Una revista de literatura, donde el amor por las letras sean capaces de abrir todas las fronteras. Exclusiva para mayores de edad.

jueves, 21 de marzo de 2013

A ti, mujer.


 
A ti,
que tienes fuerza e ilusión
cada mañana,
de vivir un nuevo día,
sea bueno, sea malo
o sólo sea un día más.

A ti,
que te miras al espejo
para ver si tienes canas,
si ha salido alguna arruga
o si sigues siendo guapa,
sonríes y a seguir.

A ti,
que llevas el peso de una casa,
esperando la llegada de un marido,
que, a veces, no viene a comer.
Y de los hijos, que han crecido,
y ya casi nunca están.

A ti,
que has pasado
de ser reina a ser criada.

Sola,
echas la vista atrás
y te sientes engañada.

Pero la vida es así.
el marido siempre ha trabajado,
los niños tenían que crecer,
y tú, te has hecho mayor
lo único que pudiste hacer;
acompañar a tu esposo,
esperarle y serle fiel,
cuidar bien de tus hijos
para que crecieran bien.

A veces lloras,
recordando el ayer,
pero secas tus lágrimas
porque pronto…
vendrán a casa comer.

 
Sorguineak.

Cartas a un amigo. III parte.

III

Querido amigo, otra vez estoy aquí contigo, no hay dos sin tres, eso dicen, pero yo quiero que halla muchas más, te escribo estas letras, que ya sabes, salen del corazón, miro por mi ventana y te imagino en la distancia, espacio y tiempo todo en uno, no tengo prisa por conocerte, aún no, quizás no esté preparada, desde mi alma sé que algún día te cruzaras conmigo y sabré quien eres, posiblemente solo una mirada, solo un roce y conectados quedaremos, tú sabrás que soy yo, tu amada, y yo sabré quien eres tú, amor deseado, entonces te mostrare todas estas cartas.
Cuando unos ojos me miran y se queda la mirada en mí, clavada, me pregunto ¿será él? Que me dicen esos ojos que la boca calla, ni palabras en mis oídos hayan, persigo esa mirada hasta descubrir si era a mi a quien miraban, luego todo se convierte en humo que el viento aparta.
Aquí, amigo querido, absorta sin palabras, a solas a vueltas con los pensamientos que me rondan alrededor como torbellinos encima de una hoguera, el espacio solo lo ocupa los pensamientos y el silencio, compañero de la noche, roto por mis sueños, sueños volátiles que dejaremos volar sin espera, fantasma que duermen a mi vera, ahora los rayos de luna entran por mi ventana, acarician mi rostro y me peinan, la brisa fresca de la noche me envuelve en un abrazo suave y etéreo, con este pensamiento me duermo.
Que nos podemos contar tú y yo, si aún no nos conocemos, no puedo hablarte del pasado, tú no estabas en él, no puedo hablarte del presente, pues no hay un mañana, y el ¿futuro? ¿Qué es el futuro? Incertidumbre que se abre como un abismo oscuro y negro, ¿habrá futuro para nosotros juntos? ¿Por qué no? Lo sueño, lo espero, y mientras espero madejas hilvano de versos, pinto de colores el viento y siembro mañanas para que siempre pueda haber para nosotros un mañana.
Desde aquí te prometo, aunque nuestro futuro incierto, aunque no acudamos nunca al encuentro, hoy te prometo que nuestras almas seguirían unidas más allá en la eternidad.
Le pediré a las musas que lleven esta carta hasta tu ventana, esta que siempre lo es, tu amada Vera.

Contestación del amigo:
Me dices que no nos conocemos y yo pienso que no es así. Hay una corriente invisible que une a las personas en puntos comunes: el interés en cosas determinadas, la belleza, por ejemplo. Tu carta es anuncio y predestinación, y está adornada del efluvio maravilloso que se expande de esa misma atracción de que te hablo aquí. Es verdad que sólo es real el presente, porque el pasado que guardamos en la memoria (ese resquicio que lucha contra la ceguera del olvido) es diferente a cada evocación. Cuando traemos lo vivido por obra de la memoria es otra la experiencia rememorada. Y del futuro nada podemos decir, salvo que es el impulso inconsciente que nos hace vivir cada día, sin saber por qué. Esta carta que leo en una terraza frente a la montaña aneblada es un motivo de futuro. Cuando habla una voz como la tuya, el silencio se impone.
Un beso con música de lejanía. A
 
Escrito por:
Manuela Carrión

Terapia de Machos.Episodio I: “Roll-Call”

Jueves.
 
“Al fin llegó el gran día” pensó Guillermo mientras volvía a releer la lista que tenía enfrente por enésima vez. Y, a medida que la leía, iba tildando los nombres y haciendo notas al costado con su boli de color verde. Mientras repasaba los seis nombres que estaban en ella, recordó cómo había llegado hasta ahí, hasta ese momento “bisagra” en su vida, qué podría significar tanto su cielo, su resurgir del fondo del lodo del océano, como su mismísimo infierno. Sin embargo, él prefería visualizarse como una Flor de Loto, nacida del fango.
 
Guillermo Macedo se había graduado de Psicólogo hacía ya veinte años, pero los últimos quince se había dedicado a los Recursos Humanos. Su última posición había sido como “Director de RRHH para el Mercosur[1]” de una conocida empresa de bebidas cola. Pero entonces, la maldita crisis había llegado aunque la señora Presidente se empeñara en decir que todo estaba bien y que vivíamos en el País de las Maravillas, aquel de Alicia. La cruel realidad era que desde el 2009 que Guillermo estaba parado. Pese a su impresionante curriculum, no conseguía un trabajo a su altura. Ni a su altura ni por debajo de ella, ya que para cualquier oficio Guillermo estaba “sobrecalificado”. Sus ahorros habían comenzado a mermar hasta ya casi ni tener efectivo y sobrevivía haciendo malabarismos con sus tarjetas de crédito y algunos pequeños trabajos para consultoras amigas. Su crisis profesional y económica había terminado también por interferir en su vida personal, ya que su pareja (ahora ex) Sofía, decidió ni lenta ni perezosa (dos cosas que nunca había sido) poner punto final a una relación de once años, argumentando que Guillermo estaba siempre deprimido y que ella aún tenía cuerda para rato y que no quería que la arrastrara a su abismo oscuro y otros muchos “y qués”. Los dos compartían la profesión ya que Sofía era Directora de Recursos Humanos de una cadena hotelera. La cosa se había dado con la rapidez de un meteoro: a ella le habían ofrecido un ascenso que implicaba radicarse en el exterior-Hawai, precisamente- ella había lo aceptado y Guillermo no figuraba en sus planes a futuro. Nunca se habían casado ni habían tenido hijos, las cuentas bancarias estaban por separado, y no tenían bienes en común, por lo que Sofía hizo sus maletas de inmediato y se marchó, dejando a Guillermo “sólo, fané y descangallado[2]”, como el tango de Discepolo.
 
Pero bien dicen que la necesidad tiene cara de hereje. Si bien a Guillermo nunca le había gustado mucho el consultorio-esa extrema intimidad de la consulta privada lo perturbaba sobremanera- de repente tuvo un rapto de inspiración y viendo una película ochentosa sobre un grupo de mujeres en terapia, se le ocurrió la idea de formar un grupo de terapia solo para hombres, un espacio de reflexión y de contención en donde los de su propio sexo se sintieran cómodos y libres para hablar de sus problemas. Los tiempos habían cambiado y con ellos los roles. El hombre ya no era en muchos casos, el “proveedor” del hogar, sino su mujer la que traía el pan nuestro de cada día, y muchos de ellos se veían ante conflictos y angustias que antes su género no desconocía. Pero... ¿sería una idea rentable? ¿Tendría convocatoria? No lo sabría hasta que no lo intentara. Y Guillermo Macedo era ante todo, un hombre de acción.
 
Sorprendentemente, la convocatoria había sido mejor de lo esperado. A lo largo de tres semanas había tenido varios llamados Y ese jueves, sentado en su escritorio, volvió la mirada a su lista y analizó mentalmente cada nombre, preguntándose la historia que se escondería detrás de la historia de cada uno de esos seis hombres que había confirmado su asistencia.
 
El primero de la lista era José Francisco, un bioquímico de 60 años, cuyos últimos dieciocho los había pasado en prisión, cosa que ser humano alguno podría imaginar al verlo, con esa pulcritud y flema inglesa y esos modos tan correctos, empezando por  su tono de voz tan bajo y melifluo. A José Francisco lo habían condenado a cadena perpetua por el triple asesinato-agravado por el vínculo-de su mujer, el amante de ésta y además, su suegra, a la que había “agregado en el combo” ya que la consideraba como la causante de todos los males que aquejaban a su matrimonio. Ni siquiera se podía decir que aquel había sido un crimen pasional, de esos de gritos, arranques impulsivos, tiros y sangre desperdigada por todos lados. No, no. José Francisco había cometido los asesinatos como siempre se había manejado en su vida: discretamente. Como buen científico que era conocía mejor que nadie la química de las sustancias y los había envenenado a los tres. José Francisco había salido por buena conducta-era un interno ejemplar-y quería reinsertarse en la sociedad. Tenía, además,  dos hijas, a las que no veía desde que eran adolescentes y a las cuales ansiaba volver a ver pero-demás está decir-ellas no querían verlo a él ni en estampitas.
 
Damián tenía treinta y ocho años y en el auge de las bandas juveniles de fines de los ochenta y principios de los noventa, había sido una estrella pop. Vocalista de la banda “Eléctricos”, las adolescentes de los ochenta y noventa suspiraban por él y sus compañeros (pero sobre todo por él, solía pensar Damián). Luego la moda de las bandas juveniles pasó a la historia y el agente de Damián le hizo lanzar una supuestamente promisoria carrera como solista, en la cual sólo logró tener un “hit del verano” pero sin el apoyo de la infraestructura de la banda, muchas de las falencias como artista de Damián quedaron en evidencia y este pasó al olvido tan raudamente como se había hecho famoso. Luego vinieron años en los que hizo de todo para subsistir y a mediados de los años 2000, había intentado reavivar su carrera como solista, pero sin éxito, ni siquiera con su versión remixada de su antiguo hit del verano. Inclusive había formado parte de una versión para “famosos” de poca monta y estrellas eclipsadas de un Reality Show, ese que los encerraban en una casa por tres meses. Cuando estuvo nominado y fue al teléfono junto con una ex vedette entrada en carnes (pero que lloraba como una niña porque extrañaba a sus hijos gemelos de nueve años concebidos por inseminación artificial cuando ella ya había pasado los cuarenta), en la primera mitad del programa, la gente lo sacó con el 87 por ciento de los votos. Siendo tan solo el tercer eliminado de catorce participantes, pasó por el programa sin pena ni gloria, salvo por la escena de sexo hot y triple x que tuvo en el jacuzzi con otra de las participantes.
 
Damián vivía rodeado de sus Posters que le devolvían su pasado de Estrella del Pop, pero lamentablemente, ya nada quedaba de aquel adolescente carilindo y carismático de “Eléctricos” que enloquecía a todas las muchachas. Su otrora cuerpo esculpido se asemejaba al de un ex jugador de Rugby que había pasado años sin entrenar y su cara angelical se había transformado hacía rato, gracias a la cocaína, la heroína, el alcohol y la noche-en una mueca dura y forzada con una mirada vidriosa que estaba más cerca de un zombi que de una estrella del Pop. Damián se sentía perdido, su vida no tenía sentido pero su principal problema era el no poder aceptar su ocaso.
 
Robertino era el menor del grupo. Con sus 23 jóvenes años, había sido derivado por una colega de Guillermo, pensando que el grupo le iba a resultar muy sanador. El principal problema de Robertino era la culpa, una culpa infundada por haber sobrevivido a un accidente automovilístico años atrás, en el que habían muerto su novia, su hermano y tres de sus amigos. Era de madrugada, venían de una fiesta en una estancia, el auto estaba sobrecargado y un camión los embistió. Robertino fue el único que se salvó a la masacre. Hasta el día de hoy, no se explicaba cómo había logrado salir de esa maraña de hierros retorcidos que era el auto de su hermano Nicolás, quien junto a su amada Ayelén, junto a Pancho, a Sebita y a Daniela ahora lo miraban desde el cielo.
 
La historia de Fausto-el cuarto de la lista- era bastante parecida a la del propio Guillermo (cosa que al psicólogo le causó un poco de resquemor por el tema de la bendita transferencia) pero con el agravante de que había hijos en el medio. Fausto era un ejecutivo que hacía tres años que estaba sin trabajo y no conseguía nada. Había sido Director de Marketing de una empresa de alimentos para gatos pero ante la reducción de personal, lo habían despedido, poniendo en su lugar a su asistente, con quien con diez años menos y la mitad de su salario, se podrían arreglar. A los cuarenta y dos años, y pese a todos sus postgrados y “know how”[3], Fausto se la veía negra para conseguir trabajo. Y sin darse cuenta, había pasado de ser un exitoso ejecutivo a ser amo de casa y padre de tres a tiempo completo. Para desdramatizar la situación, el se autodenominaba “Gerente de Familia”. Pero detrás de su buen humor, se escondía una severa depresión y desvalorización. En este momento, era Débora, su mujer, quien mantenía el hogar con su sueldo de maestra de grado en una escuela alemana. Habían tenido que reducir su estilo de vida ABC1, empezando por sacar a sus niños de una escuela privada y mandarlos a una pública. Vendieron la camioneta, se acabaron las salidas a cenar y al cine, los Domingos en el Country dejaron existir, llevándose con ellos los campeonatos de Golf –que Fausto solía ganar-y varios amigos que demostraron ser “amigos de buen tiempo”, esos que en las buenas están a tu lado, pero en las malas misteriosamente, dejan de llamar o siempre se encuentran demasiado ocupados con sus partidos de Golf, sus vacaciones en Punta del Este o los “Concerts” de sus hijos.
 
Darío era futbolista. En realidad, había sido futbolista hacia tiempo, una joven promesa del fútbol nacional que había tenido sus quince minutos de fama en las grandes ligas pero que luego –apenas cumplidos los treinta y por un problema en la rodilla, se había retirado de la cancha y actualmente se dedicaba a ser Director Técnico de un equipo de fútbol de Salón de jóvenes. Definitivamente, el fútbol era su pasión. Algo que no se llevaba del todo bien con su vida personal, ya que Darío era gay. No obstante lo machista del deporte, el DT había tenido prácticamente todos sus romances dentro del confín de la cancha y los vestuarios. Pero al igual que el Ejército en los Estados Unidos, en el fútbol había una política de “Don’t Ask, Don’t Tell” (No Preguntes Nada, No Digas Nada). La primera vez había sido a los quince años en las Ligas Juveniles con su mejor amigo y compañero de equipo, con quien se disputaban el puesto de Mejor Jugador Júnior del Año. Al cumplir los dieciocho, se enredó en las sábanas de un árbitro novato; luego vino un hermoso jugador del banco de suplentes que nunca salía a la cancha, pero que en la cama era un as y así sucesivamente, Darío actuaba en la cama como en la cancha. Su último romance había sido con un famoso jugador que había sido comprado por un club de Barcelona y que se había casado con una botinera-una vedetonga en ascenso que se parecía físicamente a Marta Sánchez en sus primeros años de solista-para disipar cualquier duda acerca de su posible homosexualidad. Y así pasaban los amores de Darío como los penales errados. Tarde o temprano, todos se terminaban casando (usualmente con vedetongas) y él-que se negaba a cambiar de vida y ser infiel a sus deseos-se quedaba solo.
 
Pero además de su soledad y de su mala estrella para los romances futbolísticos, Darío había venido a consulta por un tema que le quitaba el sueño y lo angustiaba: uno de sus “pollos” como él le llamaba, uno de los chicos que él entrenaba, lo hostigaba todo el tiempo tratando de seducirlo. Una seducción adolescente y torpe, pero no por eso carente de perversidad. Y a Darío esto le quitaba el sueño. Veía su culo paradito y redondito debajo de la ducha, sus piernas macizas correr la pelota y se imaginaba su cuerpo lampiño-con uno o dos pelos escasos que le   crecían por el pubis hasta el ombligo- entrelazándose con el suyo. ¿Cuál era el problema? Qué Jonatan-así sin H- tenía dieciséis años.
 
Sin embargo, de toda la lista, el paciente que más le intrigaba a Guillermo era Alejandro. Alejandro era un muchacho de veintiocho años, de orígenes modestos pero que actualmente trabajaba como encargado de un Taller Mecánico. Alejandro amaba los automóviles, los “fierros” como él les llamaba y tenía un tatuaje de Fangio[4] en uno de sus brazos y uno de Evita en el otro. “Mis Dos Amores” les decía. Pero lo que de verdad intrigaba a Guillermo era que en realidad Alejandro nunca le había contado bien su historia ni por qué consultaba, era bastante parco y tan solo le había dicho que “quería encajar” y “afrontar su nueva vida” con la cabeza alta, pero nunca se había extendido en los pormenores más allá de esas pocas palabras, de esa supuesta nueva vida y ante dos o tres preguntas de Guillermo, se sintió incomodo por lo que el Psicólogo  dejó de hacerle preguntas y simplemente depositó toda su confianza en los llamados “factores terapéuticos” del  grupo, sobre todo en el  llamado “Universalidad”, en el que el paciente se siente identificado con sentimientos, ideas o problemas de otros miembros del grupo.
 
Así que ya todo estaba cocinado. La cita del grupo sería todos los jueves a las 18:30 horas, con una duración de entre una hora y media y dos horas.
 
Ese primer jueves, Guillermo dispuso el consultorio en su propio apartamento, ya que no tenía dinero para rentar uno aparte y además, necesitaba hasta el último centavo para pagar los varios meses de hipoteca vencidos, que se seguían acumulando. Reservó un lugar especial en la sala, junto al ventanal por el cual se podía ver toda la ciudad y con el objeto de delimitarlo, dispuso sobre el piso de madera flotante, una especie de alfombra de seda que Sofía se había encaprichado en traer de su viaje a Tailandia hacía unos años y qué nunca habían usado, porque no les combinaba con ningún otro mueble.
 
“A la mierda con la estética” pensó Guillermo, mientras lo extendía por el piso, tratando de tensarlo para que no tuviera arrugas. La tela tenía una gran cara de Buda pintada en su interior, lo cual Guillermo pensó que era bastante oportuno, ya qué iba a necesitar la ayuda de todos los dioses de todas las religiones posibles. Y en lo que se refería a las terapias actuales, Buda –sin ninguna duda-siempre tenía mejor Marketing que cualquier otro dios.
 
Siete almohadones- que Guillermo había conseguido en oferta en el Barrio Chino-completaban el espacio terapéutico. Mientras prendía los velones aromáticos con fragancia a vainilla, sonó el portero eléctrico. El primero de sus pacientes había llegado, quince minutos antes de lo esperado. Su corazón le dio un brinco y se maldijo por haber elegido ese sabor dulzón y penetrante de entre todas las opciones del negocio de velas, que no eran pocas.
 
“Joder, este ambiente da muy gay” pensó mientras se acercaba a atender. Respiró hondo y dijo un “Hola” rotundo a través del auricular (Ya no tenía visor porque el mismo funcionaba con el cable y este se lo habían cortado hacía meses por falta de pago) mientras oprimía el botón platinado del portero.
 
Parándose frente al espejo de pie que se encontraba en la pequeña entrada de su apartamento (Sofía amaba los espejos), se miró por última vez antes del evento. Se acomodó un poco la camisa, se pasó la mano por los cabellos para comprobar que todo estaba en su lugar y ensayó una sonrisa cortés, cálida pero sin ser melosa.
 
Y cuando el timbre de arriba sonó por primera vez, Guillermo Macedo, ex director de Recursos Humanos y terapeuta debutante en un grupo de hombres que habían perdido su GPS, respiró hondo y cual gladiador que sale al circo a enfrentarse a los leones hambrientos, abrió la puerta para dejar paso al primero de sus seis pacientes.
 
 
Continuará...
 
Escrito por:
Gontxu Morán

[1] RRHH: Abreviatura de Recursos Humanos.
[2] Lunfardo Argentino hecho famoso por el tango de Discepolo “Esta Noche Me Emborracho”. Significa solo, ajado y desvencijado.
[3] “Know-How”: Se llama así en la jerga de Recursos Humanos para designar la experiencia, el desenvolvimiento  y la eficacia de una persona.
[4] Juan Manuel Fangio: campeón automovilístico argentino de mediados del siglo XX.

La Familia Helviana. El atrio plateado.


Tal como lo había prometido, Berlashalee le comentó a su madre acerca de su nuevo amante. Ella lo describió como un carismático oficial, una figura de poder menor sin nombre al que había logrado seducir con sus encantos. Para su decepción, su madre sólo expresó consternación y preocupación por ese comentario. Ella le explicó que los oficiales son unos grandes mujeriegos, le recordó que su padre había sido un alto oficial, le anticipó que su relación sería sólo una de muchas que el oficial había tomado a lo largo de su vida, un defecto inherente en los hombres cuya vida en la infraoscuridad es sumamente corta e imprevisible.
Ante los reproches de la joven, su madre le prohibió terminantemente que lo volviera a ver y la conversación terminó con una molesta muchacha que regresó a su dormitorio a llorar y rumiar su mal humor.
Para la desgracia de su madre y su dicha, esa fue una orden imposible de cumplir. Ella le había entregado el itinerario de sus presentaciones a Zeknarle, que diligentemente la siguió por todas partes de la ciudad. En la compañía de Eorel, los guerreros siempre pasaban la noche en las tabernas donde ella se presentaba, lo que le permitía expresarle sus deseos y procurar enredarlo más en sus redes y tramas.
Pasado un mes de estas visitas, Zeknarle fue quien dio el paso adelante. Él le dijo su verdadero nombre, le entregó una pequeña cinta ritual, símbolo de unidad en su sociedad. Ella sintió como su corazón se salía de su pecho, aceptó de inmediato la propuesta, se ilusionó con la posibilidad de poder desposar a un atractivo soldado, al cual podría convertir, que podría comprarla para darle su libertad y al cual podría mantener controlado para hacer su voluntad.
Zeknarle se atrevió a algo más. Luego de hacer el amor desenfrenadamente, tal como lo habían hecho desde que se conocieron, le propuso a la ilusionada muchacha visitar a su madre para comunicarle la buena nueva. La ilusión de la propuesta obstruyó cualquier precaución en la cabeza de Berlashalee, que en éxtasis por la alegría y el gozo de la noticia aceptó la propuesta.
Ella se terminó de arreglar el cabello, el cual se ató con una cola por motivo del viaje. Con un vestido de dos piezas revelador que no dejaba nada a la imaginación, ella sonrió frente al espejo, tomó una estola y se la puso en torno a sus brazos. Es probable que todavía estuviese frío afuera, pensó mientras la acomodaba para que no estorbara. Satisfecha con su reflejo en el espejo; ella volteó su vista a su mesa de noche, donde observó sus cuadernos y notas.
¡Tengo que volverme a presentar aquí! Mañana me los llevaré.
En realidad su libro de hechizos y sus ingredientes le estorbaban. Por esto ella salió por la puerta sin ellos y cerró la puerta de su habitación con llave. Bajó por las escaleras al piso inferior de la taberna. Pero casi se tropieza con un bulto en la base de las escaleras.
Ella quiso reclamar cuando observó mejor y descubrió quien era. Eorel se encontraba tirado en el piso, completamente ebrio. Él estaba acurrucado contra el pilar de las escaleras hecho una piltrafa. La escena casi le hace voltear su estomago.
¡Qué asco!
Berlashalee no ocultó esa sensación que le provocó el desaseado y sucio elfo oscuro, que no podía conservar la belleza de su cuerpo, la estabilidad en su comportamiento ni la moderación en sus actos. Pero verlo así le provocó lástima. De una mesa a su lado tomó uno de los manteles y lo cubrió con cuidado. Al acariciar su cabello, por accidente retiró el sombrero que usaba y él se transformó ante sus ojos.
Su piel oscura y azabache como la noche comenzó a aclararse con rapidez, hasta que adquirió un tono blanco cenizo, apenas enrojecido por los efectos del alcohol. Ella no evitó la curiosidad al observarlo, era la primera vez que veía una variedad de elfo diferente a la suya. Era un elfo claro. Un elfo de alta cuna, un descendiente del Padre de los Elfos, que se había disfrazado para pasar desapercibido en la ciudad.
Ella enmudeció de asombro por un largo rato. No podía dar crédito a lo que observaban sus ojos. ¿Cómo se había colado un elfo claro en la ciudad? Ella sabía muy bien el destino que le esperaba si era descubierto. Sería torturado de forma agónica y brutal, sería puesto boca arriba en una mesa de sacrificio. Al final extraerían su corazón de su pecho y lo ofrecerían a la Reina de las Arañas, a la que todos escuchan y con la que todos sueñan.
Berly… ¡Te estoy esperando!
La voz de Zeknarle la regresó de nuevo a la habitación. Ella colocó el sombrero de Eorel en su sitio sobre su cabeza y sonrió para sí misma con delicia. El hechizo se restauró sobre el muchacho, su apariencia volvió a ser la de un elfo oscuro. Ella guardaría ese conocimiento para usarlo en caso de que Eorel estorbara en su relación. Antes de volver a ser llamada, ella salió a las afueras del local y se asombró con el espectáculo que se ofrecía frente a ella.

Zeknarle Hun'Afin
Arte: Alx Palacios; Color: Yonan Montalban.

El local donde había amanecido se encontraba cercano al uno de los canales de aguas termales que atraviesan la ciudad. Al lado de la gran plaza frente a la taberna ella encontró con sorpresa que una montura alada la esperaba. Zeknarle ayudó a la joven a subir, luego él montó delante de ella, dominó a la criatura y con un leve movimiento de las riendas alzó vuelo. Berlashalee no pudo evitar la sorpresa al observar la montura, al percatarse de que su amante sabía cómo controlarla y como la criatura volaba ante sus órdenes. Por esto, luego de un rato en el aire ella exclamó con sorpresa—: ¡Vaya! No sabía que pudieras montar.
—Existen muchas cosas de mi que no sabes, querida— exclamó el muchacho mientras acariciaba su cabello con una mano. Ella por su parte se sujetó con fuerza y observó deleitada como la criatura batía sus alas y se deslizaba hacia las cavernas superiores.
—Dime qué rumbo debo tomar, querida.
Ella no expresó más palabra, no podía debido al ruido que hacían las alas al batirse. Señaló a su derecha con firmeza, a un acceso en medio de la piedra. Zeknarle movió las riendas en esa dirección, la criatura obedeció la orden y voló en dicha dirección.
El calor del vapor que subía de las aguas termales y de la lava que rodeaban la cueva hizo más difícil la jornada. Berlashalee comenzó a sudar copiosamente y se resbaló del asiento. De inmediato ella lo abrazó de la cintura (es perfecta) mientras la montura se esforzaba por ascender la enorme distancia que todavía los separaba del acceso en la piedra.
Al llegar a la protuberancia, Zeknarle tuvo que hacer un gran esfuerzo para maniobrar su montura. El ascenso, que había sido largo y extenuando por el calor, agotó a la montura. Pero en cuanto tuvieron a la vista la entrada, con mucha habilidad él logró que recogiera las alas y se posara grácilmente en su interior.
Él bajó primero de la montura y la ayudó a bajar. Una brisa helada los recibió como única respuesta. A la vista de la única luz, Berlashalee tomó una antorcha permanente de un anillo que la sujetaba a la pared de piedra, tomó de la mano al jinete y comenzaron el ascenso por el estrecho pasadizo que daba a la entrada.
Ambos solo sentían que pasaba el tiempo mientras caminaban. La luz y su habilidad para ver en la oscuridad les permitía pisar con seguridad entre la caótica disposición de las gradas de ascenso.
—¿Ya llegamos?
—Qué impaciente que eres. Aquella sólo era la entrada principal. La caverna se extiende mucho más allá… Todavía nos hace falta caminar un poco más.



El viento se tornó cada vez más helado conforme avanzaban. Con un sutil movimiento, Berlashalee subió la estola sobre sus hombros para cubrirse. Faltaba poco. Por esto, cuando observó la luz plateada frente a ella, sonrió, apresuró a su pareja y avanzó los últimos pasos que quedaban con decisión y alegría.

—Llegamos.
Zeknarle trató de retener un suspiro. La bóveda de la cueva era enorme y brillaba en un tenue brillo plateado que acompañaba el color de sus cabellos. Su expresión de asombro era sincera, al comprender por un momento que no había nada de natural en la disposición de la bóveda y el brillo que emanaba de ella.
—Bienvenido al Atrio. En este lugar las fieles se congregan para ingresar al templo. Llamaré a mi madre para que podamos purificarnos y entrar al área interior como corresponde.
Berlashalee le dio la espalda en ese justo instante. Pero cuando quiso avanzar, la mano de su amante la detuvo. En un arrebato ella fue abrazada de espaldas y pudo escuchar su dulce voz susurrar en su oído —Por mí está bien… Quiero decirle en persona lo que siento por ti. No sabes cómo deseo que nos de su aprobación.
—En serio, que alegría.
La muchacha se volvió y lo abrazó con ternura. Conforme recostaba su cabeza sobre su pecho, sonriente e ilusionada, ella reafirmó con su abrazo lo que sentía. Había esperado tanto tiempo encontrar a un hombre que la protegiera y defendiera; que la sedujera, que expresara lo que sentía hacia ella, que estuviese perdidamente enamorado de ella.
Berlashalee sentía que había alcanzado el cielo, que había alcanzado la cúspide de sus metas. Este era su momento de triunfo. Este era su mejor momento. Jamás nunca podría repetir el logro que se encontraba entre sus brazos. Uno excepcional para ella misma en la sociedad que la rodeaba y la ciudad que la atormentaba.
Pero un leve ardor en su espalda la hizo regresar a la realidad. Ella se llevó la mano al punto donde le ardía y sintió la saeta que sobresalía de su espalda por debajo de las costillas. Incrédula la tocó, el latigazo de dolor que le produjo le hizo ver que estaba herida. De inmediato las fuerzas la abandonaron. Ella luchó para conservar su abrazo, pero su amante sonrió maliciosamente y respondió con orgullo —Debo agradecerte cariño, por darme esta oportunidad de ascender en mi carrera. No es personal, pero deberías cuidar mejor lo que dices frente a otras personas; no es así, seguidora de la Doncella Oscura.
Las sensaciones que se combinaron en Berlashalee la abrumaron. Primero el dolor de su herida que la ahogaba en la inconsciencia, el dolor de la traición de la que había sido objeto, la furia por no haber sido lo suficientemente precavida para reconocerla y la vergüenza por haber sido usada de esa forma. Ahora su clero desaparecería por su culpa y no podría hacer nada al respecto. Visiblemente molesta, ella reunió las fuerzas que le quedaban y abofeteo a su amante en su mejilla derecha. Lo único que consiguió por esto fue un codazo en el centro de su pecho y la compañía de las infames palabras de su antigua pareja —¡No me toques!
Su cuerpo apenas sintió el frío suelo de piedra pulida. Ella, que apenas podía conservar los ojos abiertos, observó como Zeknarle la escupía en su rostro, mientras otra mujer, con un gesto de orgullo, sostenía una ballesta pequeña y cargada en la mano. Con una sonrisa de realización, ella lo abrazó con su brazo libre.



—Así que esta es la estúpida bailarina.
—¡Así es! ¡Me imagino que ya vienen, Zin!
—Por supuesto, cariño. Deberán estar aquí en cualquier momento.
Conforme las fuerzas la abandonaban ella comenzó a llorar amargamente en el piso frío. Luego, sólo pudo sentir los pasos, cientos de pasos que comenzaron a avanzar al interior del templo, así como los gritos de sus hermanas en la congregación conforme iniciaba el ataque. Al instante, una alarma sonora se dejó sentir a lo largo de la cueva y todo se tornó oscuro.


Carlos "S0met" Molina

POEMA POR SOLEÁ. "COMO EL AGUA DE LOS RÍOS"



Poeta del universo,
de pluma, su propia alma
inspiración de mil versos,
donde encontraba la calma.

Caminos de libertad
los que soñó desde niño,
y nunca pudo alcanzar.

A los vientos preguntaba
si la muerte era el misterio,
que tanto le atormentaba.

Como el agua de los ríos
Federico es manantial,
donde siempre se ha bebío.

Una madrugá de Agosto,
entre Viznar y Álfacar
le cortaron las dos alas,
y ya no pudo volar.

En manto de terciopelo
su grito fué un gran lamento,
entre la tierra y el cielo.

En su poesía,
en su poesía
siempre brillaba,
la fantasía.


A la memoria de Federico García Lorca (1898-1936) " Poeta de lo Jondo "

 

Escrito por Juan Carlos Muñoz.

Corazón arrugado.


Siento el corazón chiquito, estrujado, exprimido,

dejando más espacio en el vacío,

viviendo de una espera,

 de una larga añoranza,

de un deseo insaciable,

tratando de acortar en la distancia,

 ese día que no llega,

mientras el tic tac del reloj,

hace más doloroso el discurrir del tiempo.

Mi corazón se sienta a mirar tristemente

la soledad que me sumerge en el hastío.

Siento el corazón como una pasa, fruncida arrugadita,

la sensación de dolor me ensancha el pecho,

me cuesta respirar,

por mis ojos se cuela la explosión de una pena

que confiesa que no todo en la vida se nos da.

¡La felicidad es una mariposa que nos da colorido en sus visitas!

¿Siento el corazón?, creo que no

solo queda el espacio donde estuvo.

Se fue al encuentro del que había perdido

y hoy esta confundido con el tuyo.
 
 
Trina Leé de Hidalgo

La liturgia de abrir un libro.


Tengo que empezar diciendo que no estoy en contra de las nuevas tecnologías y que aunque no he nacido en la era de la informática y los móviles, creo que he sabido ponerme al día y adaptarme a las nuevas plataformas de comunicación.  

Mi móvil de última generación, mi blog, el facebook y demás, lo avalan. Incluso a veces he reparado algún que otro problemilla de mi PC cuando éste se ha quedado colgado o le ha entrado un virus. 

Sin embargo tengo que reconocer que todavía no he sido capaz de aplicar, al cien por cien, esas nuevas tecnologías a la hora de leer un libro. 

Estoy convencida de que la liturgia de abrirlo, de tocar sus tapas, oler sus hojas, hacer apuntes en los laterales, subrayar palabras y colocar todo su cuerpo en las baldas del mueble librero de mi casa donde tengo recopilados años de lectura, puede decirse que desde que empecé a leer, no podría cambiarlo por ninguna otra forma de lectura. 

He sido y soy una enganchada de los libros y ello me lleva a tener una máxima en mi vida: si alguien me pide prestado un libro de mi biblioteca personal, se lo compro. Prefiero dejar mi coche antes que un libro. 

El amor a los libros me hace ser egoísta y lo asumo ¡qué le vamos a hacer! 

Y de pronto, un buen, día aparece en las noticias los i-book, los tablets y las descargas de libros por Internet.

Comprendo que la comodidad de llevar un tablet en la maleta cuando vas de viaje, o a la playa y poder disponer de tu lectura favorita en cualquier lugar, es inmensa.

Sin embargo, con esta nueva metodología podremos leer los libros de máxima actualidad del momento pero poder descargarte unas aventuras de Rocambole del francés Terrail, los artículos y poemas de un Poe, un cuento como Bel Ami del escritor Maupassant, una antología poética de Carolina Coronada, máxima representante de la poesía del romanticismo en España incluso un libro de nuestros escritores Campogibraltareños como Emilio Ríos, Carmen Sánchez y Fernando Mota o un Jose Luis Benitez, extraordinario escritor malagueño afincado en Alemania, es imposible.

Y debo reconocer que alguna vez me he descargado o me han mandado un PDF con muy buenas obras, hoy en día a través de Internet y de facebook es, en ocasiones, la única solución para darse a conocer un escritor que no tiene editorial que le publique o un medio para hacerse un hueco en el mundo literario.

Aún así me ha sido imposible visionarlos con la emotividad que se merecen en la pantalla del ordenador, y he tenido que imprimirlos para leerlos pausadamente, pasando mis dedos por cada hoja y paladeando cada palabra escrita.

Dicho todo esto, asumo con no poca vehemencia, que leer un libro es como hacer el amor al tiempo. 

Que cada uno busque el sitio, la forma y el método para disfrutarlo, pero que nunca, nunca, por Dios, dejen de sentirlo.

 

Nurya Ruiz

Abre los ojos.

         
          Amiga mía, este ingente esfuerzo de atención y comprensión que te brindo, no debe evitar de ninguna de las maneras decirnos a los ojos todo lo que pensamos. Es mucho más importante la verdad desnuda que nuestros íntimos y egoístas sueños. 

          Tú no debes soportar, sin más apoyo que tu entereza, tanto dolor, tanta tristeza y humillación por mi parte. Debes rebelarte contra ello de una vez por todas, o estarás completamente perdida y finalmente acabada.
 
          Grítame, insúltame si resulta necesario. Bríndame motivos suficientes para que pueda sentirme culpable por todo ésto e intente convencerme con ello que debo abandonar de una vez por todas mi intransigente postura. No me dejes creer que el futuro es solamente sinrazón y reglamentos, y que yo estoy al mando del destino que aguarda y tú sometida por contra a mis continuos desplantes.
 
          Necesito que entiendas lo mismo que yo entiendo, y que yo me vista de tu piel y de tus huesos,  para poder sentir como tú y lograr además, entenderte.
 
          Que mi cuerpo no acompaña a mi mente de continuo, es mucho más que cierto, es simplemente una verdad certificada.
 
          Que mi locura viaja sin un rumbo ordenado y sin un destino concreto, es otra verdad oficializada, se hace mucho más patente con el paso del tiempo; y tú, ¿por qué sigues formando parte de todo este penoso artificio y de este humillante montaje?
 
          Mi cuerpo ya no me pertenece, también resulta verídico. Camino a solas, tomo una vereda inadecuada y no te espero, no miro nunca atrás cuando te retrasas por si me retrasas a mi al mismo tiempo. Mi voraz y codiciosa soledad me arrastra por entero y yo te arrastro al insondable abismo conmigo, enlazados por invisibles ataduras tejidas  y curtidas por mi mano y por mi deseo, y no nos queda ya cuerda suficiente ni saliente en la pared al que poder agarrarnos.
 
          Quizá, en algún momento, deberías valorar el pasado y barajar la idea de soltarte y dejarte ir, abandonarte en la vertiginosa caída que decidirá tu futuro.
 
          Miro con desdén hacia arriba y veo con insigne claridad las nubes vaporosas que quedan lejanas; después vislumbro el abismo, y la oscuridad y el silencio estremecedor de nuestra soledad se retuercen profundos y lacerantes al final del pozo.
 
          Caes a mi lado y al mismo tiempo, y tus ojos se desorientan y me muestran una profunda confusión, desconoces la verdad sobre si vas o vienes, si me amas o por el contrario me aborreces, y mientras tanto, los ojos se nos llenan a ambos de vidriosas lágrimas por la brutal velocidad que imprime nuestra caída. A mi no me importa en absoluto, a ti, te atormenta en demasía.
 
          Me miras a los ojos y luego observas las negras profundidades que asoman cercanas, me hablas a gritos pidiéndome algo, pero yo sólo oigo los latidos desbocados de mi propio corazón, y no puedo ni quiero escuchar lo que dices.
 
          Amiga mía, sálvate tú de mi infinita locura, y si puedes y si tienes al final suficientes fuerzas, intenta salvarme a mi contigo.
 
          Mientras tú lo intentarás en vano, silbaré entre dientes la letra de nuestra canción con entusiastas acordes de alegría, y cantaré la música de nuestro moribundo amor hasta que se me quiebre la voz o se me rompa el alma. La música y la letra te harán recordar lo que un día fuimos, lo que un día aparentamos, aunque no se parecerán ya más a mi ni generarán a tu persona, el más mínimo sentimiento reparador.
 
          Yo vivo y discurro en las afueras de todo, y tú, por el contrario, deberías poder reconocerme allí dónde ya nada es importante y en dónde la vida continúa a pesar de nosotros.
 
          Deberías comenzar a proponer lo mismo que yo propongo, y chasquear los dedos para intentar desaparecer al mismo tiempo. Ausentarte para siempre del lugar en el que no te reconoces, y plantearte un nuevo amanecer, un nuevo lugar dónde pasar el resto de tu vida.
 
          Libérate al fin de tu nefasta confusión, de tus negros y corrosivos anclajes porque yo no regresaré ya más a ti, porque yo ya no me acuerdo de nuestro pasado, porque yo ya no te quiero.
 
 
Escrito por:
Faustino Cuadrado Valero