Una revista de literatura, donde el amor por las letras sean capaces de abrir todas las fronteras. Exclusiva para mayores de edad.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Una pasión en mi vida.


          Mi vida es un continuo soñar y despertar. No sé qué busco. Qué quiero. 

          Todos los días soy un autómata desde que me levanto. Desayuno. Cojo el metro. Voy a mi empresa. Paro una hora para comer. Sigo trabajando sentado en mi mesa. En la oficina están mis compañeros de trabajo, con los que apenas hablo, quitando el saludo de rigor, salvo con Javier y Arturo con los que comparto algún café. También está Patricia. Es tan guapa que se cree que todos deberíamos caer rendidos a sus pies. Procuro no hacerle caso, aunque no puedo negar que alguna mirada se me escapa, cuando pasa cerca de mí y veo su melena hondeando como le cae sobre los hombros, pero no intento nada, ya estoy cansado de fracasar una y otra vez.
 
          Después de comer. El día se me hace eterno. A las 6 de la tarde regreso a mi casa. Ya estoy cansado de todo el día. Quisiera pensar, darme a tiempo a mí mismo, pero no soy capaz de disfrutar de nada. 

          Antes de volver a mi piso, suelo hacer alguna compra de lo que me hace falta y después me encierro en casa hasta el día siguiente. 

          Apenas cocino. Tomo algo sencillo. Enciendo la televisión. Escucho lo que haya al fondo sin prestarle casi atención. Muchas veces me quedo dormido delante del aparato y me levanto de madrugada camino de mi dormitorio. 

          Me despierto a las 7.00 horas de la mañana. Suena el despertador. Vuelvo a levantarme y otro día igual. 

          Siempre es lo mismo. De lunes a viernes no hay ninguna novedad en mi vida. 

          Los sábados me aburro. Quisiera hacer algo, pero me encuentro sólo. Dejo que pase el día paseando o en alguna sala de cine viendo cualquier película que la mayoría de las veces no me importa y no pienso en su argumento. 

          Los domingos no me gustan. Pienso en el siguiente día, se acerca el lunes y ya se me viene encima toda la semana. 

          Se me hace muy larga esa nueva semana que viene, como si fuese peor que el sábado o el domingo. 

          Llega un nuevo lunes. Vuelvo a mi trabajo. Siempre lo mismo. Voy hasta mi taquilla.  Me siento en mi mesa y a comenzar otra jornada laboral. 

          Ahora son las once de la mañana. Lo sé porque siempre estoy mirando el reloj de la pared que no parece avanzar, aunque da igual, total nunca ocurre nada.

          -Sr. Aguirre -escucho la voz del conserje que me saca de mi pensamiento -tengo esta carta para usted. 

          Me extraña. Nunca me escribe nadie, salvo las órdenes por escrito del jefe. 

          La abro con desgana y la leo. Enseguida la cierro. Miro para todas partes como si alguien me hubiese visto. Si nunca nadie se fija en mí. ¿Quién va a estar pendiente de lo que pone la carta? 

          Vuelvo a abrir la nota con cuidado. 

          “Me gusta tu culo, me pones a mil.

          Apdo. de correos 17378” 

          Leo y leo una y otra vez el papel con miedo a que me descubran. 

          Ese día fue distinto a todos los demás. Me encontraba nervioso. Las horas no me parecían eternas. Miraba hacia mis compañeros. Era probable que alguno de ellos me hubiese gastado una broma y esperasen mi reacción. 

          Llegó el día siguiente. Esperaba otra nota, pero no llegó. Me fijé en todo el mundo. Todo seguía igual. Nada había cambiado. 

          No podía ser una broma, ya se habrían reído y burlado de mí. 

          Lo tuve claro. Tenía que responder. Envié un correo urgente a esa dirección, con una nota que ponía, ”Yo me comeré el tuyo”. 

          “Quien te va a comer soy yo” fue la nota que me entregó el conserje de la oficina al día siguiente. 

          “No voy a dejar una parte de ti sin besar” respondí por correo urgente a ese apartado de correos. 

          Vivía en la continua excitación. Me despertaba por las noches. Pensaba en esa admiradora secreta. 

          Mi vida cambió de manera radical, ya no era aburrida, sino todo lo contrario, era un torbellino de emociones. No quería que llegara el fin de semana. Deseaba estar en el trabajo para recibir su nota. 

          Las cartas se fueron sucediendo. 

          “Mi piel se eriza cuando te ve, mi cuerpo te desea”. 

          “Cuando te pille te vas a enterar” -le respondía. 

          “Quiero estar llena de ti”. 

          “Te inundaré de placer”. 

          Todos los días iba a correos para entregar mi misiva urgente, la excitación se apoderaba de mí, mientras lo hacía. 

          “Estoy ardiente, me despierto por las noches buscándote, ven, devórame”. 

          Aquel mensaje me puso a mil, me la imaginé ardiente por mí, deseándome en la noche. 

          “Esta noche te lameré tu coñito” -le escribí y según lo hice me fui a correos con mi enésima nota. 

          Siempre esperaba su respuesta, pero ese día ya no me aguantaba. Todo yo era un flan. Me temblaban las piernas y a veces pensaba que hasta me caería cuando caminaba. 

          La mañana avanzaba y no recibí ninguna nota. Era viernes. No podría esperar hasta el lunes. Me perdía la impaciencia. 

          Me fui desesperado de la oficina. Tenía por delante un largo fin de semana sin saber de ella. ¿Qué haría? Sería demasiado tiempo sin tener noticias. 

          Fui consciente de que me había pasado. ¿Cómo le había escrito esto? Se habría enfadado conmigo por la barbaridad que le puse. Por desgracia ya no había remedio. Lo había entregado y no había nada que hacer. 

          Me desesperaba una y otra vez. Cómo fui tan bestia. Me perdió el deseo. Sus notas me habían vuelto loco por la pasión y me pasé. ¿Qué haría si no volvía a aparecer? Vivía en un no vivir. Lo único bueno es que estaba despierto, había vuelto a sentir. 

          Durante todo el viernes no hice otra cosa que estar pendiente del conserje. Sentía hasta sus pisadas cuando se acercaba. Aguzaba tanto el oído que escuchaba su caminar antes de que entrara en la sala. Cuando venía, se marchaba sin dirigirse a mí y caía en una situación de abatimiento, cuando pasaba a mi lado sin entregarme nada. 

          Los días seguían. No recibía ninguna nota. Ningún mensaje. Era desesperante. Preferiría su mayor desprecio a no saber nada. 

          Miraba con disimulo a mis compañeros, Javier, Arturo, Patricia y a los demás, como tratando de descubrir algo. Una broma que habían ocultado durante todo este tiempo. Todos me ignoraban como siempre. 

          Después de una semana desde que le envié mi nota. Cuando apenas quedaba media hora para terminar la jornada laboral. Me levanté de mi sitio y me dirigí al conserje. 

          -Buenas tardes D. Antonio, ¿no habrá recibido un sobre para mí por casualidad? 

          -No D. Andrés, estos días no me han entregado nada para usted. 

          -¿No sabrá usted quién es la persona que me las enviaba? 

          -Pero D. Andrés, cómo puede pensar usted... 

          -No, perdóneme por no expresarme correctamente, me refiero a si se lo dan en mano o vienen en el correo. 

          -¡Ah!, siempre viene un muchacho de una empresa de transporte urgente con su sobre, pero no sé nada más, si usted quiere... 

          -No hace falta D. Antonio, no tiene ninguna importancia, era simple curiosidad. 

          Me dirigí de nuevo a mi mesa. Trataba de concentrarme en mi trabajo. Aparentar indiferencia, pero me era imposible. Lo hacía todo mecánicamente. No sabía ni lo que apuntaba ni lo que firmaba. Confiaba en que todo estuviera bien hecho y no hubiera errores. No me encontraba en condiciones de detectarlos. Lo único que había en mi pensamiento era el recibir una nota con su respuesta. 

          Me arrepentía de haberle puesto ese comentario, pero ya era demasiado tarde. No había nada que hacer. Sólo me quedaba esperar. 

          Nunca llegó tan pronto la hora de fin de jornada. Seguía sin su respuesta. Tenía que marcharme. El fin de semana se me iba a hacer eterno. Cuando iba hacia la salida le eché una última mirada al conserje, como suplicándole que me diera una carta. Debió de leer mis pensamientos. 

           -No he recibido nada D. Andrés. 

          -¿El qué?, ¡ah! la carta, no tiene importancia, no se preocupe -traté de aparentar una indiferencia que no tenía- seguí caminado como tal cosa, como si cuando le miré hubiera sido de casualidad, pero no era así. Por dentro la angustia me consumía. 

          Hasta hace unos días mi vida era aburrida. Sin aliciente. Todos los días lo mismo. Vegetaba en el mundo sin interés. Ahora sufría. La angustia me devoraba. Nada era como antes. Lo que había sentido con esas notas, me había despertado de mi letargo. 

          La excitación. El deseo se había apoderado de mí en unos cuantos intercambios escritos y ahora que no recibía contestación. Sentía la pérdida. Temía que no volviera a saber de ella. 

          No sabía cómo era, si la conocía siquiera. Lo único que tenía claro es que vivía por y para su respuesta. 

          El fin de semana se me hizo eterno. Quería que pasara lo antes posible. Pensaba en el lunes, quizás había habido algún retraso y me llegase su contestación al comenzar la semana. 

          Por las noches me despertaba. Me desvelaba una y otra vez. No podía dejar de pensar en ella. En sus notas. 

          ¿Qué iba a hacer, si no me escribía más? ¿Qué sentido tenía todo? Me encontré intrigado en un principio. Sentí el deseo después. Ahora la angustia de su pérdida. Su falta me producía un vacío mucho más grande, que el que tenía antes de empezar a recibirlas. Me había enamorado perdidamente de unas notas, de un sueño en mi cabeza. 

          El lunes fui con ansia a la oficina por si había una nota para mí. Veinte minutos antes de la hora de entrada ya estaba en el edificio. Confiaba en que ya estuviera el conserje y que nada más verme me diera la carta. 

          -Buenos días D. Andrés, que pronto ha venido hoy. 

          Fue un saludo correcto, incluso amable, pero en el que no había ni el más mínimo vestigio de que tuviera algo para mí. 

          -Buenos días murmuré y entré. Me encontraba decepcionado. Hundido. La poca ilusión que había procurado de generarme en el fin de semana, se había disipado en la nada. La inquietud y la desesperación cada vez me invadía más. 

          Me senté en mi mesa, mientras trataba de animarme. Las cartas que me habían dirigido con anterioridad llegaban a media mañana. Lo que tenía que hacer era esperar. Quería convencerme de que todavía sabría de ella, pero cada vez me sentía más descorazonado. 

          Pasó el lunes y no tuve noticias. Ninguna carta. Ninguna comunicación recibí. Seguía sin saber nada de ella. 

          El resto de los días de la semana fueron exactamente igual.

          Me dediqué a trabajar y a encerrarme en mí mismo. No me suponía ninguna dificultad. Era lo que había hecho siempre, aunque había una diferencia. Antes todo me era igual. Los días eran grises. Sin color. Sin cambios. Todo me era indiferente. Ahora en cambio tenía una amargura en mi interior. Me castigaba una y otra vez. Me desesperaba por mi estupidez. 

          Mi corazón. Mis sentimientos estaban vivos, pero para sufrir. La echaba de menos, aún no la conocía y ya la extrañaba tanto. Necesitaba sus notas. Saber de ella y el silencio. El saber que ella me ignoraba. Me hacía sentir toda la culpa que tenía. 

          Me encontraba tan solo. La había perdido por mi estupidez. No podía hacer nada. La carta ya estaba enviada y era demasiado tarde. 

          Decidí que no me rendiría. La quería. Lucharía por ella. Ya estaba bien de ser una persona que no hace nada y se queja de su vida vacía. Tomé la decisión de que le escribiría cada día. Le pedía disculpas por lo que le había puesto, que me dejé llevar por un pensamiento impulsivo. Le contaba todo lo que sentía por ella. Lo mucho que significaba para mí. Que mi vida era otra desde que recibí aquellas notas. 

          Le envié cartas y cartas durante varias semanas y ninguna obtuvo respuesta. 

          Mi pena seguía. Perdí una oportunidad que me dio la vida de vivir y volvía a ser un solitario. Todo había sido por mi culpa. 

          Los días siguieron pasando. Seguía escribiéndole. Hacía ya más de dos meses desde que hice aquella nota que me dejó sin noticias. La echaba tanto de menos. No sé si era amor, ¿qué era?, sólo sabía que sin ella, que sin sus cartas me faltaba la ilusión, no porque los días fueran grises, es que no la tenía a ella. 

          Seguía en mi trabajo, no paraba de pensar en ella. La vida continuaba como antes, pero yo seguía cada vez más triste por lo que había perdido. 

          Era viernes. Quedaba media hora para que acabase otra jornada laboral. Me quedaba un fin de semana triste, sin ilusión, como seguramente todos los del resto de mi vida. 

          Patricia se dirigió hacia mí. Nunca hacía caso a nadie. Era la chica guapa de la oficina. De esas mujeres que uno no se atreve a abordar porque ya sabes el resultado. Llegaba tarde muchas veces y nunca le ocurría nada. Estaba como por encima de todos nosotros. 

          -¿Andrés tienes los informes de la calle Arenal? -me dijo con su voz seria, ignorándome como siempre. 

          -Sí -le respondí con desgana, no quería ni mirarla para no ver como me despreciaba con la suya. 

          -Pero creo que te faltan estos datos. 

          Me entregó un sobre que seguramente tendría unos gastos a mayores, que cambiarían todo el presupuesto. Me lo daba a última hora y el lunes había que entregarlo al cliente. Me daba igual, si me ganaba un broncazo del jefe. No tenía ganas de discutir. Lo dejé al lado de todo mi informe. No me sentía con fuerza para rehacerlo ahora mismo Ya lo miraría el lunes. 

          Patricia después de entregármelo, se marchó dejando la fragancia de su colonia mientras pasaba a mi lado. Era consciente de que todos la miraban con su espectacular melena cayéndole por la espalda. Al menos yo no lo había hecho. No se había llevado mi mirada, pero no pude evitar sentir su aroma.

          Llego la hora de marcharse. Cogí mi abrigo. Me dirigiría a mi casa como siempre. No tenía nada que hacer. Estaría triste y amargado todo el fin de semana y todo por mi culpa. 

          Eché una última mirada a mi mesa y me marché. ¡No!. Nunca había mirado a mi mesa antes de irme. Fui a ella deprisa con miedo a que desapareciera. 

          Era un sobre igual que los otros. Tamaño medio folio. Común. Habría millones de sobres como ese, pero lo supe, era como los de ella. El corazón me latía con fuerza. 

          Lo abrí. Había una nota. 

          -“Estoy deseando que me lamas, me he perfumado para ti” y abajo ponía una dirección. Salí disparado. 

          Han pasado 10 años desde aquel día. Nos casamos hace 7 años. Tenemos una niña preciosa. Me siento feliz.  

          Y tenemos nuestro secreto.  

          Nos seguimos enviando notas.
 

 

 

 
 
 
 
 
 
 
Autor Luis Anguita Juega

15 comentarios:

  1. Una curiosa historia. A veces es fácil decir cualquier cosa, aunque sea subida de tono, en un papel, y sin embargo resulta imposible ser franco en persona. Es lo que les ocurre a estas dos personas. Buen relato.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias Juan por tus palabras, a veces en un escrito podemos llegar al corazón de las personas siendo ignorados en la vida real.

    ResponderEliminar
  3. Es muy sabio el dicho que las mujeres más interesantes son las que guardan los más profundos secretos. Felicidades Luis por este relato. Estuvo bien intenso. Gracias!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias Carlos, esos sentimientos secretos que tantas veces quedan guardados.
      Un gran abrazo.

      Eliminar
  4. Maricarmen García Sales8 de noviembre de 2012, 21:11

    Que complicados somos los seres humanos, pero me encanta la decisión de enviar esas notas las cuales desmoronan los muros de cobardía y gracias a ellas se logran objetivos que jamás podríamos alcanzar. Me acuerdo cuando en el cole enviábamos notitas a los/las compañeras..que emocionante. Me ha agobiado esos días grises y me ha encantado el color del cambio y todo ello gracias a un sobre secreto :))))

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Haber conseguido que este cuento haya conseguido que recuerdes esa etapa de tu vida, ya justifica este relato por lograr transmitir esas sensaciones. Gracias.

      Eliminar
  5. Me ha encantado pese a que eso de coño me ha sonado a hombre desesperado por tener relaciones y a mí esas formas no me gustan.

    ResponderEliminar
  6. Hola Ángel, te entiendo perfectamente, jugué con esa expresión tan fuerte y de mal gusto, para después mostrar todo lo que ella significaba para él y lo que le suponía perderla por esa frase.

    ResponderEliminar
  7. En la vida nunca los caminos resultan aventuras que muchas veces perdemos por ceñirnos a la rutina... me gustó saber que la osadía también como perdices

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Caliope, un romanticismo con una pequeña locura morbosa y la lucha por no perder a esa mujer.

      Eliminar
  8. Manuel MEJÍA SÁNCHEZ-CAMBRONERO19 de noviembre de 2012, 11:47

    Amigo Luís: El relato en su conjunto me ha gustado, juegas bien llevando a tu cálamo para que deje su interno plasma en la cuartilla en blanco, imagino que lo que mencionas en tu escrito no es autobiográfico, he de comentarte como bien lo deja caer Ángel de Cristal en su comentario, que me parece que esta un poco "salidito", aunque ya estamos curados de espanto y vacunados para todo, veo fluidez en la redacción, aunque alguna expresión a mi juicio personal poco acertada,
    como esa contestación al conserje (-¿El qué?, ¡ah! la carta, )donde además quiero recordar que después del signo de admiración, al llevar implícito el punto, se debe seguir con mayúscula o en caso contrario como es el suyo, debería llevar coma (esto es lo que a mí me enseñaron en mi juventud y creo que no ha cambiado, también observo que usa en demasía el punto y seguido, pero
    decía un poeta manchego, Vicente Cano en estos casos (tuya es la guitarra, tócala como quieras...)

    ResponderEliminar
  9. Hola Manuel, gracias por tu opinión que es constructiva y te ayuda a mejorar. Tienes razón en la puntuación, son algunas licencias que me tomo con el punto y seguido, pequeña acciones cortas con la no continuidad de la coma.
    Evidentemente es ficción y hay que entenderlo en el contexto de un hombre deprimido y solo, que ve despertar su pasión y su vuelta a la vida.

    ResponderEliminar
  10. Está muy bien y, aunque el personaje es y está triste, me hizo reír al principio. A mí esas expresiones me hicieron gracia; creo que dan vidilla al relato. Muy logrado, como siempre, Luis. Un abrazo:)

    ResponderEliminar
  11. Gracias Carmen, intenté dar algún sobresalto en alguna exprsión y esconder el final.

    Otro gran abrazo.

    Luis.

    ResponderEliminar
  12. Hola Luis, conste que me pareció fuerte esa expresión,la que mencionaron más arriba, pero sí que tenía esa finalidad de dar fuerza a
    la desesperación en un momento dado del personaje, muy justificada. Me ha gustado el relato porque has conseguido sacarnos las risas, la desesperación y la alegría, todas las emociones por partes. Nos mantuviste en vilo hasta el final, siguiendo las hazañas del protagonista.

    Felicitaciones
    Rosa

    Un abrazo.

    ResponderEliminar

Gracias por dejar vuestros comentarios.