Ella se acomodó los zapatos despacio, mientras
pensaba que un fetichista de pies jamás la vería con buenos ojos, ¿le
importaba?. Jugó con su lengua sobre el borde de sus dientes y deseó tener algo
de piel nueva desarreglando la parte vacía de su cama.
Trató de reconocer
desde cuando había olvidado los tabúes y se había dado de lleno a cualquier
cosa que en ese momento le importara, pero tampoco supo si había tenido en
cuenta el tiempo como un nuevo punto de partida en esta vida. Se ratoneó pensando
en la camisa semidesprendida del obrero que se cruzó dos cuadras antes de su
casa, macizo, indiferente y con el perfume rancio del cuerpo masculino
sudoroso. Sintió deseo y sonrió, adoraba el cosquilleo prohibido en sus partes
íntimas mientras la piel se le erizaba.
¿Alguna
vez me saqué la careta para hablar de mi misma sin ningún tapujo?. A mi misma
tal vez, pero no de forma tan abierta con la piel expuesta a las críticas tan
conscientemente.
Tomó
papel y lápiz y comenzó a escribir, tratando de identificar las alas caídas de
su propio ángel.
Demonio
Los
demonios la gran mayoría de las veces permanecen dormidos en la penumbra de
nuestros pensamientos más oscuros. Y cuando despiertan les decimos “monstruos”
como si no estuviéramos felices de liberar esa parte sombría de nuestro yo
oculto.
Esta
noche no pienso esconderme detrás de mis demonios, esta noche pretendo que
ellos me gobiernen y ultrajen esos espacios de inocencia que todavía la
estúpida lleva consigo cuando me echo a dormir. ¿Qué paradójico no? Qué forma
absurda de pensar sabiendo que somos dos mitades incompletas la una sin la otra.
Me
calcé las medias de red mientras pensaba, y busqué la minifalda de cuero que
apenas cubría los bordes de las nalgas. Hoy me sentía fatídicamente exhibicionista
y poco me importaba que las manos de unos cuantos ebrios me estrujasen a
mansalva. Recogí mi cabello en una coleta alta, necesitaba mi cuello desnudo,
el escote pronunciado con el cierre relámpago tentando al que quisiera
deslizarlo de un plumazo; me calcé los tacos de aguja, y seduje al mismo
taxista escandalosamente cuando le pagué el viaje con un poco menos del dinero
y un lengüetazo morboso en la oreja desnuda y temblorosa.
“Un antro”… “mi” antro… me dije satisfecha
ante las puertas negras que se abrían de par en par ante las mujeres de mi
calaña.
·
Pasa...gatito bonito.
·
Perra, corregí mientras tomaba yo misma el
cierre de mi diminuta chaqueta y la bajaba hasta casi debajo de los pechos,
dándole más luz y libertad, satisfecha por la mirada lasciva del guardia que
volvía a cerrar la puerta detrás de mí.
·
Humo, alcohol, perfume barato, mezcla rancia
de demonio marchito, marchito en mi.
·
¿Te invito algo? (ni lo mire a la cara, era
suficiente que fuera hombre y mis feromonas lo sintieran como tal)
·
¡No!, llévame donde la gente nos vea, y
demuéstrame que eres hombre.
Función parroquial, gritos, morbo, gemidos,
sexo y manos libidinosas y silbidos. Ningún orgasmo, ningún “algo” que me
libere. Ningún rebrote de conciencia en mí después de levantar mis ropas y
marcharme. Nada.
Ángel
La
mañana nublada que me encuentra agazapada en el sofá llena de hematomas,
dolorida, hecha un ovillo escandaloso y oliendo a piltrafa humana. Me levanto
apenas y descubro la ropa que maldigo en el espejo y la sonrisa torcida de ella
que me mira por dentro, que ríe a carcajadas en mi mente como si pudiera
herirme más demostrándome que existe.
Miro
a los niños dormir, y la tarjetita del mayor estrujadita en sus manos: “mami…
te quiero, me asustas cuando te pones mala”. Y el llanto, el quiebre emocional
que me libera la angustia de saber que puedo perderlo todo por ella, por la
ironía de tenerla conviviendo conmigo, adherida a mi piel como un injerto, como
un parásito que oigo en mis oídos delirando:
·
¡Vete!, no ves el daño que le haces… a ellos
·
¡Cállate idiota, déjame en paz y libérame
entonces! En vez de tratar de esconderme en tu mente
·
¡No existes!
·
¿Quieres más pruebas? ¿Quieres más de lo de
anoche?
·
¡No seas irónica, vete, mi vida es esta!
·
¡Tu vida nenita, es esa cosa que pretendes
mostrar a los demás y me rebela!
·
¡Eres denigrante!
·
¡Eres insulsa!
·
¡Vivo feliz!
·
¡Eso te lo inventas para ponerte una máscara
de risita ingenua!
·
¡Basta!, ya no quiero saber nada de ti.
·
¡Me importa poco, existo!
·
¡Vete! ¡Vete de mi!
Los
niños se levantan aturdidos porque ella discute a voces con el espejo de la
habitación, gritando como si quisiera arrojar su propia voz fuera de si,
aporreando su cabeza contra las paredes blancas de la casa hasta que el peso de
los golpes vuelve a sumirla en un desmayo. El rictus de sus labios se curva:
“He ganado idiota, el parásito vive” reverbera su mente ambigua.
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