcinea!— espetó con la voz temblorosa y aquellos maravillosos ojos, ahora, estaban inyectados en sangre y llenos de lágrimas.
—No hay peros que valgan. Hasta siempre, Felipe. No olvides con quién estás hablando y ocupa el lugar que te corresponde. El de un simple peón de hacienda.
La rabia y la impotencia lograron que perdiera el saber estar que me caracterizaba, nublándome las entendederas y pronunciando esas palabras que de sobra sabía que habían causado el mismo efecto que una daga atravesándole el corazón
—¿Cómo se puede encajar una noticia así? ¿Cómo culparle cuando en realidad no sabía entonces la verdad? ¿Cómo interponerme y dejar que otro niño creciese sin padre?—
A fin de cuentas, yo era una mujer con un futuro económico bastante solvente y ella tan solo una sirvienta. Yo podía salir sola adelante.
Mi honra y apellido ya estaban más que manchados, pero no podía ser egoísta. Ella debía tener el apoyo de Felipe. Yo me marcharía lo más lejos posible.
Desprenderme de la tiara, el collar de perlas naturales y los pendientes de zafiro que me había dejado en herencia mi abuela me costó muchísimo. Pero estoy segura de que si estuviera viva y al saberme enamorada sería la primera en entenderlo.
Una casa de empeño en el centro de Suiza me dio el dinero suficiente como para pagarme el pasaje, hospedarme en un hotel y vivir holgadamente un tiempo.
No quería estar en la finca, de inmediato se lo pondrían en conocimiento a mi familia y eso era lo último que deseaba.
El día se me hizo eterno; comer, tener que estar de tertulia con las amigas de mi madre, leer, todo... se me hacía un mundo. Estaba como pérdida, mi único pensamiento era regresar a España para reencontrarme con Felipe.
En total complicidad con Roque, dejé un hatillo en las caballerizas y al punto de la madrugada él estaría esperando en la salida trasera del palacete para llevarme al aeropuerto.
No era fácil tomar esta decisión, pero si la mentalidad de mi familia fuera otra, nada de esto hubiera sucedido. Si hubieran aceptado mi amor hacia Felipe, ahora él estaría conmigo, cerca de su padre y no a punto de cometer la locura de casarse sin amor al creerme muerta.
Sé que mi partida a mí la madre le iba a doler más que el haber apoyado la decisión de enviarme al internado, y, sin embargo, para mí era un auténtico placer.
Me daba miedo el reencuentro con Felipe y el cómo reaccionaría. Pero como escribí anteriormente en este diario, no aceptaría vivir con la duda de que hubiera pasado si...
No tenía el valor de mirar a los ojos a mi madre, ella mejor que nadie me conocía y ahora lo más prioritario en mi vida era intentar frenar la boda de Felipe y huir de la mía propia. Fernando era un hombre convencional, único, especial tal vez; pero mi Felipe era sin lugar a duda el hombre de mi vida. Era esa persona que aparece en tu vida, que te llena, que te complementa y sientes que es una prolongación de tu propio yo. Felipe era mi alma gemela.
Antes de partir decidí escribir una carta a mi madre. Ahora que yo estaba esperando un hijo, entendía más que nunca el dolor que le causaría mi partida. Pero en lo más profundo de su corazón ella como madre tenía que entender que lo que me empujaba a tomar esa decisión era el amor. El amor incondicional hacia mi hijo y hacia su padre.
Sé que lloraría, sé que dejaría de conciliar el sueño, pero también sé que no hubiese sido capaz de marcharme sin ponérselo en conocimiento mediante palabras, que sabe Dios que me hubiera gustado pronunciar en lugar de tenerlas que silenciar escribiéndolas en un papel.
Abrí el secreter que tenía en mi habitación, cogí unas cuantas cuartillas, la pluma y el tintero para comenzar a escribir la misiva…
Querida madre;
Tenerla
que escribir esta misiva es cuanto menos doloroso.
Pero
sabe mejor que nadie que cuando el amor se mete en tus entrañas, cuando vives
por y para esa persona, cuando sientes que el aire te falta, cuando te sientes
inundada de amor... la razón nunca aboga con los sentimientos.
Amo a Felipe como jamás he amado a nadie. Aunque tal vez por desgracia no conozca el significado del amor. Salvo el amor incondicional que sé que siente hacia mí. Me consta las lágrimas que ése al que tengo que llamar padre y respetar como tal le ha causado.
Pero Felipe gracias al altísimo es diferente a padre.
Es desde su humildad, desde su desconocimiento del protocolo y carencia de títulos, el hombre con el que quiero pasar el resto de mis días.
Cuando lea esta carta estaré muy lejos. Estaré bien, no me faltará de nada, salvo vuestra comprensión…
No trato de exonerar mis faltas, pero unos padres no pueden pretender criar a sus hijos a su imagen y semejanza. A un hijo se le puede aconsejar, intentar reconducir si a éste se le ve en peligro, pero es él quien debe con el tiempo coger el rumbo de su propia vida y volar en esa dirección.
Tal vez se estrelle, tal vez se equivoque, pero solamente errando se aprende a vivir.
Trataré de ponerme en contacto con usted lo más pronto que pueda.
Con
afectuoso amor de su hija, que le adora.
Dulcinea
Dejé la carta debajo de la almohada, sabía que Aurora al hacer mis aposentos la vería y se la entregaría a mi madre de inmediato.
Aunque llena de dolor e impotencia me iba, pero con la conciencia tranquila al poner en conocimiento a mi madre del porqué de mi huida.
Llevo años escribiendo, la literatura es mi vida y sin embargo escribir en ocasiones duele.
Los días iban pasando, al igual que iban transcurriendo los días de gestación. Soy feliz, cierto; pero la maternidad me asusta, tanto o más como tener que contraer matrimonio con Fernando.
Su comportamiento para conmigo es de lo más correcto, se esmera en agradarme, en que vea la vida como algo maravilloso y sin embargo no puedo evitar pensar en Felipe.
Yo estoy preparada para vivir en un completo hastío, pero no soporto hacerme a la idea de que Felipe pueda amar a otra mujer, me cuesta creer que me haya olvidado. Aunque sólo yacimos una vez, habíamos crecido juntos, nuestra relación estaba forjada por muchos años de amistad, de complicidad y me negaba por completo a creer que todo se había quedado en cenizas.
Nada perdía si intentaba ponerme en contacto con su padre. Él todavía seguía trabajando para nosotros. Tal vez él podría hacerme el favor de entregarle una misiva.
No podía vivir con la duda de que hubiera pasado si…
Nuestros corazones y nuestras almas estaban destinadas a estar el resto de nuestros días juntos. De alguna forma tendría que saber que estaba viva. Y si después de saberlo todavía quería casarse ya solo me quedaría luchar por mi hijo y porque éste en su día conociese la verdad.
Aprovechando que mi padre y Fernando habían viajado a Roma por orden de Alfonso XIII, bajé a las caballerizas con la firme intención de encontrarme con Roque, el padre de Felipe.Le vi de lejos, le llamé y al verme se paró en seco. Por su cara pude darme cuenta de que me miraba como si fuese una aparición, como si no creyera que era yo, su pequeña Dulcinea, esa niña a la que enseñó a montar a caballo.
Me miró impávido y terminó confesándome que durante mi ausencia le habían dicho que había fallecido, y que fue él quien le dio la noticia a su hijo.
—¡No me lo podía
creer!—, no entendía como había creído algo así, ahora ya me daba cuenta de lo
lejos que era capaz de llegar mi padre con tal de separarme de Felipe y de todo
su entorno!
Lo extraño era
que no hubiera mandado a Roque a trabajar con su hijo a España. Pero era
complicado ya que Roque, era el mejor capataz que podía tener. La tercera
generación a cargo de las tierras. Había nacido entre ellas una noche aciaga de
primavera y nadie mejor que él conocía y defendería las tierras como si fueran
suyas propias.
Al final terminó
pidiéndome perdón por su error. Error que estaba a punto no solo de separarle
de mí, sino de empujar a su hijo a la desgracia.
Quería ir a
España, no podía permitir que diera un paso así, no me bastaba con una misiva
que seguramente mi padre interceptaría.
Tenía que buscar alguna manera para ir a su encuentro. El embarazo lo llevaba muy bien, el mayor problema era el monetario. Para poder conseguir dinero para el pasaje tenía que vender algunas joyas que mi abuela me dejó en herencia y hacer esto me partía el alma; sería como vender el recuerdo de quien tan bien me quiso.
Pero ya lo tenía más que decidido, en esta vida todo pasaba por algo. Y ese algo, pese al dolor, era la impotencia de que nunca encajaría vivir sin decirle que estaba viva.
Gracias al fingido cambio de mi actitud, conseguí que mi padre se apiadase de mí y aceptó de buen grado la propuesta que la marquesa le hizo.
En lugar de quedarme en casa de la marquesa para dar a luz en clandestinidad, les pareció bien que el hijo de la marquesa —militar e incapacitado para tener hijos debido a que en unos ejercicios militares tuvo un accidente—y conocido por mi padre, se viniera conmigo a Laussane, para así poder estar cerca de mi madre y arropada por el servicio y recibiendo las mil atenciones de mi tan querida y extrañada Aurora.
Fernando, mi futuro prometido, era un hombre afable, correcto, pero insulso. Aunque no deseaba, ni me imaginaba tenerle que hacer feliz en el lecho, éste, con su actitud me demostraba que no me iba a exigir tal sacrificio. Gesto que le honraba, puesto que no estaba dispuesta a que ningún hombre me tocase.
A mi regreso a Laussane y después de la mirada escrutadora y hostil que mi padre me dedicó, pude recibir, aunque a escondidas el cálido abrazo de mi madre. —¡Cuánto la extrañaba!—. Pese a su falta de carácter por temor a las represalias de mi padre, no dejaba de ser mi madre. La madre que me trajo a este mundo entre algodones y que con el tiempo me daría cuenta de que el comportamiento abnegado de mi madre era para que pudiera estar a su lado. Ahora que yo iba a pasar por el trance de la maternidad y que iba a contraer nupcias sin sentir amor hacia Fernando; comprendía que todo silencio, sacrificio y sumisión, era el mismo que yo iba a poner en práctica. Todo porque no me separasen de mi hijo.
Estando ya de tres meses, el malestar que tenía cada mañana comenzaba a remitir. La tranquilidad, el sosiego y la belleza se hacían presentes en mi vida y en mí. Estaba propuesto que contrajera nupcias el mismo día que Felipe se iba a casar.
—¡Le dijeron que había muerto!—.
—¡Me sentí morir!—, quería ir a verle, decirle que en mi vientre albergaba el fruto de aquella noche. Y, sin embargo, si quería que mi embarazo fuese a buen puerto, tenía que intentar olvidar el amor que por vida sentiría hacía él.
El único consuelo que me quedaba era saber que parte de él me iba acompañar el resto de mis días.
Tal vez tendría los hoyuelos de Felipe y esa mirada que me enamoró, tal vez algún día y de algún modo pueda decirle: —¡Felipe, éste es nuestro hijo!—.