Todos los del pueblo sabían que no había peces en el río.
Nunca habían visto uno. Ni podían llamar río al recorrido de aquellas aguas que
bajaban del deshielo.
Nadie se
explicaba cómo el agua continuaba corriendo tras el invierno. Y Samu bajaba
casi todas las tardes con su caña casera y una ajada bolsa de tela. Atravesaba
la calle principal con sus bártulos como si nada sucediese a su alrededor y
desaparecía de la vista. Su rincón se encontraba resguardado entre los árboles
en un recodo caprichoso de las aguas, que parecían haber pensado en él antes de
que naciera. Samu descubrió su escondrijo en una de sus huidas. Mera
casualidad.
Regresó a él
porque le pareció ver un pez saltando en las aguas aquella primera vez. Apenas
fue un instante y pudo no haberlo visto, pero la mirada perdida se encontró con
aquella visión y lo agradeció, le hizo sentir algo mejor. Los peces viven bajo
el agua, saltan a tomar aire y se sumergen enseguida. Así lo sintió. Los peces
tienen escamas, no necesitan aire; eso decía la realidad de la que él ansiaba
fugarse.
Uno se esconde
y sale a la superficie solo para tomar aire, después regresa al agua y procura
pasar desapercibido, que nadie conozca su existencia. Se sumerge.
Que todos
piensen que las aguas solo se derraman por el deshielo de las montañas y
recorren el camino más sencillo para encontrar el mar si la tierra no las
filtra antes. Supuso que era el único pez y, por algún motivo, decidió
pescarlo.
Construirse la
caña le llevó algunos días, así como encontrar una cuerda rígida y resistente,
y encontrar el modo de atarla de manera segura a la larga vara, flexible y
fuerte. La realidad decía que sería inútil, acaso puso más ahínco por eso. Sus
tardes, su caña, su escondrijo y el río que no era río. Pescar donde los peces
no existen aunque haya visto uno. Le dejaban hacer porque era un chaval. No
hacía mal. Un chico raro, eso era todo. Hijo de un buen
hombre.
Texto: © 2013 Eduardo Caballero
Ilustración: © 2013Art'disoni Silvia
Es difícil buscar cosas donde no hay. La espectativa es dura, y trabajar para nada también. Gracias Eduardo por su relato, ha dado en un clavo de mi vida.
ResponderEliminarA veces vale la pena entregar la vida para pescar un pez, aunque no siempre sea de río o mar. Interesante relato, Eduardo.
ResponderEliminarSiempre yendo contra corriente, es bueno buscar la alternativa, interesante relato! Saludos!
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