El
cielo estaba gris y el viento soplaba gélido aquella mañana de martes en la
plaza de Poniente. Los paseantes recorrían apresurados las aceras, deseando
llegar cuanto antes a sus destinos y refugiarse del repentino frío que había
acabado con varios días de calor. Este año, el tiempo se lo había tomado en
serio y, nada más entrar el otoño, los termómetros se habían desplomado. Para
colmo, la plaza estaba junto al río, un lugar húmedo por el que Eolo campaba a
sus anchas, sin estorbos de ladrillo que frenaran su avance.
A
Marcos no le importaba. Habría llegado cosa de cuarto de hora antes. Tenía
tiempo de sobra, pero había preferido llegar con tiempo. Estaba tan nervioso y
tan ilusionado que casi no había dormido esa noche, dando vueltas sobre la
cama, en un incómodo y fatigoso duermevelas con el que no había descansado
nada, si bien mantenía sus energías intactas, alimentadas por una ilusión que
era inseparable de su nerviosismo. Ilusión por cambiar el mundo, por sentirse
alguien importante, por dejar a los que vinieran un mundo mejor.
A
lo lejos vio aparecer a Roberto. Vestía botas militares; pantalón gris de
camuflaje, de tela dura; sudadera negra con capucha, y braga al cuello. Lucía
una cabeza afeitada que produjo un escalofrío en Marcos. Él llevaba playeros,
vaqueros y sudadera caqui, también con capucha para protegerse del frío o de la
lluvia, que amenazaba con caer en cualquier momento, aunque no sería fácil
meter bajo ella todo su pelo, largo y con rastas.
·
¿Tienes un
pito?-. Preguntó Roberto nada más llegar.
·
Pero si lo he
dejado. La de veces que te lo habré dicho.
· ¿Todavía sigues
con eso?-. Roberto mostraba una mezcla de sorna e incredulidad –Ríndete al
sistema y ve al estanco a comprarme un paquete de Winston, anda.
·
Que te den por
culo.
Los
dos amigos rieron. Roberto compartía los mismos ideales de cambio, pero era
mucho más pragmático. Estaba seguro de que la revolución había que provocarla,
pues los regímenes tiránicos no se derribaban por sí solos. Llevaba tiempo en
la lucha, esperando el momento adecuado para derribar ese Estado consumista
donde el dinero condicionaba la supuesta democracia de la que gozaban. El
estallido de la indignación popular le había brindado la masa necesaria para
salir de la madriguera y enfrentarse al poder. En ocasiones, Marcos sentía
miedo de las ideas tan radicales de su amigo, y muchas veces discutían por
ello. Para él, Roberto era un exaltado que justificaba todo en la revolución y
que a menudo trataba de imponer sus ideas a los demás, traicionando así los
principios por los que peleaban. Por el contrario, su amigo lo consideraba un
iluso bienintencionado y un combatiente débil. Pese a todo, su amistad era lo
suficientemente fuerte para que unas torpes discusiones políticas los alejaran.
Junto
a ellos se fue formando un grupo de gente con pancartas, silbatos y cacerolas.
Uno de sus miembros le dio a Roberto el ansiado cigarrillo, que consumió en
intensas caladas, antes de que diera la hora.
Al
fin apareció el autobús. Llegó desde el Paseo de Isabel La Católica y se orilló
en la plaza. Su misión, trasladar a todos aquellos manifestantes a Madrid,
donde esa tarde pelearían frente al Congreso por una mayor libertad. Todo debía
desarrollarse de forma pacífica. Estaban cansados de los viejos partidos, de
sus prebendas y de las injerencias de los mercados en el Estado. Idealistas,
puede que ingenuos, subieron a bordo con la esperanza puesta en la capital.
En
los vestuarios de la Jefatura de Unidades de Intervención Policial el ambiente
era tenso. Los agentes que debían reforzar el dispositivo que ya a esa hora
protegía el Congreso terminaban de prepararse. Alguno, mientras se ajustaba
bien las botas, miraba con preocupación al fiero león dorado que, sobre fondo
rojo, se veía rodeado por once flores de lis sobre un borde azul. Era el
emblema del grupo que todos llevaban bordado en el hombro derecho de sus
uniformes. A ver cómo se daban las cosas. Las órdenes eran claras, la
integridad de la Cámara Baja no se podía cuestionar en ningún momento. ¿Lo
aceptarían los manifestantes? Si no era así, la cosa pintaba mal. A saber
cuándo podrían regresar a casa, a saber si alguno de ellos no acababa en el
hospital.
Viseras
caladas, chalecos, cascos y escudos en mano, y a los furgones, rumbo a la
Carrera de San Jerónimo y alrededores. Los pensamientos a esa hora estaban con
la familia de cada uno. Todo se vería por la tele, cada incidente sería un
sinvivir para los que esperaban en casa. Ojalá pasara pronto. Aquello no era
plato de gusto para nadie, o para casi nadie. Dando y recibiendo por un sueldo
que el Gobierno al que defendían había congelado, sin paga de Navidad, luchando
día a día por sacar adelante a los suyos, pagar el colegio de los niños,
vestirlos, darles de comer. Era su trabajo y tenían que ganarse la vida.
Encima, si había palos, ellos serían los malos. Pagarían los desmanes de
algunos compañeros y de sus mandos, mientras los que andaban enfrente serían
elogiados como mártires. “Perra suerte”, escupió el último de los agentes antes
de subir.
Marcos
estaba destrozado por dentro. Su sueño había estallado en una nube de violencia
y caos que sacudía el centro de Madrid. Lo que esperaba que fuera una
concentración pacífica, fruto del civismo de un pueblo que desafía a los
poderosos por una causa justa, se había transformado en cargas policiales,
lanzamiento de objetos y enfrentamientos de todo tipo. No dudaba de que alguien
hubiera dado la orden de disolverlos como fuera. También tenían mucha culpa
descontrolados como su amigo Roberto, que a esa hora se cubría con la capucha y
la braga mientras recogía cuanto podía del suelo para arrojarlo sobre un grupo
de antidisturbios que se protegía con sus escudos de plástico transparente.
- ¡Así no se hacen las cosas!. Le reprochó.
- Pero tú de qué lado estás-. Contestó Roberto, enfadado. Bastante tenía en ese momento como para aguantar regañinas de viejas cobardicas.
- Del de los que protestan sin violencia. ¿Y tú?
- ¡Tienen secuestrada la democracia! ¿Cómo pretendes acabar con ellos? ¿Cantando?
- Yo no he venido aquí a pegarme con la Policía. Me largo.
Uno
de los grupos de antidisturbios se lanzó contra Roberto y los suyos. Un
agente, perro viejo en estas lides, se empleaba a fondo con la porra. Muchos años haciendo lo mismo, quizá
demasiados. Cada vez tenía menos escrúpulos a la hora de cargar, quién sabe si
hasta disfrutaba con ello.
Tanto
fue su ímpetu que se adelantó más de la cuenta y se separó de sus compañeros,
momento que aprovechó Roberto para darle por detrás y tirarlo al suelo, donde
comenzó a patearlo.
Al
alejarse, Marcos vio como llegó otro agente en auxilio y dejó fuera de combate
a su amigo, al que siguió dando porrazos una vez derribado. No estaba de
acuerdo con Roberto, pero era su amigo y no podía dejarlo así. Decidió ir en su
ayuda.
Marcos
esperaba bajo la lluvia en la calle Orellana, en unos jardines que separaban la
Audiencia Nacional del Tribunal Supremo. Sospechaba que tendría que volver por
allí más veces, hasta que se resolviera su participación en los disturbios del
día anterior. Estaba nervioso. Recordando las palabras de Roberto, al que había
visto por última vez esa noche en comisaría, abrió un paquete de Winston que
acaba de comprar en un bar y se llevó un pitillo a la boca. Era una excepción,
para calmar la ansiedad del momento, se decía.
Sentados
en la mesa de un pub, con música de fondo de Los Secretos, Marcos miraba los
preciosos ojos azules de Sofía, pero creía verle el alma. También ella se
sentía dichosa. Aquel chico, un tanto perroflauta, no le pegaba para nada, pero
su intuición le decía que el destino lo había puesto en su camino, o en el
camino de su porra, por alguna razón, y hubiera dado cuanto tenía porque el
reloj se hubiera parado y la cita no hubiese terminado. Pero todo tiene su
final.
Juan
Martín Salamanca
Qué historia...! Estuve tan sorprendida como Marcos, al encontrar a Sofía detrás del uniforme policial... Tiene de todo un poco, humor, complejidad socio-económica, idealismo y romance... Me ha gustado!
ResponderEliminarContrastes y contradicciones que solo en el amor suceden,¡Que historia! Aparte situaciones muy actuales en todas partes del mundo! Excelente relato Juan Martín.
ResponderEliminarGracias a los dos por vuestras palabras. Espero que hayáis disfrutado con las siguientes entregas. Un abrazo.
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