La complejidad del comportamiento
humano lo conmocionaba, de su propio comportamiento —no sabía si humano— aún
más. Se repitió a si mismo que debía calmarse pero el instinto resultaba entre
salvajemente acogedor y propiciamente culpable, así que se dejó llevar.
No sentía nada más que un alivio ansiosamente
anhelado a su locura a medias o “y media” como uno de esos psicólogos poco
inteligentes le había repetido en burla. No importaba el dolor ajeno, ni los
gritos, ni la sangre, ni la culpa que le atacó al inicio pero aplacó con la
fuerza de su propia rabia.
Nada importaba, sólo su paz, sólo la
liberación de la bestia que a ratos le sacudía el cuerpo recordándole
importunadamente que su “normalidad” no era más que un disfraz barato de
carnaval, una cáscara al animal indómito y a la fuerza bruta sedienta.
Antes había luchado contra ella, con
tanta vehemencia que había quedado sin impulso después de darse cuenta que a
nadie le importaba su lucha (¿Acaso a esa mujer vanidosa totalmente
ensangrentada ahora le importaba que él lo hubiera perdido todo por matar a su
bestia?). ¡No! a ella sólo le importaba ahora su propio dolor, entender cómo de
la nada alguien había surgido para golpearla hasta al cansancio y violarla de
formas que su imaginación jamás hubieran concebido.
¡No! a ella no le importaban los
motivos de él, ni su entrega anterior al submundo “profesional” en el cual
trató de ahogar a la bestia, no conocía las tramas dolorosas que él tejió
tratando de caer en el estereotipo de hombre adaptado a la sociedad, no conocía
los desprecios, ni la angustia, ni el dolor de darse cuenta que la bestia
seguía ahí, más fuerte que nunca, más apoderada de su cuerpo que nunca.
Volvió a mirarla sin sentir nada, no
era el placer de someterla o un arrebato de egoísmo, era calmar a la bestia,
nada más, entretenerla con algo para que no auto consumiera el propio cuerpo y
siguiera desterrando su poca coherencia mental. Necesitaba liberarla a ratos al
menos, darle un espacio para convivir con ella en vez de renunciar por completo
a una vida que todavía creía suya.
Pensó por un instante en si debía
pensar en las consecuencias y las consecuencias no le importaron, la sociedad
le había demostrado que su drama personal tampoco le importaba, así que... qué
más daba, la bestia seguiría dentro suyo en el lugar que estuviera, se seguiría
apoderando de él burlonamente mientras el resto lo creería cada vez más loco
sin detenerse a pensar que “él” no estaba loco, “él” no era la bestia, “él” era
tan víctima de ella como aquella mujer.
Se preguntó si ella tendría familia,
una parecida a la que le prohibieron ver con una orden judicial, se preguntó si
su hija pequeña algún día debería enfrentar a la bestia de alguien más o peor si
el maldito juego genético no había dejado en su ADN una bestia propia.
Volvió a mirarla e intuyó que los
estertores de su pecho sólo precedían a su muerte, no se animó a tocarla para
ayudarla a cruzar el umbral más rápidamente, la bestia había magullado tanto su
cuerpo que la masa se había vuelto un despojo despreciable.
Se sentó a su lado, a esperar las
consecuencias o a esperar que la bestia tomara alguna determinación, se sentía
tan ridículamente manejado que sintió asco de si mismo. Pero... ¿qué respuesta
darse? ¿Qué hacer para cambiar la situación que ya no hubiera hecho? ¿A quien
acudir? si médicamente le habían dicho que la bestia no existía, que la bestia
era él mismo.
Nunca podría aceptar eso, cómo
explicarles que la sentía dentro suyo riendo, mientras el vagaba de consultorio
en consultorio, de iglesia en iglesia, de amigo en amigo.
¡No! este mundo era tan
estúpidamente ciego que quizás no merecía que él hubiera hecho tanto por querer
pertenecer a él, debería dejarse morir antes que la bestia lo consumiera, antes
de seguir padeciendo la lucha inútil de liberarse de ella.
El cuerpo a su lado, inerte y él sin
sentir nada otra vez, ansiando oír alguna sirena de policía, algunos pasos que
vieran la escena atroz y gritaran. Algún alma que lo descubriera ahí, con la
bestia dormida incapaz de levantarse y huir, y nada otra vez la calle desierta,
un ruido más que lejano de un par de autos peleando con el tráfico y más al
fondo, más en su interior, un imperceptible bostezo, un sonido bestial que él
reconoció y multiplicó por cien su angustia. Un indicio —claro y conciso— de
que la bestia despertaba aturdida lenta pero imponentemente:
“LEVANTATE
PILTRAFA Y HUYE… QUE AUN TENGO SED”
Caliope
Inquietante relato, de nuevo la lucha interna llevada hasta puntos salvajes. Buen trabajo, Calíope.
ResponderEliminargracias Juan, que las interpretaciones lleguen al punto justo sobre lo que escribimos es un premio.
EliminarIntersante forma de resaltar la dualidad humana. Lucha eterna sin vencedor ni vencido... Pero tampoco inútil.
ResponderEliminarTal cual Hugo, sin dualidades tampoco hay mundo.
EliminarLa dualidad del protagonista provoca que se enfrente a su salvajismo, sin someterlo. No hay ganadores, no hay vencidos, no hay bandos. Es un excelente manejo, felicidades!
ResponderEliminarEs más que gratificante recibir elogios de gente que escribe como ustedes. Mil gracias.
ResponderEliminarUn cuerpo dos mentes, poco espacio. Una batalla sin ganadores.
ResponderEliminarTambién me fascina como pasa invisible para la sociedad sin que a nadie le importe. Solo le miran cuando una de las mentes hace daño.
A mi me dio un poco de miedo.
Me gusto el relato.
Un abrazo
Manuel Barranco Roda
La bondad y la maldad coexisten dentro del ser humano, en nosotros mismos. Son las 2 caras de una misma moneda y cuya balanza normalmente suele decantarse hacia el bien. En ocasiones la ausencia de consciencia de nuestro própio comportamiento y el cambio de personalidad originan un cataclismo en nosotros mismos; pero lo peor de todo es que el caos se alimente del dolor de otras personas. La dualidad es la lucha por la retroalimentación,,, es este caso como comentan ustedes no hay vencedor ni vencido,, pero los derrotados son las víctimas que por desgracia se topan con estas personas.
ResponderEliminarEs un submundo difícil de controlar, diversas teorías y estudios se centran en estos casos...
Creo que a la sociedad si que le importa y trata de atender estas disociaciones, pero hay cosas que parecen no tener remedio a pesar de tanto progreso... las enfermedades mentales son muy difíciles de tratar,,, más pena me dan las vítimas que han quedado esparcidas en el tiempo y en el mundo, a ellas se les menciona en un momento dado,,, sin embargo a los asesinos le brindan posteridad y fama, si recordáis ¿cuántas películas rememoran las hazañas de muchos de ellos?.
La vedad está ahí fuera, no me gustaría ser víctima de esa verdad.
Excelente relato,,, lo he vivído con pasión.
maravillosamente perturbador, es este tipo de relatos los que mas me gustan jeje. BONITO DIA
ResponderEliminarAmiga Caliope: Trago a trago de principio al final me he bebido tu relato en sorbos, los cuales me han ido quitando la sed, al ir ingiriendo su contenido y además al llegar a las cárcavas de mi alma, no sólo se han refrescado con la fresca humedad de tus expresiones, sino que le han dado una especie enjalbegado, que han hecho desaparecer las negruras que contenían, adquiridas por la lectura de muchos textos de los que se escriben hoy por hoy, sin ton ni son y sin pies ni cabeza, por el mero hecho de dárselas de que escriben…, por lo que te animo a seguir escribiendo relatos de este calibre…
ResponderEliminar