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lunes, 21 de enero de 2013

Confesiones


Antes que nada deseo aclarar las cosas: esto es una infidencia, una que no debería hacer pero que mi propia ética me impide callar… y odio decirlo, tal vez me hizo falta la misma ética para darme cuenta que debía actuar independientemente a las cartas de poder que nunca se distribuyen al azar. Sé que nada de lo que hoy les cuente cambiará el peso de mi conciencia, pero quizá el hecho de saberlo consiga abrir la mente de algunas personas más. Ojalá alguien lo hubiera hecho con la mía.
 
* * *

 
Ella se llamaba Nair, alguien le había explicado que significaba algo así como “iluminada” y siempre persiguió la mística del nombre como si pudiera ser parte de esos cuentos asombrosos en los que se da ese jueguito de las soluciones mágicas, el príncipe azul, los vestidos rosas y el “y vivieron felices” con la fuente de la juventud eterna impidiendo que todo terminase.
 
Basofias. Así de simple y contundente, así de crudo; la que le contaba cuentos no era la madre abnegada que la arropaba por la noche… era otra criada, una que tuvo la posibilidad de que alguien al menos le enseñara a leer y escribir. ¿Alguien le enseñaría eso alguna vez? Siempre se repetía que sí, no estaba bien ver las cosas desde el color de la oscuridad, tal vez no podía definir esa palabra con otras que sonaran bonitas y sorprendentes pero comprendía bien su significado y su forma de ser gritaba que no estaba tampoco dispuesta a darse por vencida. Esa era su filosofía de vida.
 
Me gustaba verla, realmente contagiaba con esa sonrisa de dientes amarillos y algo torcidos pero siempre risueños en el rostro fresco, ninguno de nosotros podía negar que su cuerpo de niña no hacía otra cosa que transmitir una vitalidad que ―estoy segura― más de uno envidiaba, todo el día corriendo detrás de los quehaceres de un cura mañoso que tenía más de viejo que de católico. Hoy me pregunto porque ninguno de nosotros ―supuestos perfectos feligreses― se preguntó si podía hacer algo para mejorar su vida. Me he respondido que fuimos tan egoístas e idiotas que pensamos que la justicia de Dios cambiaría las cosas… otros han sido más duros que yo, se han autollamado ciegos y otros, bueno, otros mejor no nombrarlos porque esos sí han mantenido la venda doble por encima de los ojos negándose a ver lo que era obvio.
 
Pero basta, el tema aquí no es justificarme si no que conozcan la secuencia de cosas que se dieron una tras otra como una película muda sin que ella pudiera demostrarse a si misma que el pensamiento mágico podía existir al menos en los sueños. Creo que puedo fijar un inicio en la muerte del cura, o del viejo mañoso si es que el término les resulta más identificable… tres o cuatro años atrás de esto que hoy llamamos realidad. El nuevo fue definitivamente mejor a nuestros ojos que el párroco anterior. En los pueblos chicos estamos acostumbrados a gente con ese perfil más cercano a nosotros, alguien con el gesto benevolente, no propenso a los sermones largos pero si a las confesiones novelescas donde nos cuesta menos desnudar nuestros pecados multiplicadores de chismes. Y eso era el padre Rafael, el cura que tenía la marca de “APROBADO” en esa escala de valores sin obligarnos a ejercer concienzudamente una pizca de sentido crítico real.
 
Todos atribuimos el cambio de Nair a un extrañar lastimero sin darle importancia, nadie negaba que el viejo mañoso dentro de todo la había rescatado de una vida todavía peor… en la iglesia tenía comida, casa y vestido ―de nuestras donaciones usadas sí― pero lavados y remendados en un nivel de dignidad por encima de los andrajos mugrientos con los que llegó. Creo con justicia que no está de más decir que creímos de verdad que los ojos rojos y la mirada melancólica eran el resultado de haber perdido a lo más parecido que tuvo a un padre. Todos de alguna u otra manera también extrañábamos al mañero y se lo hacíamos saber con palabras de consuelo… aunque después cuchicheáramos entre nosotros sobre que ella había adoptado su mal genio al no responder al menos un “gracias” o un asentimiento de cabeza aprobatorio al acercamiento y congoja general.
 
Yo misma la tildé de mocosa desagradecida cuando rehuía de nosotros en la iglesia esquivándonos, todas las tardes que la práctica del coro nos reunía allí. Le recordé rabiosa a todos como antes el cura la obligaba a mantener la jarra de agua fresca, las partituras y el escaso inventario de instrumentos a nuestra disposición… la desprecié, le dije incluso un par de palabras de esas que deberían de haber formado parte de mis confesiones y que no quiero repetir ahora no por pudor, si por el propio respeto que le debo a un alma como la suya.
 
De nuevo me he ido por las ramas en esa búsqueda que hago todos los días dentro de mis recuerdos para marcar el día cuándo todo empezó… me gustaría saber si su mirada sombría era la marca de un “pasará” o de un “ya fue”, y debo ser sincera al decir que no logro distinguirlo. Tampoco me he animado a preguntarlo y hasta ese punto llega la cobardía que se esconde detrás de estas líneas en vez de haberse desnudado frente a una denuncia formal y recta en una fiscalía. Les mentiría diciendo que no me he justificado en la excusa de que tampoco me hubieran hecho caso allí… pero nos enseñaron sobre el bien y el mal ¿no?, se supone que debemos pasar la prueba sin poner el pero de las dificultades.
 
Yo no lo hice. Lo que hice fue escuchar, escuchar eso que se cotilleaba por lo bajo mientras sonaba el sermón de ese Domingo de Ramos en que la iglesia doblaba la cantidad de visitas y la mayoría de nosotros hasta quedamos fuera agolpados en las puertas que dejaban ver la sacristía y de tanto en tanto a una Nair, con el ojo amoratado y las marcas de un azote de esos que todavía nosotros los viejos recordamos haber recibido alguna vez de nuestros padres. Yo me ofendí cuando terminé de escuchar y la busqué con la mirada para gritarle con gestos que era una desvergonzada… que esas calenturas de mujercita incipiente y resbalosa merecían más que el azote que mostraba, que yo misma le daría la tunda de su vida si amenazaba el decoro de este pueblo de Dios.
 
Mil cosas se me pasaron por la mente sumando prejuicios, desde mi propio marido hasta los hijos que todavía se agarraban de mi pollera antes de entrar a la escuela cada mañana y la vi como un engendro que quería lejos de mí, como una puta aprovechada que intentaba seducir a un hombre dedicado a servir al Señor.
 
Festejé el ojo cabizbajo y la mirada que rehuía la mía, como un castigo moral que yo misma quería imponer. Mi postura era dura y firme, sin resquebrajos compasivos que pidieran algún tipo de explicación de la boca de alguien que apenas si comenzaba a dejar de ser niña. Mi lado cristiano resultó tan impasible que hoy tengo pena de mi mezquindad, de mi falta de juicio, de la estupidez de juzgar a alguien sin el más mínimo derecho a réplica guiada por algo más complejo que el qué dirán. Mirando atrás sé que perdí el derecho al cielo el día que noté el vientre abombado y me acerqué con la rabia encendida restregándole palabras de injuria que aún suenan en mi cabeza tan repulsivamente como las dije:
 
  • Demonio lujurioso… meterte en la cama de un cura forzando su lado humano a tu indecencia… puta.
  • Él me forzó. ―apenas si las palabras salieron de su boca y no le creí.
  • Mientes… las de tu calaña no hacen otra cosa que mentir.
 
No respondió ni se esforzó en defenderse, volvió a hundir los ojos en el piso y se arrastró hacia adentro remarcando todavía más mi furia. ¿Por qué no se marchaba entonces? ¿Por qué seguía día a día alimentando el chisme pueblerino de convivir con un hombre prohibido? Ella quería estar allí, nadie negaría eso ante la evidencia. Yo tampoco.
 
Volví cada día a la iglesia a rezar por el padre Rafael, para que endureciera su corazón lo suficiente para echar de la iglesia a aquella mujer pecadora que lo sedujo en un momento de debilidad y horror. Recé cinco meses más, convencida de que su compasión y su culpa eran lo que le impedían arrojar a alguien que ―fuera quien fuera― llevaba un inocente en las entrañas. Tal vez por esa estúpida ceguera no entendí muy bien las cosas cuando ese mañana el auto del comisario estaba estacionado al costado de la iglesia junto a la ambulancia ¿un bebé prematuro? No alcancé a preguntar cuando la vi salir en un estado en que no creía que el ser humano pudiera sobrevivir.
 
―Laceraciones en cuello, boca, espalda y piernas, herida sangrante en recto y posible desprendimiento de placenta… traumatismo de cráneo y tensión arterial de 8/5.
 
El paramédico trasmitía los detalles por radio y mi comprensión sintió crecer su ignorancia insana cuando la conversación de más allá llegó también a mis oídos como una bofetada:
 
 ―El cura está adentro, esposado… el fiscal va a matarme pero ponele algo de ropa encima, ya guardé los palos ensangrentados que tiene y puse alguien a vigilar el sótano donde la encontramos a ella. Creo que sería mejor que la hubiera matado… no sé… ¿viste las marcas? No podés ultrajar a alguien con ese nivel de saña… pobre chica, no sé cómo en realidad aguantó tanto.
 
 
* * *

Les dije que perdí el cielo… pero la verdad es peor que eso. La verdad es que perdí el respeto por mi misma como respuesta a esa parte de mi humanidad que falló y que por desgracia… afectó la humanidad de alguien más, alguien que recibió de nosotros la simple y llana respuesta de la indiferencia total.
Caliope

16 comentarios:

  1. Como siempre, muy interesante la literatura que llega del otro lado del charco. A veces los prejuicios nos convierten en tiranos. Muy buen relato.

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    1. Muchas gracias por el comentario Juan, cada vez que leo tu frase: "del otro lado del charco" pienso que gracias a este mundo aparte de internet, lo inmenso del charco en realidad nos acerca.

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  2. Terrible realidad la de tu relato, Rocío Anahí. Escrito con altura, remueve sentimientos en el lector y es un paso obligado hacia el examen de conciencia. Ana Noreiko

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  3. ¿Por qué será que no resulta extraño tu relato?. Rocío, nos has recordado una historia cotidiana de algo inherente al ser humano y de lo que a muchos, parece no gustarles hablar. Pero eso existe y es real. Muy duro el relato y muy bien llevado.

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    1. Gracias Faustino, lamentablemente en vez de buscar "hacer algo" cuestiones como estas se comercializan en periódicos amarillos. Acá estuvimos por ejemplo con un presidente ex cura que ya tiene 5 hijos "salidos a la luz" de su época de monseñor.

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  4. CRUDO RELATO DE UNA REALIDAD VIGENTE. MUY BIEN NARRADO.

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    1. Gracias Nuria, a veces me cuesta plasmar esa crudeza, si esta vez lo he conseguido es un verdadero logro para mi.

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  5. Tema tabú, personajes interesantes...Me gustan mucho los tintes que les das a los personajes, al igual que sus ocurrentes nombres...;)

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    1. Gracias Guillermo, mucha gente me ha criticado respecto a mis personajes, así que un OK es un peso para equilibrar la balanza. ;)

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  6. Caliope, me encantó el relato, sobre todo el final.Me encantan los policiales y más si involcuran crímenes pasionales. Pregunta: ¿Quién fue el ex Presidente ex Cura?

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    1. El destituído por juicio político (medio fraudulento también) hace poco: Ex Monseñor Lugo.
      :) Muchas gracias por leer y comentar, es un gusto saber que un relato llega.

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  7. Tremenda y dura historia. Al principio resulta un poco complicado coger el hilo pero el desenlace es muy bueno.

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  8. Duro, bien narrado y muy bien escrito. Gracias.

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  9. Rocío, este relato me ha hecho llorar. Siempre hemos vivido aterradas de romper principios y valores. Yo misma era intransigente ante actitudes que consideraba inmorales, por mi formación y mi condición de docente, pero después corren los velos de los que aparentan lo que no son.Cuántos lobos andan disfrazados de corderos?. El sacerdocio, no es una excepción, por algo han salido libros horrorosos sobre ellos -sin generalizar-. y pasan cosas todo el tiempo, por eso, me confieso solamente con Dios. Es bueno, dar a conocer estas situaciones y liberar en parte tu conciencia, que no es mas que efectos de la incredulidad ante los que consideramos sin manchas y convierten en víctimas a las inocentes.

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  10. Desde que existe el concepto de las entidades sobrenaturales que rigen nuestra vida siempre ha existido la gente que considera que se encuentra por encima de todos gracias a estos preceptos. Es una historia para recordar, de una realidad que nos afecta en este momento. Y no sólo es en nuestra iglesia, sino en todas.

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