Una revista de literatura, donde el amor por las letras sean capaces de abrir todas las fronteras. Exclusiva para mayores de edad.

jueves, 30 de mayo de 2013

Fallo del concurso de microrelatos "Donde está tu destino"


          Como ya sabéis los seguidores del blog de La Revista de Todos, el pasado 16 de Marzo iniciamos el primer concurso de microrelatos, cuyo premio sería un ejemplar de la novela "Donde está tu destino", cuyo autor es Luis Anguita Juega, que tuvo a bien en colaborar con la revista regalando un ejemplar al ganador.

          La experiencia ha sido más que positiva, ver como os habéis volcado sin lugar a dudas para la dirección de la Revista, es un aliciente para organizar otro concurso.

          Lo menos grato para el jurado, ha sido tener que escoger al ganador.

          Os aseguro que no ha sido fácil y que la persona encargada, no lo ha pasado nada bien. Todo sabéis que lo importante además de participar es que todos disfrutemos de la literatura.

          No voy a dilatar más la espera, el ganador del concurso de microrrelatos "Donde está tu destino" es: Mariano Álvaro.

          Gracias por estas líneas llenas de sentimientos, de sueños y sobre todo de esperanza.

          Espero que veas la publicación en el blog, no obstante me pondré en contacto contigo a la dirección de tu correo electrónico, dándote la buena nueva.

          En cuanto puedas mándame la dirección para hacerte llegar un ejemplar de la novela con la firma del autor, y un diploma que la directora de la Revista de Todos, te otorga por la calidad y el sentimiento del relato.

          Me gustaría pedirte que en cuanto ambas cosas te lleguen, y si no es mucho pedir me mandes una fotografía tuya con la novela y el diploma, para anunciarlo en el blog.

          Gracias por participar, nunca olvides que "Siempre habrá un lugar para soñar" y un camino en el que podrás conocer "Donde está tu destino".

 

Atentamente:

Eva María Maisanava Trobo
 

Relato ganador: 

El pequeño Joaquín no entendía por qué su madre lo obligaba a guardar en cajas sus escasas pertenencias. Le gustaba vivir en esa casa, allí había hecho realidad sus sueños infantiles en sus seis años de existencia. Luego todo había cambiado. Pronto llegaron las conversaciones de sus padres a media voz, calladas cuando él se acercaba; después las lágrimas de su madre; y, finalmente, palabras que él no entendía como paro, hipoteca, crédito, desahucio... —¿Por qué tenemos que irnos? Yo no quiero. Dile a esos señores que nos quieren quitar la casa que yo quiero quedarme aquí, les daré mi colección de cromos, ¿querrán?—No te preocupes, hijo. Siempre habrá un lugar para soñar si estamos todos juntos, cualquier sitio será especial porque nos tendrás a tu lado. Siempre.
 
 
Escrito por: Mariano Álvaro
 
 

 

miércoles, 29 de mayo de 2013

ediciones Carena, estará presente en la Feria del Libro de Madrid, con varios escritores. ¡No os lo podéis perder!

Ya sabéis que La Revista de Todos, se hace eco te todo las noticias que tengan que ver con la literatura. Y en este caso os anuncio que "ediciones Carena", estará bien representada por cuatro autores cuyas novelas han dado, dan y darán que hablar. Os dejo las fechas y horas para que no perdáis detalle.
 
Si es posible la directora de la Revista se dejará caer para cubrir el reportaje, si los escritores me lo permiten.



 

 

 




Firmas en la Feria del Libro
(Stand 118 Librería La Marabunta)

  
Día 5 de Junio. 
18:00 Jesús San Gil (Number Nine)   
 
                                               
19:00 Gema Theus (Felices 40)
 
 
 
 Día 12 de Junio
 
18:00 Víctor Charneco
(Devuélveme a las once menos cuarto)
                                                       
 
  19:00 Esther Ginés
(El Sol de Argel)



 

Book trailer de la novela "El día que fuimos dioses" de Fco. Rodríguez Tejedor.

¡¡Gracias a todos los que habéis visitado el vídeo!!!

Se llevo a cabo hace no mucho y ya lleva 1006 visitas, que espero que sigan yendo en aumento. Gracias, muchas gracias.

Nuevo Book trailer, de la novela "El día que fuimos dioses" de Francisco Rodríguez Tejedor. Estoy deseando tener la novela, porque ya la he cogido cariño después de realizar el trabajo, como siempre me ha pasado con los anteriores trabajos realizados a otros escritores. Y además, porque la protagonista se llama "Eva". 
 
 




Espero que disfrutéis del vídeo, tanto o más como lo hice yo, mientras que lo hacía.
 
 
 

 


lunes, 27 de mayo de 2013

Firma de ejemplares de la novela "El último hogar que nos queda". Faustino Cuadrado Valero. Ediciones Seleer.

Nuestro compañero y amigo Faustino Cuadrado Valero. 


Os recuerda que estará presente en LA FERIA DEL LIBRO DE MADRID firmando ejemplares de su libro, EL ÚLTIMO HOGAR QUE NOS QUEDA publicado por EDITORIAL SELEER.
 
 
 
Y lo hará en la CASETA nº 118 de la Librería LA MARABUNTA, el día 10-JUNIO (LUNES) de 18:00 a 20:30 horas.
Os espera.
 

domingo, 26 de mayo de 2013

Reportaje de firmas: Luis Anguita Juega. 25 de Mayo 2013. Alicante.



Como ya sabéis anunciamos que el padrino de la Revista, Luis Anguita Juega, estaría firmando en Alicante y que procuraríamos cubrir el evento. No sólo hemos procurado cubrirlo, sino que lo hemos llevado a cabo. Gracias a una persona muy especial para mí, Maricarmen García Sales, —que en su día también escribía en la Revista, pero que por avatares de la vida, lo tuvo que dejar—. ¡Gracias, de verdad! Sin tu presencia éste reportaje no existiría. 


          Sabéis que la Revista procura crecer poquito a poquito. Y mi afán es ir incorporando siempre que podamos cosas nuevas. Empezamos el pasado 30 de Agosto del 2012. Entonces sólo escribíamos algunas cuantas personas; ahora ya hacemos vídeos, reseñas, concursos y lo que nos faltaba era salir a la calle y realizar un reportaje.
      

¡Y ya lo hemos realizado! 



          Esto no quiere decir que podamos cubrir todos los eventos donde nos pidáis nuestra colaboración, tenéis que saber que todo se hace por amor a la literatura y que nadie cobra nada. ¡Doy mi palabra! 

          Pero... centrémonos en lo que ahora importa, el primer reportaje de firmas que La Revista de Todos ha cubierto. 

          La novela de Luis Anguita Juega, —Donde está tu destino— es algo más que un conjunto de palabras impresas cubiertas de una atractiva portada. Su novela, tiene alma, tiene vida, tiene amor; cada personaje está descrito de una forma tan real, que por un instante has de dejar de leer, respirar profundo, para darte cuenta que ésas sensaciones que su novela despierta, son solamente fruto de su buen hacer.

          
Y esto es debido a que Luis, disfruta creando a cada uno de sus personajes dotándoles de vida propia; una vida tan sencilla que es por eso que en ocasiones nos sentimos identificados con sus personajes. 
          Como vulgarmente se diría, ya ha llovido, desde que hace tiempo atrás refugiado, en esos momentos de soledad, que todos los que escribimos necesitamos, y casi a escondidas de los suyos escribió su primera novela:
—Mi lugar. Mi pequeño sueño—. Novela que ya nos llegó profundamente.  
          Todo sabemos que el autor tiene por bandera una frase que transpira en cada letra de sus novelas; —La esperanza no es lo último que se pierde, es que No se puede perder—.  
          Ya nos sorprendió con su primera novela —Mi lugar. Mi pequeño sueño—; el año pasado nos enseñó que "Siempre habrá un lugar para soñar" y este año "Donde está tu destino"... ¿Con qué nos volverá a enamorar? Ni yo lo sé. Nos tocará esperar un tiempo, que sin duda se verá recompensado cuando volvamos a disfrutar del aroma de sus letras.         
          Es desde esa sencillez, desde esa humanidad que la reportera de estas fotos ha percibido, y que acompañado de tan sólo éste sencillo conjunto de palabras, escritas con el corazón y no con la razón; que os dejamos el reportaje de la firma que ayer 25 de Mayo, tuvo lugar en Alicante.  
          A ti, que ahora me lees. Sé que con estas fotos podrás respirar el ambiente de calidez que allí se vivió, y quizás y sólo quizás sepas...
—"Donde está tu destino"—
Nota*
Gracias Luis, por haber permitido que La Revista de Todos (tu casa), haya dado un pasito más para crecer y llegar al público.  Espero que te sientas orgulloso de ser el padrino de La Revista, tanto o más como la Revista se enorgullece de ti.

         
  Reportaje fotográfico:
 Maricarmen García Sales
Voz:
Rubizul
Texto:
 Eva Mª Maisanava Trobo

viernes, 24 de mayo de 2013

La Revista de Todos, sale a la calle.

Ya sabéis que nos encanta trabajar, y hacernos eco de la noticias relevantes de la literatura. Y en este caso y con motivo de la firma de ejemplares de nuestro padrino Luis Anguita Juega,  que tendrá lugar este Sábado 25 de Mayo, hemos decidido salir a la calle y realizar el primer reportaje fotográfico para posteriormente colgarlo en el blog.
 
Nuestra colaboradora y corresponsal Maricarmen García Sales, estará al pie de cañón.
 
Os dejamos la información del evento.
 

FIRMA EN EL CORTE INGLÉS DE ALICANTE

Este sábado 25 de mayo, a las 19.30 horas, estaré en El Corte Inglés de Alicante en la sala de Ámbito Cultural (planta primera), sito en la avenida Federico Soto nº 1-3.

 


martes, 21 de mayo de 2013

Un mundo paralelo


Bajó del coche, como siempre...; primero el pie izquierdo y después el derecho, pero en esta ocasión su zapato quedó atrapado en la tapa de la alcantarilla; el tacón extremadamente fino y largo quedó preso en sus agujeros...
Cuando quiso soltarlo comprobó que unas diminutas manos intentaban hacer con él.


Lon González.

Nana del río.



Na/ na/ na/ na...
Es el río que suena
sus las aguas claras,
que lloran sus penas.

Brotan de la tierra,
cruzan las montañas
buscando la mar,
desde sus entrañas.

Rocías de otoños,
primaveras bellas
inviernos muy fríos,
verano de estrellas.

Aguas cristalinas,
pájaros que vuelan
hojas que se duermen,
al son de sus aguas.

Na/ na/ na/ na...
Es el río que suena
sus las aguas  claras,
que lloran sus penas.
 
 
Por: Juan Carlos Muñoz 

Terapia de Machos. Episodio 3: “Robertino: ¿Tus Sueños Donde Han Ido?”


-Bueno, empiezo yo.

Guillermo se sorprendió gratamente al ver que Robertino fuera quien se animó a romper el hielo .Junto con Alejandro, eran los dos pacientes más parcos e introvertidos del grupo. Hubiera sido más esperable que Fausto o Damián-o inclusive Darío- fuesen los que empezaran, siendo los más extrovertidos.  Pero no. Tomando la posta, Robertino levantó su objeto para mostrárselo a todos. Era un “Atrapasueños” de esos que se habían puesto de moda con el frenesí del chamanismo y las medicinas alternativas. Robertino los conocía muy bien ya que su madre-fanática de esas cosas- tenía varios en su casa. El cuerpo principal del objeto estaba constituido por un gran aro bordado en hilo de un violeta azulado (o azul “avioletado”, dudó Robertino) el cual poseía en su parte interior un entramado entretejido parecido a la tela de una araña. De él, colgaba una especie de rosario hindú del cual a su vez, pendían varias plumas de diversos colores. Siguiendo con la consigna de la dinámica planteada por Guillermo al principio de la sesión-presentarse como si fueran el objeto- y con el laconismo habitual que lo caracterizaba, Robertino se presentó.

 “Soy un Atrapasueños. Soy intrincado y vistoso, vivo colgado(1). Sirvo para atrapar los sueños malos de la gente, las pesadillas…

….como esas pesadillas que sigo teniendo de la noche del accidente” terminó la frase para sí mismo.

“Muerdo el anzuelo y vuelvo a empezar de nuevo…cada vez…” La voz de Andrés Calamaro(2) repicaba a todo volumen por los parlantes, haciendo que la pista de baile se volviera a llenar de bailarines luego del corte para el postre (helado de vainilla y jengibre con crust(3) de praliné y salsa de frutos de los bosques patagónicos). Robertino no quería dejar su postre-pese a ser muy delgado, era muy goloso- pero Ayelén lo llevó de un brazo.

“Vamos, Robbie”-le dijo, mientras lo arrastraba hacia la pista. A Robertino no le gustaba que ella lo llamara Robbie. Pero aún menos le gustaba bailar, se consideraba totalmente espástico y descoordinado. Su máxima expresión coreográfica se limitaba a hacer pogo en algún recital .Pero Ayelén, su novia desde hacía ya dos años y medio, no era de esas personas que aceptaran un no por repuesta. La intensidad, extroversión y pragmatismo de Ayelén contrastaban con el laconismo, introversión y mente imaginativa de Robertino. Se habían conocido por Internet a través de un foro de fans de Harry Potter, en donde ella se llamaba “Bellatrix64” y él “RemusLupinArg(4)". Y aunque ella era un poco Bellatrix y él bastante Lupin, congeniaron. Luego a alguien se le había ocurrido la idea de organizar un encuentro de foristas, después vinieron un par de citas y prácticamente, Robertino, sin darse cuenta, se encontraba en el medio de una relación con una chica que lo fascinaba, lo calentaba y lo abrumaba a la vez.  Pero también era cierto que Robertino solía sentirse abrumado por la gente muy a menudo-especialmente por su madre- y si bien tenía varios amigos y se lo podría denominar un chico medianamente sociable, su sociabilidad se limitaba al rol de acompañar a los demás. No era de mucho hablar, salvo cuando se tocaban los dos o tres temas que le apasionaban y ahí sí, se volvía verborragico y podía estar horas y horas hablando. No era tímido-de hecho las convenciones sociales se las pasaba por el orto- pero sí era introvertido, como si su mente siempre estuviese a años luz del momento y las personas presentes.

Tanto Robertino como Ayelén tenían por ese entonces 20 años. El estudiaba Diseño Gráfico y su sueño era llegar a trabajar algún día para Pixar, la productora animada, además tocaba la batería, hacia Capoeira(5) y era fanático de los comics de Spider Man; ella era bailarina, estudiaba Comunicación Social y su sueño era entrar en el “Bailando”(6), y por eso hacía tiempo que estudiaba pole-dance o “baile del caño”, uno de los ritmos más difíciles requeridos en el programa.

Esa noche, la noche fatídica, estaban en la fiesta de casamiento de una pareja amiga. La novia se había casado de 7 meses y medio, entrando muy orgullosa con su bombo(7) por la nave de la iglesia. El tío del novio les había regalado la fiesta en su estancia cerca de Baradero, en la provincia de Buenos Aires. Robertino y Ayelén habían ido con Nicolás, uno de los hermanos de Robertino y Pancho, su mejor amigo. Daniela y Sebita –la mejor amiga de Ayelén y el primo de Robertino y Nicolás, que eran novios-habían ido en el auto de la hermana de él, pero a duras penas habían logrado llegar a la estancia, antes de que el auto se descompusiera primero en Garín y después en Zarate, para morir al llegar a duras penas a la estancia y no quisiera volver a arrancar, por lo que la parejita se había quedado sin vehículo de vuelta. Los seis compartían la mesa número 10, ubicada inmediatamente al lado de la pista, que hervía de gente. Cuando el DJ cambió la música y puso el tema de “Nueve Semanas Y Media”-con el objeto de que la novia entregara las ligas a las invitadas solteras- Daniela y Ayelén acapararon la escena (siempre lo hacían) y subiéndose a la tarima, y resultado del champagne libre que corría a borbotones en el evento, comenzaron a hacer una coreografía sensual-digna de strippers profesionales-a la cual se unió la novia, panza y todo. Todo el mundo las aplaudió. Robertino sintió a la vez vergüenza y admiración por su novia. Y calentura, porque si había algo de lo que Ayelén era capaz, era de calentarlo.

-Son un fuego-dijo Pancho sonriendo, mientras se contoneaba al compás de la música, como si quisiera en realidad estar formando parte de esa coreo. Pancho, el bueno de Pancho, era el mejor amigo de Robertino desde que tenían seis años. Grandote y morrudo, aunque un poco bajo y medio coloradón, siempre con una sonrisa en la cara, que era su marca registrada. Jugaba al Rugby y siempre salía con la chica equivocada, aunque Robertino sospechaba que había algo más allí, algún secreto que Pancho no quería contar.

-Me parece que se la come-pensaba Robertino a menudo acerca de su mejor amigo y se encogía de hombros ya que poco le importaba si a Pancho le gustaban las chicas, los chicos o los perros. En eso, Robertino tenía una visión amplia sobre la vida. Mientras no lo molestaran ni lo invadieran, él no juzgaba a nadie, ya que muy poco le importaba el resto del mundo, más allá de sus pocos afectos. ”Soy escaso de sentimientos” solía decir un poco en broma, un poco en serio.

-Panchito, acompáñame al baño a fumarme un caño.(8)
 
Mientras Nicolás-quien se había quedado solo en la mesa- era acosado por dos primas solteras (y feas) de la novia, Robertino y Pancho se fueron al baño a fumar un porro(9). Media hora más tarde, salieron con las corbatas en la cabeza, las camisas afuera y meneándose al compás de la música, con esa impunidad que dan la adolescencia y la marihuana.

Nicolás, visiblemente malhumorado, un poco por el acoso de las chicas solteras y feas, otro poco porque no le gustaba que su hermano se drogara (sí, él le llamaba “drogarse” a fumar porro siempre pensaba Robertino) y otro poco porque él era el conductor designado y no había podido tomar una gota de alcohol, solo un sorbito de champagne a la hora del brindis, les pinchó el globo.

-Vamos, chicos, es hora de irnos-les dijo, siempre responsable. Los hermanos Scaglione eran cinco, todos varones. Nicolás era el segundo y Robertino era el cuarto, pero pese a los cinco años de diferencia que se llevaban siempre habían sido compinches. Nicolás siempre había sido el “hijo perfecto”, el responsable, el estudioso, el deportista y se estaba por recibir de Abogado mientras que Robertino era el colgado, el friki, el que prefería navegar horas y horas por internet a estudiar y fumar porros (y alguna que otra pastillita colorida) en vez de hacer algún deporte, aunque él solía argumentar que Internet era SU deporte.

-Pará. Pará-lo cortó Daniela que venía de terminar su baile erótico. Daniela era rubia, alta, una diosa vikinga, producto de sus genes escandinavos que provenían por parte materna.

Saquémonos una foto, los seis juntos. Rober, sacá la cámara y pedile a alguien que nos saque.

Robertino no era muy fanático de salir en las fotos pero sí de sacarlas, por eso siempre andaba con su Canon a cuestas. Sacó su cámara digital y le pidió a alguien de una mesa vecina que les tomara una foto. Los seis jóvenes posaron y la foto salió como una de esas películas de Hollywood, donde se ven adolescentes sanos y felices pero que uno sabe que no son ni tan sanos ni tan felices y que al final, la película no termina del todo bien. Alineados de izquierda a derecha estaban Robertino, haciendo un gesto que solía hacer con el brazo, levantándolo como arengando a alguien, Ayelén, con sus brazos apoyados en el hombro de su novio y posando como si fuera una producción para la tapa de alguna revista de chimentos(10); Daniela, mostrando el anillo que se había sacado en la torta; a su lado, el primo Sebita haciéndole “cuernitos” y Nico al final, a la derecha, que no necesitaba posar porque ya su sola presencia llamaba la atención; Pancho se había arrodillado en el piso, a los pies de todos, con los brazos estirados para adelante, como en esas poses que solían hacer los cantantes de rock’n’ roll de los años 50 cuando terminaban sus shows.

-Bueno, vamos-los arengó Nicolás poniéndose el saco, una vez que se sacaron la foto.

-Aguafiestas-le gritó Ayelén. Le encantaba hacer enojar a su cuñado.

Los seis se subieron en el auto de Nicolás, un viejo Ford Falcon modelo 85 al que llamaban “La Panga” haciendo una semejanza a ese tipo de  embarcación precaria, chata y cuadrada que se solía usar para cruzar personas en los ríos y en donde usualmente iban todos apretados. Y al igual que en una panga, se apretujaron como pudieron: Nicolás iba manejando, en el asiento del acompañante Ayelén y Daniela, una encima de la otra y atrás Robertino, Sebita y Pancho, que como era rugbier, era grandote y ocupaba mucho espacio.

-Poné la radio, Nico-le dijo Ayelén-No soporto este silencio madrugador. Ni siquiera se escucha el mugido de las vacas.

Mientras Nicolás trataba de sintonizar el dial, Robertino armó un porro con lo que le quedaba de faso y todos, menos Nico, empezaron a fumar. Los chicos se movían y cantaban al compás de la música, agitando los brazos y meneándose, como si la fiesta les hubiera quedado chica y la quisieran continuar en el auto. Nicolás trataba de mantenerse ajeno al resto, para no perder el control del auto, pero el humo del porro casi no lo dejaba ver, el olor le penetraba por las fosas nasales y la algarabía de los demás no le permitía concentrarse en la ruta. Llegó un momento en que el Falcon 85 parecía estar repleto de una niebla digna de una escena londinense.

Rufino Balenciaga era camionero hacia treinta y dos años, camionero como había sido su padre, camionero como había sido su abuelo. En ese viaje venía de vuelta desde Brasil, precisamente desde rio Grande do Sul, adonde había llevado un cargamento de soja del campo de los Irrazabal, sus mejores clientes. Hacía veinte horas que Rufino venía manejando, desde Paso de Los Libres pero con unos buenos mates amargos se la solía bancar(11) bien. Sin embargo esa noche, Rufino Balenciaga, quien usualmente no era devoto de pensar ni analizar mucho, tenía la mente en otro lado. No sabía cómo le iba a decir a “la Doña”-así llamaba a su mujer- que la iba a dejar por una mulata brasilera, que ni siquiera era mulata sino mulato, cosa que Rufino había descubierto demasiado tarde, cuando ya se había enamorado perdidamente de ella. Tanto viaje a Brasil, tanta soledad del camionero y ahí había aparecido Xiomara-así se llamaba la “mulata”- en un parador de la ruta brasilera 377, para calmarle la soledad. No le importaba que la Doña le hubiera dado cinco hijos ni que hubiera estado siempre firme su lado, esperándolo con un mate y con su compañía, pero Xiomara le presentaba una nueva vida. Si la Doña, lo esperaba con un mate, Xiomara lo esperaba con las piernas abiertas y le devolvía esa juventud que él sentía haber perdido. Como buen camionero, Rufino Balenciaga había estado con muchas mujeres en su vida, más de las que podía contar, pero jamás ninguna lo había hechizado tanto como Xiomara, que se jactaba que descendía de una línea de chamanes de una tribu del Mato Grosso y que todos los carnavales era “destaque(12)" de una Escola do Samba de su pueblo. Justamente, la noche anterior, antes de despedirse, Xiomara le había grabado un video erótico en su celular, para que la tuviera siempre presente en el camino, como quien le da una Virgencita a un camionero para que lo proteja en la ruta.

Después de tantas horas sin ella, Rufino Balenciaga sintió ganas de ver el video. Mientras manejaba con una mano-a esa hora no andaba nadie por la ruta, menos en invierno- acomodó  su celular en la guantera de forma que pudiera ver la pantalla y dio play al video, en donde aparecía Xiomara bailando en filo dental al ritmo del Samba, con sus enormes tetas turgentes y su culo prieto meneándose como maracas. Estaba tan concentrado, tan apasionado y tan cachondo con el video que llevar una mano a sus genitales y abrirse la bragueta fue un acto reflejo. Cuando vio venir el auto que tenía enfrente, ya era demasiado tarde.

Eran exactamente las 5:23 de la mañana cuando el camión de Rufino Balenciaga embistió el Ford Falcon modelo 85 de Nicolás Scaglione. En la mente de Robertino, todo sucedió como en cámara lenta: el auto dando vueltas, los gritos histéricos de las chicas, el olor a marihuana y la voz de la locutora de la radio que no dejaba de hablar (Robertino no pudo distinguir si era Daisy May Queen o Julieta Pink(13)). Tirado en el piso, lejos del auto sin saber cómo, la última imagen que tuvo fue la del sol saliendo arriba de su cara como un gran girasol de Van Gogh que cobraba vida.

Ocho días más tarde, Robertino se despertó en la unidad de terapia intensiva del Hospital. Había estado en coma.  “Nico…Aye…” fue lo primero que dijo, tratando de preguntar por su hermano y por su novia. Su madre rompió en lágrimas; su padre, bajó la cabeza. Solo su cuñada –la única que tenia-casada con su hermano mayor, fue la que se atrevió a hablar.

-Rober, vas a tener que ser fuerte. Nico…Ayelén…los otros chicos…todos

No hubo falta que su cuñada dijese más. Robertino sintió una punzada por dentro, pero no pudo llorar. Simplemente hizo un gesto: ¿Y por qué yo…? ¿Cómo me salvé?

-Fuiste expulsado del auto, los demás se quedaron atrapados dentro. Los médicos dicen que fue un milagro. Solo te rompiste algunos huesos, vas a andar con muletas algún tiempo pero después vas a estar bien.

-Yo los maté…Yo los maté…-no paraba de decir, con sus ojos verdes vidriosos pero sin derramar una lágrima, aunque nadie entendía nada y se lo atribuían al efecto de la morfina.

Robertino salió del hospital una semana después, en silla de ruedas. La recuperación física fue rápida, gracias a la ayuda de una kinesióloga amiga de su cuñada; la psicológica, no tan rápida, ya que pesadillas acosadoras lo torturaban por las noches, haciéndole revivir una y otra vez el momento del accidente y la culpa. Después de todo, había sido él el que había armado el cigarrillo de marihuana que había llenado de humo el auto, impidiéndole a su hermano una visión clara del camino. Un psiquiatra le diagnosticó Trastorno por Estrés Post-Traumático y lo medicó con un cóctel de reboxetina, clonazepam y benzodiacepina.

El día de su cumpleaños número 21, seis meses después del accidente, Robertino estaba en su cama escuchando música, con la mirada perdida en el ventilador de techo. Sabía que su madre le estaba preparando una fiesta sorpresa, pero él no quería saber nada. Pero como siempre, luego de un par de negativas, se había encogido de hombros y se había recluido en el único lugar sobre el planeta en el que se sentía refugiado de la invasividad del mundo: su cuarto.  De repente, tuvo el impulso de tomar su cámara de fotos (la cual milagrosamente había quedado intacta luego del accidente) y la conectó en su computadora, para bajar las fotos de la noche del casamiento, el día fatal, el día en que Rufino Balenciaga quien iba a dejar a su esposa por una travesti mulata, los había embestido con su camión de acoplado.

Mientras las bajaba, pensaba en lo morboso del impulso, pero no podía parar. Fue pasando las fotos una a una hasta llegar a la foto grupal que se habían sacado los seis antes de irse. Nunca supo por qué había tenido el impulso de poner en su mp4 el último tema que habían bailado en aquella fiesta. “Muerdo el anzuelo y vuelvo a empezar de nuevo…cada vez…” volvía a repetir la voz de Calamaro, esta vez saliendo por los parlantes de la computadora. Empezar de nuevo. Cada vez. Robertino no sabía si él tenía ganas de empezar de nuevo, cada vez. Abrió el segundo cajón de su escritorio y sacó una caja de lápices italianos que su Nonna(14) le había traído de un viaje a Italia cuando era chico, de esas que tenían tres “pisos” de lápices. Buscó debajo de los lápices y sacó un bisturí que se había robado del hospital cuando estaba internado.  Todavía con el pantalón del pijama puesto y en musculosa, fue hasta el baño, se miró al espejo y sintiendo un profundo vacío interior y las voces en su cabeza que lo llamaban, apretó fuerte la filosa navaja del bisturí sobre las venas de sus muñecas.

“Soy un Atrapasueños. Soy intrincado y vistoso, vivo colgado. Sirvo para atrapar los sueños malos de la gente, las pesadillas…

-Muy bien-asintió Guillermo, pensando en lo poco acertado que había sido poner un Atrapasueños en la bolsa. Menos mal que Robertino sabía lo que era-¿Algo más?

-No, no se me ocurre más-le contestó Robertino-Es un objeto poco común. Lo más importante es que atrapa las pesadillas…

-En primera persona-lo corrigió Guillermo

-Sí, perdón, “atrapo las pesadillas”.

“Pesadillas. Todos tenemos pesadillas” pensó Guillermo. Pesadillas grandes, pesadillas chicas, fantasmas que nos atormentan. Pero para cada ser humano son distintas. Cada uno tiene sus propias, únicas y originales pesadillas, con su nombre impreso en letras de molde. Después de todo, como solía decir Frida Kahlo: “Yo nunca pinto sueños o pesadillas; tan solo pinto mi propia realidad”
Continuará…



(1)   Juego de Palabras: en Argentina “estar colgado” significa “estar en las nubes”, ser despistado.
 
(2)   Músico, compositor, intérprete y productor argentino también famoso en España por su grupo “Los Rodríguez”.
 
(3)   Gastr: Especie de corteza que se le pone a las tortas o los helados.
 
(4)   Bellatrix Lestrange /Remus Lupin: personajes de la saga de « Harry Potter », escrita por JK Rowling.
 
(5)   Arte marcial de Brasil.
 
(6)   “Bailando Por Un Sueño”: Versión argentina del Reality Show “Dancing With The Stars”
 
(7)   Arg.: Panza de embarazada.
 
(8)   Arg: Cigarrillo de Marihuana.
 
(9)   Idem.
 
(10) Revistas que hablan de la vida privada de la farándula.
 
(11) “Bancar”: arg. Soportar, aguantar.
 
(12) Bailarin o bailarina principal de las Escolas Do Samba en los Carnavales brasileros.
 
(13) Locutoras de radio argentinas, muy populares entre la gente joven.
 
(14) En italiano “Abuela”

La Dulce Muñeca.

         A veces la mente juega malas pasadas y nos hace sufrir aún más de lo que ya lo estábamos haciendo. Digo esto, porque hace tiempo, visitando un albergue de esos que hay en las ciudades para los “sin techo”, conocí a una mujer menuda y joven, cuyo corazón rezumaba tanto sentimiento de culpa que su mente parecía no asimilarlo.
El comedor estaba repleto de indigentes en un día de invierno, tan frío como el alma de esta triste mujer.
Era mi primer trabajo bien pagado en la redacción de un periódico local y mi jefe, un gruñón sesentón y achacoso por el tabaco, me había mandado allí a investigar sobre las condiciones en las que se encontraba el local ya que se había recibido algunas denuncias por parte de los vecinos.
Recuerdo, entre sonidos de cucharas, platos, risas y gritos, como me fijé en ella. Mis ojos se cruzaron con los suyos por un momento pero su mirada estaba ausente.
Una mirada verde, clara, limpia y… vacía. No tendría ni 30 años y su pelo enmarañado era de un gris ceniza como los restos de una colilla.
Me extrañó ver a una persona tan joven en aquel sitio.
Me acerqué a ella, creo que no se dio cuenta porque ni se inmutó. El murmullo en el comedor era ensordecedor, el frío helaba el aliento y ella, aunque rodeada de gente, parecía sola en ésa inmensidad.
Me senté a su lado y me presenté.
—¡Hola!, me llamo Ana, ¿y tú?—. Me miró sin verme y siguió comiendo. 
Un viejo de barbas blancas y sucias como la nieve que había acumulada en la calle y ojos inyectados en alcohol, me dijo:
 —No insistas, nunca habla con nadie…está loca…no sabemos su nombre…aquí la llamamos “la dulce muñeca”…— me hablaba entre sorbo y sorbo de comida que se le quedaba en la comisura de la boca. 
En ese momento hice intento de irme. Parece que reaccionó porque me sujetó la mano y me miró de nuevo. Esta vez si me vio.
Sus ojos verdes, sin pestañear, me hablaban sin palabras. Su mano caliente, a pesar del frío, se aferraba a la mía. Sus pupilas se movían mientras me observaban, como si estuvieran leyendo un libro en mi cara y tengo que reconocer que me asustó.
Me aparté de ella en un acto reflejo y me fui como huyendo de un fantasma. Durante el resto del día sólo pude pensar en “la dulce muñeca” y me arrepentí por haberla abandonado de esa manera.
Esa noche, en la cama antes de dormir, me di cuenta que al final no había realizado el trabajo que me mandó mi jefe y que no tendría más remedio que volver al otro día.
En verdad, necesitaba volver allí otra vez.
Quería verla de nuevo. Quería saber qué me quiso decir. Quería, en definitiva, conocerla.  
La curiosidad pudo conmigo. 
Estuve visitando el albergue durante un par de semanas hasta que desapareció. Llegaba con tiempo suficiente para poder hacer mi trabajo y después la esperaba que entrase por la puerta con ese halo especial que sólo tienen las mujeres que no pertenecen a estos ambientes.
Su ropa, aunque vieja, no estaba sucia. Su piel era limpia y clara, se notaba que en otro tiempo estuvo bien cuidada. Su cabeza, siempre agachada con la mirada fija en el suelo como escondiéndose de la gente, como si no quisiera que nadie la mirase, se imponía en una espalda erguida y un paso firme, reminiscencia de una vida completamente distinta a la que llevaba ahora.
Durante los días que pasé junto a la dulce muñeca, compartí pan, pucheros, frutas y alguna que otra sonrisa. Aprendí con ella que a veces los gestos valen más que mil palabras, que una mirada te puede contar más que un diario y que una sonrisa, a veces, alivia enfermedades que los fármacos no consiguen.
Esta mujer me cortaba el pan, me acariciaba el pelo y a veces me miraba de soslayo y sonreía. Yo, ajena a su dolor, le contaba historias del periódico, de mi vida y en definitiva le hice partícipe de mis penas y de mis alegrías. 
No conseguí en esos días ni una frase coherente hasta el día en que desapareció. Observé cómo escribía en una carpetita llena de papeles que guardaba rápidamente cuando me sentaba a su lado.
Un día le regalé un bolígrafo de Betty Boop, ella me dio un beso en la mejilla y con su media sonrisa, me escribió con una bella caligrafía de letras claras como su mirada:
 —Hace tiempo que no busco una mirada amable. La encontré en tus ojos el día que te conocí. Gracias—. 
Se fue, como siempre, sin saber adonde y me dejó allí con una lágrima recorriéndome la mejilla. Pensé en su dolor, en su sufrimiento y el no poder llegar a entender qué tristeza era aquella que le quemaba el alma y que no quería expulsarla y compartirla conmigo. 
Al día siguiente, volví a buscarla entre la gente con la decisión de saber por fin qué era lo que la estaba matando por dentro. Allí estaba, sentada en el mismo banco de siempre, buscándome con su mirada.
No podía saber que ese iba a ser el último día a su lado. 
Mientras comíamos, le preguntaba y le preguntaba y ella sólo huía de mí bajando su cabeza, apoyándola entre sus manos. Pensé que no iba a conseguir nada con aquella actitud y decidí irme, pero antes en un acto instintivo saqué mi cartera para dejarle algún dinero por si lo necesitaba y el destino quiso que se me deslizara sobre la mesa la foto de mi bebé. 
En ese miso instante, no supe qué se le pasó por la mente. Cogió la foto con los ojos sobresaltados, la besó y por primera vez la vi llorar.
Llorar para dentro, llorar sin lamento, llorar sin lágrimas.
Sentí tanto dolor al verla en ese estado que la abracé para confortarla pero me rechazó.
Se levantó apresuradamente, me miró con las pupilas rojas y con la foto aún en sus manos, escuché su voz temblorosa:
—¡Perdóname!— y se fue corriendo entre el gentío dejando una estela de ella en el comedor. 
Cuando reaccioné, me percaté que sobre el asiento se había quedado la carpeta donde guardaba sus escritos y la curiosidad me pudo.
Tengo que decir que voy a transcribir palabra por palabra lo que encontré en algunos de aquellos papeles porque es la única forma de que ustedes y yo, logremos entenderla. 
Después de leer aquello, me desgarré por dentro el corazón por no haber sido capaz de ayudarla a salir de su equivocación.
Quiero que leáis con calma y comprensión las letras de una mujer llena de amor y de odio hacia sí misma y que el destino o lo que fuere, la arrastró al abismo que ella conscientemente, buscó:
“Llevaba el coche casi al límite de velocidad. El acelerador pisado con fuerza, con el mismo desgarro pisaba el freno, la música de Bob Marley me recordaba viejos tiempos, no muy lejanos, y un “may” entre mis labios, me embriagaba con su aroma.
Cerca del puerto fui aminorando la marcha, aunque no la rabia y busqué en aquel vetusto malecón, —donde el mar con su furia convierte las olas en amargas espumas de sal—, un lugar donde descansar mí angustiada alma.
Estacioné mi viejo coche —de color pajizo casi imperceptible en aquella inmensa oscuridad sólo rasgada por los focos de la luz de la bahía—, de cualquier forma y bajé de él.
El aire, frío como el hielo, cortaba la noche. El viento, como en un susurro, murmuraba a mí alrededor. La Luna no quería ni mirarme y me la imaginé enfadada conmigo.
Me senté sobre el impávido cemento muy cerca del mar, respiré hondo, di la última calada y me dejé llevar por su somnolencia.
Mis pensamientos empezaban a divagar evitando el doloroso recuerdo cuando a lo lejos, en el otro extremo del malecón, creí percibir el enfermizo grito de un niño.
No miré, el ruido del mar me confundía.
De nuevo volví a escuchar algo, esta vez fue una inocente sonrisa.
Me sobresalté al ver el cuerpo delgado y quebradizo de un niño que jugaba sin miedo a pie de dique.
—¡¿Qué haces niño!?— le grité aún creyendo que era producto de mi fantasía. 
El niño me miró y se rió de nuevo. Saltaba con piecitos pequeños de un lado a otro. Las olas chocaban con ímpetu y su cabecita esta estaba húmeda por el agua.
—¡Se va a matar!— pensé angustiada. 
Me levanté y asombrada lo observé claramente, su piel era sonrosada y apenas tendría 4 años.
Durante unos instantes no reaccioné, esperé a que por se fuera por sí sólo —ingenua de mi— pero inmune al riesgo, seguía allí jugando.
Busqué en las inmediaciones pero la noche era solitaria y ni las gaviotas del puerto volaban para acompañarme.
El niño, de repente, saltó y cayó tan cera de las olas, que creí ver entre la espuma brazos de hielo que intentaban llevárselo.
Corrí, como si fuera la última vez en mi vida. El viento arreciaba en mi rostro con indiferencia, las piernas me temblaban agónicas y un sudor frío me humedecía la espalda.
Una ola estalló muy cerca, tanto, que nuestros cuerpos quedaron empapados de mar y tristeza.
Llegué a su lado casi sin aliento, él no se movía. Y lo miré. Tenía carita de ángel y sonreía. Estaba mojado, herido y…sonreía.
Lo recogí entre mis brazos. Su cuerpecito, que apenas pesaba, era tan liviano que parecía se me iba a escapar entre mis manos.
Lentamente e intentando ofrecerle el poco calor que me quedaba, nos alejamos del malecón.
Me senté con él en el suelo, recostada en el coche, resguardándolo de Erinias y Euménides que se fueron buceando mar adentro porque yo no los dejé llevarse a “mi niño”. 
El viento dejó de soplar como si se hubiera quedado sin fuerzas, las olas dejaron de gruñir para sucumbir en un mar tibio y sereno, la Luna apareció con sus estrellas como si fueran a una fiesta de gala y la música de la radio del coche sonaba quedamente como si nos llegara de un mundo lejano. 
Sentí que el corazón me dolía de pensar que podía estar muerto. No quise comprobarlo. Y lo mecí, estrechándolo con mi pecho, cantándole una nana.
Lo abracé, como nunca antes lo había hecho con nadie, y lloré, lentamente, angustiosamente y las lágrimas me resbalaban mojando mis estériles labios.
Mientras le acariciaba su cabecita y le susurraba al oído palabras de amor que jamás dije a nadie, el crío abrió los ojos y vi en ellos toda la desolación de la noche. Sus ojos acuosos y grandes como lunas pequeñas me miraban absortos mientras lo besaba en la frente.
Y volvió a sonreír. 
Una vocecita endeble me dijo —¡Mamá!— y un beso de su labios se quedó impregnado en mi piel.
Y entonces lo acomodé en el suelo, me levanté y grité…grité de dolor rasgándome la garganta, me maldije con palabras innombrables y maldije el día en que nací, hasta perder las pocas fuerzas que me quedaban… 
…Amanecí en el asiento del coche con la cabeza apoyada en el volante, la ropa húmeda, la cara helada y la música sonando de fondo.
Me desperté de un sobresalto. La luz del sol cegó mis pupilas ensangrentadas y mis párpados abotargados. La garganta me dolía.
Salí del coche enloquecida buscándolo y no encontré a nadie…no lo encontré a él… 
El día era apacible, radiante. Los barquitos pescaban su monotonía surcando un mar pacífico y ajeno a mí, y te busqué a ti, mi niño y ya no estabas.
De pronto la fuerza del pensamiento me quebró de dolor en el bajo vientre, me arrodillé abrazando mi abdomen y recordando aquella sala blanca, aquel potro y aquel médico de pétreo rostro que miraba a la nada mientras me succionaban la vida de dentro.
Maldije de nuevo. El dolor era insoportable y no podía dejar de llorar. Y una palabra desde dentro de mis entrañas surgió como la lava de un volcán:
—...¡Perdóname!...¡perdóname!...—“. 
            Esto fue lo que leí de entre sus papeles y entonces comprendí…


Sólo espero que donde ella esté reaccione algún día y levante su frente al inmenso cielo, lo mire con sabiduría y comprenda que él ya la perdonó porque no hay mayor castigo que el arrepentimiento y consiga así poder vivir en paz consigo misma.
           —En recuerdo de la dulce muñeca—.
 
 
Escrito por:
Nurya Ruíz