viernes, 21 de febrero de 2025

Gracias a todos...

 

Buenos días, tardes o noches a todos:

Como es habitual después de cada especial, siempre me gusta escribir unas palabras para daros las gracias por acceder al blog y leernos. 

Gracias a todos... 


El pasado viernes 14 de febrero, la revista tuvo 234.025 visitas. Hoy, 240.272, es decir, 6.247 visitas más.  

Es cierto que muchas de ellas llegan gracias a ciertos algoritmos que, por un motivo u otro, dirigen tráfico a la revista. De hecho, un gran porcentaje proviene de Singapur, Alemania, Australia… Y os aseguro que no creo que nos lean desde allí, pero da igual; suman visitas y puede que alguna sí sea real.

Aunque el blog tiene la geolocalización activada, no siempre es precisa. Si os conectáis desde el móvil, la dirección IP varía dependiendo de si usáis WiFi o datos. Pero dejando a un lado cifras, algoritmos y demás términos un tanto tediosos, quiero daros las gracias una vez más por leernos.

Como ya sabéis, el próximo especial será en #SantJordi. Para mí es el día más importante del año junto con el día de mi cumpleaños y poder celebrarlo con todos vosotros, es algo, que a mi equipo y a mí, nos hace sinceramente muy felices.

Aprovecho para comunicaros que, hasta ahora, la revista realizaba los siguientes especiales: San Valentín, Sant Jordi, el aniversario del La Revista de Todos que es: el 30 de agosto y el especial de Navidad. Pues bien, este año, si la salud de mis padres se mantiene y más o menos “mis dolores”, me lo permiten. Se hará un especial en Junio y otro en Octubre, para intentar que sea cada dos meses aproximadamente.  

De este modo, podré organizar mejor el tiempo para editar las aportaciones de mis compañeros, realizar las diferentes locuciones y comunicados y, por supuesto, poder escribir yo también. Porque os aseguro que llevar el peso de todo esto no es tan sencillo. Pero, con mucho gusto, asumo esa responsabilidad. 

De nuevo, gracias a todos por leernos.

Eva Mª Maisanava Trobo

lunes, 17 de febrero de 2025

Comunicado Sant Jordi.

 

Buenas tardes a tod@s, aunque, seguramente much@s seguís disfrutando del especial de San Valentín. Pero...yo: nunca paro.

El próximo especial será el 23 de abril, Sant Jordi, el día más especial del año para mí, porque aúna mis dos grandes pasiones: la literatura y las rosas rojas. 

No puedo hablar en nombre de tod@s l@s que amamos escribir, pero sí puedo decir que mi mayor ambición es, algún día, firmar en Sant Jordi.

Nunca he sido corredora de sprint, sino de fondo, y sé que, si algo está destinado a sucederme, tarde o temprano llegará.

Desde 1995, gracias a la Unesco, Sant Jordi es también mundialmente reconocido como el Día del Libro.

Recuerdo que, cuando era una estúpida adolescente, un niño que me pretendía me regaló un libro… y lo desprecié. En aquel entonces, no sentía esta pasión tan fuerte como ahora.

—Hoy, como escritora, es el mejor regalo que me pueden hacer—.

Y, bueno… si viene acompañado de una rosa, tampoco voy a decir que no. Eso sí, nunca aceptaría una rosa roja. Al igual que el abanico, tiene su propio lenguaje, las rosas también tienen su propio idioma. El significado de la rosa roja es: romanticismo, pasión y sentimientos profundos. Representan el amor por excelencia. 

Espero que disfrutéis de este día tanto como lo habéis hecho hasta ahora. Y si conocéis a alguien que quiera participar, puede enviar su aportación antes del 4 de abril a larevistadetodos@outlook.esEn el asunto tendréis que poner: "Colaboración revista". Cada texto tendrá que ir acompañado de una ilustración y al ser el día del libro, la palabra que debéis incluir en vuestra aportación, será: "libro"

—¡Cuento con vosotros! ¡Gracias!—

Eva Mª Maisanava Trobo


viernes, 14 de febrero de 2025

Escribir es nuestra forma de amar.



Ni siquiera sé cómo pude cometer el error de ser tan cercana con él. Había venido a varias presentaciones de mis novelas y siempre estaba en primera fila.

Nunca, jamás, le había dirigido la palabra, salvo para dedicarle algún libro. Pero ese día, por alguna extraña razón, reparé en su mirada como nunca antes lo había hecho.

Siempre tuve claro que mi vida como escritora era lo que más feliz me hacía, y aunque había recibido alguna propuesta de algún seguidor que otro, nunca me propuse cruzar esa barrera. Porque ya se sabe que los rumores corren a la velocidad de la luz, y ahora que estaba empezando a ser reconocida, no quería, por nada del mundo, dejarme llevar, por muchas ganas que tuviera; puesto que mi relación con Javier, mi marido, comenzaba a hacer aguas, y la necesidad de sentirme mujer de nuevo era algo que no podía ignorar.

Pero ese día, sin saber cómo, acepté su propuesta y, a la salida de la firma, quedamos en un bar cercano para tomar una copa.

El alcohol, sin duda, logró que perdiera esa timidez tan propia de mí. Así que, entre risas sin sentido, le pregunté por qué se había fijado en mí.

Alejandro no dijo nada. Solo me miró y me pidió mi dirección porque quería enviarme un libro. Dijo que estaba convencido de que me iba a gustar.

Pasaron varios días desde la presentación, hasta que, de pronto, llamaron al telefonillo. —Me levanté para abrir la puerta—.

El remitente del paquete era Alejandro, ese seguidor que, con su mirada, me estaba empezando a cautivar. Lo abrí y, en su interior, encontré el ejemplar de la última novela de un amigo mío que no había alcanzado a comprar. Se titulaba Figuras en un espejo. Pero lo que más me sorprendió fue descubrir una carta de Alejandro dentro del libro.



Te extrañará que te responda ahora, pero me gustaría verte. Siempre dejamos que pase el tiempo en exceso, más nunca se borra la emoción de encontrarnos de nuevo. Tal vez me encuentres distinto. Tienes razón, ya no soy la misma persona. He cambiado y por eso no puedo comportarme de la misma manera, supongo que ya estás acostumbrada a ello. Aunque no sé por qué escribo así. He leído cada frase de tus novelas, cada palabra de tus relatos, soy tu seguidor, tu admirador. Y sé que no me responderás o si lo haces será con una frase literaria.

Puedes encerrarte en ti misma, aislarte. Así no tendrás que desempeñar roles, ni poner caras ni falsos gestos. Piensas. Pero… ¿Ves?

La realidad es atravesada, tu escondite no es hermético. La vida se cuela por todas partes. Estás obligada a reaccionar. Nadie pregunta si es real o irreal, si tú eres verdadera o falsa. O tus personajes son reflejos de ti misma o acaso lo que te gustaría ser y tan solo transmites cuando escribes.

Yo he desnudado pocas veces mi interior y en muchas de ellas contando solo lo que a mí me interesaba… pero a ti te conté más… aunque no todo, me resultaba imposible; ahora necesito exorcizar mis fantasmas para continuar adelante. Pero yo no soy escritor como tú y los pensamientos me ahogan cuando los quiero ordenar.

¿Tú te encuentras bien? Porque yo no lo estoy. Me gustaría verte y solucionar esto. Pero sé que es muy difícil, o imposible porque tú ya estás escribiendo otro libro. ¿Cómo será esa nueva obra? Cambiarás de protagonista, solo fui un personaje más de aquel argumento que vivimos sin soñar, o que soñamos sin vivir.

Te pediría que me abraces, pero mejor no lo hago, deduzco que tienes otros amantes. Es cierto, ¿verdad?

Se me atragantan las palabras, me sucede a menudo. Debes tener paciencia conmigo, te repito que no estoy bien. Me faltan incluso las lágrimas.

¿Cuántas veces me has besado en sueños? Se puede acariciar el silencio. Se puede soñar con el vacío, incluso tendremos que vivir con la ausencia.

Mujer y Luna, piel que se eriza al sentir su desnudez. Eres escritora, si no me hablas al menos escríbeme.

Alejandro


Había una tarjeta con su dirección de correo electrónico. Decidí escribirle, aunque no sé si sería lo más correcto, y contestar a su carta con otra mía...

Alejandro,

No sé qué decirte. La verdad, no me esperaba nada de esto.

Y no sé muy bien cómo pude dejarme llevar. Sabes que estoy casada, aunque jamás te lo haya dicho, y no suelo llevar la alianza. Cada libro se lo dedico a él, a Javier, y tú, como seguidor mío que eres, has tenido que leer cada dedicatoria.

Y, pese a que soy escritora, como bien sabes, quien ahora te escribe es la mujer, y no me está resultando nada sencillo.

Porque no es fácil reconocer que mi marido ni siquiera repara en mi presencia. Ni aunque me vea desnuda. Ni aunque lo busque en la intimidad. Lo único que encuentro es rechazo tras rechazo. Y, pese a que mi género es el erotismo —como bien sabes—, mi vida íntima es inexistente. Creo que llevo cinco años sin estar con nadie en la intimidad.

No puedo seguir escribiendo, Alejandro. No sé si tiene sentido que nos veamos o siquiera que respondas a esta misiva.

Te pido perdón por haberte confesado algo que, hasta ahora, nadie sabía.

—¡Qué fácil es escribir siendo escritora, y qué complicado es hacerlo cuando quien lo hace es la mujer que habita en ella!—

Ena.



Hola Ena, no iba a contestar, tal y como señalas en tu carta, pero me puede tu recuerdo, tus palabras escritas resuenan en mis oídos. Verte desnuda. —Eso me hace temblar—.

Como escritora conoces mucha gente, tienes admiradores, estoy seguro de que alguno se te ha acercado. Yo en cambio no tengo más que los recuerdos. Y amigas también, pero llegan y se van. No dejan huella.

—¿Es verdad que te han invitado a unas jornadas literarias en las islas, junto al mar?

Lo leí en algún periódico—.

—¿Y si me acercara allí en secreto para verte?—.

Nadie seguirá mi pista y puedo pedirme en la empresa algunos días de vacaciones. Serían dos días mágicos, aunque luego cada uno siga su camino y yo no vuelva a escribirte.

No te insistiré; comprendo que no puedas aceptar, pero llevo pensando en ello desde que me enteré de la noticia. De hecho por eso me atreví a escribirte de nuevo.

Alejandro

Hola, Alejandro:

Respondiendo a tu pregunta, he de decirte que hay un seguidor que me atrae, pero… tal vez por su profesión y porque estoy segura de que soy poco para él, ni me planteo el hecho de robarle un beso, aunque… me encantaría.

He de confesar que también he temblado cuando escribiste —verte desnuda—, aunque no sé por qué lo menciono. Tal vez porque en sueños…

Sí, Alejandro, la noticia que has leído sobre las jornadas literarias es veraz. Pero José, el editor del autor del libro que me regalaste, me ha invitado a unos eventos en San Sebastián y, como ya sabes, mi siguiente novela es histórica.

Por eso quiero aprovechar, cuando tenga algo de tiempo libre, para acercarme al Palacio de Miramar. Allí fue donde Alfonso XIII pidió la mano a Victoria Eugenia de Battenberg, y necesito documentarme.

Tu oferta de pasar un fin de semana juntos es muy tentadora, y después, que cada uno siga con su vida.

Te seré sincera… —¡Me apeteces!—, que no es lo mismo que gustarme o sentir amor por ti. No sé si me explico…

Pero he de hacerte una pregunta, Alejandro: —¿No será que es la escritora quien te atrae y no yo, la mujer?—


Da igual, sea como fuere, me despido ya…

Ena

P. D.: Hotel María Cristina. Habitación 503. Sin preguntas, ni porqués.





¿Acaso la escritora no es la mujer? ¿Son dos personas distintas? No lo sé, pero a mí me sedujo lo que me mostraste. Así que tú tienes la respuesta. Tu debes saber si lo que me dejaste ver era la mujer o la escritora. O ambas a un tiempo.

Estoy escribiéndote este correo electrónico porque estoy a punto de llegar a tu hotel. Tengo alojamiento en otra planta, solo una noche. Esta noche, desnuda y evanescente, ardiente y real. Mujer o escritora. Pero con el cuerpo desnudo y el alma tejida con sueños.

Mañana he de regresar; tal vez no nos volvamos a ver. O quizás en otro hotel una noche furtiva.

Ya casi estoy llegando. Confío que puedas estar libre ya a esta hora.


Alejandro


No llevaba ni media hora instalada en la habitación cuando me llegó el mail de Alejandro. El solo hecho de pensar que ya estaba en el hotel aceleró mis pulsaciones.

Nunca antes me había planteado ser infiel a mi marido, pero, a fin de cuentas, solo iba a ser una noche. Después, todo volvería a ser igual a mi regreso.

La casa, la limpieza, la plancha, la rutina, la distancia… casi insalvable entre Javier y yo me devolvería a mi habitual estado de melancolía. Hasta que la vida, una vez más, me ofreciera la oportunidad de sentirme algo más que una estatua insultantemente atractiva, pero… sola y vacía.

Estaba saliendo de la ducha, apenas me dio tiempo a ajustarme el albornoz cuando escuché los golpes en la puerta.

Abrí. Era él. Alejandro.

En efecto, no hubo ni preguntas ni porqués…

Solo éramos dos personas dispuestas a disfrutar de ese momento que el destino, caprichoso y veleidoso, nos tenía reservado.

Las palabras sobraron, como nos sobró la ropa. Y fue entonces cuando Alejandro—el seguidor, el hombre—escribió con sus besos, sus caricias y su sexo la mejor ópera prima jamás escrita en el cuerpo de una mujer.

Ya no importaba si yo era la escritora o la mujer, si él era el seguidor o el hombre. Solo éramos dos adultos sin prejuicios, capaces de dejar los tabúes a un lado para entregarnos a la pasión, convirtiéndonos, por unos instantes, en un solo ser.

Dos amantes de la literatura y del placer, incapaces de ponerle puertas al campo y de decirle que no al deseo, al amor...

A la mañana siguiente, cuando desperté, Alejandro ya no estaba a mi lado. Solo me quedaban el recuerdo, su olor en mi piel y el calor en mi vientre…

Me incorporé para ducharme y entonces vi una nota en la mesilla.



No es fácil escribir estas notas. No soy escritor como tú. Me gustaría tener esa capacidad para dibujar las palabras. Me quedan las imágenes grabadas en mi mente. Entré en tu habitación y allí estabas envuelta en aquel albornoz rosa. Había fantaseado con quitarte la ropa poco a poco, pero la impresión recibida fue aún mayor.

Completamente desnuda tu piel refulgía, tu cuerpo brillaba con una luz que silueteaba tu intimidad y la convertía en fuego y fascinación.

No encuentro palabras —no soy escritor como te he dicho, solo ávido lector— para describir ese momento, y los que le siguieron. Tu rostro, tu cuerpo erótico pleno de intimidad y misterio, tus manos traviesas, tus pechos erguidos y tu mirada. Sí; fue tu mirada además de tu desnudez la que me transportó a un mundo lejano. Tal vez al mundo de tus escritos, de tus fantasías. Sentí que por unas horas yo formaba parte de ese mundo tuyo de escritora. Y tú dibujabas tus letras apasionadas en mi cuerpo hasta el límite mismo de la excitación, de la locura…

Ahora estamos lejos. El libro se ha acabado de escribir, como todos los libros, pero la escritura queda y el libro vuelve a vivir cuando se lee de nuevo.

¿Volveremos a leer este relato?, o mejor aún, ¿podremos escribir otro nuevo?

Se que nuestros mundos reales se han separado porque son diferentes. Pero releo a menudo aquella frase de tu novela más famosa: escribir es una forma de vivir.

Si no podemos compartir el mundo real podemos vivir nuestro sueño en tu escritura. Esa será nuestra forma de vivir, nuestra manera de hacer el amor. Concebiremos hijos de papel y tu recuerdo será mi recuerdo hecho de palabras y acentos.

Escribe Ena, porque escribir será nuestra manera de amar, nuestra forma de sentir.

Fin


22/01/2025

El regreso de Giselle. Más allá del amor.

  

Pasaron unos instantes hasta que, por fin, logré tranquilizarme tras leer el mensaje de Roberto. Sabía que debíamos vernos, que esa conversación era inevitable, pero no tenía el valor de enfrentarle ni de hablar con él.

Roberto era el único hombre que, pese a conocer mi antigua profesión, quería formar una familia conmigo. Y aunque ser madre siempre ha sido mi mayor anhelo, no estoy segura de querer compartir mi día a día con él.

Podría decir que es perfecto, pero… es demasiado clásico, y eso nos distancia.

No creo que estuviera preparado para saber que nunca podría renunciar a mis encuentros con Davinia, que iban más allá del placer. Lo que sentía con ella era magia. No sé si por la nostalgia y el morbo de haber compartido la misma profesión o porque, al haberme ayudado a criar a mi hijo, se había forjado entre nosotras una unión casi indestructible. A pesar de las discusiones que tuvimos antes de separarnos —y que terminaron por alejarnos—, ella sigue siendo una parte esencial de mi vida.

Pero Roberto es serio, demasiado serio. Y aunque al principio fue precisamente eso lo que me enamoró de él, ahora siento que necesito algo más.

Tal vez la solución sea la misma de siempre: huir. Viajar sola para encontrarme a mí misma.

Quiero volver a ser madre, de eso no tengo ninguna duda. Pero no estoy segura de querer compartir mi vida con él.

Mi hijo y yo estamos acostumbrados a estar solos, a tenernos el uno al otro. Sé que a él le vendría bien una figura paterna, pero me aterra que mi relación con Roberto no funcione. No podría soportar que mi hijo se encariñara con él, para después perderlo. No me lo perdonaría jamás.

Cuando no tienes hijos, empezar una relación es más fácil. No hay mucho que perder si algo sale mal. Pero cuando eres madre, la historia es diferente. La persona que llegue a tu vida debe amar a tu hijo más que a ti, porque ningún padre o madre renunciaría jamás a su hijo por amor. Quienes han estado en mi situación lo entenderán. No es fácil. No puedes ocultar la existencia de tu hijo, pero tampoco puedes negarte la oportunidad de ser feliz.

Y aunque no tengo dudas de que Roberto sea un buen padre para el bebé que espero, eso no es suficiente.

No es lo mismo despertarte varias veces en la noche para amamantar a tu propio hijo o consolar su llanto, que tener que cuidar al hijo de otra persona. Abraham ya duerme de un tirón, pero sigue siendo un niño. A veces tiene pesadillas.

— ¿Estará Roberto preparado para afrontar eso?

         El sonido del teléfono me sacó de mis pensamientos y me obligó a dejar de escribir en el diario.

 —Buenos días, me llamo Josep. ¿Podría hablar con Giselle?

—Sí, soy yo. ¿Quién eres?

—Le llamo de la librería Abantos de Alicante. Estamos organizando una feria del libro cuyos beneficios irán destinados a FEDER (Federación Española de Enfermedades Raras), y nos encantaría contar con su presencia. ¿Qué le parece?

—¡Claro! —respondí, titubeante. La idea me emocionaba.

—Perfecto. ¿Podría darme su correo electrónico para enviarle toda la documentación?

—Sí, toma nota: Giselle17051976@hotmail.com

—Muchas gracias. Cuando lea la documentación, responda lo antes posible.

—Así lo haré, Josep.

 

Nunca había hablado abiertamente de ello, pero colaborar con FEDER me hacía una ilusión especial. Yo misma padezco una enfermedad rara.

La enfermedad de Darier, o disqueratosis folicular, es un trastorno genético de herencia autosómica dominante causado por la mutación del gen ATP2A2. No tiene cura ni tratamientos realmente efectivos. La padezco desde los catorce años y es horrible. No solo por el picor y, en ocasiones, sangre, sino porque desnudarse ante alguien es un desafío cada vez mayor.

Aunque Roberto conoce mi “heridita” —como siempre la he llamado—, me aterra la posibilidad de que Abraham o mi futura hija pueda desarrollarla con el tiempo.

Siento que tengo un ángel de la guarda cuidándome, porque esta feria es la excusa perfecta para marcharme unos días y aclarar mis ideas sobre Roberto.


Debía llamarlo para decirle que me iría de viaje y que nuestra conversación tenía que aplazarse, pero no tenía el valor. 

Decidí enviarle un audio… 


Continuará…


De un amanecer a un ocaso.

  

Ella estaba ahí, en medio de otras dos muchachas, con su vestido de carmín, encaje y un lazo en cabello castaño, riendo, él solo la miró un segundo, solo eso bastó para enamorarse de ella, se acercó evadiendo los demás asistentes a la fiesta del patrono de la comunidad, una noche de cosecha, una noche social, pero para él solo había una otra persona más en ese lugar, le habló directo, sin importar nada, entre risas y vergüenza, ella aceptó bailar, ninguno de los dos sabían, pero no les impidió bailar toda la noche, torpemente, los dos bailaron juntos hasta el amanecer.

Las estaciones cambiaron, con ellas vinieron regalos, besos, escapadas, y un anillo; ella vino con un vestido, algo amarillo, prestado de una amiga, y él con viejo sacó de su padre, pero no les importó, ambos se veían uno al otro perfectos, y ante un altar, juraron amor.

El padre de la novia regaló un par de hectáreas, el padre del novio, una vaca, y un par de gallinas, para empezar, ahora en su nueva casa, la noche de bodas se consumió, pero fue algo incomodo, ambos nerviosos, sin experiencia alguna, él rompió la tela torpemente, ella intentó disimular el dolor, ambos llegaron a medias, no fue una experiencia buena, pero no les importó, ambos abrazados pasaron el resto de la noche.     

Los días pasaron sin mucha novedad, las lluvias de mayo pronto llegarán, él le pido ayuda a su esposa, a amarrar los tomates bien, cuando la lluvia los sorprendió, él se quitó la camisa para tratar de cubrir a su esposa y corrieron a un viejo árbol en la propiedad, faltaba buen trecho para la casa y un gran barrial, se resguardaron bajo las ramas de hojas caídas como hilos de esmeralda, ella llevaba un conjunto crema, que ahora transparente, mostraba parcialmente sus inocentes senos algo más grandes y hermosos con pezones rozados sobresaliente por la tela, él se deleitó con esa vista, ella también lo miró, su cuerpo moreno, en forma, algo brillante, por el agua del cielo, caía por sus pectorales hasta su cadera, un ardor, un fuego se prendió en ambos, se acercaron como hipnotizados, y comenzaron a besarse en lo que él abría los botones de su blusa,  ahora el cuerpo como una muñeca de cerámica, con un poco de vello en el pubis, se abría ante él, su pantalón cayó al desamarrar la única vieja y desteñida faja dejando ver un miembro viril palpitante, instintivamente se sentó en su pantalón y camisa sin darse cuenta cuando los puso ahí, y ella se sentó en él se besaron apasionadamente, él agarró ambos glúteos blancos y hermosos, los apretó y sin dificultad la levantó para penetrarla, pero esta vez, no hubo resistencia alguna, solo un agradable calor y presión, ella sintió un escalofrío, todo su cuerpo se estremeció por un placer y se dejó llevar, como en un caballo, comenzó a galopar sin control, la velocidad iba en aumento, sus alientos y el sonido de la lluvia torrencial; una gota de vez en cuando caía en sus cuerpos la cual parecía evaporarse, no sabían qué pasaba, no sabían que seguía, solo quería sentir más y más, los dos se abrazaban cada vez más fuerte, en eso, ella sintió algo, una explosión en sus adentros y el la abrazaba para no soltarla en tanto palpitaciones de su cosa y un placer, un choque como un rayo desde su parte intima a todo su cuerpo la hizo tensarse con un gemido de placer sordo por la lluvia, jadeantes se miraron a los ojos y se besaron con ternura, ambos bajo ese árbol, tocaron un extremo del cielo. 

Los meses transcurrieron y una noticia dibujó una sonrisa en sus caras, pronto serían tres, las estaciones pasaron y un hermoso varón nació, cuando este ya empezaba a caminar, nuevamente otra criatura vendría, años y décadas pasaron, 3 varones y una damita ahora los acompañaban, la propiedad prospera, una docena de vacas y varias gallinas, la humilde casa ahora era un gran caserío de varios cuartos, y bajo el viejo árbol, un lindo kiosco pintado de blanco con una banca con vista a los huertos, hacia el oeste. 

Ha pasado tiempo, él ahora ocupa un bastón para caminar, su manos llenas de cayos, y cabello grisáceo, ahora algo encorvado, ella, ahora era más pequeña, con su cabello trenzado blanco por completo, ocupaba una andadera para caminar, sentados en la sala, pasaban sus días los dos juntos.

Un día por la tarde, ella le pidió ir a su lugar especial, él sabía que se refería al quiosco, no entendía la petición, hacía mucho tiempo que no iban, pero se levantó, pesadamente con ayuda del bastón, le dolía mucho la espalda, los pies le flaqueaban y su vista ahora ocupaba unos gruesos lentes, pero nunca decía nada, trajo la andadera a su esposa, pero ella solo le tendió la mano, él se la dio y con mucho esfuerzo se levantó del sofá, se sostuvo con todas las fuerzas que le quedaban al brazo de sus esposo, y juntos comenzaron a caminar, lentamente, el viejo barrial ahora era un camino de piedra bien hecho, los jardines de flores y macetas, lindas y acomodadas, cada paso que ella daba era un esfuerzo increíble, pero no se quejaba, el dolor del brazo, los pies y la espalda, era casi insoportable, pero él no hizo mueca alguna, el sol llegaba al horizonte cuando ambos llegaron al kiosco, y se sentaron con dificultad, ella puso su cabeza en su hombro y los dos contemplaron el atardecer, tomados de las manos, viendo el sol menguar, cuanto la última luz se vio, la mano de ella se aflojó, y suspiro una última vez, él ya lo sabía, desde el momento en que no quiso tomar la andadera, apretó con fuerza la mano de ella, y con mucho esfuerzo, acercó sus labios a su frente, con unas lágrimas en sus ojos, él también cerró sus ojos y empezó a soñar y recordar, aquella vez, que una chica en un baile, de vestido carmín, con encajes y un lazo en su cabello castaño, y nuevamente la invitó a bailar, pese que no sabía cómo hacerlo, pese a ello, ambos bailaron, lo hicieron, aunque no sabían cómo, pero siguieron bailando juntos los dos, por lo que el tiempo les permitiera, hasta el último segundo.

 

Marvin Duran




Las tribulaciones de Jaimito


 

Hola:

Me llamo Jaime, pero los que me conocen me llaman Jaimito “El mentiroso”…

No viene a cuento volver a explicaros el motivo de tan humillante apodo, pero os aseguro que ni he mentido, ni miento, ni mentiré, jamás…

¿Qué tengo grandes atributos? Pues, sí, la verdad… Pero, sólo en parte, ya que lo que se dice los perendengues son de un tamaño normalito, normalito… Eso sí, lo otro es —como lo del argentino del chiste— ¡Enorme!

En mi anterior relato, os describí una aventura en la que terminé siendo objeto de persecución de dos enfermeras del hospital, donde me desengancharon de mi compañera Jimena (por cierto, la pobre quedó allí ingresada y no pudo recuperarse… ¡QEPD!)…

Pues hete aquí que, al salir del hospital, las dos sanitarias en cuestión, con la excusa de hacerme una entrevista para sus TFM’s, me pidieron mi teléfono y mis datos de redes sociales. Yo, incauto, se los di sin poder siquiera imaginarme las consecuencias de aquella acción…

Unos días más tarde, la primera semana de febrero, estaba yo saliendo de clase y, al conectar el móvil, me saltaron varios mensajes de WhatsApp. Uno de ellos procedía de un número que no estaba en mi lista de contactos y que decía así: <<Hola, Jaime. Soy Desideria, pero puedes llamarme “Side”: Debo confesarte que mi compañera, Luisi, y yo quedamos bastante impresionadas con lo sucedido en la sala de urgencias del hospital en que os atendimos. Las dos estamos terminando un máster en sexología y jamás habíamos visto un miembro como el tuyo (lo comprenderás…). Creemos que nuestro estudio sería muy exitoso si pudiéramos realizarte algunas fotos y ciertas pruebas, para aportar los resultados, de forma totalmente anónima, por supuesto…

—¿Querrías colaborar con nosotras…?—.

Si aceptas, te invitamos a nuestro loft, donde trabajamos y tenemos todo el instrumental… Esperamos tu respuesta, con nuestro agradecimiento. Un beso.>>

 

Yo tiendo a la timidez, como ya sabéis los que me seguís; pero, al asegurarme que su estudio era totalmente anónimo, dije que sí… al fin y al cabo eran dos chicas y me tentaba y apetecía que me tocaran…

Quedé con ellas el 14 de febrero en un polígono industrial (qué romántico pensé, quizás está es una oportunidad de encontrar quien me quiera…).

Aquel día, me vestí como quien acude a una cita: pantalones anchos, para ocultar ya sabéis qué; camisa de flores, para que no me mirasen hacia abajo y un sombrero ridículo para la gente, pero que a mí me encanta…

Cuando llegué, ellas ya estaban dentro… ¡Madre mía lo que tenían allí…! Aquello parecía más una sala de tortura de la Inquisición, que un laboratorio para pruebas médicas… Pero, de perdidos, “al trío”… pensé.

Me ofrecieron algo de beber y me dieron una pastilla (Cialis, creo) que, aseguraron, era inocua (como si necesitase yo ayuditas…).

Pusieron música y me hicieron desnudarme del todo y tumbarme en una camilla del cuarto contiguo. Noté que ambas me miraban boquiabiertas centrándose en mi entrepierna, como no dando crédito a lo que estaban viendo. Pensé que Side era la más tierna y me daba buena “vibra” en aquel San Valentín imprevisto y sorprendente.

Al echar una mirada a mi alrededor, quedé estupefacto… Había allí vitrinas enteras de juguetes eróticos de todas las formas y tamaños imaginables. Había también una especie de máquina con un motor que desplazaba horizontalmente, con movimiento de vaivén, una barra metálica que tenía en su punta un pene negro de buenas dimensiones (aunque parecía de juguete, comparado con mi herramienta…)

Las chicas se me acercaron y comenzaron a ponerme electrodos en la cabeza, en el pecho, en las piernas y en más sitios y, con aquel toqueteo, no pude evitar que me sobreviniera una incipiente excitación… Entre avergonzado y curioso, yo las veía trajinar por allí, agachándose a coger objetos en los cajones, sin tener el menor cuidado de no mostrarme sus traseros en pompa una vez y otra y otra y una vez más… Esto pintaba mal, ya que mi instrumento crecía por instantes, con unas palpitaciones que lo iban hinchando al ritmo de los latidos de mi corazón y, claro, pasó lo que tenía que pasar: Al acercárseme Side, no pude reprimir una violenta eyaculación que le dejó la cara y el pelo como la radio de un pintor (Para “millennials”: ¡Llena de chorretones blancos!)…


Como todo había sido tan prematuro, no les había dado tiempo de conectarme los electrodos y me pidieron repetir la prueba… ¡Ya ves¡ No tuve ni que recargar la estilográfica… A los pocos minutos, tenía aquello, otra vez, vamos… como el cerrojo de un penal… y las chicas estaban bastante emocionadas… Luisi empezó a apoyarse en mi pecho, así, como sin darse cuenta,  y con el meñique, me rozaba tibiamente la rajilla de mi miembro, lo que me hizo dar un impulso con mi cadera de tal calibre el meneo que casi se cae la pobre chica… Afortunadamente, no me corrí en ese momento, porque, como me llega el instrumento a un palmo de la boca, me habría tragado, yo mismo, mis propios hijos inmaduros…

Sintiendo mi testosterona rebosante, ambas mujeres se iban despojando de sus ropas y yo no sabía ya dónde atender... De pronto, se miraron con una sonrisa de infinita lujuria y se pusieron a manosearme el miembro a cuatro manos y a cuatro tetas, mientras se besaban en la boca… A mí, que no había tenido más experiencia previa que la aventura de Jimena, me bastaron dos o tres caricias verticales de mis científicas admiradoras, para provocarme un nuevo orgasmo, está vez múltiple, porque se embadurnaron sus pechos, sus bocas, sus…  y todo el aparataje de alrededor, y las muy perturbadas se divertían recogiendo mi semen con los dedos y dándoselo, la una a la otra, a sus boquitas para golosearlo con delectación, mientras se les salía rebosándoles por la comisura de los labios…

—¡Hasta diez orgasmos conté…!—.

Como me tenían atado a la camilla y conectado a los aparatos, aquello empezó a pitar, chiflar y a parpadear diversas luces rojas, con varias alarmas y las chicas se empleaban en tratar de apagar los aparatos. Para conseguirlo, pasaban con sus pechos desnudos por encima de mi cara y de mi boca, lo cual excitaba de nuevo mi juvenil impulso y volvía a ponerme verraco, como ciervo en celo… y yo bramaba y mugía de placer barnizando sus pezones al pasar por encima de mí… En fin, no sé cuánto duró aquella locura, pero sé que aquellas mujeres no podían ni andar para venir a despedirme, tanto, por lo que había caído en el suelo (dejé aquello como un bebedero de patos), como porque les temblaban las piernas de tanto acariciarse la una a la otra… ¡Qué terrible decepción! ¡Yo que creía que en ese día iba a encontrar el amor…!

Aquello terminó, dejándome tan exhausto que sólo pude despedirme con un gesto, levantando mis cejas, al salir de allí. Ellas, bañadas en mis semillas, se habían corrido tantas veces que quedaron sentadas en sendos sofás, mirándome con una sonrisa de haber ascendido al éter y no poder descender…

Al llegar a mi casa, me tumbé en el sofá del salón y, reviviendo las imágenes de lo que acababa de presenciar, dije… ¡A la mierda, el día de los enamorados! Así que, agarré mi cacharro, me alivié de nuevo, antes de meterme en el sobre y me quedé dormido.  

Para fastidiarme más, había venido escuchando en el coche a Carina y su puto “Día de los enamorados” y pasé toda la noche soñando con la cancioncita de los huevos.

Y es que, ¡me pasan unas cosas…!

Bueno, amigos… En el próximo capítulo, os contaré los resultados del examen médico al que me sometieron… Porque la cosa no acabó en el loft…

“To be continued!”

Saludos, amigos.


El Perurena

Una luna de amor en San Valentín.

 

Bajo el manto estrellado de una noche que parecía tejida por dioses caprichosos, el 14 de febrero se desplegaba en todo su esplendor. La luna, enorme y plateada, gobernaba el cielo, lanzando su luz sobre un mundo que se sentía más quieto, más cargado de promesas. En ese escenario de sombras y susurros, dos almas errantes, separadas por caminos insospechados, encontraron el hilo invisible que tejía sus destinos.

Ella caminaba por el parque, envuelta en un abrigo que apenas contenía el misterio de su figura. Sus pasos eran ligeros, como si flotara sobre la grava. Su mirada exploraba la penumbra con una mezcla de cautela y anhelo, como si buscara algo que no podía nombrar.


Él estaba sentado en un banco, una figura solitaria envuelta en una chaqueta de cuero que no ocultaba del todo la tensión de sus hombros. Fumaba un cigarrillo, el humo elevándose en espirales hacia aquella luna. Había algo en su postura, en el modo en que sostenía el cigarro entre los dedos, que sugería una melancolía insondable.

Cuando sus miradas se cruzaron, el mundo pareció detenerse. No hubo palabras, ni gestos premeditados. Fue una corriente silenciosa que los empujó el uno hacia el otro, un imán invisible que ignoraba toda lógica. Sin pensarlo demasiado, ella se sentó junto a él. Las palabras no eran necesarias; sus presencias hablaban un idioma más antiguo, más primitivo.

—¿Crees en el poder de la luna? —preguntó ella, rompiendo el silencio con una voz que tenía la textura del terciopelo.

Él sonrió, una sonrisa ladeada que revelaba una chispa de ironía.

—Creo en lo que esta noche quiera ofrecerme.

Fue una conversación cargada de enigmas y pausas significativas, un baile verbal que los acercaba sin que ellos mismos se dieran cuenta. Hablaron de sus soledades, de los vacíos que llevaban dentro, pero sin revelar demasiados detalles. Era como si entendieran que esta conexión era fugaz, algo destinado a existir solo en ese breve instante.

El parque, antes desierto, se transformó en un escenario privado. La brisa nocturna llevaba el perfume de las flores, mezclado con el aroma del cigarrillo que él apagó finalmente. Cuando sus manos se rozaron, una chispa eléctrica pareció recorrer sus cuerpos. Fue un contacto intencional, lleno de curiosidad y deseo contenido.

Sin pensarlo dos veces, comenzaron a caminar juntos, dejando que sus pasos los llevaran. Encontraron refugio en una pequeña cabaña de aperos, de madera, olvidada por el tiempo, donde la luna se filtraba a través de las rendijas como un espectador silencioso. Ahí, bajo ese techo improvisado, sus cuerpos comenzaron un lenguaje nuevo, uno de caricias que hablaban de urgencia y ternura al mismo tiempo.

Cada gesto, cada beso, era una ofrenda a la noche. Se amaron como si el tiempo no existiera, como si fueran los últimos seres sobre la tierra. Sus pieles se encontraron en un éxtasis que mezclaba dulzura y pasión, desnudando no solo sus cuerpos, sino también sus almas. Ella lo miró a los ojos en el momento más intenso, como si quisiera grabar su rostro en la memoria. Él hizo lo mismo, y por un instante, el universo entero pareció alinearse.

Cuando la madrugada comenzó a despuntar, se vistieron en silencio, sabiendo que las palabras solo arruinarían lo que habían compartido. Salieron de la cabaña, cada uno tomando un camino distinto. No se dijeron sus nombres, ni prometieron volver a verse. No había necesidad.

La noche del 14 de febrero quedó suspendida en el tiempo, un recuerdo que ninguno de los dos intentaría olvidar. Fue una epopeya breve, nacida de las casualidades y bendecida por la luna. Y aunque nunca volvieron a cruzarse, aquella noche vivió para siempre en el rincón más íntimo de sus corazones, como un secreto compartido entre dos almas errantes.


Fran Medina Cruz

Sudáfrica


No puedo creer que en estos momentos estoy en espera por la llamada que me llevará a mi nuevo lugar de residencia en Ciudad del Cabo. Hace dos años no hubiera imaginado que terminaría mudándome a esa ciudad africana, incluso hasta solo unos meses tenía mis dudas sobre el asunto, pero ya la semilla estaba plantada. Estoy muy ansioso por estar ya en Sudáfrica, aunque honestamente aun no me lo creo.

Nunca había visitado Sudáfrica, pero un viaje de trabajo me llevo a ese destino, cambiando mi vida drásticamente. Todo comenzó tan pronto arribe al aeropuerto internacional de Ciudad del Cabo. Con mis documentos en una mano y con un bulto en la otra, seguí a los pocos pasajeros que desembarcaron primero que yo. Debido a que es un viaje de trabajo y el vuelo desde Maryland hacia Sudáfrica es bastante largo, la empresa me aseguro un pasaje de primera clase, dándome la ventaja de ser de los primeros en abordar y desembarcar. Los demás pasajeros comenzaron a desembarca tras de nosotros y todos nos dirigíamos hacia el puesto de inmigración. Había varias casetas en operación, y caminando detrás de ellas había una oficial observado todo, obviamente era la oficial al mando y supervisaba las operaciones.


Admito que yo fui el culpable de haber vivido una mala experiencia en ese aeropuerto. La oficial me impresiono desde el preciso instante que la vi. Era una mujer muy hermosa, poseía un cuerpo esplendido el cual aun con su uniforme no muy ceñido, se podían contemplar sus curvas. Era delgada y poseía una cintura pequeña, bajo esa cintura se formaba una curva sumamente tentadora en su región trasera, no inmensamente grande o desproporcionada, pero tampoco muy pequeña, luciendo sumamente firme, era una curvatura trasera totalmente perfecta. Sus senos también formaban una curva tentadora sobre su pecho, tampoco inmensamente grandes, pero lo suficiente para atraer miradas, su piel era obscura, y lucia sedosamente suave, tenía un pelo abundante y muy rizado el cual llevaba amarrado tras su nuca para poder tener puesto el sombrero que era parte de su uniforme, sus piernas eran largas y lucían fuertes. Su cara parecía la de un ángel, facciones perfiladas, labios no muy carnosos y nariz pequeña, sus ojos eran almendrados con una mirada hipnótica. Debería tener una edad similar a la mía, al comienzo de los treinta. Quedé asombrado y no pude remover mi mirada de ella. La oficial lo noto.


Me acerque a una de las casetas y entrego mi pasaporte, la oficial a cargo se acercó a nosotros. Pude ver sus ojos marrones claro, del color al café con leche, y, sobre todo, su pecho. Solo imaginaba como se vería ese pecho obscuro sin uniforme, de un color semejante al de una dulce barra de delicioso chocolate obscuro. Levante mi mirada y entre en pánico al notar que ella estaba observándome seriamente. Su mirada era fría y cortante. El oficial de inmigración estampo mi pasaporte, pero cuando me lo va a entregar ella lo tomo y me ordeno que me acercara. Note el delicioso aroma a jazmín que emanaba de su bello cuerpo.

Me repitió las preguntas que me hizo el oficial de la cabina, pero también añade las preguntas de si pensaba realizar actividades adiciones al trabajo, si conocía personas en la ciudad, donde me hospedaría, si tomaría un taxi, alquilaría un vehículo o si la empresa envío un chofer a recogerme, que el nombre de Albert Rodríguez no le parecía muy americano a pesar de que mi tez es pálida, le conteste que mi padre es de Puerto Rico y mi madre de Boston, pero con padres de Irlanda. Conteste todas sus preguntas con nerviosismo. Además, tenía miedo, miedo a que la oficial buscase alguna excusa para detenerme o enviarme de regreso a los Estados Unidos. Como explicaría a mi jefe que no pude entrar al país por estar fantaseando con una oficial de inmigración. Pude respirar cuando manteniendo su rostro totalmente serio me entrego el pasaporte y me ordeno continuar mi camino.

Seguí a los otros pasajeros que ya habían pasado el puesto de inmigración, no adelante mucho cuando una mano me sujeto por la muñeca. Me tomo por sorpresa.

—¿Hacia dónde se dirige?

Me pregunto la oficial en su usual tono seco.

—A recoger mi equipaje. —Mi voz temblaba.

—¿Pero porque en esa dirección?

—Sigo a los pasajeros.

Se mantuvo en silencio por unos segundos.

—Acompáñenme por favor.

Un sentimiento de vergüenza se añadió a los otros que ya me dominaban. La oficial ya

me había soltado el brazo y camine unos pasos junto a ella. Se detuvo frente a una puerta la cual al lado poseía una ventana grade de cristal, tenía cortinas en su interior las cuales estaban cerradas. Abrió la puerta y me ordeno entrar. Pude deducir que era su oficina.

Ella entro después de mí, cerró la puerta y abrió la cortina. Paso junto a mi lado y el

delicioso aroma que emanaba de ella me hizo olvidar por un instante la situación en la que me encontraba. La oficial se sentó en la silla que se encontraba al otro lado del escritorio. Sus senos tomaron mejor forma gracias a su postura, ya no lucían de tamaño moderado, sino de uno considerable, pude percatarme que sus pezones estaban marcados en el uniforme, y aunque no se notaba mucho, si se podían percibir, pero logré evitar el quedar mirándolos. No lo entendía, nunca había reaccionado de esa forma ante una mujer, nunca alguien me había atraído tanto desde el primer momento, fue una explosión de atracción instantánea.

—¿Puede explicarme ahora hacia donde se dirigía?

—Seguía a los demás para buscar mi equipaje.

—-¿Pero porque iba en esa dirección? ¿Qué tiene pensado? ¿No será usted un terrorista? Ah estado muy nervioso todo el tiempo. Eso es muy sospechoso.

—No, por favor, solo quiero recoger mi equipaje que ya debe estar en la correa y

retirarme al hotel. Mañana tengo que reportarme en la compañía. —Sin poder evitarlo, nuevamente mire lo más rápido y disimuladamente posible las marcas formadas en su pecho, sé que se dio cuenta.

—Usted me parece sospechoso, no me da confianza.

Diciendo esto me ordeno vaciar mi pequeño equipaje de mano sobre su escritorio. Saque

primero la computadora, seguido de una cámara fotográfica. Aquí me detiene y mirándome directamente a los ojos, pregunto si estoy seguro de que solo es un viaje de trabajo, que porque necesito una cámara si no voy a realizar actividades turísticas, que si la cámara del móvil no es suficiente. Finalmente, la oficial coloco la cámara al lado de la computadora. Saque unas libretas de apuntes las cuales ella ojeo y coloco con las otras cosas. Saque un par de playeras, y un par de pantalones cortos para cuando este en la habitación. La ropa formal estaba en la maleta.

—¿Y esto? —pregunto indicando un área que no vacié. —¿Por qué no lo abre?

—Es mi ropa interior.

—Sáquela.

La mire sonrojado.

—No me haga repetírselo

Procedí y coloqué mi ropa interior sobre su escritorio.

—Bikinis ¿Nuevamente pregunto, está seguro de que es un viaje de negocios y no viene a buscar jovencitas?

—Es la que siempre utilizo, lo juro.

Se levantó, se da vuelta dándome la espalda y comenzó a mirar una foto detallada de la ciudad que esta colgada justo detrás de su escritorio. Su cabello amarrado le llegaba un poco más bajo de la mitad de su espalda, me pregunte si sería real o no. Inconscientemente mi mirada se dirigió rápidamente a su trasero, a esa curva sumamente redonda que se formaba bajo su cintura. Mientras ella permanencia en silencio yo imaginaba como serían las bellas caderas que deben ocultarse bajo esas telas. Sentí una erección entre mis piernas la cual no pude controlar. En esos momentos ella se voltio y noto que le estaba mirando esa parte de su cuerpo. Entonces cambio su mirada y en lugar de mirarme a los ojos, bajo la suya para mirar mi entrepierna la cual aún mostraba un abultamiento embarazoso. Luego de unos segundos mirándome, subió su mirada hasta encontrarse con la mía. Tenía una cara más seria de la que podría tener cualquier jugador profesional de póker, yo estaba temblando, pero la oficial me indico que podía retirarme. Rápidamente coloque mis pertenencias en el equipaje y salí de la oficina con la esperanza de que ya hubiera terminado tan mal rato, pero con la tristeza de que nunca más volvería a ver a esa mujer que me impacto como nadie lo había hecho. Comencé a caminar con miedo, no estaba seguro si iba en la dirección correcta, pero todas las demás personas iban en esa dirección. Era la misma dirección que tome anteriormente. Ya estando un poco retirado de la oficina en donde me interrogaron, decidí mirar hacia atrás para asegurarme de que no vinieran a detenerme nuevamente y allí, en la puerta de la oficina estaba ella, pero esa vez no estaba seria, sino que se estaba riendo, tenía una sonrisa burlona que me desconcertó.

Rápidamente me dirigí a recoger el equipaje el cual se encontraba en el área de equipaje perdido, el chofer me había llamado varias veces, pero aún se encontraba en el aeropuerto. Ya en camino, lo invite a comer antes de ir al hotel, ya el nerviosismo había pasado y estaba hambriento, llegamos al hotel entrando la noche y luego de ducharme y tirarme en la cama solo en ropa interior, mi mente se inundó con la imagen de la oficial. No por cómo me trato, sino por su hermosura y la impresión que dejo en mí. Pase la noche imaginando que besaba esos labios, que acariciaba sus senos, imagine como sus pezones estaban en mi boca, la imagine sobre mi cuerpo, como si el velo oscuro de la noche me cubriera completamente sintiendo su calor mientas se movía sobre mí, imagine sus senos brincar al ritmo de nuestras caderas, imagine escuchar sus gemidos alimentar la excitación que me dominaba. Indudablemente me había hechizado su belleza.

Al día siguiente, luego de terminar las labores del trabajo, el grupo me invito a cenar. Regrese al hotel ya en la noche y me dirige directamente al área de los ascensores. Quería ducharme y acostarme, debía estar en la oficina a las 8:00 de la mañana.

—No dijo que solo era trabajo, pero como que parece que llega de festejar.

Salte del susto al escuchar esa voz que no olvidaría, me voltee para enfrentar a la oficial de inmigración y ver si era arrestado, pero quede totalmente perplejo. No se encontraba en uniforme, sino que poseía un vestido purpura de telas finas ceñido a su cuerpo mostrando unas curvas sumamente gloriosas, era completamente abierto al frente dejando una abertura que llegaba hasta la cintura, con una cadena fina que cruzaba su pecho, de seno a seno, evitando que se separase indiscretamente y mostrara más de la cuanta sus atributos, otro pedazo de tela fina unía el traje en el are del ombligo. Pude notar un abdomen marcado por el ejercicio y, sobre todo, podía notar como la mitad de sus senos estaban expuestos, mostrando una piel que lucía de fantasía, sus pezones se marcaban claramente en su traje ya que pude notar que estaban erectos y no tenían tantas telas sobre ellas como con el uniforme. Mi excitación despertó al instante. Su cabello estaba suelto, dejando sus abundantes y gruesos rizos danzar con cada movimiento, lucia muy abultado y extremadamente abundante y aunque sus rizos no formaban un patrón definido, sus mechones daban la impresión de que formaban una Z gracias a las pronunciadas curvas que tomaba el cabello el cual me recordó a Cher en el video de “If I could turn back in time” pero con rizos en espiral más pronunciado y un cabello más largo el cual le llegaba hasta su cintura. Mas que pronunciadas curvas eran como interminables espirales parecidos a la pasta tipo rotini pero de color negro casi azabache los cuales salían primero hacia arriba y luego caían hacia los lados y atrás de su cabeza como una fuente del hotel Bellagio en las Vegas. Tanto cabello y tan negro era simplemente asombroso. Sentí que casi me desmallaba de la impresión.

­—¿Aun asustado? No voy a lastimarte. —Sonríe hermosamente.

—¿Como me encontraste?

—Recuerda que te lo pregunte.

—Me preguntaste muchas cosas, estaba asustado.

Ella ríe.

—Te confieso que solo me divertía contigo, bueno, también quería conocerte mejor y como estaba en el trabajo tenía que disimular. Admito que te encuentro muy interesante, nunca había hecho lo que hice contigo, pero una fuerza irresistible me obligo a interactuar.

A pesar de su tez, note como ella se sonrojo bajando su mirada al suelo. Comencé a relajarme.

—Yo también te encontré muy interesante y quedé sumamente impresionado.

—Lo sé, me di cuenta. —Baja su mirada y me mira la entrepierna mientras ríe pícaramente. Yo me sonrojo, pero logro seguir con la conversación.

—Al verte ahora, esa impresión es mucho mayor hoy. Me has dejado sin aliento.

—También lo he notado. — Vuelve a sonreír dejando su mirada fija en la mía.

Nos dirigimos al bar del hotel. Aprendí su nombre, Lesedi. Pase un rato más que maravillo con ella, bebimos, conversamos y sobre todo reímos hasta que cerro el bar pasado la medianoche. Lesedi se retiró y yo prácticamente no pude dormir bien por la emoción. La noche siguiente salimos a cenar. Al cuarto día fuimos a la playa Muizenberg, era sábado y yo no tenía que reportarme al trabajo y rechace las invitaciones para salir y conocer la ciudad que me hicieron los colegas, ella tomo el fin de semana libre de su oficio en el aeropuerto. Aun no sé cómo sobreviví. Fue un total milagro el que no me diera un infarto fulminante al ver a Lesedi salir de una de las coloridas cabañas que hay en la playa para cambiarse de ropa. Aunque muchas de estas cabañas no tienen puertas, ella no necesitaba cubrir la entrada ya que tenía el traje de baño puesto bajo su ropa, pero, aun así, yo me encontraba para en el lugar donde ella me indico y no tenía visibilidad hacia el interior de la cabaña. Supongo que pudo quitarse la ropa en la playa junto a mí, pero ella sabía lo que hacía, quería crear un momento que me impactara y no olvidara. Lo logro.

Salió lentamente de la cabaña, sus largas piernas se movían con gracia mientras descendía los pocos escalones, su cintura era más pequeña de lo que había imaginado, sus caderas eran firmes y fuertes, con cada movimiento de sus piernas, los músculos de sus muslos se marcaban claramente, poseía curvas de guitarra española y un trasero completamente redondo, su abdomen era plano, más de lo que había notado la primera noche que lo vi en el hotel, sus abdominales se marcaban con claridad y sus senos, su senos eran grandes y redondos. Me modelo intencional y provocativamente gracias a su diminuto traje de baño, el cual consistía en dos piezas, un pequeño bikini en la parte inferior, y una pieza igual de pequeña en la parte superior la cual dejaba ver gran parte de sus dos majestuosos montículos, demasiado redondos y firmes para ser reales, supuse que serían implantes, pero no dejaban de impresionar. El traje de baño era de color azul, el cual imitaba al despajado cielo y a las aguas del mar. Escogió el color perfecto. Su abundante cabello era un manto negro que salía como largos torbellinos de su cabeza y le cubría toda su espalda, me pregunte también si sería natural tanto cabello. Perdí la facultad del habla por unos minutos e incluso olvidé respirar hasta que mis pulmones gritaron para que les proveyera del aire que necesitaban. Aun hipnotizado con la diosa venus que tenía frente de mí, obscura como el ónix, detallada como escultura griega, Lesedi me pidió que buscara sus cosas en la cabaña. Embobecido la obedecí.

Ese día el paraíso descendió sobre mí al poder pasar toda la noche con ella, haciendo realidad las fantasías que había imaginado desde el primer día que la vi, y muchas más. También pude descubrir que tanto su cabello como sus senos, eran reales, totalmente naturales, nada de extensiones o implantes. No podía creer que tanta perfección existiera en este mundo. Nos vimos prácticamente todos los días que pase en la ciudad y desde entonces he viajado numerosas veces a Sudáfrica, por vacaciones y por trabajo el cual yo me ofrecía o buscaba excusas para realizar el viaje, y de igual manera Lesedi venía con frecuencia a los Estados Unidos. Finalmente, mi empresa me transfirió permanentemente a esa mágica ciudad en la encontré mi destino y un amor inesperado.

Escucho la llamada de abordaje, tomo mi equipaje de mano y me dirijo a la puerta de embarque con una sonrisa de felicidad inigualable. Nuestra boda será en seis semanas.




Efraín Nadal De Choudens


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