Una revista de literatura, donde el amor por las letras sean capaces de abrir todas las fronteras. Exclusiva para mayores de edad.

jueves, 13 de febrero de 2014

El amor en la clínica literaria La Odisea




—Lo siento, Eva, pero yo tengo que probar esa clínica, cueste lo que cueste: por un millón de dólares.  Ya sé que soy un maníaco… A mí me ingresan aunque no padezca de nada; siento mariposas en el estómago; o me lesiono a propósito. Sólo pensar que “ellas” puedan trabajar ahí de asistentas o azafatas, o de enfermeras, me da un vuelco el corazón de aquí te pillo.
—¡Pues si vas —y escucha bien lo que te digo (recalcó como para temblar)—, si te atreves, rompemos… olas —y además chilló Eva, fuera de sí, mesándose los cabellos hasta el punto de arrancárselos.
—Toma, un mechón de recuerdo de lo real, de lo que vale, de lo que tiene peso al quilate. Si te vi, no sé dónde ni me da la gana y de tu nombre no quiero ni acordarme. ¡Que te vaya bien, peluso del ártico!




Pues bien, al día siguiente fui ingresado de urgencias, a causa de un síndrome múltiple, en la clínica literaria La Odisea, sin soltar el ejemplar de mí amiga: te como a besos en la noche de las letras mientras tú deshojas las margaritas. Primero esperé una media hora tumbado en una camilla retorciéndome de dolor (fingido, como se ha de suponer) y, tras mucho ajetreo y toqueteo como para dar cosquillas, me subieron a la UVI, donde me sometieron a las primeras pruebas para esclarecer el origen de mi enfermedad, si es que padecía alguna.  Estaba como sedado por la intensidad de los ataques  y espasmos musculares, pero yo mismo no entendía el origen de tales pinchazos, que venían y se iban como locos asesinos en la cuerda floja, al filo de la navaja; dejándome exhausto, como a sangre fría de capote. Así, en un estado nebuloso, escuchaba voces tipo mástil Ulises inquiriendo con premura dónde me aguijoneaba y qué sentía cuando me auscultaban por aquí y por allá, en plan medea enloquecida. A veces gritaba descompuesto y un sonido imperativo como chasquido de lenguas me llamaba presto a la calma como de cumbres borrascosas.



—Es usted presa de la sobreexcitación sexual previa a la lectura de un tomo de la enciclopedia británica; y no le digo ya la espasa, sopena de recaer. Por favor, tenga paciencia de rilke. Estamos procurando su salud literaria./ Estamos procurando su salud literaria./ Estamos procurando su salud literaria.

Cabeceaba…  Como lear sin mau. Y a esto que, cuando iba a hundirme en el sopor del sueño de verano harto de vino a lo falstaff, entraron por sorpresa el Dr. fausto, su ayudante shylock y las enfermeras Emma (por bovary) y Séverine (de belle de jour). Morena la una y rubia la otra, ambas te ponían bien puesto nada más aparecer ante tu rollo fantasmón de canterbury sin cremallera. Cuando menos te aliviaban y te alegraban la vista, efecto y reacción que cualquier convaleciente poseído por la incertidumbre del penar las flores del mal sabe que es muchísimo de agradecer en tan difíciles circunstancias en tiempos modernos o de jauría humana.

Rememoro y avivo sus pechos dormidos, como rémulo que te remo en las noches neblinosas y bacterianas de muerte en Venecia.



El Dr. Fausto se empleó a su gusto sobre mi magullado cuerpo (propio de su puño, o de su paquete), auscultando con mucha diligencia al saldo en sus inteligentes observaciones mabusse/ Frankenstein. Al tiempo que clavaba  fijamente sus ojillos de detective Holmes en mi nariz, como si quisiera indagar información guerra galáctica sobre mi persona rumbo a lo desconocido y viaje a la luna y escudriñar algún terrible secreto de la conquista marciana/ lunera en el mes de julio.

Al fin, le rogó a Séverine si podía continuar con el experimento, como si fuera el turno de portero de noche. Y ésta sonrió encantada, dada su buena predisposición y docilidad al tacto. Sentí una mezcla de vergüenza ajena, indignación (tan de moda en la redoma) y una gigantesca excitación por el lupanar abajo que me costó esconder ante los allí presentes como si se tratase de la historia de O que le den.

—Si le presiono en el esófago, ¿experimenta usted punzadas?—me preguntó entre suave y tímida, llena de pasión desenfrenada por mis pobres huesos.

Rostro fino y mejor perfilado. Nariz perfecta a la cirugía top. Boquita de labios carnosos apiñonados.

—Más o menos—dije, simulando impotencia ante ese miedo a lo desconocido de un planeta de simios.

—Tiene usted muchos gases, al estilo de los que el viento se llevó—concluyó. Y enrojecí como un tomate pulposo del al este del edén o qué verde era mi valle.

“Es difícil admitir ante la belleza que estás lleno de aire, como un odre vacío.

A una orden dada por Emma, saqué la lengua, y me pidieron que recitara a Espronceda; no que pronunciase treinta y tres, como es la ancestral y lógica norma y costumbre en estos casos de en busca del tiempo perdido en un catarro o inflamación de garganta profunda. Obedecí a regañadientes y creo que lo hice mal que bien. Sumido en mi torpeza, cambié las estrofas y confundí autores, pues metí de por medio a Bécquer con aquello de volverán las obscuras golondrinas y a zorrilla y su don Juan tenorio y su lío carnal con la sensual Inés de por medio en la otra orilla: ¡Oh, Don Juan, Don Juan! Yo os imploro que me hagáis al menos veinte sombras de Grey… Estaba claro que tenía pavor lo que se dice pavor a morir, envenenado por alguna Lucrecia, arpía medieval de tomo y lomo bocacciano; o terror de ser asfixiado por un clítoris.
           
—Compruebe Dr. fausto—aseveró Séverine con voz sibilina—, tiene la lengua carrasposa, roja y seca como la garganta del volcán de viaje al centro de la tierra.
          
—Yo la veo más bien con un tono muy parecido a cien mil lenguas de vieja sin marino —arguyó ingenuamente Emma, pretendiendo ser graciosa a lo ninette de Murcia.
          
—¿Y el rostro?— exclamó el Dr. no con voz de prefijo 007 —casi gesticulando de espanto—. Parece la cama de la más cara la de hierro —del rastro—, donde comprar muebles viejos y libros de ocasión. — Y dirigiéndose a mí en tono circunspecto, afirmó—: Pues bien, joven, no nos vamos a andar con rodeos ni por las ramas ni por la higuera y le vamos a espetar la verdad del caso savolta: Usted padece de una falta total de vitamina literaria al estilo Moby Dick, que se le mojan los lomos de los libros. Debe concentrarse más en la lectura, tipo Fahrenheit 451. Y, a partir de ahora, caminar más consciente a lo foucault; o más atento a su existencia de beauvoir. Necesita imaginación digital de cinéfilo Kubrick: Mañana se la dará de alta de su odisea en la habitación 2001, así dispondremos de más espacio. Y procurará seguir un tratamiento ambulatorio consistente en dos páginas Hamlet al levantarse y un capítulo de donquichote al acostarse; y eso donde las dan las toman, según bretón de los herreros.
          
—¿Por qué?— pregunté contrariado, bastante asustado, muerto de mieditis cólica, empapado de sudor al tercer hombre que escapa de gorra—. ¿No me puede usted recetar una cosilla más a tono, más ligera, más fácil de digerir, sin tanto efecto secundario, algo así como píldoras el principito o Alicia maravillas?
          
—Escuche—respondió el Dr.  Fausto—, la tomografía que se le ha realizado demuestra que usted está repleto de ausencia de lectura intensificada. Todos estos ejemplares que aparecen por aquí reflejados son los títulos de libros que usted no ha llegado ni siquiera por asomo a abrir todavía. Así que habrá que afinar en lo futuro si quiere usted llegar a viejo; es decir, a cobrar pensión. Las píldoras Hamlet le ayudarán maravillosamente para la atrofia muscular y las donquichote para que no se lo carcoman los virus y bacterias, todavía dormidos en su atrofiada conciencia. Estos malditos microbios están esperando la oportunidad de manifestarse en su debilitado y macilento organismo, para hacer de las suyas con estropicio incalculable. Si se abandona, el riesgo es grande para su bienestar de juventud divino tesoro. Estas píldoras como usted las llama— que le recomiendo son eficaces mil por mil, de lo mejor que existe desde hace siglos.
          
Siguiendo los sabios consejos del Dr. Fausto, me curé con el tiempo a trompicones, y ese contratiempo debido a mis reacciones alérgicas consecuencia de mi falta de preparación. Pero sigo desde entonces buscando desesperadamente Emmas (por bovary) para el reúma y séverines de belle de jour para el crecimiento interior. Aunque un amigo —al igual que yo, bajo tratamiento— me ha salido al paso y me ha aconsejado que, si no las encuentro, no importa demasiado, pues bien puedo —según su criterio— tomarme en substitución varias tisanas ofelias, y eso con la expectativa feliz de una pronta sinfonía homeopática y homérica.
           
Esperemos a ver qué piensa el Dr. Ulises de mi periplo.
Llamé desengañado a Eva una y otra vez… No cogió el teléfono (antes se decía ”descolgar”, por lo de la soga del ahorcado). Y un día, ya dispuesto a suicidarme con la quinta tele, tocaron a mi puerta (el timbre) y pude ver a través de la mirilla a… ¡Eva al desnudo!



José Luis Benítez

6 comentarios:

  1. ¿Qué puedo decir de esta odisea médico-literaria? Bueno, que si las enfermedades de la ignorancia y el desgano a la literatura se curaran de esta forma desearía que hubiese más clínicas como estas. Salud por esto.

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  2. Gracias Carlos! Me alegro que te guste... Y estoy de acuerdo contigo...!!!

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  3. El texto rezuma critica velada y es divertidísimo. He disfrutado mucho leyéndolo.

    Cristian

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  4. Muy original el relato, entretenido y fluido, Saludos!

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  5. JUAN: Me saco el sombrero ante tu originalidad al escribir este relato. Aparte de creativo ha sido muy divertido de leer; en mi mente iban desfilando los distintos personajes (como yo me los imagino) que vas nombrando a los largo del relato.
    Felicitaciones!

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