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martes, 22 de abril de 2014

La Familia Helviana. El Avatar.

Ardulintra Elisana sentía una combinación de orgullo y realización mientras presenciaba la ceremonia con sus ojos. Ella había capturado al principal sacrificio de ese día. Pero mucho de ese orgullo se veía mitigado por la situación en la que se encontraba. A pesar de sus muchos esfuerzos, su madre no la había hallado digna de participar de la ceremonia. Por esta razón ella permanecía de pie junto a su abuela, la Matrona de la casa Elisana; al igual que sus hermanas y primas, integrantes de la familia. Ella conservaba su cabeza baja, como todo cachorro sin esperanza, esperaba a la menor de sus órdenes o caprichos para obedecerlos de inmediato.
El milagro impío, la reacción irritada y furiosa de la Reina de las Arañas, la tomó por sorpresa. A diferencia de sus parientes ella permaneció en su puesto al lado de la Matrona; mientras observaba con horror como la imagen de su diosa estallaba frente a todas las presentes. El estampido y la onda la tumbó en el sueño, una sensación ocre se acumuló en su nariz y en su boca, lo que le provocó una sensación de nauseas. Ella sabía exactamente que le sucedía porque lo había padecido una vez. Sangraba por la boca o por la nariz, no sabía porque razón, pero estaba segura de que sangraba.
La oscuridad en el salón se asentó. Era la primera vez en que ella no podía ver nada más allá de su brazo. Lamentos, quejidos y voces se sucedían a su lado. Lo primero que hizo fue revisarse. Con la mano confirmó lo que había sospechado al percatarse del aroma ocre, sangraba por la nariz. A tientas encontró el apoyo de la silla donde se encontraba sentada la Matrona, la usó como apoyo y se levantó por sus propios medios. De inmediato, un latigazo de dolor que provino de su cadera le confirmó que estaba herida.
¡Luz de día!
La oscuridad desapareció ante la poderosa muestra de poder, una luz cegadora que rebotó contra el techo e iluminó todo el interior de bóveda que constituía el altar del templo. Todas sufrieron la herida del destello en sus ojos, todas tardaron un momento en acostumbrarse. Cuando pudo ver volvió su vista hacia donde se encontraba la Matrona. La encontró en el suelo, hacía esfuerzos para levantarse. Tal como era su obligación, se aproximó a su superiora y la ayudó a incorporarse con una pregunta—: ¿Noble Madre, se encuentra usted bien?
Ambas se observaron la una frente a la otra, gestos de terror las invadieron simultáneamente. Ella podía observar en la frente de su abuela la marca indeleble de la Reina de las Arañas, una marca de la maldición que había caído en su contra. Por la expresión que le devolvía, ella también poseía la misma marca, a la altura de la cadera.

Un latigazo de dolor las afectó a ambas. Ambas gritaron, gimieron y temblaron. En los palcos, en los asientos del templo y en toda la estructura, los gritos de lamento de todas las presentes dejaron claro a Ardulintra lo que contempló al ver a su abuela y a sí misma. La Reina de las Arañas había maldecido a todas las presentes.
La marca dejó sentir sus efectos sobre Ardulintra. Ella se retorció del dolor, tosió sangre y encontró que no podía usar sus hechizos para mitigar sus efectos. Pero su juventud le permitió sobrellevarlo. Había recibido el ataque de un monstruo descuartizador en su cuerpo, que continuaba atado en la piedra de sacrificio. Casualmente su dolor en el callejón era el mismo dolor que sentía ahora. Si había superado eso, si había capturado a una de las criaturas más poderosas que había conocido hasta ese día, sentía que podía enfrentarse a cualquier cosa. Por esta razón se subió al borde del palco, evaluó la altura para contemplar la posibilidad de lanzarse al vacío y alcanzar el altar.
—¿Qué haces, Ardulintra?
—Ella sabe que fue lo que pasó, su excelencia. Voy a hacer que hable, que nos explique qué sucedió.
¡No! Ardulintra...
No era el momento de explicarle o hacerle caso a la dueña de su casa. Después de todo, si lo que había escuchado de su madre en las mazmorras era cierto, si el chisme que le había comentado Zylvrine era cierto, debía existir una rivalidad entre su abuela y su tía abuela que no conocía ni deseaba preguntar. En esa mujer, en ese sacrificio todavía atado a la piedra, estaba la respuesta de lo que había sucedido durante la ceremonia. Ella era la llave que develaría el motivo de la maldición de la Reina de las Arañas. Por esto ella se lanzó al vacío en dirección al altar.
La verdad es que no tenía deseos de morir ese día. Hace tiempo había descubierto el secreto de su herencia racial. Lo había hecho en secreto, a escondidas de su madre y de todas sus hermanas. Por esto, cuando el suelo se aproximaba ella sonrió y extendió su brazo.
¡Levita!
Su cuerpo se detuvo a una palma del piso del altar. La escena que encontró a su alrededor la mortificó. Ella comenzó a caminar en el área de sacrificios, pero su mirada estaba fija en la del engendro, la causa de la muerte de las sacerdotisas que oficiaban la ceremonia y de la maldición de quienes la presenciaban. La criatura estaba cubierta en fuego azul y sus ojos estaban posados en ella, atentamente. Frente a las cenizas de las maestras de ceremonias encontró la daga que Zylvrine había usado para herir a dos de los sacrificios, lo único intacto. La recogió, avanzó hasta Yasfryn, que continuaba atada a la pierda, colocó su mano izquierda sobre su brazo, la amenazó con el cuchillo.
—Sacrificio… ¡Exijo que me explique qué fue lo que sucedió!
Yasfryn levantó la cabeza. Su cabello desordenado se hizo de lado y mostró un gesto de locura. La mujer que probablemente fuera su tía abuela tenía impresa la marca de la Reina de las Arañas en su frente. Como sentía pegajosa su mano la soltó, estaba cubierta de sangre. La veterana religiosa la encaró y respondió con orgullo —En primer lugar, llámame por mi nombre cachorra. Soy la señora Yasfryn Helviana para ti. En segundo lugar; libérame y te explicaré que fue lo que sucedió.
El tono altanero del sacrificio hizo que la muchacha se revolviera en odio e ira. Sin embargo, era la única en la habitación que había reclamado de todos los presentes, era la única además que sabía que no se debía sacrificar a la niña y al igual que todas las religiosas presentes poseía la grotesca marca de maldición. No tenía opciones, se tragó lo que sentía, apartó su cuchillo, cortó sus ataduras y le devolvió la libertad.
Yasfryn ignoró a la muchacha y caminó en forma tambaleante, producto del largo rato en que permaneció atada y colgando. Ignoró los comentarios del aquelarre. Nada de eso le importaba. Su vista, su impulso, su momento, su todo estaba enfocados sobre su hija, que yacía en la piedra de sacrificio. Con dos movimientos de sus manos, la madre se rodeó de un aura plateada y colocó sus manos en la frente de su hija.
—¿Estás viva? ¿Cómo puedes estar…? No importa mi amor, ¡resiste! Te curaré en un instante— exclamó entre lágrimas.
Ardulintra se acercó, pero tuvo que voltear la cabeza por el estado del cuerpo de la bailarina. Lo que más la afectó era que todavía respiraba. Su madre acomodó los restos de su hija esparcidos sobre la mesa. Cuando los pudo reunir en su vientre, exclamó con voz firme y determinada
—Doncella Oscura, Eterna Bailarina. Brinda a esta, tu humilde seguidora, la capacidad de curar las heridas de mi hija.
Un flujo de energía positiva embargó a la religiosa, se transfirió al cuerpo destrozado y la cubrió como una mortaja. Las heridas se cerraron como si nada le hubiese pasado. Sólo quedó la herida fresca en su vientre, así como el mismo sello de maldición que había visto en su abuela, en el sacrificio y en ella misma.
Ardulintra no exclamó palabra. Sólo podía observar con temor, se extrañó del efecto restaurador que habían tenido los poderes de la veterana religiosa, que la ignoró para dirigirse al elfo claro. Se encontraban en un sitio de consagrado para sacrificios, en medio de la presencia del altar principal del templo más importante de la ciudad. No se suponía que ella pudiera usar o transmitir el poder de otra diosa aparte de la Reina de las Arañas dentro del área del templo. De pronto, se percató al igual que todas en la enorme habitación de lo que había sucedido. El acto de sacrilegio había sido de tal magnitud que el aura sagrada del templo había desaparecido. La figura sagrada de la Reina de las Arañas, el orgulloso símbolo del poder de las religiosas en la ciudad ya no se encontraba. Ella, al igual que todas las religiosas reunidas en la habitación se encontraba indefensa, a merced de una peligrosa sacerdotisa de un culto rival.
Yasfryn volvió con su hija y suspiro cuando no recuperó el conocimiento después la curación. Luego se aproximó al fuego sagrado y extrajo con cuidado a la niña. Esta se encontraba ilesa después de la manifestación, pero tenía cerrados los ojos, agotada por el esfuerzo del milagro. Ella comenzó a arrullarla, mientras el aquelarre exclamaba confundido con gritos y lamentos su situación.
—¡Silencio!
La voz de Yasfryn fue profunda, se impuso en la sala con la propiedad que le daba su antiguo cargo. Todas las presentes le pusieron atención mientras exclamaba
—Estúpidas, arrogantes, torpes mujeres. Es con mucha razón que esta ciudad ha decaído a los niveles que lo ha hecho. En los tiempos en que era la maestra de este templo, nunca hubiera dejado que esto pasara. Porque solo en la mente estrecha de una sacerdotisa inexperta se hubiera podido confundir una Marca de Justicia con un Beso de la Reina.
—Entonces… ella es… esa niña es…
—Así es, pequeña cachorra. Tu madre no lo vio, porque sólo se regodeaba en su vanidad y su autocomplacencia. Ninguna de ustedes pudo verlo, porque sólo veían a una víctima más dispuesta para complacer a la Reina de las Arañas. Pero nunca, bajo ninguna circunstancia, una diosa permitiría que se sacrificase a uno de sus elegidos. Esta niña es un avatar, una elegida por la poderosa Tejedora de Tramas, la gran Reina de las Arañas, para servir como su enlace con nuestro mundo.
Yasfryn levantó a la niña en los aires. Ardulintra de inmediato se puso de rodillas, como signo de humildad y de sometimiento ante los designios de la Reina de las Arañas. Lo mismo hizo el aquelarre justo donde se encontraban. Porque en ese momento la pregunta obvia fue contestada. Ahora, la siguiente pregunta que ocupaba la cabeza de todas era ¿cómo recuperar el cariño y el perdón de la Reina de las Arañas?
Carlos "Somet" Molina

El Avatar. Arte: Alx Palacios. Color: Bimago

5 comentarios:

  1. Muy original tu relato, con el avatar como protagonista; aunque no se sabe hasta el final. Nunca se sabe si alguna vez podríamos tener un avatar.que realizara las cosas que nosotros no nos es posible hacer
    Un saludo

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    1. ¡Gracias! Levanto la mano y reconozco "Deux ex Machina" (literalmente). Todos estos personajes los use en juegos de rol alguna vez, la pequeña niña de la discordia ya tiene como unos 80 años (16 años de su raza) y es toda una pícara. Para este caso trate de manejar la mente torcida de una diosa que exige sacrificios a sus seguidoras y que no perdona errores. Me inspiré en algunas cosas de algunos bestsellers combinado con algo de la ideosincracia de este lado del Atlántico. Gracias Carmen por el comentario.

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  2. Interesante y absorbente. Gracias por tu relato, Carlos.

    Cristian

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  3. Sumamente creativa la narracion, mantiene al lector interesado desde el principio hasta el final y sobre todo el final revelador sobre la nina. Muy imaginativo y genial.

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