Una revista de literatura, donde el amor por las letras sean capaces de abrir todas las fronteras. Exclusiva para mayores de edad.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Uno más

Fue un invierno muy crudo. Apenas había transcurrido el tiempo desde el final de la guerra, o al menos no se notaba. Ahora se imponía la necesidad de seguir viviendo. Había que preservarse de las hambrunas. Y, especialmente, prevalecía que en modo alguno faltase el tabaco, aparte del coñac. Uno y otro se convirtieron en una especie de moneda válida para el intercambio. Con esos dos preciosos tesoros podías comprarte lo que quisieras; incluidas las caricias de una mujer. No importaba que no te conociera: el estruendo del terror y de las privaciones derrumbaron las más altas murallas de la indiferencia y del orgullo y acercaron a las personas de una manera que parecía que siempre se mantuvieron unidas. Ya se había olvidado la amenaza de la aniquilación reciente, usurpada por la burla jocosa de una muerte hipotecada para el futuro. De momento, en el París liberado, reinaba la alegría loca de vivir, por turnos desbocada; el consuelo siempre permanente de que los días continuarían amaneciendo. 

A veces no podía dormir; me lo impedía la obsesión de las trincheras: las balas silbando en mis oídos y destrozando las cabezas de mis compañeros; sumido en el fango y la pestilencia; las penurias sin cuento y sin fin... Los he visto saltar por los aires. No entiendo cómo escapé. Y sólo conciliaba el sueño si me entregaba a la dulzura de las remembranzas de la infancia, allá en mi tierruca normanda, rodeado de la frescura de los verdes prados, con la amabilidad de los vecinos que creían en una hipotética salvación espiritual pero que también contemplaban absortos las maldiciones pretéritas como arraigadas en sus almas de seres atormentados por la corrosiva duda. Entonces yo no penetraba en sus pensamientos y estaba muy lejano de entender sus ideas. Era un niño y, como un infante lleno de inocencia, proyectaba esa calidez y pureza de intenciones en todos y todo lo que me envolvía para forjar mi felicidad instantánea.         
Y, sobre todas las cosas, me llenaba y complacía el rostro de mi madre.

Recuerdo que todas las mañanas se levantaba al alba y se iba a llevar el pasto a las vacas y a adecentar el establo. Otras veces, con un viento glacial que pelaba y cortaba las caras y las manos como cristales, tenía que cruzar los valles para llevar la leche a los poblados vecinos. Era incansable mi madre. Y una gran mujer. Muy fuerte y capaz. Sí, lo era: porque si no, ¿cómo iba a poder sobrellevar tanto trabajo y penuria? Los bienes escaseaban, a pesar de la ardua labor. Más tarde aprendería que no siempre, aunque se desplieguen los mayores esfuerzos, se recibe una recompensa justa. No es que pasáramos hambre, pero tampoco nadábamos en la abundancia.

Y luego teníamos que ir al colegio, mi hermana y yo. Andar los mismos valles y hondonadas cada día; teníamos que atravesar un viejo puente de madera. En los días de tormenta, el arroyo –brazo fluvial- bajaba bastante crecido, lleno de bravura y violencia; teníamos miedo de ser arrebatados por la furia del agua cenagosa y turbia: Si caíamos, estaba claro que nadie nos salvaría de un final terrible. Los boyeros que nos topábamos en nuestro peregrinar nos miraban condolidos por las fatigas de la peripecia. ¡Si es que éramos unos críos! La mayoría se apiadaba de nuestra difícil singladura: algunos nos miraban apenados y, sobresaltados, nos gritaban: “¡Esperad a que amaine la riada!”. Pero la costumbre de nuestro empeño era más fuerte y tozuda que las avisadas advertencias de nuestros paisanos; tampoco venía dada su preocupación porque intuyeran que pudiese realmente acontecer algún percance. Creo que depositaron su confianza en los elementos de la naturaleza: y esa confianza que ponían en ello les infundía cierto poder sobre sus fuerzas destructoras.

Mi madre se quedaba sola en el caserón, arrastrando con pesadez los días y mal llevando las noches. Siempre las noches… Grabada en su mente la dolorosa y desconcertada imagen de mi padre; imaginando cómo caería en el estruendoso fragor del campo de batalla.

Cuando pienso en todo lo que ella tuvo que padecer y soportar por su falta temprana y desgraciada, me rebelo contra la injusticia, del signo que sea, y clamo al cielo por la ingratitud de la vida. Casi me descreo… ¡Habrase visto!

La pobre sufría unas noches peor que sus días, obsesionada con el horror impreso en sus ojos. Creían luchar por la libertad... ¿No tenían bastante con la sangre derramada? A ella le importaba muy poco su propia vida, aunque sí la de sus niñitos indefensos, demasiado tiernos e inocentes como para empezar a conocer ya tan temprano la voracidad humana.
Anochecía; y regresábamos de la escuela.
Le faltaba el aliento para mantenerse erguida ante la incertidumbre del acontecer diario. Añadir esa obsesiva sensación del devenir de la jornada a los malestares de la soledad. 

Enfermó, y más pronto envejeció: derrumbada por tanto trabajo inútil -la falta de recursos; la infructuosidad-: por las estrecheces consiguientes y el miedo al porvenir incierto. Pero seguía trapicheando a pesar de sus achaques. Y una mañana, de repente, apareció muerta en la cama, dibujada en su rostro una suave y dulce sonrisa; mi hermana me contó que estaba rígida y fría… casi completamente helada. Expiró mientras dormía –no sé si por bien o para mal-, y eso en un día en que yo me hallaba ausente, confinado en un hospital de París, convaleciente de unas extrañas fiebres. 
La nostalgia de aquella Navidad, todavía me obsesiona, impregnada de tantas sensaciones extrañas. 
Se obró el tiempo necesario dentro de mí como para madurar aunque fuese un poco.
En mi juventud, la irrupción carnavalesca de los aires pre/bélicos del 39, predispusieron mi ánimo a la contienda; así que tampoco tardaría yo en afrontar las consecuencias decepcionantes de todas las acciones pasadas. Entonces asumí que la fortuna de cada cual es un hecho incontrovertible, y que es imposible desentrañar un mínimo de su misterio.
José Luis Benítez

12 comentarios:

  1. Es un relato duro, pero un buen relato

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  2. Ambos hemos escogido en estas fechas unos relatos semejantes,unos homenajes a generaciones anteriores para no olvidar a aquellos que no pudieron disfrutarlas. A mi me han comentado también que mi relato "No siempre es Navidad" tal vez no sea apropiado para estas fechas. Sin que nos amarguen estas fechas debemos de recordar.
    Me ha gustado y me he convertido un seguidor tuyo.

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  3. Impresionante el relato, tengo el honor de conocerte y conocer tus escritos y cada uno supera al otro. Emotivo, duro, sincero, atrayente...eres muy bueno José Luis. ¡FELIZ NAVIDAD!

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  4. Como siempre tu lectura colma al buen lector. Felicidades y buenas fiestas.

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  5. Amigo José: Efectivamente como dice el amigo Juan, el relato es duro, porque el ambiente de donde está sacado así era, la historia lo tiene registrado y aunque no debía haber ocurrido aquello, ocurrió lamentablemente, le has dado un buen trato a la forma, haciendo resaltar el fondo y queda aceptable.
    Tal vez la confianza te jugó una mala pasada y en el primer párrafo dices (faltase el "tacabo"),
    entiendo que quieres decir "tabaco", en relación con el contexto.
    Espero seguirte...

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  6. Gracias miles por pasaros por aquí, leer el relato y mostrar vuestra opinión, que no puede ser más acertada./Es verdad, Manuel: quiere decir "tabaco", pero se sobreentiende; a ver si se puede corregir la errata.Saludos

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  7. Es un relato fuerte, pero la vida es de esa forma. Esa es la razón por la que creo que no se nos regresa en la misma medida nuestro esfuerzo. Da mucho que pensar, José! Gracias!

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  8. Épocas pasadas, traen estos recuerdos con los que fabulamos, porque en el fondo de nosotros ha quedado algo grabado para siempre, acudiendo a nuestro presente con unas inmensas ganas de ser contado.

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  9. Un relato que bien podrían firmar cualquiera de nuestros padres. Desde la distancia de los que hemos tenido la suerte de no transitar por ello, debemos dar las gracias a los que sí lo han vivido y sobrevivido además. Un esfuerzo duro el tuyo, José Luis, y te felicito por ello.

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  10. Lo duro del relato no le quita lo bueno de tomarlo para ver nuestra propia vida con ojos distintos. Creo que los recuerdos de otros siempre terminan reforzando los míos.

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    1. Bueno ,puede que el relato resulte en apariencias “duro “ debido a la distancia de los acontecimientos, por otra parte históricos, y reforzado por nuestro sentimiento habitual de comodidad; pero es que las circunstancias del pasado se entroncan de manera que traslucen la realidad actual. Todos estamos de acuerdo en su “realismo”; y ello lo explica muy bien Faustino, al escribir que esa “distancia” temporal nos predispone a encarar con agradecimiento la suerte de no haber tenido que vivir episodios ni remotamente parecidos. Por otra parte, escenarios similares proliferan aún hoy mucho más de lo que es acostumbrado reconocer. Y es bueno recordarlo, como dice Caliope, para “ver nuestra propia vida con ojos distintos”. /Gracias de nuevo a tod@s por leer el relato y argumentar tan positivamente acerca de su temática. Saludos,un abrazo.

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