Una revista de literatura, donde el amor por las letras sean capaces de abrir todas las fronteras. Exclusiva para mayores de edad.

jueves, 29 de agosto de 2013

Nunca me besas.



 
Sí, ya sé que lo haces, que me besas. Pero no es de eso de lo que hablo.
No son ese tipo de besos los que me colman las ganas que te digo.
Las caricias que acompañan al sexo, naturalmente me encantan, me encienden, me ascienden tan arriba que, después, no queda más alternativa que bajar, que caer.
 
Esos besos no tienen valor, no me alcanzan, no me sirven.
Al principio sí servían, aunque fuera en la cama, en el sexo, arriba. Entonces todo era alquimia, curiosidad, intuición y deseo.

Ahora el sexo es sexo y se acaba.
Es bello, pero carece de sustancia. Inodoro, incoloro e insípido como el agua del grifo en el centro.
Es trámite, confirmación de que continuamos aquí juntos y nada más.

Los besos que estallan para el sexo se consumen en sí mismos, se gastan enseguida y no me provocan más allá del orgasmo.
No germinan, porque están secos de futuro.
Bocas frías, labios secos. Impotentes para la búsqueda, la invención, el descubrimiento... No acaban de ir al encuentro.
Para que germinen y provoquen y descubran deben nacer en otro sitio, más tarde, más allá, porque sí, a las cuatro de la tarde.
No del contacto casual de un pie con una rodilla flexionada.
No de un inesperado cambio de postura.
Tienen que surgir de una mirada sorprendida, fuera de programa.
En medio de una ensalada o al salir tiritando de la ducha. 

Me cepillo el pelo, por ejemplo, y te descubro asomado detrás del espejo. Entonces me haces una mueca absurda, te haces el payaso, me haces reír y me besas.
De eso hablo.
Me acompañas a la parada del autobús y, al pasar por la agencia de viajes, fantaseamos unas vacaciones en Japón. Entonces, de pronto, llega mi autobús y tú estás aún en Oriente. Yo salgo corriendo, y tú detrás de mí y te subes, con el vehículo en marcha. Y entonces, como si tal cosa, lo haces, me besas.
Por ejemplo.
O me sorprendes a traición por la espalda mientras escribo, y masajeas mi cuello y yo cierro los ojos y me dejo.
Eso también es besar como yo digo.
 
¿Romanticismo frívolo, crees?
¿Fantasías de fuegos de artificio, dices?
¿Qué el sexo en la cama, y el trabajo y el autobús y la ensalada en la vida, piensas?
 
No. El trabajo y el autobús y la ensalada son más trabajo, más autobús y más ensalada con los besos que yo digo, porque después, por la noche, en la cama, alumbrarán en ecos, reproducirán las ondas.
La piedra en el lago, ya sabes...
 
Pero esos besos obligados, no, gracias.
Aquellos que, en vez de celebrar la fiesta, recogen despojos, no.
Para eso prefiero prescindir, qué quieres que te diga. Que tú también prescindas y, sencillamente, no me beses.
 
¿Lo entenderías?
Vibraciones compartidas, quiero. No tener que explicar jamás una mirada.
“¿Por qué me miras así? ¿Qué es lo que esperas?”, me preguntas a veces.
Esa mirada es un grito que deberías haber adivinado y atajado antes. Una vez que no has conectado y ya te he mirado y has preguntado, ya no sirve, es inútil.
Es el grito del que cae hacia una muerte segura pero, de todos modos, grita para dejar constancia; no de su caída, sino del propio grito, de que nadie se ha molestado en evitar que saltara.


¿Qué no es importante? ¿Qué no trasciende?
¿Que, a estas alturas, tú y yo no podemos —no debemos— permitirnos absurdos pataleos, exabruptos sensibleros?
¡Como si fuera una vergüenza admitir que también yo, a pesar de todo, de todos los años, de todos los libros, de todo lo dicho y redicho... me muero por un beso de esos de Cenicienta!
Y que sean muchos y húmedos y tibios.
Que no conduzcan necesariamente al lecho; que lleven a él por insondables carreteras secundarias.
No mero punto de partida, ni meta ni encrucijada ni dirección obligatoria.
Que respondan a un impulso y, sobre todo, que estén vestidos siempre de fiesta.
 
Y cuando digo beso, se entiende que digo risa, digo alegría, digo complicidad y digo cuerpo.
Y, por supuesto, digo amor.
¿Por qué no puedo decir amor? ¿Por qué se ha gastado la palabra?
Pues, mira, hoy me da la gana de decir amor.
Y exijo y manifiesto y necesito.

Es cierto que no es importante y no ocurre nada si no me besas. Nada en absoluto.
Te sigo queriendo y cocino para ti y nos reímos a veces y vamos al cine. Tú me cuentas tus sueños y yo interpreto símbolos recurrentes y trabajamos y hablamos de los amigos y traemos del supermercado todas las latas que tenemos que traer.
Lo que te digo, no pasa nada.

Es solo que, a veces, me asalta la nostalgia y el traicionero hueco protesta sin permiso.
Sabes que suelo acallarlo y “a otra cosa, mariposa”.
Pero hoy, ya ves, tal vez por la lluvia inminente o el fin del verano, no sé, ha surgido, le ha sido dado su momento y ha chillado en silencio para que tú lo oyeras.
Reproche infantil, es cierto. Indigno manifiesto.

En fin, no tiene importancia. Pero, de todos modos...
¡Qué pena, qué jodida pena que nunca me beses!

 
Yoly Hornes

13 comentarios:

  1. Me encanta....esos besos son los besos que toda mujer necesita, besos que hablan por sí solos, besos sin ninguna finalidad, que salen espontáneos y que por eso tienen tanto valor. Me encantó.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Gracias, Menchu! Me alegra que te haya gustado este texto. Sé que es un sentimiento que muchas mujeres comparten, una necesidad que no siempre es captada por sus parejas.

      Eliminar
  2. Els homes, alguns homes, també somiem els petons tendres, dolços, inesperats, carinyosos, sorprenents... És que el sexe més complet, més exigent, més feliç... no necessita de la vida? Són els petits moments compartits els que deixen rastre de felicitat.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Cuánta razón tienes! La dulzura de esos momentos son los que nos ensanchan el corazón, nos dan seguridad, nos hacen sentir vivos...
      Y, por suerte, cada vez hay más hombres que piensan y sueñan como tú.
      Besos dulces,
      Yoly

      Eliminar
  3. Bueno, tengo un pequeño problema del contacto que debo resolver. Los romanos fueron los que se desvivieron por describir los tipos de besos. La verdad es que un beso es un beso, pasión o no se determina por la calidad que se le pone. Es bueno tenerlo presente, Yoly. Gracias.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por tu comentario, Carlos.
      Besos, miradas de complicidad, caricias, risa compartida... Creo que siempre es bueno demostrar el amor, decirlo, alimentarlo, mimarlo.
      Cariños y gracias por leerme.
      Yoly

      Eliminar
  4. Besos, la expresión más sincera y espontánea del amor, la ternura, el afecto, el deseo... Besos que en sí mismos, no ocultan ninguna función, no desempeñan un objetivo, solo abrir los corazones. Estos besos que, como muy bien dice Menchu, necesita toda mujer... pero que también los hombres anhelamos. Sin ellos, no podríamos vivir. Gracias,Yoly, me ha gustado mucho tu especial sensibilidad.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Gracias a ti, Dioni!
      Me da mucha alegría que te haya llegado lo que transmite este texto. Claro que los hombres necesitan estos gestos de cariño y de deseo tanto como las mujeres.
      Un abrazo,
      Yoly

      Eliminar
  5. Me gusto muchísimo... me encanta tu forma de narrar tienes una sensibilidad especial... que nunca falten besos, un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchísimas gracias, Jose, por esas palabras tan bonitas acerca de mi escritura.
      Eso, que nunca falten besos, ¡me gusta!
      Un abrazo también para ti,
      Yoly

      Eliminar
  6. Muchísimas gracias, Jose, por esas palabras tan bonitas acerca de mi escritura.
    Eso, que nunca falten besos, ¡me gusta!
    Un abrazo también para ti,
    Yoly

    ResponderEliminar
  7. Muy buena reflexión, me ha gustado! el beso cotidiano, el beso sin razón, Saludos!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegra mucho saber que te ha gustado mi texto, Juan.
      Un beso de agradecimiento por haberlo leído y comentado.
      Yoly

      Eliminar

Gracias por dejar vuestros comentarios.