Una revista de literatura, donde el amor por las letras sean capaces de abrir todas las fronteras. Exclusiva para mayores de edad.

miércoles, 10 de octubre de 2012

La caída de mi imperio íntimo


Era noche avanzada y lluviosa, cuando decidí hacer un paréntesis en mi trabajo de creación literaria. 

Una ducha caliente, después de tantas frías del largo verano, me ha tonificado. La media barba de dos días sin salir, apurando las horas para terminar mi novela, ha sucumbido al afeitado y, con ello mi cuerpo se ha vuelto lozano por dentro y por fuera, perfumado y fresco. 

Estaba dispuesto para salir a la calle, a la vida. No he tenido que ir muy lejos y tampoco lo he querido. Tan sólo he cruzado la acera para adentrarme en el local, que comparto en sociedad. Estaba lleno, felizmente lleno.  

Todas las mesas ocupadas por gente que devoraba la oferta gastronómica, como si el mundo se fuese a acabar y, la barra del establecimiento, compartida de la mejor manera, disfrutando de un buen vino o una cerveza, con tapa, y la charla amigable. 

Al entrar, parece que algo resuena en mi bolsillo, anunciándome buena recaudación. Luego, pasando entre la gente, para saludar a la cocinera, ofreciéndole mis palabras de apoyo y el beso acostumbrado, me fijo en dos chicas maduras, de unos cuarenta, más o menos, que están solas y de pié, en torno a un tonel que les sirve para dejar sus copas, junto al plato de degustación, las prendas de vestir que les estorban y los bolsos con los que toda mujer parece estar casada.  

  • Buenas noches, preciosas, -les digo, sin conocerlas.
  • Hola, -contestan apoyándose en la última sílaba.
  • ¿Os cuelgo esto en las perchas para que no os molesten? –pregunto, haciéndome el gentil.
  • No, así estamos bien, -responden con una sonrisa sospechosa, la rubia. 

Me retiro, entro en la cocina, cumplo con el protocolo seductor de la trabajadora y, ella, Sandra, me lo agradece. Sabe que lo hago de buena fe. Al besarla, noto que está muy caliente. Le tomo la temperatura, palpando su frente y sí, está caliente pero no tiene fiebre; es el fragor de los fogones lo que le hace tener ese mador  y parecer calenturienta.

Al salir de allí y pasar nuevamente cerca de las chicas solitarias, le digo a la rubia –la otra es castaña-: 

  • Hola de nuevo, bombón. ¡Qué ojazos azules más bonitos que tienes! ¿Me puedo tomar una copa de vino con vosotras?, -pregunto con la mejor de mis sonrisas en los labios.
La otra; la morena, al sentirse algo desplaza, responde: 

  • No, gracias. Ya no queremos más vino. Estamos hablando de nuestras cosas.
Comprendida la respuesta, me alejo hacia la puerta, en el momento que entran por ella dos amigas estupendas, que no llegan a los treinta añitos. El saludo es, como de costumbre, muy llamativo. 

  • ¡Ay, mi cielo! Déjame que te bese y te abrace. ¡Qué te como!, -exclaman las dos, alargándola o con los brazos abiertos, procediendo a la manera del más puro cachondeo.
Advertidas por lo que me había pasado y observando que la rubia no me quitaba los ojos de encima, sorteando obstáculos por la distancia mediante, prosiguen con la escenificación histriónica para reírnos un rato de la morena, encelando a la rubia. 

Acompaño a mis amigas a un lugar cercano al tonel de las soledades y allí, al segundo vino, vuelvo a insistir en la oportunidad de compartir ese rato con nosotros. 

Entonces, es cuando la rubia de ojos azules me hace la observación de que les encantaría porque ha visto que soy simpático, pero su amiga le ha sugerido que podría ser su padre. 

  • ¿Cuántos años tienes?, -me preguntó, la chica bombón.
 
En ese momento, sentí que todo mi imperio de juventud se venía abajo. Empecé a sentir la sensación y la desazón de que el tiempo se me estaba escapando y no me había enterado y, que todo lo que tenía en proyecto para publicar, no podría realizarlo, porque la vida no me iba a dar suficiente tregua para ello. 

Fue el final de mi noche y, también de mis días, volviendo al claustro de mi biblioteca enfrentándome a mis escritos,  poniéndome a parir, consciente de que todo se acaba, abatido por la ‘prima de riesgo’, que se interpone, hasta en el arte de la seducción.
 

 

Juan Martín-Mora Haba
Octubre de 2012

1 comentario:

  1. Guau! Me has llevado de la mano por todo el relato, me has mostrado un lugar, sentimientos, coqueteos y la realidad que muchos de nosotros sufrimos al afanarnos con las obligaciones, deberes y nuestros sueños: El tiempo no se detiene... continua, llevándonos con él.

    ResponderEliminar

Gracias por dejar vuestros comentarios.