Lo celebró con sus amistades más íntimas. Estaba eufórica y su orgullo herido no le permitía ver más allá.
Con el dinero de su trabajo y la pensión arregló la casa, que también había quedado para ella, e hizo dos viajes estupendos, que necesitaba para relajarse. Su situación económica no sólo no había empeorado, sino que había mejorado considerablemente.
Pasados esos diez meses, volvió a la vida de siempre, si bien intentaba rodearse de amigos para no sumergirse en la soledad de su precioso piso, cuyas paredes y rincones le hablaban todas las noches del pasado con él. Fue viendo poco a poco que sus amigos de siempre se excusaban con frecuencia y se enteró de que la mayoría de ellos se reunían a menudo con el que había sido su marido y con su nueva esposa.
Dos eran realmente sus verdaderas amigas y ellas habían desaprobado casi desde un principio sus maquinaciones y su venganza, pero ella no quería escucharlas y se había interpuesto una barrera entre las tres.
No quería pensar, no quería sentirse mal. Iba de fiesta en fiesta y de cama en cama. Al día siguiente se sentía vacía y sucia, pero lo solucionaba con una nueva velada. Hasta que un día, año y medio después, no pudo más y sus verdaderos sentimientos afloraron: estaba hundida. Ya no quiso saber más de fiestas, ni de hombres, ni de viajes,...todo eso le resultaba realmente repugnante. El cambio fue sorprendente para muchos, o para todos, salvo para sus dos amigas, que acudieron a ayudarla.
Su conciencia había despertado y lo que había hecho la martirizaba desde el amanecer al anochecer. Solo unas horas de sueño le permitían descansar, pero eran escasas y en bastantes ocasiones tenía pesadillas. Ya no había marcha atrás. La culpa era su compañera más fiel y ella creía enloquecer entre crisis de ansiedad, una fuerte depresión y los remordimientos que la carcomían por dentro. Quiso morir, escapar, huir,...
Se armó de valor y telefoneó a su ex. No quiso hablar con ella, le colgó. No le extrañó. Ya no tenía salvación.
Con el tratamiento empezó a remontar, pero esa culpabilidad no se iba y, en el fondo, ella no la dejaba ir. Parecía que la necesitaba, porque necesitaba pagar lo que había hecho. No sabía cómo castigarse, aunque no era consciente de que eso deseaba.
Tomó una determinación: confesaría ante el Juez la verdad. Y se fue al Juzgado, pero tal era el estado en que se encontraba que no la creyeron y la mandaron a su casa.
Estaba desesperada. Así no podía vivir. Si se reía alguna vez, enseguida se sentía mal: no debería estar riendo. Si la invitaban a cualquier actividad, la rechazaba: no merecía pasarlo bien.
Y así siguió autocastigándose día sí y otro también. No se permitía volver a ser feliz.
Carmen Novo Colldefors
Curioso relato, reflejo de muchas desgraciadas situaciones y con una clara moraleja. No deja indiferente y da que pensar.
ResponderEliminarMe encanta, refleja las consecuencias que acarrea la venganza.
ResponderEliminarGracias, Juan y ángel de cristal! Vuestros comentarios son un aliciente y una satisfacción. Un abrazo para cada uno:)
ResponderEliminarLa venganza por vengarse no es una buena compañera. Pero en cuestiones de sentimientos uno se torna irracional. Una historia con moraleja, con una conclusión muy castigadora para la parte ofendida. No se hasta donde merecería esto la protagonista. Deja mucho que pensar. Muy buena.
ResponderEliminarEfectivamente el relato, como dice Juan, da que pensar y en la vida cotidiana por desgracia estas situaciones existen con más frecuencia que debieran, dado a la complejidad de los compases de la vida…
ResponderEliminarCOMPLEJIDAD DE LA VIDA
Es muy compleja la vida
y hay que saber entenderla
y abrir los ojos y verla
para ganar la partida.
Se ha que buscar la salida
y encontrarla, de manera,
que resulte llevadera
a lo largo del trayecto,
se ha de usar el intelecto
y no de forma cualquiera…
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Manuel MEJÍA SÁNCHEZ-CAMBRONERO