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lunes, 22 de abril de 2013

50 Despierta, Olivia, se están abriendo los cielos.

     Mara lo supo porque Alfred se lo dijo a Nicole al humedecerle la oreja con la lengua. Nicole se lo dijo a Dan en la consulta Ayurvédica. Dan se lo dijo a Louise en un ataque de celos. Louise se lo dijo a Mara entre besos. Nicole se lo dijo a Phil el día de su cumpleaños, y Phil ya lo sabía porque se lo había dicho Susan Darkin, su nueva mujer. Susan lo supo porque una desconocida le envió un correo electrónico. Raquel lo supo porque Olivia le dijo que abandonaba el proyecto del Village de Nueva York y se iba al fin del mundo. Por una u otra razón, Louise, Susan, Dan, y Nicole, habían llegado también a Montana al atardecer. Nicole porque no podía vivir sin Alfred. Dan porque Nicole le dijo que allí podría curarse del AIDS. Louise porque Dan no se tenía en pie y juró acompañarle hasta la muerte. Susan porque no creía en las casualidades. Todos menos Mara, Phil, y Raquel. Raquel porque quiso acabar el proyecto de Nueva York. Phil por razones de concepto. Mara porque se fue al desierto de Arizona, siguiendo las instrucciones que Adrameleck le cantó al oído desde muy lejos, la noche que se comió a Louise confitada de besos.

En el desierto presenció encantada una enorme nube de polvo que de la noche a la mañana acabó convirtiéndose en un batallón de demonios disfrazados de Ángeles del Infierno que tomaron la primera hamburguesa de su vida en un McDonald’s de las afueras de Tucson. Les entusiasmó, y casi todos concluyeron que aquello sí era vida de verdad y no la oscuridad del Infierno.

Cruzaron Utah y Wyoming en un santiamén. Cuando llegaron a Montana, al pasar por Livingston, a mucha gente le pareció lo más natural del mundo que en la gira americana de los Rolling Stones no faltaran ni los Ángeles del Infierno.

—Nunca mejor empleada la expresión —dijo Mara con cierta ironía a Adrameleck, ahora convertido en un apuesto Terence Cartinova, de Kansas.

Bastante atractivo, con barba, vestido de cuero negro forrado de clavos plateados, con cara de saber muy bien de qué iba el asunto. Mara, la muy coqueta, se pegó una fresita a modo de tatuaje donde arranca el pecho y comienza a hablar de cosas interesantes.

Al amanecer, Alfred salió a tomar el fresco.

—Vaya nochecita —se dijo satisfecho.

Todavía inmersa en el profundo silencio de la noche, le pareció escuchar una música muy suave de órgano y violines. Al principio la confundió por la resonancia de las melodías que escuchó en la blanquísima alborada de la Luz, y siguió paseando sin prestarle atención. Sin embargo, al regresar a la tienda de campaña, se paró y la escuchó con detenimiento. Un hecho cierto que iba creciendo en fascinación.

—Qué música más delicada —se dijo con el corazón palpitante.

Una sonoridad diáfana, como celestial, comenzaba a escucharse claramente en medio de aquel silencio estrellado. La música iba en aumento, una delicadeza indescriptible a la que se fueron incorporando gradualmente las voces cristalinas de un coro de ángeles. Miró atento hacia arriba y vio como el cielo se abovedaba por momentos, y el azul oscuro comenzaba a teñirse de tonos celestes. Las voces se hicieron algo más perceptibles, y más blanquecino el azul celeste dibujado con haces difuminados de luz. Poco a poco, aquella luz se fue transformando en ángeles transparentes, perceptibles muy pronto en toda su refulgencia. Volaban entrelazados en una ingente espiral luminosa que se iba abriendo a medida que el coro se hacía más poderoso y se dejaba escuchar con mayor intensidad.

Alfred entró en la tienda y despertó a Olivia con insistencia.

—Despierta, Olivia, se están abriendo los cielos.

Cuando salieron la masa coral había tomado consistencia, aquellas voces cristalinas inundaban el firmamento y comenzaban a propagarse por toda la Tierra. La bóveda celeste se había perforado. Había quedado abierta una enorme abertura circular desde donde caían majestuosos haces de luz en forma de cilindro, por los que descendían ingrávidos docenas de ángeles amorosamente difuminados en aquella transparencia. Cilindros concéntricos de Luz formando capas de diferentes colores, en cuyo manto exterior comenzaron a verse claramente los azules de la Voluntad y el Poder. Más hacia el interior, los dorados de la Sabiduría, rosados del Amor, verdes de la Abundancia y la Verdad, violetas de la Libertad, la Misericordia y el Perdón, violetas dorados de la Resurrección. En el centro, un manantial inacabable con el blanco purísimo de la Ascensión.

Tan potentes se hicieron aquellos coros de ángeles y tan intensa la refulgencia, que la gente comenzó a salir de sus tiendas de campaña. Se quedaron boquiabiertos, atónitos ante tanto esplendor. Fue tanta y tan desbordante la emoción del momento, que la muchedumbre entera se desplomó de rodillas entre sollozos: nunca ojos humanos habían presenciado tanta grandiosidad y tanta belleza. Los ángeles bajaban a cientos, y la intensidad de los coros crecía y crecía, y parecía no tener fin. Aquella luz intensa deslumbraba toda la faz de la Tierra con su resplandor. Las caras comenzaron a volverse de oro y de plata, y casi transparentes los cuerpos. Poco a poco, en el centro de la luminaria, franqueada por docenas de ángeles, majestuosa y resplandeciente, comenzó a revelarse con mucha nitidez el perfil cristalino de la escalera que ascendía al Reino de la Luz. En lo más crecido de las voces comenzaron a redoblar los tambores, y aquel coro de ángeles y arcángeles se convirtió de pronto en una marcha triunfal.

Esta fue la señal. Alfred se levantó resuelto.

—Vamos —dijo.

Cogió a Dan por la cintura, cargó su brazo por encima del hombro, y comenzaron a caminar decididos hacia adelante.

—Ánimo, Dan, ya sólo falta un paso para vencer a la Muerte —dijo mirando con dulzura aquellos ojos vidriosos de moribundo.

Alfred y Dan emprendieron el paso hacia la escalinata del Cielo, y con ellos, Olivia, Louise, Nicole, Susan, y toda la multitud apiñada. Cantando, llorando, rezando. Los tambores redoblaban con creciente energía, y los coros iban subiendo gradualmente de tono ampliados por las voces de los que alcanzaban los primeros haces de luz. Este grandioso escenario marcó el principio de la ascensión de los seres humanos al infinito Reino de la Luz. Todo se había transformado en un monumental coro solemne en el que dejaron de distinguirse las voces angélicas de las humanas. El poderoso canto de afirmación en la Luz que acompañaba los pasos de aquel reguero de gente apelotonada en una procesión interminable.

Avanzaban resueltos mirando hacia las alturas con los ojos llenos de lágrimas. Emocionados y deslumbrados, pero serenos. Embargados por la grandeza de tan gigantesco acontecer, cantando decididos con voces esperanzadas, convencidos de lo inquebrantable de su determinación, plenamente seguros de dirigirse hacia un destino glorioso. A medida que iban ascendiendo, sus voces se hacían diáfanas y se iban transformando por completo: sus caras rejuvenecían y se volvían hermosas, y sus cuerpos perdían densidad y ganaban en transparencia. Las inmediaciones del Yellowstone Park se habían convertido en un clamor multitudinario de alegría y de gozo, de voces cantando la gloria de regresar al origen. Incluso se acercaron varias familias de ciervos, una manada de búfalos, y animales de todas las especies, y emprendieron también el camino de la ascensión.

Entraron en el Reino de la Luz habitantes de todos los países del mundo.

Los primeros ya se habían perdido de vista en las profundidades celestes, y los demás iban ascendiendo en una hilera interminable a la que llegaba gente de todos los confines. Una columna inacabable que zigzagueaba y se extendía interminable por países y continentes, en medio de un clamor que resonaba por doquier cubriendo toda la Tierra. Un canto global que expresaba la determinación de muchos por ascender al Reino de la Luz, y que otros presenciaban entre risas y mofas, y escarnios de toda índole. Es natural, hay cosas que no se entienden.

—Enviadnos postales desde el Cielo —decían los más delicados.

—Dadle recuerdos a Dios de nuestra parte —decían otros riendo.

—Están completamente pirados —se decían unos a otros.

La gran mayoría se cruzaban con ellos moviendo la cabeza, sin prodigarles ni una mirada. Algunos con miradas de indulgencia, de conmiseración, de estupor ante tanta inclemencia de mente. Otros con ojos de intriga, de miedo, de rabia, de desprecio, de incertidumbre. Unos pocos incluso con envidia manifiesta. A la Luz no aspira todo el mundo. Miradas de gente cansada y confundida que se cuestionaba con escepticismo la realidad de un mundo cuya consistencia se desvanecía por momentos. Un mundo que aunque nadie quisiera admitirlo, se estaba cayendo a pedazos, y todos lo sabían. La Inmortalidad asusta de todas maneras. 

—Sólo nos faltan escaleras que vayan al Cielo —decían algunos.

Una realidad tan ficticia la del mundo, que aguardar en una fila el momento de ascender al Reino de la Luz, a muchos les parecía una más de las calamidades a las que tener que enfrentarse. Como un terremoto, un huracán, un incendio devastador. Nada que cupiera en la mente de una persona sensata.

—Una ficción pintoresca —decían los más optimistas.

—Mejor esto que la Guerra de las Galaxias —decían otros.

Sentían vergüenza ajena por los que se iban, y una vergüenza todavía mayor por ellos mismos que se quedaban. En el fondo sabían que no tenían nada que esperar, y encima se veían incapaces de decidirse por una opción imposible.

— ¿A dónde vais? —preguntaban en los pueblos.

—A fundirnos con la Luz —respondían convencidos los de la hilera.

—Si tantos han enloquecido de pronto, acaso seamos nosotros los enajenados por no ver lo mismo que ellos —se decían algunos otros.

— ¿Y si fuera verdad? —pregunta Laurie Chesley a su marido, fregando los platos pensativa en Mountpleasant, Iowa.

Enjabona una cacerola impregnada con grasa persistente de la costilla de cerdo que ha guisado para comer. Contempla con una nostalgia indefinible a todos los que se van, pensando ya hace rato que tendrá que hacer un pipí.

—Otra vez la cistitis —se dice con cierta resignación.

Ricky se levanta, se le acerca, se planta a su lado con una factura de electricidad en la mano izquierda, un bolígrafo azul en la derecha, y mira curioso a la gente por encima de las gafas partidas de leer que le caen sobre la nariz. La columna de humanos que ascienden hacia la Luz le ha sorprendido haciendo cuentas en la sobremesa.

Se llevan bien, pero el corazón de Laurie volaría si la dejaran. Si Ricky no se hubiera conformado tan pronto con lo poco que le ofrecía la vida.

—Laurie, cariño, ¿a ti lo de una escalera que ascienda a la Luz te parece una idea razonable?

Laurie sigue mirando por la ventana.

—Imagínate, un cielo que se abre con ángeles que vuelan. ¿A ti te parecería razonable esto, Laurie? ¿Te parece que a estas alturas de civilización tendría algún sentido una imagen ingenua como ésta? ¿No la encuentras, no sé, como de estampita de la Primera Comunión, algo de lo más cutre, por así decir?

Laurie abre el grifo del agua caliente.

—Una idea para mentes primitivas, crecidas en lo más rancio de lo espiritual. Argumentos para colmar emociones inmaduras, débiles, infantiles. Una historia que no se sostendría ni en un cuento de niños. Hoy día, Laurie, con tanto progreso como tenemos, con tanto como los psicólogos han avanzado en el conocimiento de la mente humana, propuestas como ésta parecen de lo más desencontrado, propio de mentes fantasiosas, ávidas de volar y volar sin saber hacia dónde. Sólo por salirse de la rutina, del orden que resulta imprescindible para progresar con firmeza. Ir hacia la Luz, santo cielo, Laurie, qué fantasía más desproporcionada. Esto no lo piensan ni los europeos —dice llevándose las manos a la cabeza.

Laurie sigue mirando entre los visillos de la ventana, cada vez más convencida de lo que ve. Friega la cacerola cada segundo con menos determinación.

— ¿Y estas caras de gozo, Ricky? ¿Cuándo has visto tú una esperanza tan firmemente establecida en algún rostro? ¿No te das cuenta que la Luz infinita ya resplandece en sus ojos y les ha hecho distintos? Mira qué caras de gloria, Ricky.

—Laurie, por favor.

—No, Ricky, este hecho se encuentra mucho más allá de cualquier lógica que puedas aplicarle a la vida. Se trata de un suceso extraordinario, quizá de la última Realidad, puede que de lo Verdadero —le dice con expresión conmovida.

Sin dejar de mirar por la ventana, Laurie deja la cacerola, se seca las manos con parsimonia, se desabrocha el delantal, lo cuelga con delicadeza, y abre la puerta de la cocina con determinación.

—Adiós, Ricky, me voy hacia la Luz —le dice dándole el último beso de esposa solícita que habría de darle en la vida.

Ricky se quedó mudo. Paralizado en el dintel de la puerta con la factura en la mano. Con la boca abierta mirando como su mujer se iba.

—Laurie, cariño, vuelve. Laurie, mi amor, con lo felices que hemos sido. Laurie, te quiero —alcanzó a balbucir Ricky desde la puerta de la cocina.

Laurie ya no podía oírle. Su voz se había unido al clamor de la multitud que no paraba de cantar. Por primera vez en la vida, un gozo de verdad había comenzado a inundarle el corazón, y ya no se acordaba de ninguna felicidad que fuera de este mundo. Las había olvidado todas por completo. Su rostro ya resplandecía con las luces de la Inmortalidad. Sus ojos brillaban con la refulgencia del Infinito.

En Zurich, al mediodía, de pie comiendo una salchicha de Frankfurt en una terraza, un ejecutivo le preguntó a otro si aquella fila que cruzaba la ciudad era para comprar entradas del teatro o para pagar impuestos. El otro contestó que para ascender hacia el Reino de la Luz.

—Debe ser el fin del mundo —dijo el primero.

—No, el fin del mundo ya vino con el eclipse —dijo el otro.

—Mierda, me he manchado la corbata de mostaza.

—Siempre me compro la ropa interior demasiado ajustada —se dijo la secretaria al escuchar la conversación.

 Si aquello pasó al margen del Tiempo, si tardó mucho o poco en acontecer, o si nunca llegó a pasar de verdad, es algo que muchos intentarán averiguar y seguramente nunca lograrán esclarecer con certeza. Sin embargo, por más real que fuera, no se vio en ninguno de los informativos. Ninguna cadena de televisión pudo retransmitir cómo la especie humana ascendía hacia la Luz. Así pues, nadie de los que se quedaron supo a ciencia cierta si realmente pasó, o pasó solamente en la mente de unos cuantos. Aunque no hubo cámaras de televisión, tampoco fue ningún secreto: todo el mundo pudo ver la hilera que conducía a la Luz.

En consecuencia, todos pudieron tomar una postura al respecto.

Si no ascendieron fue porque no quisieron. Nunca comprendieron que eran la mismísima Luz y lo habían olvidado debido a un lamentable error. No le vieron interés alguno, y prefirieron seguir con sus cosas en la Tierra. Sea lo que fuere, la realidad, la auténtica realidad, fue que mientras unos se daban las mil y unas razones para quedarse, otros se iban convirtiendo al instante en la Luz que siempre fueron. Dejaban de ser humanos y comenzaban a ser Infinitos.

Nunca en la Tierra se vio nada igual. Los recién llegados se quedaban extasiados al ver cientos de ángeles bajando desde las alturas para recibirles con reverencia. Caminaban absortos y fascinados, asombrados al ver como se iban transformando en seres de Luz. Caras de niño ilusionado al ver realizado un sueño imposible. Lágrimas de gozo de quien regresa entre resplandores a su olvidada condición primigenia. La naturaleza infinita se puede ignorar, pero nunca dejar de tener. El Infinito existe al margen de quien lo reconoce. Es Todo.

Alfred y Olivia ya caminaban por el centro de aquella inmensidad, franqueados a ambos lados por seres celestiales que les daban la bienvenida y engrosaban el coro con sus voces. Personajes de porte majestuoso vestidos con amplios ropajes, cuyos rostros revelaban la dignidad, la sabiduría, y el carácter que imprime pertenecer a la estructura de un Orden perdurable. Celebraban contentos el retorno de los humanos que habían traspasado la limitación. Final anunciado, por más olvidado que la humanidad lo hubiera tenido, escrito con letras de oro en los anales de su Historia. Una historia que nunca existió porque siempre ha existido.

—Cantos de bienvenida graves y serenos que salen de lo más hondo de la infinitud. Adornados con el marco de lo Perfecto —se dijo Olivia al sentir recuperada su índole celestial.

 Hermanos mayores que nacieron humanos y alcanzaron el Reino de la Luz. Maestros que ayudaron a otros a realizar su destino. Alfred reconoció a muchos que vio con anterioridad: los reyes Melchor, Gaspar y Baltasar que vinieron de Persia; Akbar, el más grande emperador Mogul, Abraham, Isaac y Jacob, los maestros Kuthumi y Djwal Kul, el señor Lanto, Luz de la antigua China, y sus brillantes contemporáneos Confucio, Gautama Buda y el señor Maitrea; Lao Tzu, espíritu del Tao, y Sanat Kumara; Amenotep III del antiguo Egipto, el que construyó el templo de Luxor; Leónidas, Hijo del León, rey de Esparta o Lacedemonia, que se enfrentó a los Persas en el paso de las Termópilas; Enoch, el profeta Elías y Melquizedek, Rey de Salem; Zaratustra y Pablo de Tarso, Hilarión, los sanadores Hermes de Trimegisto, Hipócrates y Paracelso, Morya El y el Conde de Saint Germain, muchos de la Orden de los Templarios, los místicos sufíes Shihab ad din Suhrawardi y Al Hallay, Juana de Arco, Ben Arabí, Kutumi, la Virgen María, San José, y todos los Santos, Kuang Ying, Narayana, Vashista, Shakti, Parashara, Viasa, Valmiki, Shukadeva, Gauda Pada, Shankara, Govinda, Brahmananda Saraswati, Patanjali, Aurobindo, Yogananda, Krishnamurti, Jesucristo, y tantos y tantos, santos, santas, Papas de Roma, Shankaracharyas de la India, luminarias que abrieron los caminos de tantos como entraban y se sumaban a los coros de la Luz. Maestros satisfechos de ver finalizada su inestimable labor.

Caminando entre su verdadera familia, Alfred y Olivia comenzaron a olvidarse de que fueron humanos. Lo último que atestiguaron siendo humanos es que el ámbito celestial es lo más natural del mundo. Mientras el pensamiento se desvanecía en aquella corriente luminosa, Alfred asumió sin darse cuenta su condición angélica. Nunca más habría de acordarse de la Tierra ni de lo Humano, ambas circunstancias desaparecieron de su memoria sin dejar ni rastro. Todo fue absorbido por una realidad en la que no podía encontrarse ni sombra de espejismo.

Aquellas hileras inacabables que conducían a la escalinata de la Luz terminaron por desaparecer de ciudades y pueblos con la misma naturalidad con que se formaron. Los que quedaron en la Tierra olvidaron que alguna vez hubieran existido. La gran mayoría ni siquiera se dio cuenta de su desaparición. Todo siguió enrevesado y complejo como de costumbre. Los políticos apretándose las manos, y las Bolsas subiendo y bajando. Los hielos licuando y todos pegando tiros.

Los únicos que permanecían atentos fueron los Ángeles del Infierno. Aquella polvareda de Tucson que se hizo realidad delante de los ojos chispeantes de Mara. Hora crucial largamente esperada. Cuando los últimos humanos ascendían hacia la Luz, se quitaron con diligencia cazadoras de clavos, botas y sombreros, gafas de sol, barbas y bigotes, y aparecieron como lo que siempre fueron: los auténticos Príncipes del Mal, sus Egregias Majestades Luciferinas vestidos de guerra. Aquella escalinata magnífica se disolvió con la misma delicadeza que los ángeles ascendieron, se apagaron los coros, y de todo aquello sólo quedó una abertura circular por donde se filtraban los últimos haces de luz.

Había llegado el momento.

Sin perder de vista las últimas luces, Lucifer dio la señal con un fogonazo de ira en los ojos. Lanzas en ristre, emprendieron el vuelo como un escuadrón compacto que va directo a presentar combate. A su paso fueron dejando un reguero de chispas de odio que cayeron sobre la Tierra como gotas de plomo fundido en un magma de azufre. Tanta fue la pasión, y tanto el odio acumulado, que no hubieron ni planes ni estrategias. Volar con el único propósito de entrar y destruir todo a su paso. Colmar la sed de venganza acuñada durante tanto como había durado la Oscuridad. Los rayos de luz cristalizaron como lanzas transparentes de titanio, y tal como iban llegando se enristraban con violencia en las invisibles espadas de Luz. Quedaron atrapados a miles. Tan pronto como quedaban atravesados se iban disolviendo sin dejar ni rastro. Iban desapareciendo aullando odios y maldiciones. Fue una auténtica carnicería. Algo espantoso.

Mara y algunos de los rezagados renegaron de su condición el último segundo. Un instante de Luz puede con milenios de iniquidad. Se tornaron blanquísimos y cruzaron triunfantes el portal de la Inmortalidad. Al final, Mara descubrió el origen de todas sus fantasías, el amor a Alfred fue el argumento para que se revelara su naturaleza ilimitada: desear la Inmensidad te convierte en la Inmensidad misma. Todavía es un deseo, pero es el último. Los que la siguieron abandonaron la Oscuridad porque la autenticidad de aquel final les hizo conscientes de haber vivido una gigantesca ficción. Fueron los últimos: el Portal de la Luz se cerró para siempre. Aquel intento de agresión pasó del todo desapercibido. En realidad nunca existió. Fue otra de las fantasías a las que obliga el poder ilusorio de la Oscuridad. Para los demonios fue un hecho cierto, pero para nadie más. Los que entraron estaban demasiado ocupados siendo el Amor. Todo era Bienaventuranza. La Infinitud lo llena todo.

Cuando la ascensión al Reino de la Luz hubo concluido, aquella música de órgano y violines se fue alejando de la Tierra. El cielo de Montana volvió a ser el de siempre: un azul intenso y emotivo que aguarda los primeros rayos del Sol.

Si Lucifer optó por la Luz, igual que Mara hizo el último momento, o desapareció con los suyos, es algo que nadie supo, ni a nadie importó realmente.

Aquel día salió un Sol gigantesco.

El cielo desapareció engullido en un mar rojo intenso. El Sol se convirtió en una Gigante Roja, una luminosidad miles de veces superior a la que siempre tuvo. En pocas horas desaparecieron la atmósfera y los océanos, y la vida sobre la faz de la Tierra. El planeta Tierra se convirtió en una bola de fuego descomunal que quemó durante algún tiempo perdida en el espacio. También ardieron Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno, y Plutón. Todo el sistema solar. Nadie supo hasta cuándo. Los humanos desaparecieron y los ascendidos nunca volvieron a acordarse de que hubieran sido humanos. La Oscuridad era como si nunca hubieran existido. El espacio quedó como testigo mudo del hecho, pero ni se inmutó. Había presenciado impasible las órbitas de muchas bolas de fuego, de agua, y de hielo. Incluso alguna de miel amorosa.
 

Escrito por Jorge Bas Vall

17 comentarios:

  1. una historia que solo puede suceder en América, en España la historia hubiera sido distinta. Un poco complicada de llevar el hilo conductor pero interesante.

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    1. Muchas gracias por el comentario, Nuria. ¿Podrías explicarme cómo hubiera sido la historia en España? Saludos cordiales

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  2. Muy bueno Jorge, es un relato muy profundo, hay que leerlo con mucha atención. Yo he podido distinguir ,a través de tus palabras, la escalinata, la bóveda celeste perforada quedando esa oquedad por donde los ángeles descendían, he sentido esa atracción hacia la luz, para convertirse en luz. Como le ocurrió a Mara, a mí también me gustaría descubrir el origen de mis fantasías.
    Un abrazo Jorge, lo volveré a leer por si se me ha escapado algo.

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    1. Muchas gracias, Angustias. Una de las cosas que admiro más en las personas es su capacidad de progreso, algo que tú tienes en un grado muy elevado... Te felicito muy sinceramente por esta magnífica cualidad... Mara era la amante de Alfred cuando ambos eran demonios hace miles de años. En la vida presente, Filadelfia, USA, 2005, Mara pretende que Alfred renuncie a sus aspiraciones de volver a la Luz para que sea de nuevo el demonio que siempre fue. Pero fracasa en su intento porque Alfred decide volver a ser la Potestad Angélica que era antes de la caída... Y ella, en un acto de pura clarividencia femenina, en el último instante, descubre el origen de la fantasía de querer perpetuarse como un demonio, y renuncia a su condición demoníaca por amor a Alfred... Muy inteligente y muy romántico de su parte. Conmovedor. Lo conseguirás, Angustias, eres muy fuerte y muy decidida... Un abrazo

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  3. Muy buena descriptiva, más que leer, lo he podido ver. Es un relato apocalíptico que da mucho que pensar, en mi caso en el libre albedrío que todos tenemos hasta el último momento. El creer o no creer, olvidar los establecimientos impuestos por la razón y la lógica para escucharnos a nuestro interior. Muy bueno, felicidades.

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    1. Muchas gracias por tu comentario, Sylvia. Esta novela es muy ambiciosa, y una de sus ambiciones es crear imágenes, que, a su vez, provoquen sensaciones. Inicialmene fue pensada para ser una película, y lo será en un próximo futuro. Se lo voy a proponer a Cameron o a Lynch. La banda sonora de esta escena es el arreglo de una pieza de Pink Floyd grabada en su segundo LP. En realidad, no es que haya un apocalipsis,en el capítulo próximo la novela describe el final total de toda la Creación con sus infinitos universos, y el proceso de una nueva creación. Y, tal como percibes con mucha sensibilidad, ante cualquier evento que nos afecte SIEMPRE vamos a tener la capacidad de elegir el camino que hemos de tomar: somos libres. La forma más elevada de libertad es ser libres para elegir la LIBERTAD. Saludos.

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  4. Es una descripción intensa de lo que podría ser el rapto en el caso de un Apocalipsis, intenso e interesante. Pero como siempre, queda a criterio del punto de vista del autor. Muy bueno.

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    1. Muchas gracias por tu comentario, Carlos. Para mí la intensidad es una cualidad indispensable en la Literatura, incluso cuando describe hechos minúsculos o desprovistos de cualquier gradiosidad. Expeler una bocanadda de humo, por ejemplo... O la descripción de cuando Ana Karenina toca el agua con el pie antes de suicidarse y la encuentra un poco fría... Saludos cordiales

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  5. Muy descriptivo, muy ambicioso. Una narrativa imaginada para acomodoarse en el sillón y dedicarle todo el tiempo del mundo. Enhorabuena.

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    1. Muchas gracias por el comentario, Faustino. Esta novela (trilogía) está en fase de última corrección para su publicación definitiva. Propone muchas escenas nunca vistas y, seguramente, para muchos nunca imaginadas. Es tan aburrido lo que pasa a diario que vale la pena intentarlo... Saludos cordiales.

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  6. Muy lleno de imágenes, descripciones interesantes, una lectura que se debe de hacer en clama! muy bueno ! Saludos!

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    1. Muchas gracias, Juan. Comparto plenamente tu opinión. Creo que esta escena me hará llorar cuando la vea en una pantalla... Saludos cordiales.

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  7. Qué bueno que está! Me encantó sobre todo el primer parrafo, me hace acordar a una novela inglesa que lei hace poco, en donde once personajes convergen en una historia "de casualidad".

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  8. Muy descriptivo, y eso me gusta, se me llena la mente de escenas. Creer o no creer, para llegar a lo mas profundo de alma. Muy chulo

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  9. Con las descripciones que das se pueden ver las imágenes. Imágenes que te atrapan y te llevan a un lugar nuevo, donde termina la historia y empieza de nuevo…
    Manuel Barranco Roda

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  10. Muy bien descripto, y una hisotira muy fantastica. Aunque no está dentro de las lecturas que a mi me gustan, tengo que reconocer que es buena. Un saludo.

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