Manuel MEJÍA
SÁNCHEZ-CAMBRONERO
HECHO INESPERADO
HECHO INESPERADO
Hoy
salí esta mañana como cada Domingo a comprar unos churros cuando vienen mis
nietos a aquí hasta Ciudad Real, de Madrid o Barcelona, monstruosas ciudades en
las que los que viven, tienen que estar sujetos de una manera u otra, al ritmo
que les marcan los medios y los modos en los cuales se mueven; y los churros no
es fácil tenerlos a la mano, igual que casi todo, porque todo está cerca en una
Capital como es esta manchega.
Yo
viví en Barcelona justamente diez años y sé lo que se cuece en esos grandes núcleos,
donde todo es correr desde un lugar al otro topándote con gente en medios de
transporte y por cualquier lugar por donde te dirijas, yo durante ese tiempo
por los años sesenta y durante una década varios trabajos hice entre ellos de
taxista, y siempre por la noche en aquel Barcelona muy distinto al de hoy, en
todos los sentidos, porque durante el día debía trabajar de funcionario, que
era mi propia profesión, pero en aquella época los funcionarios éramos puede
decirse que hijos sin conocido padre, con respecto a derechos, dado que no
teníamos Seguridad Social ni nada semejante y el sueldo en muchos casos ni el
alquiler cubría, a no ser que estuvieras viviendo realquilado con derecho a
cocina, tres o más en un piso.
Los
tiempos eran duros, más quizá que los de hoy y nadie se quejaba de lo que en sí
ocurría, temiéndole al zurriago que levantado estaba para caer sobre ti sin que
clemencia hubiese, porque los mismos tuyos compañeros de turno, de muelle flojo
en lengua, ésta se les soltaba y llegaban noticias hasta La Jefatura, la cual
el zurriagazo lo tenías seguro a no mucho tardar (allí ni en otros sitios, en
ningún tiempo ataron perros con longaniza), tenías que valértelas para salir a
flote si no querías ahogarte en aquel duro ambiente de oleaje encrespado.
Después
de este preámbulo que al hilo ha ido saliendo, continúo la historia que pude
presenciar cuando iba de camino hacia la churrería. Justo en una farola que
cercana se encuentra a una marquesina donde la gente espera al “BUS” para cogerlo y poder desplazarse desde un lugar a
otro, había tres palomas posadas en el brazo, parecían tener ganas de jugueteo,
dado que con sus picos las unas con las otras los juntaban y a veces se rozaban
los cuellos cual pruebas de amorío. Una
da un brinco y luego lo dan las otras dos sobre la marquesina, en donde en un
“plisplas”, un robusto palomo que de vigía estaba en la rama de un árbol
cercano a la farola, pendiente de la escena del teatro amoroso, este buchón da
un paso y se incorpora al juego, ahora todo cambia en la amorosa escena, el
palomo comienza su típico zureo, arrastra sobre el suelo el ala dando vueltas
en el sentido inverso al giro del reloj, después al otro lado, su cuerpo lo va
inflando especialmente el buche como si fuese un globo, para llamar así un
tanto la atención mientras hacía el cortejo al trío de palomas, que, éstas muy
altaneras levantaban sus cuellos para que así el palomo en ellas se fijara y
decidiese pues, el turno de apareo, mucho tiempo no tarda, tan sólo unos
segundos dando unos cuantos saltos con las dos pata juntas, lanza un pequeño
vuelo y se encarama encima de una de las palomas (en una blanquiazul de brillante
plumaje), le pica en la cabeza con una maestría que hace que la paloma se
agache, alce la cola y el palomo realiza la cópula en un tris, bajándose en un
tras y montándose en otra que al lado la tenía haciendo de boayeur, pues daba
sensación que el sexo le gustaba y respetaba el turno, la tercera paloma miraba
pensativa y con un parpadeo un tanto acelerado y rascándose el pecho con la
punta del pico, da una vuelta el palomo con el ala derecha rozando por el
suelo, la paloma se fija, altanera se mueve y entonces el palomo se envalentona
y salta, se monta encima de ella, la cubre varias veces y aletea después en
una carrerilla como si
así quisiera realzar su poderío y darlo a conocer, yo perplejo miraba
la acción de aquél maestro que en directo actuaba sin recato ninguno, bien
libre y a su anchas, tres hembra con un macho que se daban el lote respetando
sus turnos sin celos ni rencillas sin complejos y a vistas de todo el que pasaba,
tal como yo en su caso.
Todo
iba viento en popa, no pasó mucho tiempo que un gato que miraba desde el balcón
de arriba muy atento al teatro del amor sano y libre, puede que por envidia (no
creo que por hambre porque hoy todo les sobra y en especial comida), en picado
saltó sobre la marquesina, que era el propio “tablao” donde la escena hervía
con sus febriles cópulas; y a pesar del disfrute a placer a tres bandas que
estaban recibiendo, hubieron de poner los pies en polvorosa y en un vuelo
conjunto el cuarteto marchó sin mirar para atrás, mientras el pobre gato con
rostro de indignado con ganas de “guerreo”, pues estaba quemado por adentro y
por fuera de haber estado viendo muy cercano a sus barbas, aquella abierta
orgía del dichoso palomo con aquel bello trío, se tuvo que aguantar con dos
cuartas de napias rechinando los dientes y volviendo a su sitio por el mismo
camino, pero en sentido opuesto y con más sacrificio del que hiciera al bajar,
ahora era cuesta arriba y además defraudado de no haber conseguido lo que al
fin pretendía, darle un gran escarmiento a ese buchón de torre, con aires de fanfarria, que se fue de rositas sin
tocarle ni un pelo (como dice el refrán), aunque debería haber sido una pluma…
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Siempre tiene que haber algún inoportuno que nos estropee el plan. Muy poético el texto, compañero
ResponderEliminarEfectivamente hay muchos casos de este tipo que nunca falta un metepatas y aquí surgío el gato, pero...
EliminarEl importuno felino
fue a interponerse en la orgía,
gran envidia éste sentía
y se plantó en el camino.
Salto del balcón con tino
y lo hizo en un periquete,
interrumpiendo el “casquete”
del palomo a la paloma,
¡el minino con su broma
al grupo metió en un brete...
Un relato ameno, agradable, descriptivo. Una se imagina que está en el sitio, observando también el romance entre las palomas y su galán. Igual la entrada abrupta del mísero gato con malas intenciones y que interrumpió bruscamente el deleite sexual. Felicitaciones.
ResponderEliminarTRINA LEÉ DE HIDALGO
un relato mu entretenido
ResponderEliminar¿REALIDAD O FICCIÓN? ;)
ResponderEliminarAmigo Guillermo: Tan real como la vida misma, sucedido tal cual contado, presencié
Eliminarla actuación, tomé unos apuntes y continué escribiendo hasta el final, por supuesto con toques literarios ajustados al tema.
Lo que presencian mis ojos,
vida le doy al momento,
de retoques no está exento
y por lo tanto de antojos.
Puede haber también enojos,
por qué no, si viene al caso
mientras que vas paso a paso
relatando lo que ves,
puede surgir un traspiés,
un tropezón, o un colapso…
Manuel MEJÍA SÁNCHEZ-CAMBRONERO
La gran ciudad es una selva a todos los niveles, entendida la metáfora. Un saludo
ResponderEliminarMe encantó el relato.Y muy buena la primer parte, en donde aclaras que en aquellos tiempos había una crisis aún peor que la de ahora.La gente pareciera olvidarse de eso.
ResponderEliminarY además...me dió ganas de comerme unos churros. Lástima que la churrería más cercana está a diez cuadras!
ResponderEliminarMe ha resultado una historia de lo más amena, Manuel. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarGracias amigos todos los que cocmentáis. Es para mí una satisfacción que en general os haya gustado mi humilde relato ocasional y tan real como la vida misma.
EliminarMe gusto mucho su relato Don Manuel.
ResponderEliminarBrota mucha poesía en sus palabras, por lo que ve y como lo cuenta...
Un abrazo.
Manuel Barranco Roda.
La naturaleza sigue su curso en todos los niveles. Es una brillante metáfora sobre el cortejo y la interrupción de este en la mano de estos animales. Don Manuel, felicidades.
ResponderEliminarUna prosa muy poética, descriptiva de una forma en la que la metáfora tiene el sabor a realidad pero con la dulzura de un sueño.
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