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miércoles, 21 de noviembre de 2012

Escalera de corazones: La búsqueda



Los rascacielos construidos sobre la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid se erguían, desafiantes, por encima del caserío madrileño. El tren llegaba a la estación de Chamartín, muy próxima al complejo, y los imponentes edificios intimidaban al viajero que se asomaba por la ventana. El día era soleado y sus escamas de acero y cristal los hacían brillar y parecer aún más titánicos. Era la mejor carta de presentación de la capital, que apabullaba al provinciano que llegaba con tan magno espectáculo arquitectónico.

Por desgracia para Madrid, había un provinciano asomado al ventanal del AVE que apenas reparaba en esas torres. Carlos miraba, distraído, sin fijar la vista en ningún punto. En esta ocasión no era por una terrible tristeza que asolara su corazón, pues esa sensación se había acomodado tanto en su interior que ya casi notaba una ligera melancolía. Lo que le turbaba el raciocinio eran sencillamente unos ojos azules y una coqueta melena rubia, la de la preciosa chica con quien se había topado en su estación de origen.

Cargada como iba, y con tacones, no pudo evitar caerse a los pies del tren del que bajaba, pero Carlos, que esperaba para subir, corrió a ayudarla, aunque quizá hubiese sido mejor no hacerlo. Aquella chica no sólo no le dio las gracias, sino que se alzó al instante, se soltó el brazo con un gesto brusco cargado de desprecio y, con la dura expresión de un petulante ofendido, profirió un desagradable y desproporcionado “suéltame” a un desconcertado Carlos, que ya no sabía qué mal de ojo le habrían echado para que todas las mujeres lo acabaran agrediendo de uno u otro modo.

Pero no estaba enfadado con ella. Él mejor que nadie sabía la terrible desazón que alguien puede tener en su interior y que puede estallar en una reacción así, sin que los de alrededor lo comprendan. Por suerte, todavía no se había visto envuelto en tan desagradable trance, pero a saber. Se preguntó qué le ocurriría a esa pobre mujer, tan guapa, tal vez tan triste, tal vez sólo nerviosa por la incertidumbre. Ojalá hubiera podido saber un poco más de ella. ¿Qué estaría haciendo en ese momento?



Ella también pensaba en Carlos, aunque no supiera su nombre. No dejaba de dar vueltas a lo borde que había sido con ese pobre hombre que había tratado de ayudarla en la estación. Es cierto que cuando le echó mano al brazo, se quedó petrificado como un baboso, pero tampoco era para tanto. No lo había despedido con cajas destempladas por eso, y ella lo sabía.

Fue ese afán de demostrarse continuamente que no necesitaba la ayuda de ningún hombre, que era capaz de todo sola, que valía tanto como cualquier tío. Y no estaba equivocada. A pesar de su cuerpo menudo, pasó con nota las diferentes pruebas para ingresar en la Policía y, más concretamente, en los antidisturbios. Allí, las cosas no habían sido fáciles, y el machismo seguía muy presente en determinados ambientes como ése, aunque poco a poco iba cambiando, gracias en gran parte al arrojo de féminas como ella. Por eso, el gesto de Carlos, que otra hubiera encontrado encantador, era una puñalada que la devolvía a la imposición, teñida de caballerosidad, del hombre como soporte de la mujer. En cualquier caso, sentía que la intención de Carlos no era mala y le pesaba en la conciencia la mala educación de que había hecho gala ante él. No había estado bien.

Sólo había un hombre en su vida al que sí quería tener como soporte, pero en plano de igualdad, alguien que la complementara y la hiciera sentirse mujer en todos los sentidos, alguien a quien amar y en quien apoyarse cuando la vida la pusiera a prueba. Alguien, en definitiva, con quien despertar todas las mañanas. Alguien a quien había venido a buscar.

Mientras su taxi la llevaba por las calles de aquella ciudad de la meseta, Sofía repasaba cada punto de la locura que creía estar cometiendo por amor. Después de caer perdidamente enamorada de Marcos, su relación se había enfriado por culpa de la distancia, hasta el punto de no volver a tener noticias de su amante. Horrorizada con la idea de que la historia se acabara, y con el remordimiento de haberla dejado enfriar, se había liado la manta a la cabeza y se había presentado a orillas del Pisuerga para reencontrarse con él. Incluso había iniciado los trámites del traslado en su trabajo. Con un poco de suerte, dejaría Madrid y su infinidad de manifestaciones, y se instalaría junto al hombre de su vida en una tranquila ciudad de interior, donde también había protestas, pero no solían acabar a palos.

Aquel Prius blanco la dejó en una de las estrechas calles del casco antiguo de la ciudad, rodeada de viejos edificios, algunos centenarios, de escasa altura. En uno de ellos vivía Marcos con sus padres. Lo sabía porque vio la ficha policial que le hicieron el 25 de septiembre. Quizá fuera un poco obsesivo por su parte, o tal vez sólo deformación profesional, pero el caso era que conocía algunos detalles de la vida de Marcos que ahora le permitían presentarse en su casa sin tener que avisarlo, dándole, esperaba, una grata sorpresa.

Nadie abrió la puerta.



El mediodía se acercaba y el hambre apretaba. En aquella taberna de barrio, entre el estridente sonido de la máquina de café, el zumbido de fondo de la televisión, la musiquita de la máquina tragaperras y el rumor de las conversaciones pronunciadas en voz alta, el pincho de tortilla y la caña de cerveza parecían maná para el hambriento.

En este caso, era una hambrienta.

Sofía recuperaba fuerzas antes de continuar con su búsqueda. No sabía dónde se encontraba Marcos, pero suponía que sus padres estarían trabajando. Era posible que tardaran en volver. Lo mejor sería buscar a su chico en otro lugar. Recordó entonces que Marcos tenía un amigo, un radical que fue detenido junto a él en los incidentes del Congreso, un tipo que tardó algo más en salir de comisaría y que le dio bastante mala espina. Fue por eso, y por su relación con Marcos, por lo que también quiso revisar la ficha de aquel tipo, Roberto, cuya dirección recordaba gracias a su prodigiosa memoria, la misma que tanto la había ayudado en los exámenes para convertirse en policía.

Roberto vivía en el barrio de las Delicias, al sur de la ciudad. Se trataba de una área fundamentalmente obrera, muy propia para un tipo con sus ideas. No hacía mucho que la Administración había transformado un antiguo colegio cercano en comisaría y, frente a él, un bar sobrevivía de dar almuerzos y cafés a los agentes. Allí se encontraba Sofía, al calor de sus compañeros. Una vez que hubo calmado su hambre, se puso en camino de la casa de Roberto. Seguro que él podría ayudarla a encontrar a Marcos.



Roberto tampoco estaba en casa.

En su lugar, abrió la puerta un tipo de aspecto moruno, con la piel tostada por el sol y el pelo a lo afro. Vestía vaqueros anchos y gastados y una camiseta gris ajustada a su escuálido torso. De fondo sonaba música reggae y por el umbral se escapaba un humo que Sofía reconoció enseguida.
  • ¿Podrías ayudarme?-. Inquirió la joven con amabilidad -¿Dónde puedo encontrar a Roberto?
  • Qué se yo-. Respondió el muchacho con una sonrisa. El gesto le arrugaba la frente y le cerraba los ojillos, ya bastante ocultos por efecto del agradable humo.


Aquel joven se llamaba Hakim y era de Marruecos. Llegó a España cuando todavía era un lugar apetecible para trabajar y, a pesar de todo lo ocurrido, seguía viéndose mejor aquí que en su país. Ahora malvivía sin empleo, pero podía contar con la amistad de Roberto. Además, el hachís lo ayudaba a pasar el rato, y a ganar algún dinero.

  • Es importante-. Insistió ella, bastante nerviosa e impaciente -¿Dónde está Roberto?


Hakim no contestó, sólo se encogió de hombros y acentúo su sonrisa.

Sofía suspiró. Sabía que lo que iba a hacer no era muy ortodoxo y podría traerle problemas, pero necesitaba localizar a Roberto para que éste la llevara hasta Marcos. Se sentía ansiosa por abrazarlo.

Mudando el gesto, de suplicante a serio, pegó una patada a la puerta, que permanecía entrecerrada, y la dejó abierta de par en par. Entonces empujó al asombrado Hakim, que se echó para atrás con los ojos, ahora sí, abiertos como platos y sin ningún atisbo de sonrisa.

  • A ver, gilipollas-. Dijo mientras le mostraba su placa – ¿Me enseñas tus papeles? ¿O te empuro directamente por todo ese chocolate que tienes en la mesa? ¿Dónde coño está tu compañero de piso?



Sofía había vuelto al centro. Hakim, completamente acongojado, le había confesado que Roberto había quedado en una cervecería próxima a la Universidad, en una de esas tortuosas calles que descienden hacia lo que, hace más de cien años, fue uno de los ramales por los que la Esgueva atravesaba la ciudad, como si de una pequeña Venecia se tratara.

El local era de lo más estrecho y poco vistoso. Más parecía un antro que uno de esos pubs británicos o irlandeses, tan de moda, que se repiten de manera clónica por las ciudades, todos forrados de madera. Aquí el mobiliario era mucho más feo, pero el contenido marcaba realmente la diferencia. Su larga barra estaba salpicada de grifos de cerveza, algunos con formas realmente extrañas, de marcas tan raras como exquisitas, muchas de las cuales sólo podían encontrarse en este bar. Por eso los verdaderos amantes de la cerveza siempre encontraban tiempo para visitarlo. Por otro lado, el camarero era uno más de esos viejos roqueros, un rebelde que atraía a innumerable gente de la calaña de Roberto.

No sabía muy bien por qué, pero Sofía tenía la esperanza de que Marcos también se encontrara allí.

Por desgracia, Roberto bebía solo.

  • ¡Joder! ¿Qué coño haces tú aquí?-. Roberto estaba realmente nervioso por la presencia de la agente.
  • Tranquilo. No te busco a ti, sino a Marcos. ¿Sabes dónde está?
  • Estoy aquí, Sofía.



Juan Martín Salamanca

Aquella voz venía justo detrás de ella. Se volvió despacio, con miedo de lo que pudiera encontrar a su espalda, aunque ya había reconocido esa voz. Allí estaba Marcos, junto a ella. Acababa de salir del baño, por eso no lo encontró al lado de Roberto. Al verlo, volvió a la Carrera de San Jerónimo, a Madrid, al Congreso de los Diputados, al 25 de septiembre, al día en que se enamoró.

Se sentía dichosa, ya lo tenía a su lado. Ahora podrían empezar una historia en común. No habría más separaciones. Cuanto más lo veía, más enamorada y radiante se volvía su alma. No podía ser más feliz.

Marcos, en cambio, parecía preocupado.

Continuará…

8 comentarios:

  1. Anteriores relatos de la saga:
    1- http://larevistadetodos.blogspot.com.es/2012/09/que-lastima-ser-un-cobarde.html?spref=tw

    2- http://larevistadetodos.blogspot.com.es/2012/10/25-de-septiembre.html?spref=tw

    3- http://larevistadetodos.blogspot.com.es/2012/10/viejas-amistades.html?spref=tw

    4- http://larevistadetodos.blogspot.com.es/2012/11/escalera-de-corazones-la-ultima-cena.html?spref=fb

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  2. Me gusto Mucho Juan…
    Es un cruce de caminos donde se mezclan historias y personajes, con simple tropezón en una estación de trenes. También se ve distintas realidades sociales… la lucha de la mujer, la emigración, el desempleo, la crisis… donde todo te lleva a una feche, 25 de septiembre. Es significativo, es un antes y un después, el comienzo de muchos sucesos. Entre estas vicisitudes aparece el amor y desamor de los personajes. Un constante vaivenes de ideas desenfocadas, eso es lo que tiene el amor te hace ver las realidades diferentes cambiando tu comportamiento y no todas las veces para bien.
    Un abrazo fuerte…
    Manuel Barranco Roda

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  3. Me encanta el análisis que has hecho del relato, Manuel. La verdad es que transmite cosas, por lo que me decís, que a mí me pasan desapercibidas, por lo que te lo agradezco mucho, amigo. Un abrazo, compañero.

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  4. Me has recordado a aquella vez que fui a esperar a la estación de metro a un amigo, del que un año después acabaría enamorándome.

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  5. Felicidades Juan Martín. Los lazos que tejes de la historia enredan agradablemente al lector, que desea saber como va a terminar la cosa. Muy bueno! (y)

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  6. Gracias a los dos. Me hacen muy felices vuestras palabras. Un abrazo fuerte.

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  7. Amigo Juan: El relato es realmente interesante, lo llevas y lo traes con bastante acertada delicadeza en cuanto al trato del lenguaje literario, aunque en varias ocasiones con mi particular opinión, empleas algunas expresiones un poco salidas de tono (aunque realmente en la vida real serían las que se hubieran empleado, además ya estamos curado de espanto), espero que tenga continuación y junto con los anteriores puedes hacer un libro de relatos, aunque lo de publicar es bastante difícil, si no dispones de "pasta" o tiene amistades influyentes...

    Manuel MEJÍA SÁNCHEZ-CAMBRONERO

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  8. Gracias, compañero. Afortunadamente, ya he tenido la oportunidad de publicar mi primera novela y en breve espero poder sacar la segunda, pero estoy de acuerdo en lo difícil que es abrirse un hueco en este mundo. Yo sigo peleando por ello. Me alegra que te guste el relato, entiendo tu opinión sobre esas expresiones, pero como bien has dicho, las he incluido para dar realismo a la trama. Aunque puedan desentonar, me pareció más importante ser fiel a lo que hubieran dicho esas personas. Muchas gracias por tu opinión y tus consejos, son importantes para aprender. Un abrazo.

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