En el pleno
centro de la ciudad de Xillander’kull, sobre una alta meseta que da la vista a
toda la ciudad, se ubica el templo de la Reina
de las Arañas. Este es uno de los edificios más imponentes, sobresalientes
y terroríficos de la ciudad, puede ser observado de día y noche desde cualquier
parte del interior de la cueva sin ningún problema. Esa fue la intención desde
su construcción, recordar a la ciudad a quien debían su fidelidad; ya fuese por
asombro, por fe o por miedo.
Su masonería, a
base de obsidiana negra, le brinda un aspecto lustroso y brillante ante la luz
fosforescente que ilumina la cueva. La estructura descansa sobre una
estalagmita, que fue tallada y cortada por miles de esclavos y asegurada por
magos que ayudaron a darle forma final a la estructura. El acceso al atrio
interior de la estructura se consigue por medio de un estrecho pasadizo,
tallado en la misma piedra de la cueva. El patio es enorme, lo suficiente para
el entrenamiento físico del clero, para recibir los suministros y sacrificios,
o para preparar a las milicias a disposición del culto.
En su entorno, la
estructura se yergue orgullosa por varias decenas de metros, hasta perderse en
el techo de la cueva. Es sin duda una magnífica obra de mampostería, una
muestra descarada de orgullo, de majestad; obra segura de alguna alta
sacerdotisa agradecida por los favores de su oscura diosa. Era como un alarido
soberbio al infinito, una exclamación del poder y la riqueza de la ciudad en
honor de la madre de los elfos oscuros.
En el atrio principal
se alza una enorme estatua que recibe a todo valiente que se atreve a ingresar
al templo. La imagen es la de una sacerdotisa oscura, joven por la forma de
vestir y por el tocado en su cabello, que sostiene una daga con manchas de
sangre en su mano diestra y un corazón en su siniestra. De al menos cinco veces
el tamaño natural de su raza, es el firme testamento de lo que le sucedería a
cualquiera que por alguna razón cometiese un acto flagrante en contra de la
celosa protectora, la madre creadora y la deidad que adora esta raza.
Zeknarle
contempló la estatua y tragó grueso. Su corazón descansaba, porque sabía que
los tiempos de esa Alta Sacerdotisa habían pasado. La placa a sus pies decía
que la imagen representaba a la Gran
Sacrificadora. Bajo su administración inició la construcción de la
magnífica estructura hace más de un siglo. Pero sólo quedaba su título y sus
logros en el templo. Su verdadero nombre fue borrado intencionalmente,
probablemente porque le había fallado a la Reina
de las Arañas. Esto podía confirmarlo al observar su cara, porque la
estatua no tenía rostro.
El joven se
sonrojó ante el símbolo. Era una lástima que semejante caramelo sucumbiera por
contrariar a una diosa. Él sabía jugar el juego y conocía el precio por el
fracaso. Ella era el ejemplo de lo que sucedía a quien fallaba en su lucha por
sobrevivir en la ciudad. Por esto se había presentado en el templo, para jugar
el juego. Debía informar a su patrocinadora de una noticia perturbadora. Pero cuando
la fue a localizar a su casa más temprano, le dijeron que se encontraba desde
temprano en estas instalaciones, por una emergencia acontecida durante la
noche.
Para todo elfo
oscuro, ir al templo de la Reina de las
Arañas es igual a pedirle que renuncie voluntariamente a su masculinidad. En
el templo solo se admiten mujeres. La sola vista de un varón provoca las reacciones
más adversas en su contra. La sociedad de los elfos oscuros es matriarcal, los
hombres nobles se tiene en baja estima, en mucho menos estima se tiene a los que
desempeñan trabajos menores, y en el fondo de la jerarquía se encuentran los
mercenarios independientes que se aprovechan de cada oportunidad, como es su
caso.
Hace meses salimos. No he comentado nada a
nadie, como me lo has pedido. Pero no es conveniente que sigamos ocultando más
lo nuestro. Así que mañana, luego de la ceremonia
del alba, le diré a mi madre. ¿Te parece?
Las palabras de
su voluptuosa amante conservaron los colores en su rostro. Especialmente porque
venían acompañadas de las impresiones de su preciosa cara, de su cuerpo núbil,
de sus turgentes curvas y de la azarosa jornada que acababa de tener con ella
en la cama. Por eso, al encontrarse frente a la puerta principal del templo,
las dos religiosas de la guardia diurna lo rodearon con lentitud, lo devoraron
con sus miradas y con sendas sonrisas reclamaron
—Cariño ¿Qué puede
urgirle tanto a una delicia como tú para venir al templo tan temprano en la
mañana?
Zeknarle respiro
profundo. Sabía que posiblemente esas eran guerreras sagradas. Una mala
palabra, un mal gesto o una mala reacción convertirían la visita en un desastre
para él. Sin desanimarse, expuso su mejor sonrisa, se paró con un gesto sensual
y exclamó—: Bueno. Venía a atender asuntos, que no se comparan a la hermosura
que ambas me muestran, señoritas.
El cumplido fue
bien recibido. De inmediato provocó sonrisas en las mujeres que se relajaron.
La de su derecha se acercó, acarició su rostro y contestó —Mi hermana y yo tenemos
terminamos el turno en dos horas. Si tu asunto no tarda tanto, estaremos
disponibles en nuestra celda. ¿Te parece, guapo?
—Encantado.
—¿Ahora,
cuál es el asunto que te mueve hasta acá, cariño?
El cambio de
tono no lo extrañó. Las celadoras debían conservar una apariencia marcial por
el tiempo que durase su turno. Él conservó su sonrisa con aplomo, entrecerró
los ojos y contestó—: Buscó a la señora Jhaelxena, la gran sacerdotisa del
templo. Solicito una audiencia con ella. Dígale que mi nombre es Zeknarle.
—Zeknarle— repuso
su interlocutora con extrañeza. Ambas se separaron y hablaron entre sí por un
momento. Luego, la silenciosa llevó a cabo unos movimientos de manos que él no
pudo precisar. Al terminar, bajó la cabeza humildemente y cerró los ojos. Con
un leve gesto de aceptación con la cabeza, se acercó a su hermana y comentó
entre dientes la respuesta recibida.
—La señora lo
espera— respondió su interlocutora mientras lo revisaba y lo despojaba de todo
su armamento. Con un guiño de su ojo al finalizar su labor, el joven observó
con asombro como una puerta mágica aparecía en el lugar de la puerta principal.
La callada celadora tomó las llaves en su cintura y la abrió con rapidez. En
cuanto se abrió avanzó en su interior con firmeza, sin dejar translucir el
temor que lo embargaba. Una vez dentro la puerta se cerró tras de él y
desapareció en el aire por arte de magia.
El muchacho
observó que se encontraba en el segundo piso de la estructura. Lo recibió un pasadizo
estrecho, cubierto de enormes gobelinos. Sus imágenes representaban a todas las
sacerdotisas que habían presidido el templo, en pose de triunfo y orgullo,
naturales dada la posición alcanzada por cada mujer. Él prestó atención a las
impresionantes imágenes, pero el antepenúltimo antes de la puerta se
sorprendió. La imagen bordada era el de la Sacrificadora de la estatua. Una mujer joven, de piel oscura, largo cabello rojo, vestida escasamente, en su pose de triunfo mientras lanzaba el
corazón de su sacrificio al fuego, para el honor de la Reina de las Arañas. Las runas informaban que el sacrificio era su
hermana, pero al igual que con la estatua, su rostro no aparecía y la
inscripción de su nombre fue deshilachada.
La puerta de la
habitación estaba cerrada. Él quiso tocarla, pero las voces en el interior lo
hicieron desistir de ingresar todavía. Sin resistir la tentación, él acercó su
oído a la puerta y escuchó el tumulto en su interior.
—¿Lograste
enfocarlo, Zilvryne?
—Lo volví a
localizar señora. El maldito dirige el entrenamiento en el patio de armas de
una de las casas. No logro identificar, pero estoy segura que es una de las
casas de la ciudad.
—¿Puedes aproximarte?
Lo siguiente
que escuchó helo su sangre. Ambas mujeres gritaron al mismo tiempo, gritos de absoluto
terror, que obligaron a Zerknarle a quitar el oído de la puerta. El sonido metálico
contra la piedra le informó que algo había caído, así como el sonido como de
agua que corría le comunicó que algo sucedió adentro. Luego de un momento,
colocó de nuevo el oído en la puerta y escuchó. —Maldición. Ese sujeto está poseído por un demonio
poderoso. Ni siquiera alcanzo a ver su rostro a través del reflejo. Si al menos
el otro hubiese violado a Ardulintra,
tendríamos forma de localizar a esos infelices. Ni siquiera para cadáver sirves,
inútil hija mía.
El reproche fue
acompañado de inmediato de un horrendo grito. Una mezcla de dolor, ansiedad y
terror recorrió el estrecho pasillo desde la dirección contraria, lo que
impactó al joven ladino. Él conocía perfectamente ese grito. Lo había escuchado
la noche anterior, de la sacerdotisa que perdonaron en el callejón. El terror
que le produjo la revelación, de que la joven de la que quiso aprovecharse
fuese la hija de su patrocinadora, provocó que por accidente tocara con fuerza
la puerta, acto que no pasó desapercibido por las mujeres en el interior.
—¡Ábrete!
La puerta
obedeció de inmediato. Zeknarle apenas tuvo de acomodarse y colocarse en
posición de firme. En cuanto se abrió, avanzó con confianza a su interior.
Frente a él, dos sacerdotisas lo seguían con ojos disgustados, en una
habitación decorada con motivos de la Reina de las Arañas. Una gran biblioteca,
de más de cien libros, un escritorio al final del cuarto y un área para meditar
(las habitaciones de la Alta Sacerdotisa) la decoraban. La mezcla de buen gusto
y clase quedó rota con la enorme pila ceremonial de metal tirada en el piso y el
agua que cubría por completo la habitación.
El conocía el
protocolo. Con la cabeza baja, se aproximó hacia el centro. Él podía percibir
como ambas mujeres lo devoraban con su vista. La superiora, con ropa casual,
acariciaba con su mano derecha un bastón hecho de hierro oscuro que sobresalía
entre su escasa ropa. Su asistente, una joven elfa oscura de uniforme, esperaba
con la mirada baja y de cuando en cuando lo observaba. En cuanto llegó a un
círculo rojo, se detuvo, se arrodilló fuera del área, se mojó las piernas con
el agua y esperó con paciencia a que le fuese dirigida la palabra.
—Levántate,
Zeknarle.
Él obedeció a
la voz de inmediato, se levantó pero conservó la cabeza baja. Había aprendido
que lo mejor era no provocar la ira de las religiosas del templo. Mientras la
superiora lo revisaba de pies a cabeza, él respiró profundo, alistó su dulce
lengua, la única arma que le quedaba en ese momento. Conforme se colocaba a su
lado, el joven se volteó hacia su diestra, lo que le permitió notar que la
segunda religiosa lo devoraba con sus ojos. Sus claros ojos y brillante cabello
hacían juego con el vestido que apenas la cubría. De inmediato él sonrió y ella
le respondió con un guiño de ojo.
La superiora
consideró que no era un peligro, así que lo tomó de su brazo izquierdo y lo
llevó al centro del círculo rojo, su área privada en la habitación. Con muebles
de mármol negro, decorado con imponentes imágenes de sí misma, se notaba en las
imágenes y en persona que la jefa del templo era de mediana edad por el
cansancio y la profundidad de sus ojos. Pequeña y delgada, sus carencias eran
sustituidas con la arrogancia que emanaba el poder y la confianza de su puesto,
así como el temor que podía desatar en sus súbditos e inferiores.
—Zeknarle
Hun’Afin… Me honra tu visita a mis aposentos. Sin embargo, como has de saber,
aunque respondes directamente ante mí como Capitán de la Guardia de la Torre
Norte, no es bueno que se sepa que tenemos negocios en conjunto ¿no es así?
—Así es mi
señora.
Ella encontró
que su punto estaba claro y de inmediato reprochó —Entonces… ¿Qué haces aquí,
mercenario sucio y repugnante?
Zeknarle sabía
muy bien lo que seguía. Interrumpir a una mujer de la altura de Jhaelxena era
como una sentencia de muerte para aquel que la aburriera con trivialidades.
Pero el motivo de su visita no era para nada trivial. Él calculaba que era un
hecho de importancia capital para la ciudad, en especial para un clero tan
celoso como este. Por eso respondió humildemente.
—Recientemente
he adquirido una información que pueda interesarle, gran señora. Una de mis
fuentes me comentó acerca de una ceremonia prohibida, que se lleva a cabo en la
ciudad.
A la
sacerdotisa se le ensombreció el semblante y respondió visiblemente alterada —¿Sabes
cuantas ceremonias prohibidas se realizan en este hueco por año, Zeknarle? Más
de mil quinientas ceremonias de todo tipo. A la gran mayoría las dejo pasar
porque no son importantes. ¿Qué tiene de especial esta ceremonia prohibida que requiere mi atención y mi tiempo?
—Que es una ceremonia del alba, mi señora.
La frase provocó
una reacción inesperada en la religiosa. Visiblemente molesta, ella extrajo una
daga, lo sujetó de la camisa, levantó el arma a la altura de su cuello y
reclamó —¡Blasfemo! Eso no puede suceder
en mi ciudad. ¡Está claro! Ese tipo de ceremonias está terminantemente prohibida,
bajo órdenes directas y explicitas de la Reina
de las Arañas.
Zeknarle
observó a su alrededor. La muchacha que le había guiñado el ojo sacó otra daga y
lo amenazó con fuerza en su costado. Las dos amenazaban con matarlo. Pero el
mercenario conocía el juego de traiciones y malos entendidos. Sabía que tenía
que convencerlas de la veracidad de su acusación. Él aspiró profundo, se relajó
y habló con medias verdades—: Es cierto. Se lo escuche a una bailarina que
conocí en un bar. Su nombre es Berlashalee.
La superiora cambió
la mirada de odio por una de incredulidad. Estaba asombrada por la revelación,
no podía evitarlo. Era como si se hubiesen referido a un pariente, muerto y
olvidado largo tiempo atrás. De inmediato guardó la daga en su cinto y repuso —Zilvryne…
Trae el tomo de los dioses… tengo que consultar algo.
—Si mi señora.
Cuando ambas
mujeres guardaron sus puñales, Zeknarle se sintió libre por primera vez desde
que entró al templo, al corredor y a la habitación. Esto lo hizo descansar aliviado.
Podía notar que la superiora se encontraba inquieta, incrédula, exudaba mucho
temor. De esta forma, él preguntó—: Puedo saber… ¿Hice algo malo?
—No— fue la
única respuesta de la superiora. Ella no pudo evitar la confusión e
incertidumbre que la revelación le produjo. De pronto, levantó la cabeza,
contempló al joven frente a ella, sonrió con realización.
—No lo había
notado, muchacho. Eres bien parecido. Dime, esta bailarina, Berlashalee ¿sales
con ella?
—Se puede
decir, señora—, respondió él con cuidado—: Salimos desde hace varias semanas.
Es realmente hermosa.
—Lo sé. Ella tiene que ser como su madre.
Zeknarle
encontró estas palabras confusas e intrigantes. La religiosa hablaba con la
confianza que daba el conocimiento previo. Pero la ignoró. La experiencia le
había enseñado que a las religiosas de esta orden no se encuentran en todos sus sentidos (están locas) por las
pruebas que deben superar para ordenarse. De pronto la joven Zilvryne los
interrumpió. Con un gran libro entre sus manos, la superiora le ayudó a
colocarlo sobre la mesa que servía de escritorio en su oficina. Entre ambas
abrieron el libro, lo extendieron de par en par, pasaron las páginas y buscaron
con cuidado la referencia brindada por el mercenario. Luego de un largo rato
ambas sonrieron, encontraron lo que buscaban.
—Vaya. La Doncella Oscura. Así que ahora sirves
a la Doncella Oscura, tía.
—Discúlpeme,
señora… ¿Puedo saber quién es la Doncella
Oscura?
Zilvryne fue
quien levantó su mano ansiosa y respondió la pregunta con orgullo —La Doncella Oscura es una diosa, como
nuestra señora. Es la hija gemela del Padre
de los Elfos y la gran Reina de las
Arañas. Pero a diferencia de su hermano, ella conserva el corazón de su
padre, junto con su debilidad. Algunas sacerdotisas de nuestro culto que son
débiles o que enojan a la Reina de las
Arañas cambian a sus afectos. Esa diosa promueve creencias arbitrarias y
repulsivas, que fomentan la debilidad, que son contrarias a nuestra forma de
vida.
—Bien muchacho—,
continuó la superiora mientras le lanzaba una bolsa de dinero que tomó de la
mesa —En esta bolsa hay el equivalente a quinientas monedas de oro. Debes
mantener activa esa relación, pasa tiempo de calidad con ella, todo el que
puedas. Gana su confianza, permítenos averiguar donde está ubicado su templo en
la ciudad. Si lo logras, te daré lo que tú quieras. Pero sabes lo que te
sucederá si me fallas.
—Por supuesto,
señora. Haré lo que usted me pide.
—Ahora retírate.
Estamos ocupadas.
Zeknarle
comprendió de inmediato la orden. Conforme daba su espalda, él sonrió con mucha
confianza y sostuvo la bolsa de dinero con ánimo. Había tenido muy buena suerte
con la información que de forma descuidada escapó de los labios de su amante. Antes
de salir por la puerta, se volvió sobre su espalda, lo que le permitió notar
que Zilvryne ahora lo contemplaba con
unos ojos más deseosos. Esto lo hizo suspirar de orgullo. Tres hermosas mujeres
era el número de sus conquistas del día. Quién sabe, si le alcanzaba el tiempo
y las fuerzas, tal vez Berlashalee se uniría a esta lista como la cuarta.
Carlos "Somet" Molina
Una vez más, viajamos a la fantasía. Buen trabajo
ResponderEliminarGracias Juan! Reconozco que no es la tónica normal de todos, pero te agradezco de corazón el comentario.
EliminarUna variedad infinita de descripciones y una fertilísima imaginación. Muy logrado.
ResponderEliminarMuchas gracias Faustino. La realidad es que me baso en elementos inspirados en una fantasía de juegos que conozco (sobre la cual hay cierta licencia libre). Gracias por tu comentario.
EliminarMe has trasladado un poco a "El Señor De Los Anillos" pero en tu caso me gustó más la trama, con esa sociedad matriarcal de guerreras.
ResponderEliminarGracias. No estoy a la altura de Tolkien, pero la comparación halaga. El relato y la inspiración tiene una cierta orientación matriarcal, pero considero que me hace falta algo (o mejor dicho me sobra) para hacerle justicia. Gracias por tus palabras, Gontxu.
EliminarMe encanto cono siempre, disfrutas de una imaginación enorme... Un abrazo.
ResponderEliminarManuel Barranco Roda
Muchas gracias Manuel.
EliminarIntrincadas sendas de fantasía las que transitas en una narrativa muy bien hilada y escrita.
ResponderEliminarAna Noreiko
Reza el dicho que "la práctica hace al maestro". Todos aquí son muy buenos escritores, agradezco la oportunidad de estar con todos. Muchas gracias por sus palabras, Ana.
EliminarMuy bien, excelente, un texto muy cuidado, lo cual habla muy bien de su autor. Gracias, especialmente, por hacer buen uso de los guiones de diálogo.
ResponderEliminarGracias Jorge. No te imaginas la lucha y el esfuerzo que me ha representado aprender esas mañas. Porque si miras el primer relato, todavía escribía con "" al estilo americano. Tuve que investigar mucho. Considero que aquí todos estamos para aprender, así que debemos continuar.
EliminarAmigo Carlos: No soy amante de estos trabajos fantasiosos, pero reconcozco que hilas bien la trama del contenido y eso da a entender que sabes al menos por donde andas; y eso ya es bastante...
ResponderEliminarAmigo yo me confieso
con sinceridad a ti,
lo que en tu trabajo vi
lleva su carga y su peso.
Puede que tal vez por eso
me resulte algo pesado
y le de un poco de lado
al su lectura encauzar
y no me llegue a mojar
la humedad de su trazado...
Muchas gracias Manuel. Es complejo hilvanar una trama durante varios capítulos, dado que es una revista decidí aprovecharme de ello. Tus palabras me motivan a continuar por este camino. Muchas gracias.
EliminarPerdonen por responder tan tarde. Ganarse el pan y el sustento puede primero. Prometo estar más atento próximamente. Gracias por todos los comentarios.
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