En la playa, frente a la mar, en un silencio solamente roto por las olas
rompiendo y lamiendo la arena en un clímax final, hasta llegar a enjugar mis
pies, disfrutando el momento me encuentro. Es un día nublado, en una playa
ausente de gente. No hay chicas bonitas de pechos desafiando a la gravedad. Es
un día sólo para volar cometas: hay bandera roja. No obstante, también es un
día perfecto para pasear de la mano, con Lisa.
Antes he ido a ver a Adriana: la
chica que hace unos masajes relajantes y control de energías que te dejan
preparado para afrontar otro día de sobresaltos de tijeras descontroladas. Era
su primer cliente. El anuncio lo había puesto el día anterior a la entrada de
la tienda de prensa y revistas, al lado del expositor de libros. Se esmeró
tanto, que esa noche pude pasarla escribiendo, alumbrando ideas sin parar hasta
el mediodía siguiente.
Comí lo que encontré a mano y me
quedé dormido repasando lo que había escrito. Cuando desperté era media tarde.
Sin pensarlo, me fui nuevamente a la playa para reencontrarme de nuevo con
Lisa. No estaba.
Me puse al lado de una chica morena
de pelo, blanca de piel. Le pregunté si podía dejar ahí mis cosas, mientras me
daba un chapuzón.
- Por supuesto, -dijo con una sonrisa, de esas que
invitan con complacencia.
Cuando volví para secarme con mi
toalla, ella no estaba, pero sí sus
pertenencias. Alcé la vista y la vi frente a mí saliendo del agua dando
saltitos hasta alcanzar la arena seca. Se volvió, dándome la espalda, momento
que me impulsó a acercarme con su toalla para cubrir su cuerpo. Aquello fue el
comienzo de una larga conversación, con algunos interrogantes sobre nosotros.
- ¿A qué te dedicas?, -preguntó ella.
- Soy escritor, pero antes, dime, ¿cómo te llamas?
- Me llamo Eva, ¿y tú?
- Yo me
llamo Adán.
- ¡Vaya! ¿Es un chiste o una casualidad?
- Es broma. Me llamo Luís. Disculpa la tontería.
Seguí haciendo el típico comentario
sobre su nombre, con la intención de alargarla y, aunque la miré a los ojos, no
pude evitar echar un vistazo con intención de disimulo a los pechos desnudos,
aún mojados, desafiantes por la brisa ayudada con un ligero viento.
- ¿Qué, te..?, -inició la pregunta, dejándola en
suspenso para evitar molestarme, pero con la intención de cabeza, mirando
sus senos, me hizo entender que se iba a referir a que mi furtivo mirar
había sido descubierto, sonriendo a continuación, dándome una señal sobre,
que no la había molestado.
- He traído fruta, ¿te apetece?, -le dije,
señalando mi bolsa.
- Sí. Buena idea y buena hora, pero antes me voy a
dar crema. No me quiero quemar, estoy muy pálida.
- Me dejas que te ayude, -me atreví decir.
- Por la espalda sólo, -dijo riéndose, haciéndome reír a mí
también.
- Descuida, soy un santo.
- ¡Ya! Se te nota… Já, já, já, -fue la reacción de
ella, contagiándome con esa risa tan tonta, nerviosa, que se hace interminable.
Comencé a darle la crema. Primero
con delicadeza. Luego ella me dio a mí… Pasando, con la broma, a echarnos
pegotes, tirándonosla y jugando con el bálsamo sobre nuestros cuerpos, como dos
adolescentes.
Aquello se prolongó tomando con una pizza en el restaurante
cercano para, luego, reencontrarnos más tarde. Nos fuimos a un disco-pub, en un
lugar de la movida de la zona.
Por la mañana, cuando me desperté,
estaba en la cama de mi apartamento, percibiendo una agradable fragancia
impregnada en mis sábanas, y el otro lado de la almohada.
La busqué en el baño, la cocina, el
salón y en la otra habitación. No estaba.
Me puse el bañador y una camiseta, y
volví a la playa.
Había poca gente. La busqué, primero
alargando la vista y luego recorriendo todo ese trozo de costa. Al no dar con
ella, la llamé al móvil.
- ‘Este teléfono está apagado o fuere de
cobertura’, -informaba una voz femenina.
Repetí varias veces
la llamada, con el mismo resultado.
Me sentí sólo, abatido, triste,
apesadumbrado. Me tiré en la arena y allí permanecí boca abajo, hasta que
empecé a notar algo frío cayendo sobre mi espalda: Lisa me estaba dando crema
protectora.
- Te vas a quemar, mi amor, -dijo.
- No importa. Ya estoy quemado por idiota. ¡No me
dejes nunca, Lisa!, -le dije suplicante.
- ¡Qué tonto eres!, -me dijo ella, acariciando mi
rostro.
- ¿Dónde te has metido este tiempo?, -preguntó sin
más intención de saber.
- Quise pescar y me clavé el anzuelo. No me preguntes dónde, cómo, ni porqué, -contesté, guardando silencio los dos, sentados, con la mirada perdida en la mar.
Juan
Martín-Mora Haba
Octubre de 2012
Bonito relato, tocayo, aunque no sé por qué a mí me encantan finales más amargos como el de tu anterior relato. Aun así, muy bueno.
ResponderEliminarFue un final con un giro sorpresivo. Por lo menos pudo seguir en contacto con ella. (y)
ResponderEliminarAmigo Jua: Me ha gustado tu relato dialogado, además por los entornos que describes y con la soltura en la forma del diálogo, el relato te va llevando como si de la mano fuera y sin darte casi ni cuenta llegas al final, quedándote con un buen regusto de boca, además como es extenso, te da tiempo a ir saboreando desde el paisaje hasta el resto de lo que en él flota (que es mucho, literariamente)...
ResponderEliminarUn amistoso abrazo,Manuel.