Una revista de literatura, donde el amor por las letras sean capaces de abrir todas las fronteras. Exclusiva para mayores de edad.

lunes, 21 de enero de 2013

Confesiones


Antes que nada deseo aclarar las cosas: esto es una infidencia, una que no debería hacer pero que mi propia ética me impide callar… y odio decirlo, tal vez me hizo falta la misma ética para darme cuenta que debía actuar independientemente a las cartas de poder que nunca se distribuyen al azar. Sé que nada de lo que hoy les cuente cambiará el peso de mi conciencia, pero quizá el hecho de saberlo consiga abrir la mente de algunas personas más. Ojalá alguien lo hubiera hecho con la mía.
 
* * *

 
Ella se llamaba Nair, alguien le había explicado que significaba algo así como “iluminada” y siempre persiguió la mística del nombre como si pudiera ser parte de esos cuentos asombrosos en los que se da ese jueguito de las soluciones mágicas, el príncipe azul, los vestidos rosas y el “y vivieron felices” con la fuente de la juventud eterna impidiendo que todo terminase.
 
Basofias. Así de simple y contundente, así de crudo; la que le contaba cuentos no era la madre abnegada que la arropaba por la noche… era otra criada, una que tuvo la posibilidad de que alguien al menos le enseñara a leer y escribir. ¿Alguien le enseñaría eso alguna vez? Siempre se repetía que sí, no estaba bien ver las cosas desde el color de la oscuridad, tal vez no podía definir esa palabra con otras que sonaran bonitas y sorprendentes pero comprendía bien su significado y su forma de ser gritaba que no estaba tampoco dispuesta a darse por vencida. Esa era su filosofía de vida.
 
Me gustaba verla, realmente contagiaba con esa sonrisa de dientes amarillos y algo torcidos pero siempre risueños en el rostro fresco, ninguno de nosotros podía negar que su cuerpo de niña no hacía otra cosa que transmitir una vitalidad que ―estoy segura― más de uno envidiaba, todo el día corriendo detrás de los quehaceres de un cura mañoso que tenía más de viejo que de católico. Hoy me pregunto porque ninguno de nosotros ―supuestos perfectos feligreses― se preguntó si podía hacer algo para mejorar su vida. Me he respondido que fuimos tan egoístas e idiotas que pensamos que la justicia de Dios cambiaría las cosas… otros han sido más duros que yo, se han autollamado ciegos y otros, bueno, otros mejor no nombrarlos porque esos sí han mantenido la venda doble por encima de los ojos negándose a ver lo que era obvio.
 
Pero basta, el tema aquí no es justificarme si no que conozcan la secuencia de cosas que se dieron una tras otra como una película muda sin que ella pudiera demostrarse a si misma que el pensamiento mágico podía existir al menos en los sueños. Creo que puedo fijar un inicio en la muerte del cura, o del viejo mañoso si es que el término les resulta más identificable… tres o cuatro años atrás de esto que hoy llamamos realidad. El nuevo fue definitivamente mejor a nuestros ojos que el párroco anterior. En los pueblos chicos estamos acostumbrados a gente con ese perfil más cercano a nosotros, alguien con el gesto benevolente, no propenso a los sermones largos pero si a las confesiones novelescas donde nos cuesta menos desnudar nuestros pecados multiplicadores de chismes. Y eso era el padre Rafael, el cura que tenía la marca de “APROBADO” en esa escala de valores sin obligarnos a ejercer concienzudamente una pizca de sentido crítico real.
 
Todos atribuimos el cambio de Nair a un extrañar lastimero sin darle importancia, nadie negaba que el viejo mañoso dentro de todo la había rescatado de una vida todavía peor… en la iglesia tenía comida, casa y vestido ―de nuestras donaciones usadas sí― pero lavados y remendados en un nivel de dignidad por encima de los andrajos mugrientos con los que llegó. Creo con justicia que no está de más decir que creímos de verdad que los ojos rojos y la mirada melancólica eran el resultado de haber perdido a lo más parecido que tuvo a un padre. Todos de alguna u otra manera también extrañábamos al mañero y se lo hacíamos saber con palabras de consuelo… aunque después cuchicheáramos entre nosotros sobre que ella había adoptado su mal genio al no responder al menos un “gracias” o un asentimiento de cabeza aprobatorio al acercamiento y congoja general.
 
Yo misma la tildé de mocosa desagradecida cuando rehuía de nosotros en la iglesia esquivándonos, todas las tardes que la práctica del coro nos reunía allí. Le recordé rabiosa a todos como antes el cura la obligaba a mantener la jarra de agua fresca, las partituras y el escaso inventario de instrumentos a nuestra disposición… la desprecié, le dije incluso un par de palabras de esas que deberían de haber formado parte de mis confesiones y que no quiero repetir ahora no por pudor, si por el propio respeto que le debo a un alma como la suya.
 
De nuevo me he ido por las ramas en esa búsqueda que hago todos los días dentro de mis recuerdos para marcar el día cuándo todo empezó… me gustaría saber si su mirada sombría era la marca de un “pasará” o de un “ya fue”, y debo ser sincera al decir que no logro distinguirlo. Tampoco me he animado a preguntarlo y hasta ese punto llega la cobardía que se esconde detrás de estas líneas en vez de haberse desnudado frente a una denuncia formal y recta en una fiscalía. Les mentiría diciendo que no me he justificado en la excusa de que tampoco me hubieran hecho caso allí… pero nos enseñaron sobre el bien y el mal ¿no?, se supone que debemos pasar la prueba sin poner el pero de las dificultades.
 
Yo no lo hice. Lo que hice fue escuchar, escuchar eso que se cotilleaba por lo bajo mientras sonaba el sermón de ese Domingo de Ramos en que la iglesia doblaba la cantidad de visitas y la mayoría de nosotros hasta quedamos fuera agolpados en las puertas que dejaban ver la sacristía y de tanto en tanto a una Nair, con el ojo amoratado y las marcas de un azote de esos que todavía nosotros los viejos recordamos haber recibido alguna vez de nuestros padres. Yo me ofendí cuando terminé de escuchar y la busqué con la mirada para gritarle con gestos que era una desvergonzada… que esas calenturas de mujercita incipiente y resbalosa merecían más que el azote que mostraba, que yo misma le daría la tunda de su vida si amenazaba el decoro de este pueblo de Dios.
 
Mil cosas se me pasaron por la mente sumando prejuicios, desde mi propio marido hasta los hijos que todavía se agarraban de mi pollera antes de entrar a la escuela cada mañana y la vi como un engendro que quería lejos de mí, como una puta aprovechada que intentaba seducir a un hombre dedicado a servir al Señor.
 
Festejé el ojo cabizbajo y la mirada que rehuía la mía, como un castigo moral que yo misma quería imponer. Mi postura era dura y firme, sin resquebrajos compasivos que pidieran algún tipo de explicación de la boca de alguien que apenas si comenzaba a dejar de ser niña. Mi lado cristiano resultó tan impasible que hoy tengo pena de mi mezquindad, de mi falta de juicio, de la estupidez de juzgar a alguien sin el más mínimo derecho a réplica guiada por algo más complejo que el qué dirán. Mirando atrás sé que perdí el derecho al cielo el día que noté el vientre abombado y me acerqué con la rabia encendida restregándole palabras de injuria que aún suenan en mi cabeza tan repulsivamente como las dije:
 
  • Demonio lujurioso… meterte en la cama de un cura forzando su lado humano a tu indecencia… puta.
  • Él me forzó. ―apenas si las palabras salieron de su boca y no le creí.
  • Mientes… las de tu calaña no hacen otra cosa que mentir.
 
No respondió ni se esforzó en defenderse, volvió a hundir los ojos en el piso y se arrastró hacia adentro remarcando todavía más mi furia. ¿Por qué no se marchaba entonces? ¿Por qué seguía día a día alimentando el chisme pueblerino de convivir con un hombre prohibido? Ella quería estar allí, nadie negaría eso ante la evidencia. Yo tampoco.
 
Volví cada día a la iglesia a rezar por el padre Rafael, para que endureciera su corazón lo suficiente para echar de la iglesia a aquella mujer pecadora que lo sedujo en un momento de debilidad y horror. Recé cinco meses más, convencida de que su compasión y su culpa eran lo que le impedían arrojar a alguien que ―fuera quien fuera― llevaba un inocente en las entrañas. Tal vez por esa estúpida ceguera no entendí muy bien las cosas cuando ese mañana el auto del comisario estaba estacionado al costado de la iglesia junto a la ambulancia ¿un bebé prematuro? No alcancé a preguntar cuando la vi salir en un estado en que no creía que el ser humano pudiera sobrevivir.
 
―Laceraciones en cuello, boca, espalda y piernas, herida sangrante en recto y posible desprendimiento de placenta… traumatismo de cráneo y tensión arterial de 8/5.
 
El paramédico trasmitía los detalles por radio y mi comprensión sintió crecer su ignorancia insana cuando la conversación de más allá llegó también a mis oídos como una bofetada:
 
 ―El cura está adentro, esposado… el fiscal va a matarme pero ponele algo de ropa encima, ya guardé los palos ensangrentados que tiene y puse alguien a vigilar el sótano donde la encontramos a ella. Creo que sería mejor que la hubiera matado… no sé… ¿viste las marcas? No podés ultrajar a alguien con ese nivel de saña… pobre chica, no sé cómo en realidad aguantó tanto.
 
 
* * *

Les dije que perdí el cielo… pero la verdad es peor que eso. La verdad es que perdí el respeto por mi misma como respuesta a esa parte de mi humanidad que falló y que por desgracia… afectó la humanidad de alguien más, alguien que recibió de nosotros la simple y llana respuesta de la indiferencia total.
Caliope

Escalera de corazones: La huida


Roberto colgó el teléfono, asqueado.

Hakim sonrió al verlo y le dio otra calada a su canuto.

  • ¿Marcos?-. Preguntó.
  • Marcos-. Respondió Roberto suspirando.


La cabeza del pobre muchacho estaba hecha un lío y su amigo Roberto estaba harto de ser su confidente. Lo sería siempre que hiciera falta, para eso era casi su hermano, pero eso no quitaba que se sintiera exhausto de compartir sus problemas sentimentales.

  • Pero, ¿no estaba pillado por la poli esa que vino a buscarte?-. Preguntó Hakim, incapaz de comprender la complejidad del asunto –Ya la tiene aquí, qué más necesita.
  • Es que no es tan fácil. La relación entre ambos se enfrió, y mientras, él conoció a otra chica. Ahora ha aparecido ésta de nuevo, y claro, no sabe qué hacer.
  • Pero con la otra no estaba saliendo-. Insistió el magrebí -¿O sí?
  • No-. Roberto volvió a resoplar –La otra en cuestión tiene pareja, aunque andaban mal cuando apareció Marcos. Ahora ella no sabe qué hacer, ni Marcos tampoco, y entre medias está la poli.




El camarero no veía la hora en que Marcos se largara de su bar para poder echar el cierre.

Las dos últimas noches, el joven había cogido gusto al lugar, a pesar del tabernero, el cual maldecía su suerte pues, pese al incremento en la caja, tener a Marcos allí significaba volver a casa tarde.

En esta ocasión, acababa de dejar a Sofía en el céntrico hostal donde se alojaba y había vuelto a ese bar, que pillaba de camino a casa, para buscar en un vaso la solución a su dilema. Desde que se cruzó con Margarita, su única meta era que ésta se decidiera a romper con su novio y pudieran estar juntos. La marcha de él había facilitado las cosas, pero Margarita se sentía culpable y no veía con buenos ojos empezar una relación cimentada sobre una traición. Necesitaba tiempo. Marcos estaba dispuesto a dárselo, pero la llegada de Sofía lo había trastocado todo.

Ahora, no podía dejar a Margarita después de que ella se hubiera sincerado con su pareja y se lo hubiese contado todo, pero tampoco quería perder a Sofía. En el fondo, si sólo sintiera algo por la segunda y se viera en deuda con la primera, la cosa tendría más fácil solución, aunque fuera poco elegante. El problema era que Marcos también sentía algo por Margarita. Era tan parecida a Carmen, su amor del instituto, que era como lograr un sueño anhelado desde la pubertad. Sabía que eso tampoco dejaba de ser una mentira hacia Margarita, pero era lo que había: la quería por lo que representaba, no por lo que era.

Con tantas tribulaciones en la cabeza, no era de extrañar que buscara anegar sus ideas con licor para que se callaran y lo dejaran tranquilo. Las tenía casi ahogadas a esas horas, pero era momento de darles un respiro, pues el bar cerraba. Pago la factura y se marchó a casa, a dormir una borrachera que poco lo había sacado de sus penas.



Sofía no lograba pegar ojo en aquel sencillo hostal de ciudad. Era la segunda noche que Marcos la acompañaba hasta la puerta y la despedía con un casto beso en la mejilla. Ella había intentado convencerlo de que subiera a la habitación. Era la oportunidad perfecta para estar a solas y convertirse en uno, pero Marcos siempre había puesto a sus padres como excusa. Decía que no lo dejaban llegar tarde. Ella era policía y sabía que el perfil de su chico no encajaba con el de niño sujeto a férreos horarios en casa. Al contrario, de haber vivido en un hogar tan estricto, Marcos sería de otra forma y, si era así precisamente por rebelión contra la dictadura familiar, no se preocuparía tanto de la hora de entrar en casa. Había algo más, era obvio, no sólo por esto, sino por la actitud distante que había mantenido desde que se encontraron en aquella cervecería. No sabía a qué podría deberse, pero sospechaba que podría haber otra mujer de por medio. Necesitaba saberlo, aunque preguntar a Marcos se había demostrado inútil.

La solución era su mejor amigo, Roberto.



  • ¿Otra vez aquí?-. Roberto abrió la puerta de mal humor y, al comprobar que era ella la que llamaba, la dejó abierta para que pasara y se dirigió al salón, a sentarse en el sofá, invitando a Sofía a hacer lo mismo, aunque sin decirlo expresamente.


La muchacha captó el sutil ofrecimiento y se adentró en el piso. Cerró la puerta y se fue hacia el salón, donde optó por sentarse junto a Roberto, bien cerca, como si de un interrogatorio se tratase, para invadir su espacio, incomodarlo y forzarlo a ser sincero. Aunque como antidisturbios apenas participaba en interrogatorios, su paso por la Academia le había dejado algún recuerdo.


  • A Marcos le pasa algo, lo sé-. Hablaba muy tranquila, estudiando en todo momento la reacción de Roberto, que desviaba la mirada continuamente y demostraba, de ese modo, saber a qué se refería –Está muy raro, casi no me hace caso y parece preocupado. Sospecho que es por otra mujer, pero no consigo que me lo diga. Necesito saberlo. Tal vez yo pueda ayudarlo y, si es que hay otra, me podré marchar y dejarle el campo libre.
  • Son casi las dos de la madrugada-. Roberto pronunciaba con desgana, frotándose continuamente los ojos. Se veía realmente cansado –Díselo a él, yo no tengo nada que ver con vuestros líos. Si no te lo quiere contar, no esperes que yo sea el chivato de turno, madera. Suéltale a él todo este rollo y a lo mejor te lo dice, pero no me metas en esto. Además, es muy tarde.
  • Huele a hachís-. Dijo ella, ladeando la cabeza en un gesto de fingida decepción.
  • ¿Qué? ¿Pero tú de qué vas?-. Roberto estaba indignado, mas no asustado –A mí no me vengas a acojonar como hiciste el otro día con el pobre Hakim, matona. Ahora mismo te largas de esta casa y, si quieres empapelarnos por cuatro porros, te presentas con una orden de registro, seguro que el juez al que se la pidas se descojona. Y no te denuncio por lo del otro día por respeto a Marcos. ¡Fuera!
  • ¡Imbécil!-. Roberto no entendía nada. Quería ayudar a su amigo, pero él no le dejaba con esa maldita actitud hacia cualquiera que tuviera algo que ver con las fuerzas del orden.
  • ¡Vuélvete a Neptuno a apalear manifestantes!-. Zanjó el muchacho. El portazo que vino a continuación retumbó por toda la escalera.




Al día siguiente, Sofía esperó en vano la llamada de Marcos. Al caer la tarde, decidió telefonearlo, pero nadie descolgó. Pareciera que no quería hablar con ella. Todo aquello la tenía bastante mosqueada.

Un día después, el último que le quedaba libre antes de tener que volver a Madrid, decidió recorrer los lugares por los que habían estado últimamente, o aquellos que sabía que Marcos solía frecuentar. La capital de provincia en la que se encontraba no era tan grande, de modo que no tardó mucho en recorrerlos, aunque sin suerte. Al final de la jornada, se encontraba agotada y defraudada, dando por perdida una relación en la que había empezado a creer de veras.

Para reponer fuerzas, y a modo de despedida de la ciudad, volvió a la cervecería del primer día, en la que se reencontró con Marcos. Era la última bala que le quedaba. Si no estaba allí, se volvería al hostal a hacer la maleta, con el corazón hecho jirones.

Parecía un Déjà vu. Sentado en la barra. Roberto disfrutaba de una suculenta pinta de cerveza tostada de trigo. En aquella ocasión, Marcos estaba en el servicio. Deseó con todas sus fuerzas que así fuera de nuevo.

Pero no tuvo esa suerte.

Al verla entrar, Roberto dejó su vaso y se puso de pie, con la cara muy seria, incluso triste. Ya no se mostraba hostil, sino compasivo y, al dirigirse a ella, no podía evitar desviar la mirada para no toparse con la suya.

Marcos se había ido.

Incapaz de enfrentarse a la realidad, había optado por huir. No podría estar con Margarita mientras ella siguiera sufriendo por su todavía novio. En el escaso romance que habían mantenido, él siempre había estado presente, y era una presencia demasiado incómoda para que la relación tuviera futuro. Tal vez dentro de algún tiempo, si ella se deshacía de sus recuerdos, la cosa pudiera funcionar, pero no estaba dispuesto a mantener un triángulo amoroso con un mártir que, con su dignidad a la hora de afrontar los cuernos, había dejado a Margarita herida en lo más profundo de su conciencia, como si tuviera una deuda que la atormentaría a cada segundo, cada vez que estuviera con otro hombre. Ese estigma era la peor venganza que aquel tipo habría podido urdir.

Y, desde luego, con tal rompecabezas sentimental, pensar si quiera en mantener una relación con Sofía era una locura que además la joven no se merecía. Por todo, y aunque sentía algo por las dos, consideraba que no podía estar con ninguna. Era también su particular castigo. Por haber jugado con las dos, ahora se veía sin ninguna, y la situación era demasiado dolorosa para afrontarla como un caballero. Sabía que era de cobardes y egoístas, pero se vio incapaz de dar la cara y despedirse. En su defecto, sería Roberto quien asumiera tan desagradable tarea.

Dolido por la marcha de su amigo, que a esas horas debía estar camino del sur de España, y compadecido del sufrimiento de Sofía, se ofreció a invitarla a una cerveza.

Juan Martín Salamanca
La bella agente sonrió. No aceptaría ese trago, pues tenía que irse al hostal cuanto a antes a preparar su viaje y llorar su pérdida. Pero en la dulce mirada con que rechazó el convite, Sofía le mostró a Roberto toda su gratitud. Sabía que, a pesar de sus diferencias y de que no la hubiera ayudado, el chico sufría por ella. No importaba que fueran enemigos y que cada vez que se veían el desprecio brotara. Ambos eran humanos y compartían el dolor del otro.

Para los dos empezaba con la aurora una nueva vida sin Marcos.

Continuará…

Hecho inesperado












 HECHO INESPERADO


 








 
Manuel MEJÍA SÁNCHEZ-CAMBRONERO

HECHO INESPERADO

            Hoy salí esta mañana como cada Domingo a comprar unos churros cuando vienen mis nietos a aquí hasta Ciudad Real, de Madrid o Barcelona, monstruosas ciudades en las que los que viven, tienen que estar sujetos de una manera u otra, al ritmo que les marcan los medios y los modos en los cuales se mueven; y los churros no es fácil tenerlos a la mano, igual que casi todo, porque todo está cerca en una Capital como es esta manchega.
 
          Yo viví en Barcelona justamente diez años y sé lo que se cuece en esos grandes núcleos, donde todo es correr desde un lugar al otro topándote con gente en medios de transporte y por cualquier lugar por donde te dirijas, yo durante ese tiempo por los años sesenta y durante una década varios trabajos hice entre ellos de taxista, y siempre por la noche en aquel Barcelona muy distinto al de hoy, en todos los sentidos, porque durante el día debía trabajar de funcionario, que era mi propia profesión, pero en aquella época los funcionarios éramos puede decirse que hijos sin conocido padre, con respecto a derechos, dado que no teníamos Seguridad Social ni nada semejante y el sueldo en muchos casos ni el alquiler cubría, a no ser que estuvieras viviendo realquilado con derecho a cocina, tres o más en un piso.

          Los tiempos eran duros, más quizá que los de hoy y nadie se quejaba de lo que en sí ocurría, temiéndole al zurriago que levantado estaba para caer sobre ti sin que clemencia hubiese, porque los mismos tuyos compañeros de turno, de muelle flojo en lengua, ésta se les soltaba y llegaban noticias hasta La Jefatura, la cual el zurriagazo lo tenías seguro a no mucho tardar (allí ni en otros sitios, en ningún tiempo ataron perros con longaniza), tenías que valértelas para salir a flote si no querías ahogarte en aquel duro ambiente de oleaje encrespado.
 
          Después de este preámbulo que al hilo ha ido saliendo, continúo la historia que pude presenciar cuando iba de camino hacia la churrería. Justo en una farola que cercana se encuentra a una marquesina donde la gente espera al “BUS” para cogerlo y poder desplazarse desde un lugar a otro, había tres palomas posadas en el brazo, parecían tener ganas de jugueteo, dado que con sus picos las unas con las otras los juntaban y a veces se rozaban los cuellos cual pruebas de amorío.  Una da un brinco y luego lo dan las otras dos sobre la marquesina, en donde en un “plisplas”, un robusto palomo que de vigía estaba en la rama de un árbol cercano a la farola, pendiente de la escena del teatro amoroso, este buchón da un paso y se incorpora al juego, ahora todo cambia en la amorosa escena, el palomo comienza su típico zureo, arrastra sobre el suelo el ala dando vueltas en el sentido inverso al giro del reloj, después al otro lado, su cuerpo lo va inflando especialmente el buche como si fuese un globo, para llamar así un tanto la atención mientras hacía el cortejo al trío de palomas, que, éstas muy altaneras levantaban sus cuellos para que así el palomo en ellas se fijara y decidiese pues, el turno de apareo, mucho tiempo no tarda, tan sólo unos segundos dando unos cuantos saltos con las dos pata juntas, lanza un pequeño vuelo y se encarama encima de una de las palomas (en una blanquiazul de brillante plumaje), le pica en la cabeza con una maestría que hace que la paloma se agache, alce la cola y el palomo realiza la cópula en un tris, bajándose en un tras y montándose en otra que al lado la tenía haciendo de boayeur, pues daba sensación que el sexo le gustaba y respetaba el turno, la tercera paloma miraba pensativa y con un parpadeo un tanto acelerado y rascándose el pecho con la punta del pico, da una vuelta el palomo con el ala derecha rozando por el suelo, la paloma se fija, altanera se mueve y entonces el palomo se envalentona y salta, se monta encima de ella, la cubre varias veces y aletea  después en  una  carrerilla como  si  así  quisiera realzar su poderío y darlo a conocer, yo perplejo miraba la acción de aquél maestro que en directo actuaba sin recato ninguno, bien libre y a su anchas, tres hembra con un macho que se daban el lote respetando sus turnos sin celos ni rencillas sin complejos y a vistas de todo el que pasaba, tal como yo en su caso.

          Todo iba viento en popa, no pasó mucho tiempo que un gato que miraba desde el balcón de arriba muy atento al teatro del amor sano y libre, puede que por envidia (no creo que por hambre porque hoy todo les sobra y en especial comida), en picado saltó sobre la marquesina, que era el propio “tablao” donde la escena hervía con sus febriles cópulas; y a pesar del disfrute a placer a tres bandas que estaban recibiendo, hubieron de poner los pies en polvorosa y en un vuelo conjunto el cuarteto marchó sin mirar para atrás, mientras el pobre gato con rostro de indignado con ganas de “guerreo”, pues estaba quemado por adentro y por fuera de haber estado viendo muy cercano a sus barbas, aquella abierta orgía del dichoso palomo con aquel bello trío, se tuvo que aguantar con dos cuartas de napias rechinando los dientes y volviendo a su sitio por el mismo camino, pero en sentido opuesto y con más sacrificio del que hiciera al bajar, ahora era cuesta arriba y además defraudado de no haber conseguido lo que al fin pretendía, darle un gran escarmiento a ese buchón de torre, con aires de fanfarria, que se fue de rositas sin tocarle ni un pelo (como dice el refrán), aunque debería haber sido una pluma…
 
****************
********

Un día

Un día escapé
del trajín de las horas
y del azar de los días,
y volví la vista atrás.

La tibieza de los recuerdos
me acarició la cara
y tropecé con mil tardes
y mil cielos y veranos

con amigos perdidos
y soñados a veces,
con horizontes de ayer,
con mañanas recobradas.

Pero me sentía morir
por no poder encontrarte,
y te busqué entre la gente,
entre la música y los aromas

y le grité tu recuerdo
al viento y a las estrellas
y susurré en ese vacío
el color de tu mirada,

el perfume de tu risa
el calor de tu abrazo
el brillo de tu silencio
el dolor de tu voz.

Hasta que descubrí
que todas las calles
todas las rutas
todos los muros

todas las plazas
todos los árboles
todas las canciones…
llevaban tu nombre.
 
 
Jorge

Artículo: Mafalda.




Estamos inmersos en un mundo donde la prima de riesgo, la bolsa, los bancos y los políticos, sean del color que sean, manipulan nuestras vidas y nuestros bolsillos con total sutileza.

Me gustaría pensar que la libertad existe, pero ésta únicamente nace y se reproduce en nuestro subconsciente, a la hora de la verdad, nuestras decisiones siempre están condicionadas de forma intrínseca por el entorno político-económico y social en el que nos desarrollamos como personas.

Dicho esto me viene a la mente una frase que dice:"Y al final, ¿cómo es la cosa? ¿Uno lleva la vida por delante o la vida se lleva por delante a uno?"

El origen de esta frase fue una niña, bajita, de pelo rizado y negro a lo afro y de una amplia sonrisa en su oronda cara, que vio la luz hace casi 50 años de la mano de su creador, Joaquín Salvador Lavado o Quino, para sus fans argentinos, el autor de Mafalda, el flamante personaje que con los años se transformaría en un estandarte de lucha por la igualdad social.

Seguramente los jóvenes de hoy en día apenas la conozcan, ellos han crecido con los dibujos televisivos japoneses pero los de nuestra época crecimos con la filosofía de vida de esta niña, que en cada una de sus viñetas aparecía preocupada por la humanidad y la paz mundial y se rebelaba contra el mundo legado por sus mayores.

Sí, amigos míos, Mafalda ha sido querida y amada por muchos de nosotros y aunque un 25 de junio de 1975 apareciera por última vez en una tira, el personaje sigue tan vigente como entonces, los diez únicos libros de la serie continúan reimprimiéndose una y otra vez en todo el mundo.
Umberto Eco comentó de ella en el prólogo de la edición italiana que Mafalda y sus amigos son ya de índole universal, aunque sus orígenes fueran argentinos y su creador, Quino, no tuviera ni idea del personaje que en aquellos momentos estaba creando.

Todos los que leíamos sus tiradas queríamos ser como ella, porque Mafalda representaba la aspiración idealista y utópica de conseguir un mundo mejor. Sus comentarios y ocurrencias eran y siguen siendo el espejo de las inquietudes sociales y políticas tanto del mundo de los años 60 como de la actualidad.

Mafalda, en cuarenta años de existencia, traspasó no sólo fronteras sino también los estrechos márgenes de las tiras para convertirse en un personaje más de nuestra realidad cotidiana.

Aunque Quino se despidió de ella, hace ahora, hace casi 37 años, el personaje sigue tan vigente como entonces. En el 87, Quino dibujaba a Mafalda diciendo: "¡Sí a la democracia! ¡Sí a la justicia! ¡Sí a la libertad! ¡Sí a la vida!

En el 88 vuelve a dibujar a Mafalda junto a Libertad, para un cartel del Ministerio de Relaciones Exteriores de la Argentina, en conmemoración del Día Universal de los Derechos Humanos y no dejará de dibujarla en años posteriores. Podemos verla, con los años que tiene, navegar tranquilamente por los muros de facebook y siempre la compartimos porque seguimos creyendo en ella y en lo que representa.

El mejor modo de finalizar este artículo para despedirme de ustedes y ofrecerle mi pequeño homenaje a esta amiga imaginaria que me acompañó en mi juventud, es recordando algunas, entre tantas, de sus célebres frases que dicen:

"Todos creemos en el país, lo que no se sabe es si a esta altura el país cree en nosotros” o ¿No sería mas progresista preguntar dónde vamos a seguir, en vez de dónde vamos a parar?" O la última dice: “¿Por dónde hay que empujar este país para llevarlo adelante?"

Escrito por:
Nurya Ruiz.

Nuevas palabras


A sus siete años Samuel adora las palabras. Cada día intenta aprender alguna nueva y hoy ya ha elegido una.

-Mamá, ¿cómo se escribe “crisis”?

-Ahora, no, Samuel, los mayores estamos hablando de nuestras cosas.

En los últimos meses a Samuel ya no le prestan la misma atención. Sí, es pequeño, pero no tonto. Sabe que algo raro está pasando a su alrededor, aunque no consigue saber qué es aquello que tanto atormenta a sus padres. Papá sale todas las mañanas temprano de casa, pero el bocadillo envuelto en papel de plata que mamá siempre le preparaba, ha sido sustituido por una carpeta llena de folios, todos ellos iguales. A Samuel le hace una gracia tremenda ver la foto de papá impresa en cada una de esas hojas.

La hora de la comida también es distinta desde hace algún tiempo. Ahora, en lugar de comer en casa, mamá y él hacen cola durante un buen rato frente a un comedor lleno de gente en el que no es posible elegir la clase de comida que a él le gusta. Nada de hamburguesas ni mucho menos de pizzas. Él intenta averiguar el motivo de tan drástico cambio, pero no se atreve a preguntar por miedo a entristecer más aún a mamá. Ya casi no recuerda cómo era el sonido de su risa, hace tanto que no la oye. A cambio la descubre en cualquier momento llevándose las manos a la cara para intentar secar las lágrimas que caen por sus mejillas. Samuel ya no pregunta, simplemente la abraza con sus pequeños bracitos y le lanza besos al aire. “Cógelos, mamita, son para ti, te harán sentir mejor, seguro”.

Por las noches nada mejora. Papá llega a casa exhausto “de patear la ciudad”, dice, y entonces empieza una nueva discusión entre él y mamá. “¡Qué va a ser de nosotros!” o “¡Qué futuro le espera a nuestro hijo!”, son algunos de los lamentos que Samuel escucha desde la oscuridad de su cuarto, rota sólo por un pequeño haz de luz proveniente de una vieja linterna con la que lee sus cuentos bajo las sábanas. Porque en casa ya no hay luz, sino multitud de velas colocadas por todos los rincones.

Samuel sabe, por el tono distinto de las voces de sus padres, que al día siguiente algo va a cambiar. No sabe lo que ocurrirá, pero, por si acaso, decide elegir ya una nueva palabra para su colección. Es una que últimamente escucha muy a menudo. No le preocupa su significado, pero desea fervientemente que esta vez mamá sí pueda explicarle cómo se escribe. Su palabra elegida será “desahucio”, seguro que a mamá le encantará.
                                                                         ***
Espero que este recién estrenado año nos traiga miles de cosas buenas, especialmente para aquellos que tan mal lo están pasando en estos momentos.


Rakel Ugarriza

¿Quién eres?




          Alas del tiempo que te envuelven y te hacen viento…Viento que invade amorosamente la esfera de tu mágica Aura donde reina permanente y eterna como brisa al mar, inseparable y fresca, tu gracia.

          Escucho tu voz autoritaria y firme, decirme a la distancia ¡Tú debes ser amoroso!

          Destilas impaciencia, derrochas rebeldía, exiges ternura y ofreces indiferencia.

          Añoras esas noches que dejaste escapar sin complacerlas y las dejaste vacías de estrellas, vacías de todo… ¡Que ingratitud la tuya!

          Y así miras altivo cada desprecio que recibes ¿Qué habrá en un corazón tan amplio como es tuyo en que cabe tanto deseo descarado?

          Devorador de palabras de plata al espíritu y de oro a la memoria simple. ¡A la razón desdeñas y al mundo desafías!

          Amorosamente asomas apenas un discreto sentimiento momentáneo, seductor, irresistible y sin engaño…Así sin condiciones apareces, entras y te vas sin remordimientos pero tampoco los dejas.

          Solo estela de esperanza al aire, que al fin se esfuma entre el recuerdo y el olvido.

          Fieles hermanos de la mente frágil que no se conforma con sentir solo una vez.

          Y tú no vuelves, solo avanzas y te vas hacia el destino incierto, que de cierto tú conoces porque es el único que existe… Los demás son un invento piadoso bienintencionado, pero cruel.

          Engañados y enfermos desfallecen los crédulos torturados entre lágrimas que no limpian nada ¡Ni el alma!

          ¡Lágrimas sin sal en llanto estéril, llanto que no sana, que no depura ni define, que se hace eterno por inútil!

          ¡Solo hacerse amoroso salva!



Hugo.

UN SUSPIRO.

Es el sentir de inquietantes pensamientos, huérfanos de realidad y presencia.
 
La añoranza, cantos de anhelos que sostiene la esperanza sin hastío.

Invaden noches los suspiros cuerdos, vigilia involuntaria que hace arder entrañas.

Ni lamentos y ni quejas conmueven al silencio, que indiferente sigue su curso interminable hacia la nada.

O llegará como canto de aves de paraíso y con veneración de diosa, corresponderá apurado a tu clamor de... Amante prodigiosa.



Hugo

Aunque no lo quieras.


Aunque no lo quiera pasarán los años
y siempre surgirá quien te haga daño,
se irán los hijos del nido materno
en pos de sus metas y superación,
quedarás tranquila, en paz, sosegada,
es ley de la vida, es una lección.

Aunque no lo quieras quedarás muy sola
cuando se mueran tus seres queridos,
sentirás la ausencia, el vacío profundo
y la soledad te tendrá afligida.

Aunque no lo quieras, sumarás el tiempo,
la carne marchita, el surco de arrugas
probará en silencio que ya estamos viejos.

Aunque no lo quieras, quedarás cesante
porque te ha llegado la jubilación
y habrá mas espacios para tus labores,
para caminatas y la diversión.

Solamente Dios estará contigo,
en las horas buenas y en la aflicción,
y será tu escudo, tu norte y tu guía
mientras permanezca en tu corazón!.




Trina Leé de Hidalgo

Agur Ama



Hoy no estás,   
 
se nota tu ausencia,
 
me faltan tus risas,
 
me falta tu voz.
 
Sé, que tenía que llegar...

Pero ¡duele tanto!

Más de lo que podía imaginar.
 
Es algo natural, lo sé,
 
pero no por eso es menos doloroso.
 
Ya pasará, el tiempo lo cura todo.

Pero ¿Cómo olvidarte, ni siquiera un segundo?
 
Cuando has sido todo,
 
todo para mí.
 
Agur ama, te echo de menos.
 
Quizá más, porque vuelve la Navidad
 
y tú no vuelves ya.
 
La nieve cae, en silencio,
 
las luces brillan sin cesar,


pongo la estrella en el árbol,
 
que te representa, mamá.
 
Sé que estés donde estés,
 
nos miras a todos con paz,
 
la paz que necesitamos,

para seguir, sin ti, un año más.
 
Agur, adiós, ama.


Luz

Sin la menor oportunidad


           Le tenía un temor tan asfixiante, tan enfermizo, que nunca le había entregado su voluntad ni se había atrevido con menor motivo aún, a caer postrado a sus pies por tan arrebatador embrujo.

          En más de una ocasión, “la que no tenía nombre”,  había intentado seducirle a costa de lo que fuera, una y otra vez, y hasta en una tercera ocasión con el despliegue completo del arsenal de mil armas diferentes y con el uso indiscriminado de todas sus malas artes. Mas él, sublime experto en la  estrategia de la evasión y del escapismo, había conseguido evitar el tan temido desenlace.

          Ella, al parecer, no se conformaba con los miles, quizá millones de exitosas conquistas, todas ellas cosechadas en el largo y fecundo intervalo de su provechosa existencia.

          Era insaciable y voraz, y el afán y la sed inagotable de novedosos logros y rotundas victorias, no podían ser mitigados más que con la consecución de futuras conquistas y nuevas víctimas propiciatorias.

          El aumento del número de damnificados en su ya voluminoso haber no colmaba su orgullo, sólo lograba saciar en parte el inmenso e insondable apetito con la que fue creada.

          Él, atento ante cualquier peligroso acercamiento de sus hechizos y de su envoltorio perfumado y embriagador, burlaba a duras penas su pertinaz acoso y su rutinaria demanda.

          Terminó por sufrir lo indecible, con cada momento en que le flaqueaban las piernas y parecían ceder irremisiblemente sus endebles defensas incorrectamente apuntaladas, y en más de una ocasión, estuvo a punto de sucumbir  de manera definitiva a sus innumerables encantos.
 
  • ¿Por qué yo?, ¿por qué a mi persona?  - se preguntaba incansable, cuestionándose los motivos que pagaban “a la que no tenía nombre” al hacerlo. Aquellas dudas y aquellas preguntas sin respuesta, le acercaban  sin remisión a  la paranoia más absoluta -. 
  • Él, el más insignificante de todos los mortales, perseguido sin descanso por la más bella y la más aclamada, la más deseada de todas las emociones humanas.

          Su indudable grandeza y su adictivo disfrute, abrumaba a todo aquel que a ella se acercaba y respiraba a través de los poros de su cuerpo, el fragante y adictivo perfume que destilaba.

          Todo el mundo conoce, desde el más sabio de los hombres hasta el mayor de los necios, las nefastas consecuencias que su compañía y posesión generan siempre.

          Que no hay argumentación ni recursos suficientes para eludir su poderoso encantamiento, sobre todo para los más débiles de alma, para los de corazón abrumado y para los ávidos de aventura. No, ellos no tendrán nunca tanta suerte, les faltará de repente el suficiente criterio y la lucidez necesaria para poder evitarlo.

           Pero el transcurso del tiempo da paso a la fatiga, y cansado ya de tanto batallar, por su supervivencia e independencia se dio finalmente por vencido, y después de muchos años de lucha y desgaste, a su debilitado espíritu le abandonaron las fuerzas y se dejó llevar, arrojándose entregado y voluntarioso a los brazos de “la que no tenía nombre”.

          La permitió introducirse de lleno en su vida y tomar posesión de esa nueva plaza. Profanar el cuerpo virgen de un escurridizo siervo al que imponer sus sensuales condiciones y del que recibir a cambio, un oneroso e importante tributo.

          Desde ese mismo instante, a partir de ese momento, nadie podría asegurarle que lograra ser más feliz de lo que lo había sido hasta entonces, ni tampoco más afortunado.   Sólo podría predecirse que sería desde aquella vital decisión mucho más humano, y se sentiría cada día más vivo.

          A raíz de esa rendición practicada, sus sentidos superarían definitivamente las barreras de color rojo y blanco y primarían sobre la razón y frente a la cabeza.

          Quedaría a merced de un nuevo universo de sensaciones, al albur del dictamen de su bajo vientre y de la profunda sensibilidad de la epidermis erizada.

          Ya no tendría freno, ya nada podría colmar su deseo si no venía acompañado de “la que siempre ha tenido nombre”.


Faustino Cuadrado

Crónica de una ilusión ©

         Aquel 5 de enero, nos echamos a la aventura, como Quijotes, siendo dos, pero ninguno Sancho, a pié y por donde nos convino, con afán de conquistar Los Castillejos y más allá. Amaneció sin sol y las nubes reptando, no dejándonos advertir ni la silueta de los árboles. Aún había ramas por el suelo, por la poda reciente. Nos armamos de sendos palos para ayudarnos en la marcha, como si peregrinásemos o fuésemos a descubrir Las Américas.
 
          No nos creíamos monjes, y mucho menos Colón, sino dos amigos, que habiendo dejado de ser niños y por voluntad propia decidimos conocer la sensación de la aventura, sacada de los libros leídos, pero con afán de ser nueva para admiración de quien escuchase nuestro relato. Con la simple ayuda de una mini-brújula y nuestros pocos años, atrochamos; tramontamos nuestro primer objetivo, y después de confundirnos entre un rebaño de ovejas, tropezándonos con ellas, llegamos a una oquedad volcánica, en la que nos pusimos a resguardo del frío y la humedad de las densas nubes, que parecían grapadas al suelo, aquel día. Finalizando la mañana, comenzaron a hacerse visibles algunas partes del paisaje, hasta que el sol quiso y pudo conjurar nuestra tiritera, más por frío que por miedo. Fue en esa porción de tiempo, la ocasión de tomar fuerzas con bocadillos envueltos en las páginas de un diario, informando sobre la Navidad y los Belenes mostrados al público. Después de examinar la zona, anotando los detalles en la memoria de nuestras aventuras, iniciamos el camino de regreso, sin dar con el mismo trazado que el de ida. Cuando llegamos de nuevo a la ciudad, seguimos el rastro de boñigas de caballos y asnos, hasta incorporarnos a la Cabalgata de Reyes, llegando ya al Ayuntamiento. Nos mimetizamos con los participantes, dado nuestro aspecto deshecho por la andanza: manta al hombro y palo a lo pastor.

          En aquella ocasión, supimos que habíamos dejado atrás la gran ilusión de una víspera del día de reyes, con su noche cargada de impaciencia por el amanecer, para disfrutar del esperado regalo, siendo uno sólo y sencillo, pero importarte para quien lo imaginaba durante todo un año, aún sin haberse aburrido del recibido en el pasado.

          Hoy, después de ese tiempo lejano, he vuelto a recuperar ese tiempo de ilusión, viendo y compartiendo La Cabalgata con mi nieta de cinco años, en primera fila, a la espera de esa observación de algo que aporta la real complacencia en lo que hincha la parcela de la ilusión de un niño, que a veces se refleja en nosotros, los mayores, observando sus expresiones vivas, plenas de esa fantasía, que sólo se sabe reconocer cuando se es como él. He vuelto a sentir el momento de representación, sugiriéndome la imaginación todo lo que adorna y expande los sentimientos bellos de una Noche de Reyes y la espera del amanecer. ¡Mickey! ¡Bob Esponja! ¡La Bella y la Bestia! ¡Y ahí viene Minie! ¡Los tres cerditos!... ¡Cuántos personajes! Y… ¡Cuanta ilusión! Y, ahora ¡Los Magos, en sus carrozas, entre múltiples luces de colores! Y los caballos con los pajes; y las bandas de música; y muchos más personajes regalando alegría, y hasta caramelos.

          De entre las tinieblas de la memoria, ha vuelto a mi presente esa mágica noche, en la que dejábamos los zapatos en la ventana –el único par que teníamos-, junto a la copa de anís, un trozo de pan y otro de queso, para Sus Majestades, además del cubo con agua del pozo, para los camellos, con la pregunta sincera de niño, sobre si Baltasar era de verdad o teñido. Algo que ahora no ofrece duda porque hay muchos seres humanos entre nosotros, de piel oscura, deseando ser reyes o, simplemente pajes, en nuestra celebración popular. Si son de Oriente o andaluces, a mí me da igual, siempre que sean los portadores de la ilusión, hasta que alguien se encarga de quitárnosla, como la Fe.


10.01.2013

La familia Helviana: El Templo



En el pleno centro de la ciudad de Xillander’kull, sobre una alta meseta que da la vista a toda la ciudad, se ubica el templo de la Reina de las Arañas. Este es uno de los edificios más imponentes, sobresalientes y terroríficos de la ciudad, puede ser observado de día y noche desde cualquier parte del interior de la cueva sin ningún problema. Esa fue la intención desde su construcción, recordar a la ciudad a quien debían su fidelidad; ya fuese por asombro, por fe o por miedo.

Su masonería, a base de obsidiana negra, le brinda un aspecto lustroso y brillante ante la luz fosforescente que ilumina la cueva. La estructura descansa sobre una estalagmita, que fue tallada y cortada por miles de esclavos y asegurada por magos que ayudaron a darle forma final a la estructura. El acceso al atrio interior de la estructura se consigue por medio de un estrecho pasadizo, tallado en la misma piedra de la cueva. El patio es enorme, lo suficiente para el entrenamiento físico del clero, para recibir los suministros y sacrificios, o para preparar a las milicias a disposición del culto.

En su entorno, la estructura se yergue orgullosa por varias decenas de metros, hasta perderse en el techo de la cueva. Es sin duda una magnífica obra de mampostería, una muestra descarada de orgullo, de majestad; obra segura de alguna alta sacerdotisa agradecida por los favores de su oscura diosa. Era como un alarido soberbio al infinito, una exclamación del poder y la riqueza de la ciudad en honor de la madre de los elfos oscuros.

En el atrio principal se alza una enorme estatua que recibe a todo valiente que se atreve a ingresar al templo. La imagen es la de una sacerdotisa oscura, joven por la forma de vestir y por el tocado en su cabello, que sostiene una daga con manchas de sangre en su mano diestra y un corazón en su siniestra. De al menos cinco veces el tamaño natural de su raza, es el firme testamento de lo que le sucedería a cualquiera que por alguna razón cometiese un acto flagrante en contra de la celosa protectora, la madre creadora y la deidad que adora esta raza.

Zeknarle contempló la estatua y tragó grueso. Su corazón descansaba, porque sabía que los tiempos de esa Alta Sacerdotisa habían pasado. La placa a sus pies decía que la imagen representaba a la Gran Sacrificadora. Bajo su administración inició la construcción de la magnífica estructura hace más de un siglo. Pero sólo quedaba su título y sus logros en el templo. Su verdadero nombre fue borrado intencionalmente, probablemente porque le había fallado a la Reina de las Arañas. Esto podía confirmarlo al observar su cara, porque la estatua no tenía rostro.

El joven se sonrojó ante el símbolo. Era una lástima que semejante caramelo sucumbiera por contrariar a una diosa. Él sabía jugar el juego y conocía el precio por el fracaso. Ella era el ejemplo de lo que sucedía a quien fallaba en su lucha por sobrevivir en la ciudad. Por esto se había presentado en el templo, para jugar el juego. Debía informar a su patrocinadora de una noticia perturbadora. Pero cuando la fue a localizar a su casa más temprano, le dijeron que se encontraba desde temprano en estas instalaciones, por una emergencia acontecida durante la noche.

Para todo elfo oscuro, ir al templo de la Reina de las Arañas es igual a pedirle que renuncie voluntariamente a su masculinidad. En el templo solo se admiten mujeres. La sola vista de un varón provoca las reacciones más adversas en su contra. La sociedad de los elfos oscuros es matriarcal, los hombres nobles se tiene en baja estima, en mucho menos estima se tiene a los que desempeñan trabajos menores, y en el fondo de la jerarquía se encuentran los mercenarios independientes que se aprovechan de cada oportunidad, como es su caso.

Hace meses salimos. No he comentado nada a nadie, como me lo has pedido. Pero no es conveniente que sigamos ocultando más lo nuestro. Así que mañana, luego de la ceremonia del alba, le diré a mi madre. ¿Te parece?

Las palabras de su voluptuosa amante conservaron los colores en su rostro. Especialmente porque venían acompañadas de las impresiones de su preciosa cara, de su cuerpo núbil, de sus turgentes curvas y de la azarosa jornada que acababa de tener con ella en la cama. Por eso, al encontrarse frente a la puerta principal del templo, las dos religiosas de la guardia diurna lo rodearon con lentitud, lo devoraron con sus miradas y con sendas sonrisas reclamaron

—Cariño ¿Qué puede urgirle tanto a una delicia como tú para venir al templo tan temprano en la mañana?

Zeknarle respiro profundo. Sabía que posiblemente esas eran guerreras sagradas. Una mala palabra, un mal gesto o una mala reacción convertirían la visita en un desastre para él. Sin desanimarse, expuso su mejor sonrisa, se paró con un gesto sensual y exclamó—: Bueno. Venía a atender asuntos, que no se comparan a la hermosura que ambas me muestran, señoritas.

El cumplido fue bien recibido. De inmediato provocó sonrisas en las mujeres que se relajaron. La de su derecha se acercó, acarició su rostro y contestó —Mi hermana y yo tenemos terminamos el turno en dos horas. Si tu asunto no tarda tanto, estaremos disponibles en nuestra celda. ¿Te parece, guapo?

—Encantado.

¿Ahora, cuál es el asunto que te mueve hasta acá, cariño?

El cambio de tono no lo extrañó. Las celadoras debían conservar una apariencia marcial por el tiempo que durase su turno. Él conservó su sonrisa con aplomo, entrecerró los ojos y contestó—: Buscó a la señora Jhaelxena, la gran sacerdotisa del templo. Solicito una audiencia con ella. Dígale que mi nombre es Zeknarle.

—Zeknarle— repuso su interlocutora con extrañeza. Ambas se separaron y hablaron entre sí por un momento. Luego, la silenciosa llevó a cabo unos movimientos de manos que él no pudo precisar. Al terminar, bajó la cabeza humildemente y cerró los ojos. Con un leve gesto de aceptación con la cabeza, se acercó a su hermana y comentó entre dientes la respuesta recibida.

—La señora lo espera— respondió su interlocutora mientras lo revisaba y lo despojaba de todo su armamento. Con un guiño de su ojo al finalizar su labor, el joven observó con asombro como una puerta mágica aparecía en el lugar de la puerta principal. La callada celadora tomó las llaves en su cintura y la abrió con rapidez. En cuanto se abrió avanzó en su interior con firmeza, sin dejar translucir el temor que lo embargaba. Una vez dentro la puerta se cerró tras de él y desapareció en el aire por arte de magia.

El muchacho observó que se encontraba en el segundo piso de la estructura. Lo recibió un pasadizo estrecho, cubierto de enormes gobelinos. Sus imágenes representaban a todas las sacerdotisas que habían presidido el templo, en pose de triunfo y orgullo, naturales dada la posición alcanzada por cada mujer. Él prestó atención a las impresionantes imágenes, pero el antepenúltimo antes de la puerta se sorprendió. La imagen bordada era el de la Sacrificadora de la estatua. Una mujer joven, de piel oscura, largo cabello rojo, vestida escasamente, en su pose de triunfo mientras lanzaba el corazón de su sacrificio al fuego, para el honor de la Reina de las Arañas. Las runas informaban que el sacrificio era su hermana, pero al igual que con la estatua, su rostro no aparecía y la inscripción de su nombre fue deshilachada.

La puerta de la habitación estaba cerrada. Él quiso tocarla, pero las voces en el interior lo hicieron desistir de ingresar todavía. Sin resistir la tentación, él acercó su oído a la puerta y escuchó el tumulto en su interior.

—¿Lograste enfocarlo, Zilvryne?

—Lo volví a localizar señora. El maldito dirige el entrenamiento en el patio de armas de una de las casas. No logro identificar, pero estoy segura que es una de las casas de la ciudad.

—¿Puedes aproximarte?

Lo siguiente que escuchó helo su sangre. Ambas mujeres gritaron al mismo tiempo, gritos de absoluto terror, que obligaron a Zerknarle a quitar el oído de la puerta. El sonido metálico contra la piedra le informó que algo había caído, así como el sonido como de agua que corría le comunicó que algo sucedió adentro. Luego de un momento, colocó de nuevo el oído en la puerta y escuchó. —Maldición. Ese sujeto está poseído por un demonio poderoso. Ni siquiera alcanzo a ver su rostro a través del reflejo. Si al menos el otro hubiese violado a Ardulintra, tendríamos forma de localizar a esos infelices. Ni siquiera para cadáver sirves, inútil hija mía.

El reproche fue acompañado de inmediato de un horrendo grito. Una mezcla de dolor, ansiedad y terror recorrió el estrecho pasillo desde la dirección contraria, lo que impactó al joven ladino. Él conocía perfectamente ese grito. Lo había escuchado la noche anterior, de la sacerdotisa que perdonaron en el callejón. El terror que le produjo la revelación, de que la joven de la que quiso aprovecharse fuese la hija de su patrocinadora, provocó que por accidente tocara con fuerza la puerta, acto que no pasó desapercibido por las mujeres en el interior.

—¡Ábrete!

La puerta obedeció de inmediato. Zeknarle apenas tuvo de acomodarse y colocarse en posición de firme. En cuanto se abrió, avanzó con confianza a su interior. Frente a él, dos sacerdotisas lo seguían con ojos disgustados, en una habitación decorada con motivos de la Reina de las Arañas. Una gran biblioteca, de más de cien libros, un escritorio al final del cuarto y un área para meditar (las habitaciones de la Alta Sacerdotisa) la decoraban. La mezcla de buen gusto y clase quedó rota con la enorme pila ceremonial de metal tirada en el piso y el agua que cubría por completo la habitación.

El conocía el protocolo. Con la cabeza baja, se aproximó hacia el centro. Él podía percibir como ambas mujeres lo devoraban con su vista. La superiora, con ropa casual, acariciaba con su mano derecha un bastón hecho de hierro oscuro que sobresalía entre su escasa ropa. Su asistente, una joven elfa oscura de uniforme, esperaba con la mirada baja y de cuando en cuando lo observaba. En cuanto llegó a un círculo rojo, se detuvo, se arrodilló fuera del área, se mojó las piernas con el agua y esperó con paciencia a que le fuese dirigida la palabra.

—Levántate, Zeknarle.

Él obedeció a la voz de inmediato, se levantó pero conservó la cabeza baja. Había aprendido que lo mejor era no provocar la ira de las religiosas del templo. Mientras la superiora lo revisaba de pies a cabeza, él respiró profundo, alistó su dulce lengua, la única arma que le quedaba en ese momento. Conforme se colocaba a su lado, el joven se volteó hacia su diestra, lo que le permitió notar que la segunda religiosa lo devoraba con sus ojos. Sus claros ojos y brillante cabello hacían juego con el vestido que apenas la cubría. De inmediato él sonrió y ella le respondió con un guiño de ojo.

La superiora consideró que no era un peligro, así que lo tomó de su brazo izquierdo y lo llevó al centro del círculo rojo, su área privada en la habitación. Con muebles de mármol negro, decorado con imponentes imágenes de sí misma, se notaba en las imágenes y en persona que la jefa del templo era de mediana edad por el cansancio y la profundidad de sus ojos. Pequeña y delgada, sus carencias eran sustituidas con la arrogancia que emanaba el poder y la confianza de su puesto, así como el temor que podía desatar en sus súbditos e inferiores.

—Zeknarle Hun’Afin… Me honra tu visita a mis aposentos. Sin embargo, como has de saber, aunque respondes directamente ante mí como Capitán de la Guardia de la Torre Norte, no es bueno que se sepa que tenemos negocios en conjunto ¿no es así?

—Así es mi señora.

Ella encontró que su punto estaba claro y de inmediato reprochó —Entonces… ¿Qué haces aquí, mercenario sucio y repugnante?

Zeknarle sabía muy bien lo que seguía. Interrumpir a una mujer de la altura de Jhaelxena era como una sentencia de muerte para aquel que la aburriera con trivialidades. Pero el motivo de su visita no era para nada trivial. Él calculaba que era un hecho de importancia capital para la ciudad, en especial para un clero tan celoso como este. Por eso respondió humildemente.

—Recientemente he adquirido una información que pueda interesarle, gran señora. Una de mis fuentes me comentó acerca de una ceremonia prohibida, que se lleva a cabo en la ciudad.

A la sacerdotisa se le ensombreció el semblante y respondió visiblemente alterada —¿Sabes cuantas ceremonias prohibidas se realizan en este hueco por año, Zeknarle? Más de mil quinientas ceremonias de todo tipo. A la gran mayoría las dejo pasar porque no son importantes. ¿Qué tiene de especial esta ceremonia prohibida que requiere mi atención y mi tiempo?

—Que es una ceremonia del alba, mi señora.

La frase provocó una reacción inesperada en la religiosa. Visiblemente molesta, ella extrajo una daga, lo sujetó de la camisa, levantó el arma a la altura de su cuello y reclamó —¡Blasfemo! Eso no puede suceder en mi ciudad. ¡Está claro! Ese tipo de ceremonias está terminantemente prohibida, bajo órdenes directas y explicitas de la Reina de las Arañas.

Zeknarle observó a su alrededor. La muchacha que le había guiñado el ojo sacó otra daga y lo amenazó con fuerza en su costado. Las dos amenazaban con matarlo. Pero el mercenario conocía el juego de traiciones y malos entendidos. Sabía que tenía que convencerlas de la veracidad de su acusación. Él aspiró profundo, se relajó y habló con medias verdades—: Es cierto. Se lo escuche a una bailarina que conocí en un bar. Su nombre es Berlashalee.

La superiora cambió la mirada de odio por una de incredulidad. Estaba asombrada por la revelación, no podía evitarlo. Era como si se hubiesen referido a un pariente, muerto y olvidado largo tiempo atrás. De inmediato guardó la daga en su cinto y repuso —Zilvryne… Trae el tomo de los dioses… tengo que consultar algo.

—Si mi señora.

Cuando ambas mujeres guardaron sus puñales, Zeknarle se sintió libre por primera vez desde que entró al templo, al corredor y a la habitación. Esto lo hizo descansar aliviado. Podía notar que la superiora se encontraba inquieta, incrédula, exudaba mucho temor. De esta forma, él preguntó—: Puedo saber… ¿Hice algo malo?

—No— fue la única respuesta de la superiora. Ella no pudo evitar la confusión e incertidumbre que la revelación le produjo. De pronto, levantó la cabeza, contempló al joven frente a ella, sonrió con realización.

—No lo había notado, muchacho. Eres bien parecido. Dime, esta bailarina, Berlashalee ¿sales con ella?

—Se puede decir, señora—, respondió él con cuidado—: Salimos desde hace varias semanas. Es realmente hermosa.

—Lo sé. Ella tiene que ser como su madre.

Zeknarle encontró estas palabras confusas e intrigantes. La religiosa hablaba con la confianza que daba el conocimiento previo. Pero la ignoró. La experiencia le había enseñado que a las religiosas de esta orden no se encuentran en todos sus sentidos (están locas) por las pruebas que deben superar para ordenarse. De pronto la joven Zilvryne los interrumpió. Con un gran libro entre sus manos, la superiora le ayudó a colocarlo sobre la mesa que servía de escritorio en su oficina. Entre ambas abrieron el libro, lo extendieron de par en par, pasaron las páginas y buscaron con cuidado la referencia brindada por el mercenario. Luego de un largo rato ambas sonrieron, encontraron lo que buscaban.

—Vaya. La Doncella Oscura. Así que ahora sirves a la Doncella Oscura, tía.

—Discúlpeme, señora… ¿Puedo saber quién es la Doncella Oscura?

Zilvryne fue quien levantó su mano ansiosa y respondió la pregunta con orgullo —La Doncella Oscura es una diosa, como nuestra señora. Es la hija gemela del Padre de los Elfos y la gran Reina de las Arañas. Pero a diferencia de su hermano, ella conserva el corazón de su padre, junto con su debilidad. Algunas sacerdotisas de nuestro culto que son débiles o que enojan a la Reina de las Arañas cambian a sus afectos. Esa diosa promueve creencias arbitrarias y repulsivas, que fomentan la debilidad, que son contrarias a nuestra forma de vida.

—Bien muchacho—, continuó la superiora mientras le lanzaba una bolsa de dinero que tomó de la mesa —En esta bolsa hay el equivalente a quinientas monedas de oro. Debes mantener activa esa relación, pasa tiempo de calidad con ella, todo el que puedas. Gana su confianza, permítenos averiguar donde está ubicado su templo en la ciudad. Si lo logras, te daré lo que tú quieras. Pero sabes lo que te sucederá si me fallas.

—Por supuesto, señora. Haré lo que usted me pide.

—Ahora retírate. Estamos ocupadas.

Zeknarle comprendió de inmediato la orden. Conforme daba su espalda, él sonrió con mucha confianza y sostuvo la bolsa de dinero con ánimo. Había tenido muy buena suerte con la información que de forma descuidada escapó de los labios de su amante. Antes de salir por la puerta, se volvió sobre su espalda, lo que le permitió notar que Zilvryne ahora lo contemplaba  con unos ojos más deseosos. Esto lo hizo suspirar de orgullo. Tres hermosas mujeres era el número de sus conquistas del día. Quién sabe, si le alcanzaba el tiempo y las fuerzas, tal vez Berlashalee se uniría a esta lista como la cuarta.

Carlos "Somet" Molina